por LUCIANO NASCIMENTO*
Por absurdo y complicado que sea, es necesario encontrar formas concretas de demostrar y convencer de una vez por todas a la mayor cantidad de personas posible sobre la forma esférica del planeta.
Desde mi adolescencia, entre los años ochenta y noventa, y durante muchos años, mi novela favorita fue tienda de milagros, de Jorge Amado. Me maravillo la historia de Pedro Archanjo –ojuoba, los ojos de Xangô –, el mestizo capoeirista bedel escritor que registró la memoria y el saber popular bahiano en libros compuestos con gran esfuerzo en la tipografía de su inseparable amigo, Mestre Lídio Corró, libros luego distribuidos en todo el mundo a costa de muchos sudor y mucha privación del autor, convencido de la necesidad de mostrar a todos el valor del pueblo negro de Salvador. ¿Ficción?
Ya en medio de la pandemia que estamos atravesando, comencé a leer un defecto de color, de Ana Maria Gonçalves (una obra exquisita ya comentada varias veces en la tierra es redonda). Mi lectura de la saga de la negra Kehinde, esclavizada en África de niña y traída a Brasil en los sótanos de un tumbeiro, se interrumpió en plena travesía del Atlántico: estaba contagiada de COVID y pasé quince días en cama, incapaz siquiera de soportar el peso del libro, un ladrillo de casi mil páginas. Al final de ese período, devoré la novela en menos de veinte días, hipnotizado por la brillante polifonía multicolor que me saltaba de cada página. La misma pregunta me viene a la mente: ¿ficción?
El año pasado mi hijo mayor me presentó a Amarillo, de Emicida; tal vez fue una especie de represalia, porque yo había mencionado en casa que un estudiante me había mostrado un rap fenomenal de BK. Hace unos meses un amigo compartió conmigo un episodio de condimento de arrastre, de Rita Von Hunty (personaje extraño interpretado por el actor y profesor Guilherme Terreri). También hace algunos meses que mi hija menor (una preadolescente de 12 años) insistió en que viera la “lacração” de Felipe Neto en la Rueda en vivo, y ayer me hizo prometer otra vez que nos sentaremos a ver el diablo de todos los dias (“The Devilallthe time”, USA, 2020), película que, según he escuchado y leído por ahí, viene generando polémica. Cosa que, por cierto, también debería ocurrir -y pronto- con El dilema de la red (“The social dilemma”, USA, 2020), el interesante documental que vi el fin de semana pasado. ¿Es ficción lo que allí se muestra?
Este inventario no tan breve (de lecturas, en el sentido más amplio) seguramente les parecerá un poco innecesario a algunas personas. Desafortunadamente, muchas personas ni siquiera leerán este párrafo explicativo, supongo. Aun así, defiendo la estrategia: la vía de escape que nos permitirá salir del nudo civilizatorio en el que nos hemos metido en Brasil desde 1500, nudo mucho más estrecho en los últimos cinco o seis años, es precisamente ella, la divulgación y exploración de la variedad de textos, géneros, vehículos, fuentes, indicaciones, referencias, etc. que nos moldea intelectual, social y éticamente. Sé que esto puede parecer obvio, pero ha llegado el momento de defender lo obvio; Brecht se asustaría de su propia lucidez.
La defensa eficaz de lo evidente, en mi opinión, comienza por su revelación, es decir: por la reafirmación de una factualidad y por la devolución pedagógica (persuasiva, no coercitiva) de los contornos de esa factualidad a los ojos de todos. Por qué es urgente que restablezcamos un acuerdo mínimo sobre la verdad: “Si no estamos de acuerdo en cuál es la verdad, no podemos salir de ninguno de nuestros problemas”, dice el científico computacional Tristan Harris (especialista en “economía del comportamiento, psicología social, cambio de comportamiento” formación de comportamiento y hábitos", egresado del laboratorio de Tecnología Persuasiva de la Universidad de Stanford), protagonista del documental sobre la influencia de las redes sociales en el comportamiento de las masas ya mencionado aquí.
Un ejemplo puntual: ¿hay alguien hoy en día que crea que la Tierra es plana? Si existe; mucha gente. Entonces, por más absurdo y complicado que sea, es necesario encontrar formas concretas de demostrar y convencer de una vez por todas a la mayor cantidad de personas posible sobre la forma esférica del planeta. No tengo la menor duda sobre el aparente carácter surrealista de esta propuesta; debería ser absolutamente extemporáneo, pero esa no es la realidad, y eso también es un hecho a tratar. Es lamentable, pero es un hecho.
En el Brasil de la era Bolsonaro, hemos sido testigos de la fabricación de verdades que nacen circunstanciales, es decir, válidas como tales solo para un grupo social específico, pero después de un tiempo alcanzan materialidad y estatus fáctico numéricamente medibles. Un claro ejemplo de ello es la afirmación de que el COVID es solo “una gripita”. Primero lo dice nuestro [sic] principal [sic] representante [sic] en un comunicado oficial por radio y TV; acto continuo, ese discurso divierte a sus detractores, preocupa a investigadores serios e intelectuales sensatos, y alimenta las pasiones (convicciones y necesidades) de millones de brasileños que, por afinidad (afectiva o intelectual) o carencia (afectiva o económica) necesitan creer en alguna esperanza de normalidad; poco después, cierta lentitud parece emanar de los gestores públicos y permear las acciones gubernamentales esperadas para enfrentar con eficacia la crisis sanitaria (la larga condición de interinidad en el cargo de Ministro de Salud es un ejemplo de ello); finalmente, lo que se ve, meses después de la polémica declaración del presidente, son aglomeraciones innecesarias en lugares públicos, bares llenos de gente, muchos de ellos criticando a Bolsonaro, incluso, y un sentimiento patente de indiferencia general hacia los más de 140.000 brasileños muertos por la COVID.
