por ANDRÉ BOF*
Breve crónica de los roces entre liberales
Como he transitado por espacios y entornos sociales diferentes a los de los dos últimos años más graves de la pandemia, me siento dividida. Como si viviera en realidades fracturadas. Al terminar de ver el debate supuestamente polarizado entre el humorista Gregorio y el personaje de Ciro, esta impresión se refuerza. Hay una disonancia entre el ánimo de las redes sociales, ese poder permanentemente convulsivo de combate y debate, cuyos sustratos cambian cada semana o cada día y el devenir de las calles y la vida real.
Al final, Ciro y Gregorio son muy parecidos, política e ideológicamente. No menos importante, el comediante se apoya en el árbol seguro de un “ex votante” que comunica su actual descontento con el candidato por abandonar la “lucha antifascista”. En términos de espectro, ambos transitan por estratos del liberalismo y son defensores de la democracia liberal.
Ciro, por desgracia y rasgo de personalidad, ya bailó con la izquierda, el centro y la derecha liberales.
Gregorio, aún joven, sólo incursionó en los meandros del centro, desempeñando magistralmente el papel de consejero concienzudo de la izquierda. Sus llamadas tragicómicas e impotentes al final de todo noticias de greg, a través de campañas en internet y búsquedas del tesoro “politizadas” son el rostro de la izquierda liberal: una estructura de actuación, simulación de lucha, disimulo de la aversión a cuestionar el orden del que son privilegiados.
Se consideran, dentro y fuera de este debate inocuo, constructores y entusiastas de sueños y utopías que, coherentemente con su total falta de imaginación y perspectiva revolucionaria, amordazan y ocultan la verdadera contradicción de nuestra sociedad: la división social en clases. Hablar del pasado, tardío, anacrónico, por supuesto, para quienes se ganan la vida explorando sus consecuencias y esquivando sus causas.
Mientras dos defensores de la explotación laboral asalariada, aunque con paliativos y ungüentos asistencialistas, simulan una pelea a cuchillo, alimentan el hambre de actuación en las redes sociales, la realidad de masas en la actual distopía del capital es gravísima y se deteriora.
Me recordó a mis paseos al trabajo. A través de esa isla pavimentada de consumo, exaltación y ostentación, paso frente a las caras recauchutadas y los bufandas de cachemira de la calle Oscar Freire. Ajenos e impasibles a los acontecimientos de lo real, a escasos metros de su dimensión de HDI nórdico, protegidos por las armas del Estado, pasean las dondocas y los sinvergüenzas adineradas como si anduvieran por Nueva York o París.
Cobardes fuera de su entorno, allí son mimados y tratados como bizcochos, servidos por una masa de intermediarios morenos y negros, por sus niñeras con batas beige que cargan cochecitos de Zara, mientras observan los escaparates lustrados poco antes por cafuzos. El mosaico social brasileño se dobla para servir a la ilustre burguesía paulista, para quien la inflación y el desempleo, la cola de huesos y la miseria son tan ficticias como lo que ven en su serie de reyes y reinas.
Finalmente, la barbarie toca sus pies, materializada en la figura de un mendigo conduciendo un carrito de supermercado en el que lleva 5 o 7 perros de caramelo y donde 5 o 6 cachorros más se retuercen, protegiéndose como pueden del frío. Esta escena, en todo caso, podría llegar incluso a tocar esos corazones apedreados por la riqueza (gracias a los perros, claro) un poco más que una anciana comiendo sobras, calentándose frente a una fogata improvisada, en la que se calienta, por dentro. de una lata vieja de duraznos enlatados, agua de cocción oscura y turbia.
Las personas que piensan que es una buena idea otorgar raciones humanas no se mueven fácilmente. El oficio que la ubicó donde está se basa en la deshumanización. Es esta tensión la que vive en la cúspide de un orden social cuyas inevitables consecuencias son estas escenas, todas reales, por cierto.
La acumulación capitalista y su carácter antagónico, la miseria como consecuencia y base de la opulencia, son frutos del liberalismo, por más ficciones de mejora paulatina que se propongan como solución.
Véase este debate entre “soñadores”, con el caudillo y su “proyecto de desarrollo nacional” huérfano de burguesía independiente por un lado y, por otro, el humorista de Leblon y su quijotesca (y ridícula) lucha contra el fascismo (sic) al final. encuestas, suena como un paseo por las calles de la región de Oscar Freire.
Este, indigesto y de mal gusto, que solo hago por obligación. En el primer caso, porque soy proletario y asalariado, en el segundo, porque sé que lo soy. Ante la inflación más alta en 27 años, el deterioro de la vida, el endeudamiento, el hambre, el desempleo generalizado, la utopía del cambio nunca estuvo tan lejos de las expectativas de los trabajadores.
Todas las figuras de la, por ahora, política “relevante” obstaculizan la posibilidad de que el peón se encuentre en la historia. Para verse a sí mismo como un peón. Verse como un enemigo de clase de los patrones y comprender que cada cambio en la historia fue obra de una clase en lucha, consciente y victoriosa contra su clase opresora. Una clase en posesión de un programa y una organización. Una clase que entiende que este es su momento de luchar y construir un mundo nuevo.
Si hoy en Brasil, en lugar de querer ser un patrón, cada brasileño odiara a todos sus patrones y su sistema de chupar y robar la riqueza generada por la gente trabajadora, tendríamos una realidad absolutamente opuesta. Entonces las puertas de la utopía, con sus colores imaginativos y su llama transformadora, estarían en el horizonte, no como palabras vacías, sino como actos prácticos.
Sin embargo, ya que hoy podemos defender lo que le interesa al trabajador, como por ejemplo que, con una inflación del 12% y un paro del 15%, los salarios se reajustarían automáticamente según la inflación y se reduciría la jornada y se reducirían todas las horas de trabajo. distribuido, es herejía, vivimos en la era de la ideología de todo tipo de liberales. Nuestro techo “utópico” es que “los pobres tengan tres comidas al día”, mientras los bancos seguirán batiendo récords de ganancias a espaldas de la deuda y el trabajo del peón.
Conciencia de clase y organización de clase. Sin estos dos personajes, el escenario de la lucha de clases pasa del género de la utopía al de la farsa y la tragedia. Y no faltan actores de dudosa calidad para actuar.
*André Bof Es licenciado en ciencias sociales por la USP.