Feminicidio y ciudadanía

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por PATRICIA VALIM*

Artículo del libro recién publicado “Historia, partidos políticos y feminismo”

La fecha del 15 de enero de 2019 seguramente pasará a la historia de Brasil como una gran derrota de la civilización contra la barbarie. Ese día, el presidente Jair Messias Bolsonaro firmó un Decreto, sin la aprobación del Congreso, que permitía la tenencia de hasta cuatro armas por ciudadano sin tener que explicar los motivos por los cuales es necesaria un arma de fuego. Reduce la edad mínima para adquirir armas de 25 a 21 años, extiende la portación de armas a autoridades políticas y personas que respondan a procesos penales y/o que sean condenadas por delito culposo.

El mismo Decreto crea el Estatuto de Control de Armas de Fuego y modifica sustancialmente el Estatuto de Desarme. En la práctica, la sociedad brasileña es libre de usar un arma de fuego con el aval del 40% de la población votante, los tribunales y el STF, con todo. No es de extrañar, el mismo día la revista Mirar transmitido en Internet: “Alrededor de las 12:5,18 horas, las acciones preferentes del fabricante de armamento Taurus se apreciaron un 8,73%, a 4,49 reales. Las acciones ordinarias, que tienen menos liquidez, subieron un 9,30% a 2019 reales. […] Las (acciones) preferidas representaron una ganancia del 104,94% en 85,8 y las ordinarias del XNUMX%”.

Una cosa no podemos negar de los primeros días del gobierno de Jair Messias Bolsonaro: a pesar de innumerables tropiezos y varios descalabros, se cumplió su principal promesa de campaña y se saldó la primera factura con sus partidarios.

Según el filósofo Jean Paul Sartre –aún no descubierto por la intelectualidad bolsonarista– “el infierno son los otros”. El mismo día 15 de enero de 2019, Alighiery de Oliveira, de 25 años, ingresó a un centro comercial en el área metropolitana de Fortaleza con un arma de fuego y mató a su ex pareja, Lidyanne Gomes da Silva, de 22 años, de tres tiros a quemarropa. . . Oliveira luego se suicidó. Esa misma noche, según el Diario de Pernambuco, dos mujeres también fueron asesinadas en la Región Metropolitana de Recife. La peluquera Mariana Roberta da Silva, de 23 años, fue asesinada a puñaladas frente a sus hijas de 2 y 6 años por su pareja. La otra víctima de la violencia es Simone Maria da Conceição, de 39 años, una vecina de la calle que fue asesinada a golpes después de salir con un niño.

Estas tres tragedias reportadas en un solo día demuestran que las mujeres pueden ser las mayores víctimas de esta barbarie legitimada por el decreto. Si seguimos los datos de feminicidios en el país -un crimen contra las mujeres por ser mujeres- desde 2015, cuando se creó la Ley Maria da Penha, se constató que Brasil es el 5º país que más mata mujeres en el mundo. La mayoría de estos feminicidios ocurrieron con arma de fuego, dentro del domicilio y cometidos por exparejas, parejas y familiares de las víctimas (DataSUS/BBC Monitoring/ Instituto Patrícia Galvão).

Si articulamos el proyecto de armar al “buen ciudadano” con la creciente curva de delitos de feminicidio en Brasil, y el veto del gobernador de São Paulo, João Dória Jr., al funcionamiento de las Comisarías de la Mujer por 24 horas, tenemos una realidad trágica y la posibilidad de un futuro aún peor. Alrededor del 40% de los votantes de la población brasileña que eligió a Bolsonaro y Dória están a favor de portar un arma, asumir el riesgo de la muerte de otra persona y no les molestan las altísimas tasas de feminicidio en el país. ¿Cómo entender y explicar la naturalización del feminicidio y la violencia en general?

Colonización, esclavitud y patriarcado

Los historiadores que analizan las dinámicas y estructuras de las relaciones de dominación colonial han demostrado que la ocupación y conquista de América generó posibilidades de expansión de recursos económicos, sociales, políticos y simbólicos. Los dominios de ultramar, especialmente el territorio de Brasil, representaban para los conquistadores que aquí llegaban la posibilidad de convertirse en “nobles de la tierra”, a través de la esclavitud y la detención de monopolios, ejerciendo el mando sobre otros hombres y mujeres.

La base legal de la autoridad del hombre sobre la mujer se remonta a las Ordenanzas filipinas, un código legal de la primera modernidad que regulaba la vida en sociedad en Portugal y sus dominios de ultramar, y aseguraba al marido el derecho de matar a su mujer. En caso de que cometiera el delito de adulterio o sospechara traición a la patria por rumor.

