Friedrich Engels en la génesis del marxismo

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por RICARDO MUSSÉ*

Consideraciones sobre la obra tardía de Engels, en particular sobre el libro “Anti-Dühring”

En la historia de las luchas y del pensamiento socialistas, el término “marxismo” sigue siendo una especie de signo identificativo. Es un índice suficientemente amplio y flexible, tanto porque da cabida al amplio espectro de modificaciones a las que esta palabra ha sido sometida a lo largo del tiempo (y según la geografía), como porque efectúa el paso continuo de un singular bien delimitado y determinado por una pluralidad en permanente expansión.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, el término “marxismo” se difundió y se afirmó como resultado de la adopción y generalización de la etiqueta “marxista” para designar a los partidarios de ciertas formas de acción política, ligadas a las posiciones de Karl Marx y Federico Engels. En la mayoría de los casos, se utilizó en oposición a la designación de agrupaciones o partidarios separados de rivales delimitados también por la encarnación de principios en un hombre, a los que se aplicaba la etiqueta blanquista, bakuninista, proudhoniana, lassalleana, etc.

Desde el principio Marx y Engels estuvieron en contra de esta denominación. Engels fue el principal responsable de difundir la frase de Marx – “si eso es el marxismo, yo no soy marxista” –, refiriéndose cada vez a diferentes personas y contextos. Las razones que los llevaron a rechazar el término “marxismo” no se deben, sin embargo, como implica la fortuna de esta frase, a la preocupación por posibles intentos de usurpación de su legado, sino a un ambiente intelectual y político en el que la etiqueta onomástica tenía un significado caricaturesco y acusatorio.

A pesar de las restricciones de los fundadores del materialismo histórico, el nombre se mantuvo. Designando tendencias internas o incluso como subtítulo de movimientos que lo reivindicaban explícitamente, “marxismo” y su binomio “marxista” se hicieron inseparables de una serie de organizaciones cuya denominación cambiaba según la idiosincrasia de cada época: Liga de Comunistas, Asociación Internacional de Trabajadores. , partidos socialdemócratas, Internacional Socialista, Internacional Comunista, etc.

En cierto punto de este itinerario, este término adquirió, principalmente para Karl Kautsty y sus colegas en la redacción de la revista. Die neue zeit (los principales defensores y divulgadores de esta terminología, ya positivos) – un contenido programático para señalar los rumbos de la lucha teórica y política. Con el tiempo, cristalizaron significados menos valorativos. El término “marxismo” pasa entonces a designar, en una versión restringida, la teoría de Marx (los escritos y los principios), así como la adhesión a esta doctrina, pero también, en sentido amplio, la tradición constituida por la adición al legado de Marx. aporte de sus seguidores y/o del arsenal teórico-práctico desarrollado por diferentes movimientos y partidos obreros.

George Haupt comenta que el reconocimiento oficial del término corresponde a un momento histórico preciso del auge del marxismo, caracterizado por la “separación y ruptura definitiva entre la socialdemocracia y el anarquismo, por la sistematización y encarnación de las teorías de Marx, por la delimitación de los escuela marxista frente a todas las demás corrientes socialistas, y por la afirmación de su hegemonía política en la Segunda Internacional”.[ 1 ] Cabe señalar, sin embargo, que nada de esto sería posible sin el aporte decisivo de la obra y acción política del último Engels.

 

Friedrich Engels

Mediación ineludible entre la teoría de Marx y los desarrollos posteriores de la tradición marxista, Engels debe al menos las premisas que permitieron comprender el marxismo como un todo homogéneo, como un "sistema" capaz de englobar en una sola palabra un método, una cosmovisión y un programa de acción. La versión legada por Engels, la primera temporada de una serie cuyas distintas etapas reivindicaron siempre el nombre y la estirpe de marxismo (incluso cuando se trataba de redefinirlo), fue nombrada, por él mismo, en oposición al “socialismo utópico”, por medio de una autoafirmación que busca desvincularse de otras corrientes socialistas – como “socialismo científico”.[ 2 ]

