por JALDES MENESES*
El régimen político de la autocracia burguesa y las “teorías del autoritarismo”
Existe en la obra madura de Florestan Fernandes, especialmente en La revolución burguesa en Brasil, una fuerte asociación racional entre el desarrollo capitalista brasileño dependiente y subdesarrollado y la configuración de regímenes políticos autocráticos. Lo que ocurrió en la periferia, contrariamente a la visión defendida por el enfoque clásico de la revolución democrático-burguesa, “es una fuerte disociación pragmática entre desarrollo capitalista y democracia (…) [y] una fuerte asociación racional entre desarrollo capitalista y autocracia. Así, lo que 'es bueno' para intensificar o acelerar el desarrollo capitalista entra en conflicto, en las orientaciones valorativas menos que en los comportamientos concretos de las clases poseedoras y burguesas, con cualquier evolución democrática del orden social” (Fernandes, 1987, p. 292). ).
El proceso de revolución burguesa es, ante todo, un proceso eminentemente político, pero de profundas raíces socio-antropológicas. La “Revolución Burguesa [en Brasil] no constituye un episodio histórico”, es decir, no hubo evento notable, en el sentido de Nelson Werneck Sodré, para quien “todavía no ha ocurrido un gran acontecimiento en la historia de Brasil” (Feijó, 1999). Sin duda fue un “fenómeno estructural”, pero “una revolución social, por más diluida y débil que sea, no se da sin una compleja base psicocultural y política” (Fernandes, 2005, p. 37-38).
La categoría política fundamental de la interpretación del Brasil contemporáneo (es decir, de la transición al capitalismo monopolista, a partir de 1930 y especialmente después de la guerra) aportada por nuestro autor se llama autocracia burguesa y no, por ejemplo, modernización conservadora o capitalismo tardío, expresiones más adecuado a modelos sociales e interpretaciones rígidamente estratoeslavas o económicas (temas ya mencionados). Concluyo, con esto, la importantísima cuestión que coagula el concepto de autocracia burguesa, luego de saturar el concepto de investigación empírica de la realidad, en la elaboración sistemática de una suerte de “fenomenología” social de la dominación civil (por eso, en el la investigación sobre los negros en São Paulo, la observación del racismo estructural y el engaño de la “democracia racial” pueden ser considerados importantes puntos archimédicos de la práctica autocrática), que ejercen plenamente el binomio dominación-consenso en un Estado burgués ampliado, propio del uso corriente, ya veces vulgarizado, del concepto gramsciano de hegemonía.
En Brasil, la instauración de un régimen de autocracia burguesa va más allá de ser un bonapartismo más tout court. Hasta cierto punto plausible, la idea de un largo bonapartismo brasileño (que parece ser eterno) es errónea, el régimen autocrático es una trama que va más allá de suspender y atar en una alianza la riqueza sociopolítica de la lucha de clases brasileña. entre el aparato estatal y el carácter histórico providencial. Para Florestan, la autocracia burguesa es una racionalidad histórica articulada y globalizadora, que se organiza de arriba abajo, y en sentido contrario, de abajo arriba, del polo burgués, saturando todos los surcos y márgenes sociales de una operación defensiva permanente. (el recurso constante a las medidas preventivas contrarrevolucionarias). La autocracia burguesa, de esta manera, siempre está en guardia con una disposición de contrarrevolución preventiva contra la expresividad de las fuerzas populares o jacobinas. En cuanto a la peculiaridad de tan extraño régimen, a Florestan (Fernandes, 1987, p. 365-366) no le pareció creíble –y tenía razón– un giro de la autocracia burguesa brasileña bajo los militares a su apogeo, es decir, al fascismo tradicional. , organizador de masas.
En el último párrafo de su Obra Maestra, así vislumbra nuestro autor las posibilidades de evolución de la dictadura: “en el contexto histórico de relaciones y conflictos de clase que se perfila, tanto el Estado autocrático podrá servir de peón para el advenimiento de un auténtico capitalismo de Estado, stricto sensu, en qué medida la represión sistemática de las presiones y tensiones antiburguesas podría precipitar la ruptura revolucionaria del orden y el estallido del socialismo. En un caso, como en el otro, el modelo autocrático-burgués de transformación capitalista estará condenado a una duración relativamente corta” (Fernandes, 1987, p. 336).