En Bahía, a fines del siglo XVIII, tenemos el caso de Ana Romana Lopes, una mujer hermosa, morena y libre (esclava liberada), que vivía de la venta de alimentos en un puesto del centro de la ciudad. En 1799, Ana Romana proporcionó uno de los principales testimonios sobre el carácter de João de Deus do Nascimento, uno de los acusados ​​ahorcados y descuartizados en la Praça da Piedade, en Salvador, por el delito de lesa majestad – conspiración contra la Reina de Portugal en un movimiento político conocido hasta el día de hoy como Conjuração Baiana de 1798. Consta en autos que Ana Romana Lopes vivió una pasión recíproca, tórrida y pública con João de Deus do Nascimento, sastre, moreno y forro, casado con Luiza Francisca de Araújo. Sin embargo, días antes de que João de Deus fuera detenido por el intento de alzamiento armado, Ana Romana terminó su novela afirmando que se había enamorado de otro hombre, el poderoso y rico Secretario de Estado y Gobierno de Brasil. Desconcertado por el final de la novela, João de Deus propinó una paliza pública a Ana Romana, dejándola marcada para cualquiera que quisiera verla, episodio que ayudó en los argumentos de los jueces de la Corte de Apelaciones de Bahía para la condena de João de Deus hasta la última frase.

Tras el ahorcamiento de los cuatro imputados en el cadalso público de la Praça da Piedade, en Salvador, no se tiene noticia del paradero de Ana Romana Lopes. Sin embargo, no parece descabellado suponer que fue condenada dos veces a la desgracia pública. La primera con la paliza pública que recibió de su amante, quien se indignó de que su “honor” se viera empañado por el rumor de la traición, pues no hay constancia del romance con dicha secretaria.

La segunda condena reside en la hipótesis de que ella corrió la suerte de tantas otras mujeres que, como ella, intentaron hacer valer sus demandas desde los pequeños resquicios de esa sociedad altamente jerarquizada. En su testimonio, Ana Romana se mostró profundamente indignada por la golpiza que recibió de João de Deus por el rumor sobre su pasión por otro hombre y quiso hacer valer su condición de mujer libre poniendo fin a su romance con el imputado. Sin embargo, a pesar de que su testimonio sirvió a las autoridades judiciales para condenar a João de Deus, junto a otros tres imputados, a la horca y al descuartizamiento de los cuerpos, todo apunta a que Ana Romana fue llevada a uno de los diversos conventos de la terceras órdenes que recibían mujeres libres, pobres y morenas, manteniéndolas efectivamente enclaustradas, donde morían solas y aisladas de la sociedad colonial.

En la misma Praça da Piedade, en Salvador, en 1847, el profesor José Estanislau da Silva Lisboa, de 28 años, nieto del riquísimo comerciante y traficante de esclavos José da Silva Lisboa, descontrolado y furioso porque Júlia Fetal, de 20 años ella había terminado el noviazgo porque se había enamorado de otro hombre, él la mató de un tiro directo en el pecho. El juicio en el foro de Salvador duró meses y movilizó a sectores de la élite local en fervorosos debates en torno a la “legítima defensa” del asesino. La tesis de la acusación fue sobre la legitimidad del crimen: la condena de João Estanislau residía en que no tenía derecho a matar a Júlia Fetal, ya que no estaban casados ​​y, por lo tanto, no había delito de adulterio con la terminación del noviazgo.

La tesis de la defensa pedía la absolución de João Estanislau porque había sido humillado socialmente cuando fue abandonado por su novia, por lo que estaba loco en el momento del crimen. João Estanislau confesó el crimen, rechazó la tesis de locura, rechazó el indulto imperial que pretendía concederle don Pedro II y cumplió 14 años de prisión, un período de encarcelamiento durante el cual la élite enviaba a sus hijos a prisión para que recibieran lecciones. con el delincuente confeso.

La tesis de la “legítima defensa del honor” tuvo una larga vida en Brasil. Desde mediados del siglo XIX hasta alrededor de 19, varios casos de feminicidio llevados a un jurado durante este período absolvieron a los asesinos debido, sobre todo, al clamor de la sociedad, que mató a su víctima dos veces. En el caso de Ângela Diniz, por ejemplo, quien fue cobardemente asesinada de cuatro tiros a quemarropa en la calle Doca, no faltaron los informes de personas que condenaron moralmente la conducta de la víctima, cuyo delito fue ser un “ mujer fatal” como la define la defensa del asesino: bella, económicamente independiente y sexualmente activa -, corroborando el argumento de la “legítima defensa del honor” del varón humillado, que hoy, incluso con la Ley Maria da Penha, encuentra formas más sutiles de expresión.

Feminicidio y ciudadanía

Es cierto que desde ese pasado remoto hasta hoy, la sociedad civil organizada ha luchado y logrado mucho. Sin embargo, los casos citados de mujeres brutalmente asesinadas porque decidieron poner fin a la relación o porque hicieron valer sus derechos como mujeres, sugieren que la violencia y la desigualdad aún son proyectos y la conquista de la ciudadanía en Brasil es un proceso transitorio, con flujos y reflujos.