Así, no es indiferente a la historia y dirección del linaje del marxismo que Friedrich Engels (1820-1895) permaneció activo intelectual y políticamente por más de una década después de la muerte de Karl Marx (1818-1883). La facilidad con que se podía apelar directamente a uno de los cofundadores del materialismo histórico en el período decisivo de consolidación del marxismo como doctrina unitaria y corriente hegemónica en el movimiento obrero; sumado a la división del trabajo que había asignado a Engels, durante el último período de la vida de Marx, la tarea de guiar y acompañar a los partidos obreros entonces en proceso de formación;[ 3 ] todo ello contribuyó a que, en los últimos quince años del siglo XIX, su influencia intelectual e importancia teórica rivalizaran e incluso, en algunos casos, superaran a las del propio Marx.

Apoyado en el reconocimiento de su contribución a la génesis y fundamentación teórica de la concepción materialista, destacada por Marx en numerosas ocasiones, Engels se esforzó por actualizar la teoría de acuerdo con las demandas surgidas de los cambios coyunturales, en lo que en realidad satisfacía una demanda inherente a la autoconcepción del marxismo, reconocidamente histórica. Pero también se permitió avanzar, como un audaz explorador, sobre áreas y fronteras bastante alejadas de la configuración delimitada por los textos encargados hasta entonces de determinar los contornos del materialismo histórico.

El ascenso de Engels en este período debe mucho a esta labor de ampliación de los límites del marxismo, desarrollada más en función del ambiente intelectual de la época (marcado por los avances de la ciencia y el afán cientificista de ordenarlos enciclopédicamente) que como resultado de las necesidades internas de la teoría. Pero también dependió, en cierta medida, de su posición innegable –en un momento en que la difusión del marxismo se procesó principalmente a través de textos de divulgación y solo esporádicamente a través del contacto con las obras del propio Marx– como principal sistematizador e intérprete del marxismo. .

Esta dualidad de roles, más que ser percibida como un obstáculo o una interferencia dañina, ayudó a reforzar la legitimidad de la autoridad de Engels. En el peculiar contexto de la época, el acto de ordenar en un conjunto sistemático los descubrimientos del marxismo, el compromiso de esquematizar y sintetizar un pensamiento lleno de matices (reivindicaciones esenciales contradictorias de la dialéctica), en suma, la tarea de difusión -hoy visto como menor y asociado a la idea de empobrecimiento- ayudó a corroborar y, en cierta medida, a ratificar el esfuerzo de Engels por ampliar y complementar la teoría del materialismo histórico.

 

Anti-Duhring

La primera obra estructurada según esta amalgama fue Anti-Dühring. Inicialmente un escrito circunstancial, escrito a regañadientes para satisfacer un pedido de la socialdemocracia alemana, este libro, publicado en vida de Marx, en 1878, terminó siendo el primer trabajo teórico importante desarrollado por Engels después de un intervalo de casi dos décadas (1850-1869). dedicada a actividades comerciales en Manchester.

El balance de este ejercicio crítico –la refutación científica y política del sistema de Eugen Dühring– mezcla, aunque en dosis desiguales, momentos de mera divulgación –o mejor dicho, de simple interpretación y sistematización– con capítulos dedicados a incursiones en terrenos hasta ahora inexplorados, contribuyendo así a la expansión de la doctrina marxista. Hasta ese punto, Anti-Duhring marca, por forma y contenido, un importante punto de inflexión en la trayectoria intelectual de Engels, inaugurando la última fase de su pensamiento.

En el Prefacio a la primera edición, Friedrich Engels justifica la amplia gama de temas allí tratados –una lista que va desde la filosofía de la naturaleza, la política y la economía, pasando por temas de moralidad y derecho–, como una necesidad a veces inherente a la cosa, es decir, a la crítica puntual del pensamiento de Eugen Dühring, a veces externa, moldeada por el deseo del autor de posicionarse frente a los temas controvertidos de la época.

