por AIRTON PASCHOA*
Dos piezas cortas
Solo causa
Mi criada husmeó en otra vida. Y no lo digo por la forma en que me mira. Sé que he estado alimentando las fantasías de muchos de ellos. Entraron felices y eficientes y, pasa el tiempo, llega el tiempo, una vez negligentes —una especie de ley del trabajo doméstico que rige desde la viudez. Pensé en casarme otra vez, pero me desanimé ante la idea de agravar el problema. La solución fue contratar a una señora. Excelente, por cierto, pero ahora me ha intrigado. Una vez la sorprendí, con el pretexto de limpiarlo, acariciándolo, página por página, el libro a veces abierto, ella que es prácticamente analfabeta, a veces cerrado, su dedo siguiendo las crestas de la tapa que sólo ella podía ver. Cuando abrí los ojos el otro día, la encontré sentada a mi lado, escuchando a Mozart, mientras el café de la bandeja se enfriaba:
– Qué triste…
A decir verdad, errores aparte, perfectamente humano, sigue siendo impecable como nadie. Pero hoy pensé que empezó a ir demasiado lejos. Frente a un Matisse de arcilla, una bella reproducción enmarcada y colgada para su disfrute personal, con los brazos colgando, como si no tuviera el coraje de quitarle el polvo, no hizo el más mínimo gesto al percibir mi presencia. Simplemente resonó en la distancia:
– La misma canción, ¿verdad?
¿Cómo saberlo? ¿Qué prueba el estuche vacío? ¿La abertura de la ventana? ¿Si lo es o no? ¿Hay o no música? ¿Si no viene del viento, del mar, del verano ruidoso de los bañistas? si viene de la terraza o de dentro, de la nuestra? Sí, tal vez lo fue, ¿y qué? pero no fue para ella, no fue para nosotros, no fue para nadie, ¿me oyes? Y por eso se va, ¿me oyes? ¡a pesar de!
Tisania
Ella luchó y luchó y no era cólico, pobrecita, ella era doméstica y católica. Siempre estaba pensando o haciendo todo tipo de cursos, informática, enfermería, maquillaje, peluquería, manicura, lo que fuera que se me presentara. Creo que incluso intentaría hablar inglés. Ninguno de ellos terminó, por supuesto, porque a veces era el dinero y a veces era la cabeza la que no funcionaba. Había estado conmigo durante años, siempre igual, apareciendo de vez en cuando con alguna nueva cursiva; Últimamente, sin embargo, parecía que una nueva furia se apoderaba de ella; Tiraba revistas, periódicos, folletos, prospectos... Sonreía, ya sabes, su madre había sido empleada doméstica, su hermana era empleada doméstica, y su hija, aparte de la lotería, no tendría otra suerte.
Nada había cambiado, era sólo otro credo a la vista, seguía siendo eficaz como siempre, y discreto, consciente de su lugar, una cualidad inestimable, como ya sabéis, y que pagaba lo mejor que podía. Eran buenos días, buenas tardes, cuando paseaba después de la escuela, y buenas noches, cuando se retiraba (o encogía, una impresión que siempre tuve y nunca entendí). ¿Buenas noches? Había empezado a escuchar un cierto ruido... extraño, y por más que escuchaba no lograba descifrar qué era, ¿roce, raspado, papeles? Parecía que, si no te importa, ¿papeles o patas? Nunca más volví a cerrar los ojos ni a escuchar. ¿Hay algún ruido, incluso el crujido de la madera, en la habitación? ¿en el pasillo? ¿roído? y lo tomó con la zapatilla.
Un día muy temprano, animado por la luz, caminé de puntillas y la levanté, arrodillándome al borde de la cama, con las manos entrelazadas, ¿mantis religiosa? No, la mantis religiosa no hace ese ruido, ese horrible gorgojo que comes sin freno y sin que te impidan crecer mientras comes, el gorgojo. Otro día, otra noche, juré, me estrellé contra las paredes, volando a ciegas, a ciegas y bizca, cada vez más superficial, abrí el Ave María con la piel de gallina, ¿aún te acuerdas? – ala, sólo podía ser, inmensa, mortuoria, mortaja, no podía ser papel, ni sábana, cubría la cabeza, crujía, té, té, té, hasta el golpe final en la puerta del dormitorio. Lo tomé y le agradecí, ¿estaba temblando? la taza, ¿te diste cuenta? de té de hierbas.
A la mañana siguiente, después de otra noche clara y oscura como el día, cuando de repente la encontré en lo alto, con los brazos levantados, abiertos, pegados, golpeándose contra el cristal de la ventana, ¿burbujas? ¿huevos? goteando… ti… sâ… nia! Sí, eso era, era ella, era la indicada, Thysania agripina! Lo había leído una vez, lo recordaba ahora, la polilla imposible, un día se rompería, estaba segura, más miedo que certeza, pero lo era, emperatriz, y exigí, sí, sí, exigí, esta obsesión por los cursos solo saqueaba mis ahorros, que no tenía pero podía tener, si no fuera por este infierno, hasta me prometía un aumento, con tal de dormir tranquila y en paz también dejaba mi dolor – tragué saliva. Sonríe, ya sabes, eso fue todo lo que hizo falta. ¡Fuera, Agripina! Grité por dentro y la eché fuera.
*Airton Paschoa es un escritor Autor, entre otros libros, de Pisapapeles(Galaxia electrónica, 2022).[https://amzn.to/3XVdHE9]
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