En la perspectiva de 1974, ya estaba bien establecido que la dictadura se deslizó de cualquier bandazo hacia un fascismo tradicional. Aunque el régimen contenía elementos flagrantes de violencia fascista, especialmente en lo que se refiere a la elección de eliminar al “enemigo interno”, la doctrina de la seguridad nacional y la organización de un aparato policial permanente, era alérgico a la organización de masas. Sin embargo, el régimen autocrático-burgués, en la encrucijada del gobierno de Geisel, aun después de llevar a cabo la “transformación capitalista” (es decir, la realización de la RBB), podría buscar la institucionalización a través de la profundización y perpetuación de una nueva modalidad de Estado capitalismo. Al mismo tiempo, Caio Prado Jr. vio la posibilidad de que prevaleciera un “capitalismo burocrático”, que venía a “superar en influencia política a otro sector burgués que (…) bauticé como 'burguesía ortodoxa'” (Prado Jr., 1987, p. 252). Vale la pena señalar que, en su momento, además de Florestan y Caio Prado Jr., a su manera, muchos sectores liberales también vislumbraron este tipo de posibilidades de evolución de la dictadura. Si tantas personas diferentes convergieron en un diagnóstico similar, aunque las terapias recomendadas pueden ser antagónicas, había algo de cierto en la pregunta.
A precios de hoy, se sabe que el socialismo estuvo ausente del encuentro. Pero, ¿cuál es el destino del modelo autocrático-burgués de transformación capitalista? ¿Fue de corta duración? ¿Se superó en la constituyente? En su momento, ¿era la consolidación de la RBB, bajo la forma de un capitalismo de Estado más suave que la dictadura abierta, una alternativa con proyección factible? Por si se trataba de un intento del núcleo duro geiselista, la paranoia de la burguesía brasileña pronto puso fin a la broma y cantó en ajedrez el jaque mate de su veto de clase. Ciertamente, la burguesía ciertamente sancionó la propuesta de una transición controlada, pero siempre y cuando resultara en un régimen liberal en las instituciones y la economía política. Trabajó mucho para sacar del escenario, como escribió José Luís Fiori, “los sueños de Prusia” (Fiori, 1995, p. 57).
El encaminamiento del veto burgués operó de dos formas: la visible erosión de la base político-empresarial del gobierno y el estímulo de la crítica por parte de sectores intelectuales liberales, muchos de los cuales eran recién llegados, provenientes de la oposición política ubicada en la izquierda. Aquí se pueden ubicar las protoformas del neoliberalismo brasileño.
Examinar la cuestión del veto burgués al proyecto de liderazgo geiseísta es uno de los enigmas repetidos de la historia brasileña contemporánea (en diferentes circunstancias fácticas, en este caso de un régimen liberal democrático de legalidad, ese veto se repitió recientemente en el juicio político golpista de Dilma Rousseff ). Nos permite situar nuestra modalidad de regeneración del modelo autocrático-burgués, emprendido por una burguesía dependiente, porque este proceso volvió suficientemente traslúcido la lección que no acarició -o a lo sumo acarició a una parte residual de la clase- sueños independentistas y espejismos autonomistas. Vale recalcar que el momento era propicio, pues aquí la economía completaba internamente el circuito de la segunda revolución industrial, se admiraba internacionalmente la capacidad de planificación del Estado y de las universidades, época en la que coreanos y chinos, estos últimos comenzaban a experimentar el proceso de las “cuatro modernizaciones” (industria, agricultura, ciencia y tecnología y seguridad) y superando el período de la revolución cultural, vinieron con la misión de comprender las soluciones perspicaces de la planificación y la economía política brasileñas. Allí se inició un experimento de capitalismo (Corea) y socialismo de Estado (China), que aquí no encontró bases sociales.
En otra clave, el mismo veto burgués permitió esclarecer la naturaleza y la dinámica del Estado desarrollista-conservador brasileño de la época: aunque fue el motor del proceso industrializador, este Estado (aún durante el período en que el imperaba la autocracia burguesa) estuvo siempre atado a los límites impuestos por su pacto fundacional, que mantenía la estructura de poder agrario y el protagonismo tecnológico y financiero del capital extranjero. El Estado brasileño ciertamente tiene como líder a la burguesía autóctona. Le correspondió, por las condiciones geopolíticas de la guerra fría y la división internacional del trabajo, liderar un proceso de desarrollo, pero sin voluntarismo demiúrgico.