Incluso si se admite una intersección entre estos dos conjuntos, vale la pena señalar una ambigüedad persistente, presente en las justificaciones de Engels. En un extremo, tras disculparse por haberse visto obligado a acompañar a Dühring en regiones donde reconoce que sus conocimientos no superan los de un diletante –“en esa extensa área donde trata con todas las cosas posibles y más”–, lo atribuye a una imposición de la crítica inmanente. En el polo opuesto del péndulo, sin embargo, sitúa el libro como resultado de un esfuerzo por evitar la difusión de ideas confusas dentro del entonces recién unificado Partido de los Trabajadores Alemanes (SPD), en cuyo periódico se publican los textos que componen el libro. fueron inicialmente publicados – o bien, de manera positiva, como una ocasión para exponer las posiciones del marxismo sobre temas de actualidad de interés científico y práctico.

Más reveladora que esta ambigüedad detectable en el Prefacio de 1878 es la explicación de la demanda de una segunda edición, incluida en el “Prefacio de 1885”. En esta versión, Engels afirma que, al seguir a Dühring por tan vastos dominios, oponiéndose punto por punto a sus concepciones, “la crítica negativa se convirtió en crítica positiva, y la polémica se transformó en una exposición más o menos coherente del método dialéctico y de la cosmovisión comunista defendida por Marx y por mí, que se dio en una gama muy amplia de campos del saber”. Se hace evidente la voluntad de romper con los procedimientos y la forma expositiva del pasado, plasmada principalmente en los textos anteriores a 1848. anti-Dühring, de ahora en adelante será reemplazada cada vez más por una presentación de ideas positiva, sistemática y ordenada, preferiblemente en un lenguaje más accesible.[ 4 ]

El esfuerzo mimético inherente al proyecto de impugnar punto por punto el “sistema filosófico integral” de Eugen Dühring, aunque su obra fuera básicamente, como afirma Engels, una “pseudociencia atrevida”; la necesidad de confrontar y opinar sobre casi todo –en el inventario de Engels, “desde las ideas sobre el espacio y el tiempo hasta el bimetalismo; de la eternidad de la materia y el movimiento a la naturaleza perecedera de las ideas morales; desde la selección natural de Darwin hasta la educación de la juventud en una sociedad futura”- fueron factores que contribuyeron decisivamente a que, contrariamente a la intención del autor, Anti-Duhring y, por extensión, el propio marxismo –entonces en vías de demarcarse como escuela diferenciada de otras corrientes socialistas– fue interpretado, en el mismo registro que las disciplinas burguesas rivales y según el sentido de la época, como un sistema, unitario. teoría del ser humano y de la naturaleza.

Engels atribuyó el éxito editorial del libro a una serie de factores externos. Después de todo, aunque constituido por la recopilación de artículos ya publicados en un órgano importante (y ampliamente leído) de la prensa de trabajo alemana: el periódico adelante – la demanda surgió unos años más tarde para una segunda edición. Además, el folleto que agrupa los capítulos del Anti-Duhring quien hizo una carrera internacional bajo el título Del socialismo utópico al socialismo científico se convirtió en un éxito rotundo.[ 5 ] Engels enumera modestamente como razones de esta recepción, entre otras, la expansión de la atención pública, ahora mundial, sobre todo lo relacionado con el marxismo y la prohibición del libro por parte del imperio alemán.

Un elemento determinante, no mencionado por Engels, de la permanencia del interés en esta refutación de las ideas de Dühring –para la época de la segunda edición, una ilustre incógnita– consiste en el hecho de que el Anti-Duhring (en el primer ítem de la “Introducción” y en dos ítems del apartado dedicado a la filosofía) contiene una presentación sucinta de un tema que constituye uno de los espacios en blanco de la obra de Marx. Dado que el libro fue escrito cuando aún vivía e incluso contó con su colaboración (en la redacción de un artículo en la parte dedicada a la economía política), no es de extrañar que los contemporáneos, e incluso la posteridad, vieran la exposición (a menudo exigida de Marx y esperado ansiosamente) de su método.

 

Dialéctico

La novedad de esta breve y “autorizada” exposición de la dialéctica marxista –que ciertamente no pasó desapercibida para los contemporáneos, pero adquirió un aire de naturalidad a lo largo de los años– puede ubicarse en su esfuerzo (totalmente ausente en la obra de Marx) por descubrir y desarrollar las “leyes de la dialéctica” a partir de la naturaleza. Engels adopta como principio rector la creencia de que la mera acumulación de hechos en las ciencias naturales conduciría inevitablemente a este conocimiento a seguir los rieles de la dialéctica. Habría incluso, según él, una completa homología entre este dominio con sus innumerables mutaciones y el reino de la historia, en el que la trama aparentemente fortuita de los acontecimientos seguiría las mismas leyes, también presentes en la evolución del pensamiento humano.

