por DANIEL BENSAID*
Comentario al libro de Nicos Poulantzas.
1.
En un artículo de la edición núm.o. 9 a.m. Crítica de la economía política, Jean-Luc Painant abordó rápidamente las críticas de Poulantzas bajo el título: "Contra la mecánica política". El libro de Poulantzas, fascismo y dictadura, constituye la aplicación a un problema histórico concreto del aparato conceptual establecido en el libro anterior, Poder político y clases sociales (ed. Unicamp). Por lo tanto, esta prueba representa, para el método Poulantzas, la prueba de la práctica. ¿Cómo podemos entender, desde el punto de vista del materialismo histórico definido como la “ciencia de la historia”, el movimiento real de la lucha de clases en relación con el cual, primero, por miedo al historicismo, nos distanciamos de él?
El intento, obviamente inspirado en ciertas obras de Althusser, es generalmente discutible. Volveremos a eso. Pero las contradicciones inherentes parecen aún más agudas en su aplicación al objeto elegido por Poulantzas.
Una de las ideas centrales de su libro anterior fue la recuperación de una distinción fundamental: la del modo de producción y formación social. El modo de producción es un concepto desarrollado teóricamente, del cual ninguna formación social, es decir, ninguna sociedad concreta e históricamente definida, representa la pura ilustración. La formación social siempre se caracteriza por una “superposición” de modos de producción, uno de los cuales es dominante.
Así, la Rusia de finales del siglo XIX fue caracterizada por Lenin en su libro El desarrollo del capitalismo en Rusia (Abril Cultural), como dominado por el modo de producción capitalista, aunque los elementos heredados del modo de producción feudal mantienen un lugar importante, revisado, involucrado por el ascenso del capitalismo.
Parece que, a través de sus dos libros, Poulantzas busca encontrar una distinción análoga a la establecida entre modo de producción y formación social, al nivel de las superestructuras políticas. También se tiende a fundamentar la existencia de modelos de poder concretados en la formación social concreta por la redistribución de elementos: ideología, partido, aparatos de represión, aparatos ideológicos.
La empresa es cuestionable y aleatoria. Al desconfiar del historicismo, corre el riesgo de congelar y desfigurar el verdadero movimiento de la historia. Traza, en el sentido estructuralista, el concepto de modo de producción y tiende a hacerlo corresponder a un concepto todavía inexplicable de “modo de poder”.
La interpretación estructuralista o estructurante del marxismo, a la que Althusser dio su cobertura académica, se produce a expensas de la noción de totalidad dialéctica. La estructura es la totalidad estática, desmembrada, de la que se ha sustraído la subjetividad revolucionaria. Poulantzas, a pesar de algunos esfuerzos visibles para superar la herencia althusseriana, sigue dependiendo de ella.
Así, bajo el pretexto de que, según los preceptos de Mao, la política nos controla, ve en el pecado del economicismo, tomado de la Segunda Internacional, el dominio inevitable de la Comintern. Stalin, Trotsky, Zinoviev, Bujarin, todo el mundo está impresionado por esto. A tal punto que las luchas internas en el Comintern pasan a ser secundarios (y son tratados como tales) en el terreno común del economicismo.
Pero esta cruzada contra el economicismo le da a Poulantzas la oportunidad no solo de afirmar el lugar de la política en el puesto de mando, sino también de empoderar a la superestructura política lo suficiente como para tratar de construir su concepto teórico. La mecánica estructurante se apodera del dominio político, antes separado del movimiento del conjunto.
Entendemos que Althusser, eludiendo las críticas históricas al estalinismo, fue llevado a calzarse las botas positivistas. Comprendió con entusiasmo la distinción estalinista (ya criticada por Gramsci) entre materialismo histórico, la ciencia de la historia, y materialismo dialéctico, la ciencia del método. La historia es limpia; entre el peso objetivo de las estructuras y la lectura teórica, ya no hay lugar para la responsabilidad política.
Poulantzas, a pesar de absorber la definición positivista de materialismo histórico de Althusser, se siente atraído por la historia. Al no abordarlo desde un punto de vista partidista, desde el punto de vista de la articulación entre teoría y práctica, queda prisionero de las corrientes académicas del althusserianismo. Sin embargo, ya está ayudando a hacerlos estallar: la mecánica althusseriana no soporta frecuentar, ni siquiera a distancia, la historia concreta.
A veces, Poulantzas manifiesta el sentimiento, cuando no la conciencia de lo que aquí estamos debatiendo. En el fascismo y dictadura, escribe: “La crisis política que puede conducir a una forma de estado de excepción reside esencialmente en características particulares del campo de la lucha de clases, el de las relaciones sociales. Sin embargo, va acompañada de profundas grietas en el sistema institucional, es decir, en el aparato estatal, así como la situación revolucionaria se caracteriza, desde este punto de vista, por una situación de doble poder, una característica específica de la autoridad estatal: es entre estas fisuras donde responde el estado de excepción”.
En la crisis política, el estado de excepción, en la crisis revolucionaria, el doble poder: la mecánica política demacrada queda por debajo de la política revolucionaria. No es ni verdadero ni falso, ni hecho ni por hacer, es ineficaz. En conclusión, Poulantzas afirma que, a través del análisis del fascismo, quiso revelar “las características generales de la crisis política y el estado de excepción”. Pero, "para evitar una tipología abstracta", tuvo que abandonar varias "formas excepcionales de régimen" (bonapartismo, dictadura militar) y esforzarse por cerrar el caso del fascismo: la historia tiene sus exigencias, y cuando las pisas, no las tienes. t sale tan barato!
