Fuego y chispa

Imagen: Gonzalo Mendiola
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por DYLAN RILEY*

Uno de los pequeños placeres dialécticos aún accesibles a las inteligencias no incorporadas es observar, en este momento, cuánto odian los capitalistas al capitalismo, con todas sus leyes inviolables y sus contradicciones.

A lo largo de la década de 2010, Larry Summers insistió repetidamente en que las leyes del progreso tecnológico habían neutralizado el problema de la sobreinversión. Como supuesta inspiración, citó la idea de Hansen de que las empresas estaban agobiadas por enormes inversiones fijas, incapaces de disponer de sus activos y, por lo tanto, a largo plazo, quedarían sumidas en el pantano del estancamiento.

Ahora bien, como decía el cuento de hadas de Larry Summers, los teléfonos inteligentes, las aplicaciones, las llamadas por Zoom y los espacios de oficina alquilados por horas habían cambiado esa ecuación, de modo que un bufete de abogados podía gestionarse desde el sótano de alguien. En esta inversión perfecta y paradójica de la fórmula original de Hansen, el estancamiento secular del período contemporáneo se debió al hecho de que iniciar un negocio era muy fácil y requería muy poco capital. La capital no quedó atrapada; Simplemente se había vuelto innecesario.

¡Oh, cómo unos pocos años hacen la diferencia! Cuando DeepSeek eliminó 600 mil millones de dólares de la capitalización de mercado de Nvidia, envió una señal de que los gigantes de la IA (todos esos centros de datos y chips que habían adquirido a un gran costo) estaban en peligro de perder su valor. Ojalá los señores de Silicon Valley hubieran leído a Albert Aftalion, que comparó el ritmo de la inversión con el de unas personas que apilan leña en el fuego de una habitación fría hasta que, de repente, convierten la habitación en una sauna sofocante. ¿La única solución? Correr hacia las salidas, es decir, reducir sus inversiones y defender el valor de lo que ya tienen.

Pero no, nunca se habían topado con la metáfora francesa, ni la habían entendido o, si la habían entendido, la habían olvidado. Y entonces simplemente recurrieron a la xenofobia. Los chinos, insistieron, no podían ser tan “creativos” como los californianos. Su tecnología era falsa; las pruebas fueron fraudulentas; Habían sido favorecidos por su gobierno, cuya propaganda ayudaron a difundir. (Probablemente esperaban que nadie indagara demasiado en su propia posición comprometida sobre este tema).

Uno de los pequeños placeres dialécticos aún accesibles a las inteligencias no incorporadas es observar, en este momento, cuánto odian los capitalistas al capitalismo, con todas sus leyes inviolables y sus contradicciones. Y así, en otra demostración de la no linealidad de la relevancia, volvemos una vez más al Sr. Uliánov, con su charla sobre las etapas superiores y la transmutación de la lucha económica en una lucha directamente política; Esperamos la chispa, querido camarada, ¡esperamos la chispa!

*dylan riley es profesor de sociología en la Universidad de California, Berkeley. Autor, entre otros libros, de Microversos: observaciones de un presente destrozado (Verso).

Traducción: Julio Tude d´Avila.

Publicado originalmente en el blog. Sidecar, De Nueva revisión a la izquierda.


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