Los desarrollos recientes de estas ciencias –encargadas de los dos objetos prioritarios en la decantación del método, la naturaleza y la historia–, permiten a Engels abogar por un nuevo materialismo diferente al predominante en el siglo XVIII, ya que “esencialmente dialéctico, ya no necesitando cualquier filosofía posicionada por encima de las otras ciencias”.

El materialismo dialéctico no resulta, por tanto, de una simple inversión de la filosofía idealista de Hegel, ya que se entiende a sí mismo como distinto de la filosofía. En la medida en que califica como ciencia, no es solo el idealismo alemán lo que se propone superar, sino la filosofía misma: “En el momento en que cada ciencia individual se enfrenta con el requisito de obtener claridad sobre su posición en el nexo global de las cosas y el conocimiento de las cosas, cualquier ciencia específica dedicada al nexo global se vuelve superflua. Después de eso, lo que de toda la filosofía anterior aún conserva su carácter independiente es la teoría del pensamiento y sus leyes, la lógica formal y la dialéctica. Todo lo demás es absorbido por la ciencia positiva de la naturaleza y la historia” (Friedrich Engels. Anti-Duhring).

Engels renueva, en otro registro, la topos Joven hegeliano al que, junto con Marx, adhirió en la década de 1840: superación (cancelar) de la filosofía entendida, al mismo tiempo, como su negación y su realización.[ 6 ] Las paradojas inherentes a este programa convirtieron la cuestión de la relación entre marxismo y filosofía en una de las controversias más intensas en el debate teórico e intelectual de la estirpe marxista.

En el ámbito de la Segunda Internacional, la ortodoxia dirigida por la socialdemocracia alemana interpretó el programa materialista propuesto en los textos de Engels a partir de 1878 –la reducción de la filosofía a una ciencia particular ocupada únicamente de las reglas del razonamiento– como una recomendación para sustituir la filosofía con un sistema de ciencia positiva. La tríada “economía”, “política” e “historia” se convirtió así en la base de una comprensión casi literal del marxismo como “socialismo científico”.

La aclimatación del marxismo en Rusia, con sus propias peculiaridades, forjó una inflexión, moldeada por el trabajo de Georgy Plekhanov y el libro de Lenin, Materialismo y empirismo – mediante el cual se restablece en cierta medida la primacía del método. Así, en la Tercera Internacional la calificación del materialismo como “dialéctico” se hizo inseparable de una revalorización de la filosofía, encarnada en la adopción como guía, después de 1924, de la colección póstuma de artículos y manuscritos de Engels, significativamente titulada dialéctica de la naturaleza.

El marxismo occidental, a su vez, desde el libro de Karl Korsch: marxismo y filosofia – concedió especial consideración a la cuestión de la relación entre el marxismo y la filosofía. A grandes rasgos, se puede decir que sus representantes buscaron tanto aclarar las paradojas del lema del joven Marx –“es ​​imposible abolir la filosofía sin darse cuenta”– como determinar las características de una “dialéctica materialista”. En este sentido, no desprecian el legado del último Engels, sino que se posicionan radicalmente en su contra, rechazando, cada uno por diferentes motivos, su versión del método dialéctico.

Es posible entonces, retrospectivamente, discernir en los últimos trabajos de Engels, en medio de la maraña de preocupaciones coyunturales y prácticas, un principio organizador: la sistematización de las principales medidas que hicieron posible que el marxismo se constituyera como una tradición teórica y práctica después la muerte de sus fundadores fundadores. Sus textos sirvieron de modelo a procedimientos que, aunque ausentes o secundarios en los libros canónicos del materialismo histórico, cristalizaron -para bien o para mal- en la tradición marxista.

