por MARÍA RITA LOUREIRO*
Las élites del atraso reaccionaron siempre con violencia contra todos aquellos que intentaron romper con los males nacionales.
Aún sabiendo que la historia no siempre se repite de la misma manera, es necesario volver al pasado para comprender mejor los impasses del presente y las resistencias que impiden el nacimiento de un nuevo tiempo.
En la triste historia brasileña, las élites atrasadas siempre reaccionaron con violencia contra todos aquellos que intentaron romper con los males nacionales, aunque sea de forma moderada. Dirigentes y partidos que apoyaron o pelearon con los trabajadores, constituyéndolos en actores políticos, que se atrevieron a construir un país menos injusto y económicamente soberano, son siempre intolerables para los conservadores de hoy como para los del pasado. En una sociedad donde la esclavitud sigue presente en la mente de las clases dominantes y de gran parte de las clases medias, donde la indiferencia ante la desigualdad es la seña de identidad de sus sentimientos, donde la participación política de los trabajadores no se entiende como un derecho, sino como uno más de los muchos privilegios que las oligarquías no renuncian, el pasado insiste poderosamente en sobrevivir.
Garantizar los derechos laborales, aunque sea de forma controlada, duplicando el salario mínimo como lo hizo Getúlio en el lejano 1ro. de mayo de 1954, apoyar la lucha por la reforma agraria y la distribución de la tierra a quienes la trabajaban, como lo intentó Jango en su gobierno, acabar con el hambre, reducir la pobreza, incluir a los pobres y negros en la educación superior, que Lula y Dilma logrado hacer realidad, llevando a cabo políticas mínimamente necesarias que hacen civilizado a un país, son aquí toleradas por los reaccionarios. Estos siempre reaccionan y buscan a toda costa evitar que surtan efecto. Aunque para eso tengan que transformar a sus defensores en figuras a destruir y sacar del escenario político: De la tragedia a la farsa, llevaron a Getúlio al suicidio, a Jango al exilio, a Dilma al juicio político y a Lula a la cárcel.
Nunca está de más recordar que en 1950, cuando Getúlio comenzaba a prepararse para volver al poder por la vía electoral, Carlos Lacerda, uno de los voceros más conocidos de la reacción de la época, declaró en la prensa: “Getúlio no puede postularse, no puede ser elegido, si es elegido no puede tomar posesión, si toma posesión no puede gobernar”. Con eso trazó el itinerario de la reacción política que golpearía a la democracia brasileña, no sólo contra ese presidente, sino contra todos los líderes populares (retóricamente descalificados como populistas) que se atrevieran a alterar el orden establecido. Recrudeciendo la crisis que llevaría a Getúlio al suicidio, sus opositores gritaron contra la corrupción y el “mar de lodo” en el palacio de Catete, así como los opositores de Jango, preparando el golpe civil y militar de 1964, también gritaron contra la “república unionista”. y la “amenaza comunista” que supuestamente representaba ese gobernante.
Hoy, la retórica intransigente de los conservadores suma otro cliché, más compatible con los tiempos neoliberales: “Lula es un riesgo para la economía”.
Frente a esta historia que no deja de repetirse, nos corresponde a nosotros, quienes compartimos el proyecto de construir otra realidad para nuestro pueblo y nuestro país, arrojar luz sobre la lucha política del presente con las enseñanzas del pasado. Con la esperanza de que el futuro no nos depare, como hasta ahora, sólo tragedia y farsa. Y quién sabe, quién sabe, puede materializarse una amplia alianza democrática para superar la barbarie.
*María Rita Loureiro, sociólogo, es profesor jubilado de la FEA-USP y de la FGV-SP.