Maneras de mirar a un buey

Ilustración de Poty para el libro de cuentos “Sagarana”, de João Guimarães Rosa
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por CICERON NARDINI QUERIDO*

Otras perspectivas y nuevos parentescos para preservar la vida y la Tierra

“Tan delicados (más que un arbusto) y corren \ y corren de aquí para allá, siempre olvidando \ algo. Ciertamente, carecen \ no sé qué atributo esencial, aunque parecen nobles \ ya veces serios. Ah, aterradoramente serio, \ incluso siniestro. Pobres, es como si no escucharan \ ni el canto del aire ni los secretos del heno, \ como también parecen no ver lo visible \ y común a cada uno de nosotros, en el espacio. Y están tristes \ y en la estela de la tristeza llegan a la crueldad. \ Toda su expresión vive en sus ojos — y se pierde \ en un simple bajar de pestañas, en una sombra. \ Nada en el pelaje, en los extremos de inconcebible fragilidad, \ y qué poca montaña hay, \ y qué aridez y qué recovecos y qué \ imposibilidad de organizarse en formas tranquilas, \ permanentes y necesarias. Tienen, tal vez, \ cierta gracia melancólica (apenas un minuto) y con eso logran \ perdonar la incómoda agitación y el traslúcido \ vacío interior que los hace tan pobres y necesitados \ emitir sonidos absurdos y agonizantes: deseo, amor, celos \ (¿qué sabemos?), sonidos que se rompen y caen en el campo \ como piedras afligidas y queman la hierba y el agua, \ y es difícil, después de esto, rumiar nuestra verdad” (Carlos Drummond de Andrade, “Un buey ve hombres”, en: claro acertijo)

Maneras de mirar a un buey

Hay varias formas de mirar a un buey. Uno puede mirar al buey como ganado, un animal no nativo que llegó a tierras brasileñas a principios del siglo XVI, junto con los primeros colonizadores, también no nativos, portugueses. Para quienes traían al corpulento ser, el animal jugaba un papel fundamental como fuerza de tracción del incesante movimiento de los ingenios cañeros.

Uno puede mirar a un buey como un instrumento de ocupación. Empujado hacia el interior brasileño, el ganado se apoderó de vastas áreas del territorio, luego destinadas a la ganadería extensiva: el buey como carne. Cinco siglos después, la capacidad de un ser -supuestamente- más racional atribuye al buey todo tipo de usos. En el sitio web de Embrapa (Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria), se lee: “De un buey se puede aprovechar todo, hasta el bramido. Esto suena a broma, pero no lo es; porque el sonido que emite el bovino es efectivamente utilizado en grabaciones musicales de películas y telenovelas, así como para animar fiestas peatonales en todo Brasil”. Buey de tracción, buey de carne, buey de ocupación, buey de piel, buey de fiesta. Un animal muy útil, del que “se aprovecha todo”, y que también podría tomar la posición bien asentada de la cabra y aparecer en el lugar del chivo expiatorio: se le culpa de la deforestación de nuestras tierras y de un agujero en la capa de ozono.

También hay otras formas de mirar a un buey, incluidas algunas, muy radicales, que dan cabida a la reciprocidad. En el poema que abre este ensayo, el poeta de Itabira Carlos Drummond de Andrade hace que el buey nos mire. Buey juez de los cuerpos y de los afectos humanos, que mira nuestra inconcebible fragilidad, nuestra incapacidad para “ver lo que es visible y común a cada uno de nosotros”, y que se compadece de nuestras pobrezas, flagelos que nos llevan a quemar la hierba y el agua.

Hay muchas maneras de mirar el agua. A orillas del medio Río Doce, dentro de la misma preciosa tierra donde nació el poeta de Itabirá y que convencionalmente se llamó Minas Gerais, resiste la villa del pueblo Krenak. Filósofo, líder indígena y lector de Drummond,[i] Ailton Krenak ha sido, desde hace varios años y aún hoy, una de las principales voces del planeta reivindicando otras formas de mirar y ver un buey, el agua, la Tierra que pisamos. En Ideas para posponer el fin del mundo”, Ailton Krenak cuestiona la idea de una humanidad dominante, en un “mundo mercantil”, que excluye y rechaza en las periferias –materiales y simbólicas– todas las demás formas de vida, no humanas y “casi humanas”, que no encajan en la narrativa actual del hombre como “medida de todas las cosas”.

“Esta humanidad que no reconoce que ese río que está en coma es también nuestro abuelo, esa montaña explotada en algún lugar de África o Sudamérica y transformada en otro lugar es también abuelo, abuela, madre, hermano de alguna constelación de seres que quieren seguir compartiendo la vida en esta casa común que llamamos Tierra” (Krenak, 2019, p. 47).