En un artículo titulado “Marcas de lápiz labial”, publicado en 2010, Frei Betto hace algunas preguntas: ¿Por qué un hombre necesita matar, violar o agredir a una mujer que lo rechaza? ¿No sería suficiente separarse de ella y conseguir otra? ¿Por qué tantos hombres aparentemente normales y pacíficos reaccionan con brutalidad y rencor cuando son menospreciados o simplemente reemplazados? ¿Por qué este tipo de delitos es aceptado, aunque sea tácitamente, por la sociedad durante mucho tiempo?

Frei Betto afirma que en el comportamiento del criminal pasional -no sólo del que comete el asesinato- hay una causa exógena, una presión social para que no acepte la autodeterminación de la mujer. Además del hecho de haber sido menospreciado o llamado a la responsabilidad legal, el apasionado se preocupa por demostrar a sus amigos y familiares que todavía está a cargo de su relación amorosa y que castigó severamente a quien se atrevió a desafiarlo. “Es la cara deplorable del machismo”. Por ello, el sujeto comete el delito en presencia de testigos y, posteriormente, confiesa la autoría del delito de manera tajante y detallada. Para él, practicar el “conteo” y no demostrarlo públicamente no sirve de nada.

Según el autor, nuestro Código Penal no define qué es un “crimen pasional”, ni prevé expresamente este tipo. La doctrina es que así se denomina la conducta de un hombre que mata y ataca a una mujer bajo sospecha de infidelidad o por cualquier otro motivo. Es importante mostrar que el homicidio pasional, por regla general, es calificado y no privilegiado. Calificado por causa vil (venganza), por empleo de recurso que dificulte o impida la defensa de la víctima (sorpresa y bochorno público), por empleo de medios crueles (encierro, varios disparos o puñaladas en el rostro , abdomen, ingle).

No es privilegiado porque, en la gran mayoría de los casos, el agente no está bajo el control de la emoción violenta justo después de la supuesta provocación de la víctima. El sujeto puede estar sintiendo una fuerte emoción en el momento del crimen, pero es una emoción que se ha ido refinando y alimentando con el tiempo. Es decir, el agente tuvo la oportunidad de pensar mejor, de intentar calmarse para evitar el crimen, pero deliberadamente no lo hizo. Llevado por el sentimiento de venganza, ya pesar de todas las consecuencias de su acto, de las que es muy consciente, decide matar y/o violar, y trama su acción para tender una emboscada a la víctima.

Cabe señalar que el asesinato es la culminación de un proceso, es la escalada final precedida por una serie de actos violentos como la presión psicológica, la humillación, la violación, la agresión física y verbal, la calumnia, la difamación de la moral y el carácter femenino.

¿Quién no recuerda la brutalidad del asesinato de Eliza Samudio, en 2010, quien buscó protección ante las constantes amenazas físicas y morales que sufrió durante el embarazo de su hijo, y fue asesinada porque presentó una solicitud de pensión alimenticia, derecho del niño en ley. Fueron muchas las mujeres que se unieron a los hombres en llamar a Eliza “prostituta”, “prostituta” y “María Chuteira”, quien conoció al padre de su hijo en una fiesta que el acusado calificó de orgía –como si alguien asistiera solo a una orgía–. y esa era una razón plausible para que un ser humano muriera de una manera tan brutal.

Es lamentable que la “legítima defensa del honor” siga siendo el argumento utilizado por la defensa del imputado para justificar lo injustificable: un asesinato cruelmente planeado. Pero no es posible comprender cómo, en pleno siglo XXI, una parte considerable de la sociedad brasileña optó por armar su país y matar indios, mujeres, población negra, homosexuales, LGBTIQ. Si en 21, cuando éramos felices y sabíamos por qué nuestras instituciones realmente funcionaban, Eliza Samudio no tuvo tiempo de mantenerse con vida, luego de la firma del decreto que legitima el armamento de la sociedad brasileña, la situación podría volverse insostenible en gran parte. de la población brasileña. Así como por las tres mujeres, que tampoco tuvieron tiempo de ver cumplida la Ley Maria da Penha y fueron brutalmente asesinadas la noche del 2010 de enero de 15.

Y, como Ana Romana Lopes (siglo XVIII), Júlia Fetal (siglo XIX), Leila Diniz, Eliza Samudio, Lidyanne Gomes da Silva, Marianna Roberta da Silva y Simone Maria da Conceição, condenadas dos veces: a muerte por sus verdugos y a vergüenza pública por parte de una sociedad que prefiere burlarse de un presidente que amenaza con matar a sus opositores políticos con un gesto infame, en la mayoría de los casos de violencia contra la mujer, la impunidad del agresor es la regla. Precisamente porque queda impune, el agresor suele repetir el mismo delito -con otras mujeres, sin distinción-.

*Patricia Valim es profesor de historia en la Universidad Federal de Bahía (UFBA). Autor, entre otros libros, de Conjuración de Bahía de 1798 (Edufba).

referencia


Patricia Wallim. Historia, partidos políticos y feminismo. Brasilia, Afipea, 2021, 140 páginas. Disponible https://afipeasindical.org.br/content/uploads/2021/08/Pilulas-13-1.pdf.

 

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