¿Fascismo en Brasil?

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por luciana alaga*

El bolsonarismo puede ser entendido como un momento de reacción – tal como lo fue en el pasado la dictadura cívico-militar – gestada en un período de crisis de hegemonía dentro de las relaciones sociales de fuerza en Brasil

Existe hoje um considerável e importante esforço intelectual dentro e fora da academia para desvendar o fenômeno da emergência no Brasil de um tipo específico de autoritarismo que se caracteriza pela recorrente busca de apoio das massas por meio do amplo recurso à propaganda, empregando especialmente as mídias digitais y las noticias falsas, que ha sido llamado, todavía sin mucha precisión, “Bolsonarismo”. El bolsonarismo –como el fascismo–, además de ser una forma de gestión del poder político, demuestra su intención de convertirse en un movimiento de masas, con un carácter supuestamente revolucionario (la divulgación de la reunión ministerial del 22 de abril de 2020 muestra claramente un discurso anti-establecimiento de Bolsonaro y sus ministros), con un fuerte énfasis en el belicismo y los ataques a las instituciones democráticas. Debido a las evidentes similitudes con formas autoritarias del pasado, especialmente con el fascismo italiano de la primera mitad del siglo XX, la bibliografía ha recurrido con frecuencia a conceptos como neofascismo o protofascismo para comprender el contexto político y social brasileño. .

Las dificultades para caracterizar un fenómeno antes de que se desarrolle y manifieste todas sus características son enormes y el uso de terminologías o conceptos conocidos para develar fenómenos flamantes es recurrente en la historia del pensamiento. Bernardo Ricupero, en “Apuntes sobre bonapartismo, fascismo y bolsonarismo” (Carta Maior, 11/12/2019), muestra cómo el fascismo en sus inicios fue entendido por diferentes intelectuales de la época como una forma de bonapartismo, es decir, como parte de “una misma familia de regímenes políticos, siendo ambos formas de dictaduras directas de capital”. Como vemos, para posibilitar la aprehensión intelectual de nuevos hechos históricos, para los que aún no existe un vocabulario específico, se acudió a la semántica del pasado, relacionada con hechos ya conocidos, ya aprehendidos conceptualmente. En el mismo sentido, Karl Marx, en El 18 Brumario de Luis Bonaparte Ya había llamado la atención sobre el hecho de que las generaciones actuales toman prestados nombres del pasado aun cuando parecen revolucionar la historia. Dice el autor “[...] es precisamente en estos tiempos de crisis revolucionaria que los espíritus del pasado son conjurados temerosamente en su ayuda, tomando prestados sus nombres, sus consignas de lucha, sus ropas, para que, con ese disfraz de la vejez, la lengua venerable y esta lengua prestada, representan el nuevo escenario de la historia universal”. Utilizar la semántica del pasado para caracterizar nuevos fenómenos, aún no plenamente aprehendidos, es por tanto un procedimiento recurrente en la historia de los movimientos y del pensamiento político. Este procedimiento, sin embargo, tiene un carácter eminentemente provisional al estar basado en una analogía todavía muy precaria por el nivel de conocimiento del fenómeno. En este sentido, el fascismo brasileño, el protofascismo o el neofascismo pueden ser entendidos como conceptos provisionales, útiles para las necesidades del momento, pero, a medida que avance el conocimiento de las particularidades históricas, probablemente surgirá un nuevo concepto.

Antonio Gramsci fue uno de los primeros autores en atribuir un carácter más general –susceptible de ser trasladado a otras realidades nacionales, por lo tanto– al conjunto de fenómenos que definían el fascismo, pero en lugar de definir el fascismo como concepto, propuso el concepto de revolución pasiva o revolución-restauración. El autor presenció y desarrolló su actividad militante durante la prolongada crisis económica desde 1917, con la persistencia de los altos precios, el hambre y el consiguiente descontento de las clases populares italianas, elementos centrales de la crisis política que allanaría el camino al ascenso del régimen fascista. En ese escenario, los movimientos y partidos del amplio espectro de la izquierda no contaban con una dirección consciente que sintetizara y encauzara las reivindicaciones económico-empresariales en agendas políticas capaces de conformar un movimiento popular organizado y cohesionado, que repercutiera en la derrota de los movimientos obreros. del bienio rosso (1919-1920) y allanó el camino para el golpe de Estado. A nosotros Cuadernos de prisiones, el autor recupera estas experiencias y centra su análisis en el contexto político y económico en el que se impuso el fascismo. Gramsci pone el foco en las relaciones sociales y políticas de fuerzas, subrayando que en situaciones de crisis como estas –no sólo en la Italia de la primera mitad del siglo XX, por tanto– aumentan las oportunidades para que los grupos reaccionarios profundicen su influencia en la política: “Casi siempre sucede que un movimiento 'espontáneo' de las clases subalternas va acompañado de un movimiento reaccionario del ala derecha de la clase dominante, por razones concomitantes: por ejemplo, una crisis económica determina, por un lado, el descontento de las clases subalternas clases y movimientos espontáneos de masas, y, por otra parte, determina complots de grupos reaccionarios que explotan el debilitamiento objetivo del Gobierno para intentar golpes de Estado” (P. 3, §48, p. 328).