Astuto táctico, FHC fue muy perspicaz en el estudio que dedicó al comportamiento empresarial, Emprendedor industrial y desarrollo económico en Brasil(1972). Observó que los empresarios siempre están pendientes de las posibilidades de una ocupación corporativa del Estado (participación en consejos, ministerios de economía, Banco Central, institutos, etc.). La ocupación no debe confundirse, a priori, con la adhesión o compromiso de clase pleno (en sí mismo) al proyecto político del actual gobierno (mucho menos si el gobierno, por moderado que sea, es de izquierda). En coyunturas de crecimiento económico, fracciones de la burguesía pueden incluso apoyar condicionalmente a un gobierno de izquierda. Pero pronto introducirá su veto, inequívoco o mayoritario, si sobreviene una crisis cíclica, señal de cualquier leve inflexión de capitalismo de Estado o socialismo, o en plena tempestad de combinar ambos. [i]
El impasse del modelo autocrático-burgués de transformación capitalista, obviamente, abrió un evidente período de crisis para la dictadura. En los procesos de crisis, el problema de cambiar o recomponer el bloque de poder adquiere una importancia fundamental. Y, en el seno mismo de estos procesos, asume un papel decisivo el problema de las ideas en disputa, provenientes de intelectuales orgánicos de diferentes clases o incluso de intelectuales tradicionales.
Representar el fin de la dictadura, desde la categoría de autoritarismo, pasó a ser un sentido común ilustrado de la corriente principal de Sociología y Ciencias Políticas, hasta hoy, incluso para definir el gobierno neofascista de Bolsonaro. En sus andanzas por Estados Unidos, Canadá y Europa, Florestan se escandalizó con las tinturas embellecedoras de la dictadura brasileña, exhaladas por la ciencia política institucionalista – “la mayoría de las sociedades norteamericanas, canadienses, europeas estaban muy encantadas con la dictadura, porque aparentemente mantuvo la democracia con elecciones, parlamento en funcionamiento, etc., y se unió a los civiles 'más responsables' en la defensa del orden y la expansión del capitalismo en Brasil” (Fernandes, 1991, p. 11). Así, puede verse el trasfondo político-ideológico apaciguador de la teoría. Según esta interpretación, en términos generales, la dictadura no era una dictadura, sino un “régimen autoritario” con “raíces” profundas en la patria. tal interpretación, en cuanto a la elaboración de la estrategia política, implicó fijar de antemano los límites de ir más allá del período militar del proceso que se conoció como transición democrática (1974-1988). Es permisible conquistar el régimen político liberal, pero sin tocar las arqueologías del aparato burocrático, militar, judicial y mediático.
La reconstrucción del poder político posterior a la dictadura, informada por una concepción liberal, solo podía ser degradada. Todo se redujo a la retirada organizada de los uniformes de los aparatos de la burocracia civil y la entrega “incruenta” del poder político-institucional. Con eso, Brasil se convirtió, si cabe una definición, en una democracia liberal de un país dependiente. En cuanto a la relajación del poder económico del Estado, la perspectiva de los heraldos de la teoría del autoritarismo propugnaba una Reforma del Estado cuyo desiderátum era el traspaso de las actividades económicas y los servicios públicos al sector privado. En esta articulación teórica interna de la teoría del autoritarismo, la crítica a la burguesía estatal es una pieza ideológica importante en la realización del diagnóstico y en la interpelación política a la acción.
Florestan sometió la teoría del autoritarismo a una crítica visceral en sus cursos en la PUC-SP en 1979. Sus notas de clase sirvieron para escribir el importantísimo libro Apuntes sobre la “teoría del autoritarismo” (Fernandes, 1979). El origen del concepto de autoritarismo en la actualidad proviene de las formulaciones del sociólogo español Juan Linz (1980) sobre los procesos de “transición y consolidación de la democracia”, especialmente en los países de América Latina y el sur de Europa (Linz, 1980; Linz, 2015; Linz & Stepan, 1999). Florestan es tan afilado como un cuchillo de cabra. Para él, “el concepto de autoritarismo es un concepto lógicamente ambiguo y plurivocal (Max Weber lo llamaría 'amorfo'). En el peor de los casos es una especie de perversión lógica, ya que está ligada al ataque liberal a los 'abusos de poder' del Estado ya la crítica neokantiana a la 'exorbitancia de la autoridad'”. A continuación, Florestan revela el secreto a voces del concepto de autoritarismo, que llamamos la atención del lector. Por la importancia de lo que se dirá: “no se trata de desenmascarar el Estado burgués, sino de denunciar su más completa versión tiránica” (Fernandes, 1979, p. 3).