La tarea de actualización del marxismo, renovada con cada generación, tiene así un modelo formal al que, desde hace más de un siglo, poco se le ha agregado. La exigencia, solidificada por una sucesión de teóricos, de que todo autor que pretenda participar de la estirpe marxista, en conexión con un diagnóstico del presente histórico, complemente el legado de Marx a través de una interpretación de su propia obra, no es más que un despliegue de el proyecto de sistematización y expansión del marxismo puesto en práctica en las últimas obras de Engels.

*Ricardo Musse Es profesor del Departamento de Sociología de la USP. Organizador, entre otros libros, de porcelana contemporánea (Auténtico).

Versión modificada del artículo publicado en la revista crítica marxista No. 44.

 

referencia


Federico Engels. Anti-Dühring: la revolución científica según Eugen Dühring. Traducción: Nélio Schneider. São Paulo, Boitempo, 2015, 380 páginas.

 

Notas


[1] HAUPT, Jorge. “Marx y el marxismo”, pág. 374-5. En: HOBSBAWN, Eric J. (org.). historia del marxismo, vol. 2, pág. 347-375. São Paulo, Paz e Terra, 1982.

[2] El nombre corriente en ese momento era “socialismo”. En el prefacio de la edición inglesa de 1888 del Manifiesto del Partido Comunista, Engels explica que el Cartel se llamó así porque en esa época (década de 1840) el socialismo, cuyos principales referentes eran Owen y Fourier, era “un movimiento burgués” (un movimiento de clase media), mientras que el término comunismo designaba la acción del proletariado. A pesar de haber contribuido al descarte de la etiqueta de comunismo, Engels advierte que él y Marx nunca pensaron en repudiarlo.

[3] Engels también tenía la responsabilidad, delegada por el propio Marx, de cuidar (y, principalmente, decidir sobre la oportunidad) de la publicación de los textos constitutivos del materialismo histórico. Este corpus, muy diferente del conocimiento actual, y también de la fortuna crítica que privilegió, en nuestro siglo, ciertas obras de Marx, no dejó de influir, en cierta medida, en la configuración que adquirió el marxismo en el último cuarto del siglo XIX. siglo. Sobre esto cf. HOBSBAWM, Eric. “La Fortuna de las Ediciones de Marx y Engels”, p. 426-7. En: historia del marxismo, vol. 1, pág. 423-443. São Paulo, Paz e Terra, 1982.

[4] El primer paso en esta dirección fue la organización por Engels, a petición de Paul Lafargue, ya en 1880, de una versión condensada del Anti-Duhring reuniendo tres capítulos desestructurados en forma de una crítica puntual a Dühring. La edición francesa, editada también en alemán y posteriormente traducida a varios idiomas, conquistó al mundo con el título de Del socialismo utópico al socialismo científico. Junto a la preocupación por facilitar la lectura a un público que desconocía o no estaba interesado en las ideas de Dühring, existe un esfuerzo, reiterado en escritos posteriores, por presentar el marxismo de una manera directa y no controvertida.

[5] En el Prefacio de 1892 a la edición en inglés de Del socialismo utópico al socialismo científico, Engels señala que no conoce “ninguna otra publicación socialista, incluida la manifiesto Comunista , de 1848 y La capital, de Marx, que tantas veces ha sido traducido. En Alemania se hicieron cuatro ediciones, con una tirada total de unos veinte mil ejemplares”.

[6] Los casi veinte años que transcurrieron entre la muerte de Hegel (1831) y la revolución fallida de 1848 están marcados, en el pensamiento alemán, por la convicción de que vivíamos en un período decisivo de la historia humana, en el que la verdad podía sólo se encuentran y se ponen en práctica en el territorio delimitado por la “existencia material concreta del hombre”. Los principios abstractos del saber filosófico, rechazados en su trascendencia, se transformaron en los fundamentos de la acción emancipatoria, pues en adelante correspondía a los propios hombres “determinar el curso racional de la historia”. La promesa de realización temporal de la razón y de la libertad individual, inscrita en la filosofía hegeliana bajo la égida de una consumación que anunciaba el fin de la filosofía, se convierte entonces en tarea para el futuro. Como posibilidades históricas concretas, distintas modalidades y concepciones de esta “realización” se confrontaron desde un terreno común, la negación de la filosofía.

 

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