La solución a la crisis de hegemonía, por tanto, cuando no se equipara en un sentido progresista, popular, puede resolverse regresivamente, desde arriba, es decir, puede darse a través de un golpe de Estado abierto o a través de un líder carismático, sin ruptura formal de las instituciones liberales, pero con carácter autoritario. En el caso de Italia, el fascismo fue, en la lectura de Gramsci, una solución de arriba hacia abajo a la resolución de la crisis de hegemonía que se arrastraba desde el final de la Primera Guerra Mundial. El fascismo habría sido, entonces, una de las formas políticas específicas desde las que se presentó la revolución-restauración, es decir, como una forma conservadora de reacción y respuesta desde arriba a la crisis de hegemonía abierta por la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa. . De esta manera, fue posible mantener el orden, modernizar en cierta medida el aparato productivo y, al mismo tiempo, mantener a las masas pasivas y obedientes. La definición del fascismo como revolución-restauración se elaboró, por tanto, a partir del análisis de las relaciones de fuerzas, y es este análisis -creemos- el que nos ayuda a comprender los nuevos fenómenos, a partir de los cuales es posible percibir que el autoritarismo y formas políticas/o reaccionarias – bonapartismo, fascismo, nazismo (y bolsonarismo) – surgieron en coyunturas que tenían tres elementos comunes: 1. Una crisis económica previa y profunda y una crisis de hegemonía; 2. La derrota de los movimientos obreros, de los movimientos populares, de la izquierda, y; 3. Surgimiento de fuerzas reaccionarias organizadas.

El bolsonarismo, por lo tanto, puede entenderse como un momento de reacción –como lo fue en el pasado la dictadura cívico-militar– gestada en un período de crisis de hegemonía dentro de las relaciones sociales de fuerza en Brasil. En este sentido, puede entenderse como una forma política concreta de la dialéctica histórica revolución-restauración propuesta por Gramsci. En este sentido, el autor señala un camino viable para comprender el fenómeno brasileño contemporáneo como una forma política específica de gestión del poder que, a pesar del vocabulario revolucionario, la promesa de renovación política, es fundamentalmente un movimiento de restauración del reaccionario vinculado tanto al militarismo y el colonialismo, estructurando nuestra cultura política a lo largo de los siglos.

El bolsonarismo, a diferencia de la personalidad individual de Jair Bolsonaro, puede entenderse tanto como una forma de gestión del poder como un movimiento reaccionario de masas, incitado por la difusión de noticias falsas, que surge como resultado de una crisis política, económica, social e ideológica, cuyos orígenes se pueden identificar en 2013. No es posible decir, sin embargo, que Jair Bolsonaro tenga un proyecto de Estado –a diferencia de Hitler o Mussolini–, pero en por el contrario, lo que se hace cada vez más evidente es que tiene un proyecto de poder exclusivamente individual (o familiar) y está claramente en campaña para la reelección en 2022.

Sin embargo, para desentrañar la forma política autoritaria del bolsonarismo, es de fundamental importancia comprender los fundamentos de la cultura política brasileña, como ya observó Michel Löwy en “Conservadurismo y extrema derecha en Europa y Brasil”, publicado en 2015 en Revista de servicio social, la cultura colonial “impregna actitudes y comportamientos aún mucho después de la descolonización”. El colonialismo, que es una estructura social, política y cultural reproducida a lo largo de los siglos en la historia brasileña, está siendo sistemáticamente restaurado en el gobierno de Bolsonaro como política de Estado, tanto por su manifiesta y reiterada subalternidad al presidente estadounidense D. Trump, como por la ausencia de políticas federales para enfrentar una pandemia que se cobra principalmente la vida de aquellos sujetos que han sido secularmente marginados por el colonialismo, es decir, los negros, los pobres y las poblaciones indígenas, quienes quedan a merced de los efectos devastadores de la pandemia y la explotación ilegal de las reservas forestales brasileñas. Reservas totalmente desprotegidas por el Ministerio del Medio Ambiente que dirige Ricardo Salles, quien como se hizo explícito en la mencionada reunión ministerial del 22 de abril de 2020, propone aprovechar el momento de la pandemia y la distracción de los medios con el tema de “ pase el ganado”, “pase las reformas infralegales de desregulación, simplificación” de las normas de protección ambiental, en una clara política de daño a la patria.

El militarismo, a su vez, como otro importante elemento estructural de la política brasileña, que aún presenta las heridas abiertas de dos décadas de extrema y cotidiana violencia durante el período de la dictadura cívico-militar, se restituye en el gobierno de Bolsonaro, es decir, gana nuevo impulso y valor con los reiterados elogios a la dictadura por parte de los bolsonaristas y del propio Bolsonaro, así como la adjudicación del Estado por parte de los militares. Los militantes bolsonaristas, en sus manifestaciones antidemocráticas, encuentran en la intervención militar, y especialmente en AI-5, la solución a los problemas de Brasil, que imaginan concentrados en el Congreso Nacional y el Supremo Tribunal Federal, en la medida en que se atreven a imponer la fronteras entre poderes. Estos son, a nuestro juicio, los elementos más profundos y nocivos para la democracia, fundamentales para desentrañar los cimientos del bolsonarismo, que necesitan ser mejor conocidos en sus determinaciones específicas.

* Luciana Aliaga  Profesor del Departamento de Ciencias Sociales y del Programa de Posgrado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales (PPGCPRI) de la Universidad Federal de Paraíba (UFPB)

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