En 1975, FHC publicó el libro Autoritarismo y democratización (1975). Entre otras ideas, se hace una crítica a la burguesía estatal, abanderada del virus autoritario, así como un esbozo de estrategia de salida de la dictadura en crisis. Escribe: “con la burguesía local mermada de su fuerza acumuladora y la burguesía internacionalizada perjudicada por la crisis mundial, la nueva respuesta apologética encuentra resortes para el impulso desarrollista en la Empresa Estatal y la Tecnología Autóctona”, por lo que el problema político planteado era poner al descubierto “ las fuerzas sociales que subyacen al estilo de desarrollo al que nos enfrentamos ahora y aquellas que podrían brindarle alternativas. En este sentido, y con las limitaciones conceptuales que siempre se dan cuando se trata de caracterizar procesos emergentes, tuve que emplear a regañadientes adjetivos variables y poco claros: desarrollo dependiente-asociado; burguesía estatal; régimen autoritario, democratización sustantiva, etc.” (Cardoso, 1974, p. 15).
El concepto y la interpelación política no sirvieron a los objetivos de una oposición popular autónoma, que pretendía romper la dependencia imperialista y lograr una democracia sustantiva: al criminalizar a la burguesía de Estado por los males de la dictadura de tipo autocrático-burgués, frente a la burguesía internacional y brasileña como responsable de los hechos perpetrados. Para Cardoso, en una verdadera limpieza del escenario del crimen, el modelo de autocracia burguesa era de interés exclusivo de la fracción de clase que él llamaba burguesía de Estado.
Así escribió FHC, despenalizando la presencia de la burguesía internacional en el bloque histórico de la dictadura: “Creo que regímenes de este tipo [autoritarios], sociedades dependientes, encuentran su razón de ser menos en los intereses políticos de las corporaciones internacionales (que prefieren formas de control estatal más permeables a sus intereses privados) que en los intereses sociales y políticos de los niveles burocráticos que controlan el estado (civil y militar) y que están cada vez más organizados en el sentido de control del sector estatal del aparato productivo. Algunos sectores empresariales locales están aliados a este eje, pero de manera cola” (Cardoso, 1975, p. 40).
En franca oposición al proyecto Geisel, y dentro del mismo razonamiento, escribe el mismo autor, “¿no sería esta 'burguesía de Estado' una capa social capaz de alentar esperanzas, ahora sí, de un estatismo expansionista? ¿Qué oportunidades reales (debido a la dependencia estructural básica de la economía) tendrá tal grupo para ganar la hegemonía en el bloque de poder y, independientemente de la forma de reorganización de los mercados y el orden político que pueda interesar a la burguesía internacionalizada, para imponer una visión de Estado capaz de conducir a la expansión de las esferas de influencia política y económica? ¿Será que la verdadera base social del autoritarismo actual descansa sobre esta 'burguesía de Estado' y sobre los ejes de poder (civil y militar) que se forman junto a ella? (Cardoso, 1975, p. 41).
A partir de la digresión sobre la posible posibilidad de un giro prusiano en el modelo autocrático-burgués, se lanza una propuesta estratégica con un frente amplio de todos los sectores burgueses, clases medias y populares, apuntando al aislamiento de la burguesía estatal -que fue solo un espejismo en el horizonte, que ni siquiera existía orgánicamente de hecho -, basado en la reorganización del Estado sobre bases liberales. Lo cual, por cierto, terminó sucediendo.
Un aspecto curioso del concepto de burguesía estatal es que, aunque central en la articulación interna de la gestión teórico-política-estratégica de FHC, es, como él mismo reconoce, un concepto vago. La lasitud del concepto es evidente, por ejemplo, en el siguiente pasaje del libro de FHC: “(…) Intento demostrar (aunque con la salvedad de que no tengo investigaciones concluyentes) que una capa de directivos de empresas es la formación que no lo hace es burocrática en sentido estricto. Es decir, cuyos ámbitos de decisión rebasan el marco interno de la empresa y cuya política (y esto es determinante) puede permitir el surgimiento de la solidaridad grupal y derivar de una ideología (expansionismo estatal) que define objetivos relativamente autónomos para este sector de clase ( ...) Quiero subrayar, en consecuencia, que en el conjunto de intereses 'burgueses' -es decir, capitalistas- se formó un sector de clase que comenzó a disputarse la hegemonía en el bloque de poder formado por las clases dominantes” (Cardoso, 1979). , págs. 17-18).