Es este sentimiento de indiferencia general ante el número de muertos lo que permite afirmar: el COVID, de hecho, se ha transformado en una especie de "pequeña gripe". No es que los efectos secundarios de la contaminación por virus hayan disminuido, ¡no! Sin embargo, a pesar de la factualidad inmanente de miles de víctimas mortales, millones de personas piensan y actúan en contra de este y varios otros hechos, guiadas por la creencia en una flagrante falsedad científica, pero increíblemente persuasiva. No se logró una estrategia seria de información y comunicación capaz de develar la falacia oficial.
El concepto de “auto-verdad” se ha utilizado para explicar en parte tales fenómenos; la periodista Eliane Brum escribió, todavía en 2018, un excelente artículo al respecto. Resulta que la auto-verdad solo prospera hoy – no solo en Brasil, sino también en varios otros países, como los EE. UU., por ejemplo –, debido a una característica innata en nuestra especie, el “gregarismo”: “1. BOT, ZOOL. Aglomeración natural de individuos de una determinada especie, como se observa en rebaños, colmenas, hormigueros, etc.; 2. En los humanos, tendencia a estar en compañía de otras personas; sociabilidad." (http://michaelis.uol.com.br/busca?id=Ven1). Triste broma hecha: la creencia en la llamada "pequeña gripe" se debe realmente al comportamiento del ganado.
Si ese es el caso, y parece que lo es, ¿cómo podemos combatir los efectos nocivos de algo que resulta de una característica bioantropológica?
Actuando como Pedro Archanjo, el héroe de mis lecturas juveniles. No solo vio y valoró la capoeira, el candomblé, la cocina bahiana, el mestizaje... También vio el racismo, la violencia, la persecución contra todo lo que pudiera colaborar para construir un sentido de orgullo y deseo de liberación en y de la población negra de Bahía, Brasil. Pedro Archanjo, ojuoba, luchó por unir a la gente: en el afoxé, en los terreiros, en las páginas de sus libros; sabía que era necesario enfrentar la truculencia del Estado y sacar a la calle el bloque del orgullo negro, desfile. Solo así más personas de todos los colores se unirían a la lucha contra ese pueblo oprimido en Brasil en la primera mitad del siglo pasado, todavía oprimido hoy...
Si Archanjo tuviera acceso a las redes sociales que tenemos hoy, sin duda sería un digital influencer, comunicador (¡amaba la buena prosa!). Y sin duda aplaudiría el clip de Amarillo, la canción que da título al último disco de Emicida (¿todavía se habla así?) En este clip están, juntos: negros, LGBTQIA+, Belchior, todos cantando el año pasado morí / pero este año no muero… También aplaudiría los videos de Rita Von Hunty, la drag queen Marxista y sarcástico que hace comentarios sobre política, culturas, artes y sociedad. Son clases prácticas sobre el respeto a la diversidad, sobre la construcción colectiva de la inclusión, la liberación y la democracia.
Libero mi imaginación y veo a Pedro Archanjo (ojos de Xangô, orixá de la Justicia) en la dirección general de un programa como el GregNoticias, uno de mis favoritos hoy, que se transmite de forma gratuita en YouTube. Me imagino a Archanjo encabezando, en cada episodio, un desfile profesoral de pretes, indígenas, gays, lesbianas, trans, travestis, fabriles, maestros, estibadores, ecologistas, madres y padres de santos... y también blancos ricos empáticos, como dice a veces el propio Gregogio Duvivier, autodeclarados, quizás simpatizantes de los alucinógenos… todos, en fin, con iguales medios y recursos, presentando con seriedad y humor datos objetivos sobre la oscura realidad que nos rodea, con el fin de transformarla (salve, ¡Paulo Freire!).
Finalmente, estoy muy, muy lejos de ser un experto en cosas de la Iglesia Católica, pero sé que Gregorio I fue un Papa, un “Doctor de la Ley” al que llamaban “el Dialogador” (creo que principalmente porque escribió Diálogos; la historia de la Iglesia Católica autoriza a dudar de su capacidad de diálogo) y fue canonizado por aclamación poco después de su muerte: se convirtió en San Gregorio. No soy supersticioso, ni creo en las coincidencias, pero me gusta no perderme la imaginería retórica ni los juegos de palabras. Pedro Archanjo, ojuoba, nos enseñará el antídoto civilizador contra el gregarismo estúpido y homicida: dosis de caballería de negro y Amarillo.
* Luciano Nascimento Es Doctor en Letras (UFSC) y enseña Educación Básica, Técnica y Tecnológica en el Colégio Pedro II.