por FRANCISCO DE OLIVEIRA BARROS JUNIOR*
El cine presenta una mirada sintética y simbólica del golpe de Estado de 2016 hasta nuestros días
Al escuchar la banda sonora de la película AQUARIUS (2016), dirigida por Kleber Mendonça Filho, recuerdo el momento político brasileño en el que se estrenó la película. El año 2016, en el fervor del golpe de Estado que sacó a Dilma Rousseff de la Presidencia de la República de Brasil. Para los indignados por el marco montado para sacarla del gobierno, en nombre de la sagrada familia y del Cristo construido por los dominadores, ver ACUARIO, en esa coyuntura, significaba proyectar nuestro descontento con las orientaciones que se le estaban dando a la opinión pública. administración en la pantalla brasileño. La decepción con una parte considerable de nuestros representantes en la Cámara de Diputados y Senado Federal. Las sesiones que votaron por la salida de Dilma fueron deplorables, vergonzosas. La calidad precaria de la mayoría de los políticos brasileños quedó al descubierto en tristes espectáculos. Un espectáculo de mentiras e hipocresía. Estafadores usando el nombre del opiáceo, enajenando e ideologizando a Dios al servicio de la dominación. Ver las imágenes de hombres y mujeres, en farsas discursivas, frente a los micrófonos encendidos para la audiencia del público brasileño, fue un hecho histórico muy triste, que marcó una sociedad desilusionada. ACUARIO, en mi recepción, representó la indignación de los inconformes con los marcos de los golpistas de ese momento histórico. La reacción del público a las sesiones a las que asistí demuestra mi posición. Las polillas destructoras de nuestro Brasil fueron representadas en algunos personajes de ACUARIO. Los gritos de “Fora Temer” resonaron en las salas de exhibición. Son los impactos subjetivos de las obras de artistas atentos a los signos de los tiempos en que viven.
Estamos en el año covid de 2021 y cosechando las consecuencias de las actuaciones golpistas de ese año. Recurriendo al uso de metáforas, las plagas se empoderan. El covid y los daños promovidos por el gobierno de Bolsonaro. Estamos recogiendo los amargos frutos de la mala hierba sembrada en 2016. Otro striptease de una casa sin cimientos llamada Brasil. La plaga del coronavirus es la punta de un iceberg. Cuando ahondamos en las profundidades de nuestro estado de bienestar, nos encontramos con la precariedad. El neoliberalismo en la agenda de una gestión gubernamental dominada por el mercado deificado. Desempleo y hambre en el caso de la policía nacional de Belindia. El Brasil de los ufanistas que cantaban “este es un país que va para adelante”, media imágenes de ollas vacías. Estos sirven como un ritmo para un "Bolsonaro Out". Palabras introductorias provocadas por otra sesión de cine. En la pantalla, los artistas pensantes dirigen sus provocaciones fílmicas. Hago estas reflexiones ancladas en el texto fílmico ALVORADA (2021), dirigido por Anna Muylaert y Lô Politi. Una vez más, una obra cinematográfica regresa al 2016 para registrar imágenes históricas de los momentos dramáticos y tensos que significó el fin del mandato de la presidenta Dilma. En las estancias palaciegas, la cámara deambula por los predios de un lugar lleno de desasosiego ante el entramado político de incertidumbres e inestabilidades. Dilma, en la casa palaciega, en un contexto amenazado por un amanecer no solar. El resultado final del drama, subjetivado por la mujer maltratada y traicionada, ya lo conocemos. Y hoy asistimos al espectáculo de retrocesos, desmantelamiento e irresponsabilidad cosechados por el “golpe de estado” orquestado por la “élite de rapiña social”. “De la esclavitud a Bolsonaro”, los representantes de élite del “atraso” abarrotan la “estación Brasil”. En palabras de Jessé Souza, los elitistas ricos promueven sus pactos violentos y antipopulares. Es el imperio de la “esfera pública colonizada por el dinero” y la consiguiente “creación de la chusma de nuevos esclavos como continuación de la esclavitud en el Brasil moderno”.
Volviendo a la luz artística de ALVORADA, comienza con el falso discurso moralista de Jair Bolsonaro en la justificación de su “sí”. La imagen de la hipocresía encarnada también se puede ver en el documento fílmico O PROCESSO (2018), de Maria Augusta Ramos. Bolsonaro, al exponer su voto, representó la presa y la santurronería de políticos sepulcrales blanqueados y heraldos de ideologías enmascaradoras. “Moralismo patrimonialista” en el país que tuvo como cuna la esclavitud. En nombre de la divinidad de los opresores, exhibió su tormentoso discurso: “Por la familia y por la inocencia de los niños en el aula, que el PT nunca tuvo. Por la memoria del Col. Carlos Alberto Brilhante Ustra, el terror de Dilma Rousseff. ¡Por el Ejército de Caxias, por nuestras Fuerzas Armadas, por un Brasil ante todo y por Dios ante todo, mi voto es “sí”! Y el hablante de tales palabras llegó a la Presidencia de la República Federativa de Brasil. La dureza toma el relevo y reafirma que vivimos en el país de la delicadeza perdida. En el escenario, representantes de las “razones irracionales del fascismo” ocupan el palaciego Alvorada. Un amanecer que dista mucho de ser solar, distinto del resplandeciente “Amanecer” que poetiza el cerro de Cartola. Y en 2021, estamos viendo las barbaridades de una gestión desconcertada y mortal. Vivimos tiempos duros, rudos, poco delicados. Escuchando la banda sonora de ALVORADA, escucho las gemas de Heitor Villa-Lobos, un nombre de una capital brasileña, grave y profundo. Distante de la pequeñez de su actual regencia. En uno de los momentos finales de ALVORADA, la imagen de un ave rapaz aparece en el interior de uno de los compartimentos del Palácio da Alvorada. ¿Un buitre? ¿Un buitre? Lo que destaca es el significado simbólico expresivo de la pintura proyectada. En el mundo de la necropolítica, un animal carroñero aparece en la pantalla, dentro de un espacio donde se ejerce el poder administrativo brasileño. Una visión sintética y simbólica filmada por los ojos sensibles de cineastas pensantes. Una hazaña lograda por la singularidad de las lentes cinematográficas. Los artistas piensan en Brasil con sus propios idiomas. Las imágenes fílmicas son textos de exhibición. La primera motivación para escribir sobre ALVORADA fue escuchar su banda sonora. Se destacan las Perlas de Heitor Villa-Lobos. Sinfonías, cantos y sambas clásicas de un fino bizcocho brasileño, talentoso, con buenos ruiditos. El país de Machado de Assis y Guimarães Rosa, citado en discursos de Dilma Rousseff a lo largo del documental. Es al son de “Valsa da Dor”, de Heitor Villa-Lobos, que siento más dolor cuando miro la cancha del triste espectáculo que mostrará Brasil en 2021. ¿Con quién estamos comprometidos? Patria no amada, caso policial. ¿A quién había matado Marielle? Sufro, pero disfruto de las llamas artísticas.
¡Fora Bolsonaro!
*Francisco de Oliveira Barros Júnior es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Federal de Piauí (UFPI).