En el caso del concepto de burguesía estatal, como señala Carlos Nelson Coutinho (1984), su problema central con este concepto reside en la falta de comprensión que exuda sobre las transformaciones del Estado en el capitalismo tardío, es decir, sobre la coordinación papel que juega el Estado en los procesos de reproducción del capital y de la fuerza de trabajo y en la distribución de los márgenes de ganancia a los diferentes sectores de la economía, monopólicos y no monopólicos. El autor señala que el papel del Estado en la reproducción del capital en la era del capitalismo monopolista de Estado “no debe ser visto como una simple manifestación o resultado de un proyecto teleológico de la burocracia estatal o de ciertas fracciones de la burguesía (digamos : de una supuesta 'burguesía de Estado'). Es un proceso objetivamente determinado por el grado de madurez y por las contradicciones específicas del desarrollo capitalista en Brasil. Esto significa que el papel decisivo del Estado en la reproducción del capital social global seguirá ocurriendo en nuestro país, independientemente de los lamentos (más o menos oportunistas) de algunos sectores económicos anacrónicos o temporalmente insatisfechos” (Coutinho, 1984, p. .173-174).
Se hizo muy famosa una frase resumida de FHC, “Brasil no es un país subdesarrollado, sino injusto”. Se recuerda en un célebre artículo de Francisco Weffort (1994), publicado en Folha de S. Pablo el día de la elección presidencial brasileña de 1994 (4/10/1994), que coronó victoriosa a la FHC. Es un antagonismo falso, pero útil para sancionar la vigencia de una democracia liberal bajo la vigencia encapuchada de una autocracia burguesa y para ofuscar los fundamentos de injusticia y desigualdad intrínsecos a la formación socioeconómica brasileña.
En ese momento, Florestan se destacó en ese momento por ser una voz sana y disonante del coro feliz. Basta releer sus escritos sobre la transición democrática, especialmente los procesos de la Nueva República y la Asamblea Constituyente, en los que participó. Nunca dejó de hacer una crítica sistemática de la “miseria” brasileña (en los términos en que Marx glosó la vida alemana “miserable”, es decir, limitada).
De todos modos, ¿qué democracia? Cuestionando la cuestión democrática de la transición brasileña (el ángulo desde el cual se puede ver la cuestión de la sociedad civil/democracia sustantiva), Florestan escribió: “quienes simplifican el problema de la democracia y lo colocan ilusoriamente como una 'exigencia de la sociedad civil' se asombrarían si pudieran ver claramente qué tipo de democracia quisieran instaurar los sectores estratégicos de las clases dominantes, nacionales y extranjeras, a través de la supremacía burguesa (es decir, a través de su capacidad de dominación de clase dentro de la sociedad civil) y cuál es la relación de este tipo de democracia con la dictadura existente. La dictadura dejó de ser una prioridad para estos sectores, pero no perdió el carácter de una necesidad ineludible, a la vez económica, social y política. Lo ideal, para ellos, sería que se mantenga, se renueve y crezca, para generar una democracia de participación ampliada estable, esterilizada y controlada por la cúpula de las clases dominantes (es decir, por sus élites en el poder) . Por tanto, para tales sectores, el mejor de los mundos posibles pasa por la dictadura, pero según una lógica burguesa del capitalismo dependiente internacionalizado: al destruirse a sí misma, la dictadura daría a luz no a su reverso o a su contrario, sino a una forma política en el que la autocracia burguesa era institucionalmente compatible con la representación política, el régimen de partidos y la rutina electoral. Como en el pasado (…) habría una fijación dictatorial activa permanente, operando dentro y a través del Estado burgués, mediante la cual las élites gobernantes tendrían recursos suficientes para prevenir la inestabilidad del orden y las convulsiones políticas” (Fernandes, 1982, p. 99). ). Con esta cita cierro el artículo con la intención de homenajear a un gran intelectual y hombre público.
*Jaldés Meneses Es profesor del Departamento de Historia y del Programa de Posgrado en Trabajo Social de la UFPB.
Referencias
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FIORI, José Luis. En busca de la disidencia perdida. Ensayos sobre la celebrada crisis del Estado. Río de Janeiro: Insight, 1995.
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Nota
[i]Pasan gobiernos y regímenes; la burguesía permanece. En los gobiernos de Lula y Dilma, por ejemplo, la presencia de grandes empresarios industriales o agroindustriales en los ministerios, de hecho, significó este representación corporativa.