El Watu, nombre con el que los krenak aluden al río Doce, es para este pueblo una persona, no un recurso, dice el filósofo. Por otra parte, “la humanidad que creemos ser” restringe el estatus de persona al alcance de un grupo selecto de cuerpos, mientras que a los demás les queda sólo la condición de cosas, los recursos. No es difícil imaginar las desastrosas consecuencias para la vida de todos los seres, vivos o no; humanos o no, que habitan la tierra cuando despersonalizamos los ríos y cosificamos a nuestros parientes. Son estas ideas fijas y empobrecidas de un paisaje terrestre y de una cierta “humanidad”, las que nos llevaron al Antropoceno, un período marcado por una relación con la otredad que amenaza no solo la existencia de los infrahumanos, sino también de aquellos que disfrutan de las posiciones más privilegiadas en esta violenta jerarquía de cuerpos. Más que nunca, el hombre a quien René Descartes llamó “el señor y poseedor de la naturaleza” ve amenazada su existencia. Urge narrar y soñar otros mundos, para que el fin del mundo –como futuro abierto a múltiples existencias– sea pospuesto.

 

haciendo parientes

Hay quienes, aun partiendo de diferentes repertorios y cosmovisiones, reiteran la necesidad de hacer familiares como forma de frenar la “inmensa destrucción irreversible” que estamos viviendo. En oposición irreverente al llamado Antropoceno, la filósofa feminista Donna Haraway propone pensar –y producir– el Chthuluceno, una nueva forma de relación con las alteridades terrenales, que hace “florecer ricos arreglos multiespecies, que incluyen a las personas”. La centralidad de este desafío, para el pensador, radica en el trabajo colaborativo de hacer parientes, “unir fuerzas para reconstituir refugios” y rescatar refugiados, humanos y no humanos, de la tierra” (Haraway, 2016).

“Mi propósito es hacer que 'parientes' signifique algo diferente, más que entidades unidas por ascendencia o genealogía. El suave movimiento de desfamiliarización puede parecer, por un momento, un error, pero luego (con suerte) siempre aparecerá como correcto. Hacer parientes es hacer personas, no necesariamente como individuos o como seres humanos. En la universidad, me conmovían los juegos de palabras de Shakespeare, parientes e tipo (pariente y gentil en portugués) – los más amables no necesariamente estaban relacionados con la misma familia; hacerse pariente y volverse amable (como categoría, cuidado, pariente sin lazos de nacimiento, pariente paralelo y varios otros ecos) expande la imaginación y puede cambiar la historia” (Haraway, 2016).

Estudiosa de las relaciones multiespecíficas, la filósofa Vinciane Despret también propone el interés por el “extraño” como forma de establecer relaciones más afectivas de alteridad e improvisar nuevas formas –menos violentas– de convivencia con otros seres: “Un amigo mío, Raphaël Larrère, sociólogo de los humanos que cuidan de los animales, propone retomar, del filósofo François Lyotard, una expresión muy hermosa: tenemos que considerar a los animales, dice, como “compañeros extraños”. Imagina que estás jugando al tenis con un desconocido, y que éste empieza, por ejemplo, a intentar sistemáticamente tirar la pelota por debajo de la red. Tendrás dos opciones: salir de la cancha preguntándote quién puso ahí a ese imbécil o, por el contrario, seguir jugando con curiosidad, tratando de entender a qué juego está jugando, por qué juega de esa manera y cómo el juego puede volverse interesante, sorprendente, cuando juegas de esa manera. Lo mismo se puede hacer con los animales. O consideramos, cuando hacen cosas extrañas, que son seres un tanto limitados y decimos que, en realidad, no son humanos; o, por el contrario, nos interesamos por esa extrañeza y buscamos la forma de inteligencia que traduce. Podemos crear vínculos debajo de las redes” (Despret, 2016).

Crear lazos bajo las redes, con extrañas parejas: esta es la estrategia para implosionar el Antropoceno, construyendo nuevos mundos.

 

Hacer parientes no es vivir solo en medio de una pandemia

El contexto específico vivido por las personas mayores que viven en hogares unipersonales hizo de la pandemia de la COVID-19 un desafío de singular importancia, dadas las evidentes consecuencias de instar a las personas que viven solas a permanecer en sus hogares. En ese sentido, el modelo epidemiológico que orientó las políticas de salud implementadas, anclado en el concepto de “grupo de riesgo”, resultó ser –como en otros fenómenos epidémicos de nuestra historia– insuficiente, lo que condujo a la profundización de las desigualdades y al resurgimiento de representaciones simbólicas edadistas.

Atravesado por este dilema, y ​​también por el deseo de pensar en nuevas formas de cuidado de los ancianos – forjadas principalmente a través de la escucha de las narrativas de estos sujetos – me lancé, a principios de 2021, en el curso de mi investigación de maestría, ahora en la curva final. Partiendo del marco teórico de las vulnerabilidades, entendemos que los sujetos, frente a obstáculos en sus formas de hacer la vida, no tienen sus agencias sustraídas en absoluto, sino que dialécticamente producen respuestas creativas y nuevas narrativas, “transformándose con” el mundo y los demás seres que lo habitan (Ayres, 2003). Fue, entonces, principalmente por el potencial (re)creativo de sus dinámicas relacionales y afectivas en un momento histórico crítico, así como por la consecuente fecundidad expresiva de sus narrativas, que nos propusimos al encuentro de la experiencia de estos sujetos en particular.

A lo largo del tiempo que dialogé con estos interlocutores, en sus casas, surgieron de manera significativa las relaciones de parentesco y la alteridad significativa co-constituida entre ancianos y seres no humanos. Las interacciones y dinámicas de cocuidado establecidas con perros, gatos y plantas fueron fundamentales para que los interlocutores, a pesar de su arreglo domiciliario, no atravesaran solos la pandemia.

No es la intención de este ensayo analizar estas narrativas desde el punto de vista teórico de las epistemologías ecológicas, de las cuales algunos conceptos fueron evocados muy sumariamente en los capítulos anteriores. Transcribo, sin embargo, un fragmento – emblemático, hermoso y poderoso – de una de las narraciones que tuve la alegría de presenciar, sacada a la luz por una mujer de 71 años, divorciada, empleada doméstica jubilada y que vive “sola” en las afueras de la ciudad de São Paulo: “Hablo mucho con ellos. Me hacen compañía incluso ahora que puedo salir. Pero tengo mi horario, nuestro horario. Yo y mis gatos. Soy muy apasionada por mis gatos. Demasiado. Ahora tengo tres, el que pasó por aquí no es mío, no. Es de los vecinos y venía a comer aquí. Pero es así: hay gente que tiene un cachorro. Tengo un amigo allí cuya compañía todo el tiempo fue el perro. Y gracias a Dios pasó, ¿no? Cuando la liberaban, mi prima llamaba a mi hija y le preguntaba: “¿Qué vas a hacer con tu mamá?”. Para proteger, ¿no? Ella dijo: “¿Qué voy a hacer? No tengo nada que hacer. ¿Dónde esconderé a mi madre? Tiene que quedarse en su casa”. No hay manera, ¿verdad? Nadie construyó una burbuja para meternos ahí. Tienes que enfrentarlo. Y luego vimos que no eran solo los ancianos los que estaban infectados con COVID. Muchos jóvenes se infectaron. ¿No fue así? Muchas personas. ¡Hasta un niño! Pero al principio solo hablaban de los ancianos. Fue difícil, porque la gente, si veían a los ancianos de lejos, ya tenían miedo. Tenían miedo de quién sabe qué. Pero no se trataba sólo de los ancianos, también de los jóvenes. Los jóvenes también estaban contaminados, ¿no?

Hacer parientes no humanos, jugar con extraños compañeros: formas más creativas y menos solitarias de atravesar lo que amenaza nuestra existencia”.

*Cicerón Nardini Querido Es médico y cursa maestría en Salud Colectiva en la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo (FMUSP).

Referencias


Andrade, CD de (2022). claro acertijo. Editor de discos.

Ayres, JRCM, France Junior, I., Calazans, GJ y Saletti Filho, HC (2003). El concepto de vulnerabilidad y prácticas de salud: nuevas perspectivas y desafíos. Promoción de la salud: conceptos, reflexiones, tendencias, 2, 121 144-.

Despret, V. (2016). ¿Qué dirían los animales si. Cuadernos de lectura, Belo Horizonte: Chão de Feira.

Haraway, D. (2016). Antropoceno, Capitaloceno, Plantationoceno, Chthuluceno: Haciendo Parientes. ClimaCon Cultura Científica, 3 (5), 139-146.

Krenak, A. (2019). Ideas para posponer el fin del mundo. Compañía de Letras.

Nota


[i] Sugiero escuchar el hermoso diálogo entre el profesor José Miguel Wisnik y el líder indígena Ailton Krenak sobre la obra de Drummond, disponible en forma de Podcast por la Compañía de Letras: https://www.blogdacompanhia.com.br/conteudos/visualizar/Radio-Companhia-117-A-poesia-de-Drummond-por-Ailton-Krenak-e-Jose-Miguel-Wisnik9

 

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