Así, Poulantzas oscila entre la inconveniente formalización de la política y las exigencias políticas de la historia real que lo alejan de Althusser. “Sin embargo, cabe señalar que estas crisis y regímenes excepcionales teóricamente establecidos suelen presentarse en la realidad concreta de manera combinada”. Una precaución útil que retoma la distinción entre el modelo teórico (método de producción, modo político “teóricamente establecido”) y la realidad concreta, la formación social.
lenin, para quien Poulantzas reconoce el mérito de haber roto con el economicismo al pensar a Rusia como “el eslabón débil de la cadena imperialista”, tuvo la debilidad de definir la política como “concentrado económico”. Una cruda definición de una circunstancia que, sin embargo, tiene el mérito de prohibir la disociación de la política de la totalidad, sobre la que descansa el intento de formalización de Poulantzas. También las definiciones dadas por Lenin (en la quiebra de la Segunda e Internacional, ni una sola vez mencionada en el libro de Poulantzas) y Trotsky (en La historia de la revolución rusa) no tienen nada que ver con la política abstracta de Poulantzas. Son la síntesis dialéctica de un conjunto de determinaciones en las que entran en consideración factores subjetivos: existencia y orientación de un partido revolucionario.
Al valerse de ciertos análisis de Gramsci, Poulantzas sugiere, si no dudas, al menos interrogantes: “Lo critiqué en otra parte [a Gramsci] y no volveré a él. Me pareció importante, dada la coyuntura teórica y política, insistir en esta crítica [al historicismo]”. "¡Aquí Aquí! ¿Y en qué consistió esta coyuntura teórico-política? La ofensiva contra Gramsci, común a Althusser y Poulantzas, no parecía cíclica y circunstancial, sino estratégica. Participó en la lucha general contra la perversión hegeliana del marxismo, que ronda las veladas y los libros de Althusser.
Desde entonces, la historia ha cambiado. ¡Y como! Frente a su ebullición, el peligro historicista, si existe, es más fuerte hoy que entonces. Quienes lo denunciaron deben combatirlo con más intransigencia. Poulantzas no especifica cómo ha cambiado la coyuntura teórico-política. ¿En qué se basaron las emergencias? ¿No fueron, sobre todo, validados por el esfuerzo de Althusser o Bettelheim de proporcionar al estalinismo decadente coartadas teóricas tentativas? Ahí está la pregunta. El libro de Poulantzas marca los límites del emprendimiento y anuncia su posible superación.
2.
La construcción del libro proporciona un primer indicio del proyecto del autor. Se divide en siete partes: 1) la cuestión del período del fascismo; 2) fascismo y lucha de clases; 3) fascismo y clases dominantes; 4) el fascismo y la clase obrera; 5) el fascismo y la pequeña burguesía; 6) fascismo y campo; 7) el estado fascista.
Después de la cuarta parte, se inserta un archivo adjunto en el Comintern y en la URSS. Nos parece que la segunda parte sobre “fascismo y lucha de clases” debería haber ocupado el lugar principal, dando una explicación del fascismo a través de todas sus determinaciones sociales y políticas. Sin embargo, esta parte es la más corta de todas (ocupa diez páginas de las cuatrocientas del libro). Y, sobre todo, se limita a algunas consideraciones metodológicas. Así, en relación con las “características generales de la crisis política”, el fascismo se define como una respuesta política a una crisis específica definida por las “características particulares de las relaciones sociales”, en particular por la “crisis de las instituciones”.
Sólo entonces, en cada uno de los partidos, se estudia el fascismo desde el ángulo de sus relaciones con las principales fuerzas sociales, pero se trata de analizar las relaciones unilaterales del fascismo con cada una de las clases, sin tener en cuenta el lugar del fenómeno. . En conjunto esto resulta, en particular, en relativizar el papel del fracaso subjetivo del movimiento obrero, la ausencia de una respuesta revolucionaria al ascenso resistente del fascismo. “El sitio de desarrollo en el Comintern y en la URSS”, adjunto al apartado “El fascismo y la clase obrera”, es significativo de esta reducción.
En consecuencia, la coronación del libro es realmente la parte del “estado fascista”. Parece que esta sistematización de las características del Estado fascista, constituyendo el objetivo escogido por el autor, acaba por justificar el enfoque adoptado. ¿Cómo está diseñada esta pieza? Aborda sucesivamente “propuestas generales sobre el estado fascista, una forma particular del estado de emergencia”, luego los casos específicos de Alemania e Italia. Cada uno de estos desarrollos se aborda en dos pasos: el sistema vigente en el juicio: las propuestas generales resumen las características del sistema vigente.
Resumamos estas características, que son cinco:
(1) “La existencia dentro de los aparatos ideológicos del Estado de un partido de masas con caracteres particulares”.
(2) “Relaciones especiales, siguiendo las etapas del partido fascista y el aparato represivo del Estado”: primero “exógeno al aparato del Estado”, el partido fascista estabilizado de la segunda etapa”, propiamente transformado es dominado y subordinado al aparato del Estado .
(3) “Es una rama particular del aparato estatal que domina a las otras ramas […]. Esta rama… es la policía política”.
(4) “Un orden de subordinación” de los aparatos estatales: policía política – administración – ejército, en el que es importante “observar el papel secundario del ejército frente a la administración burocrática”.
(5) “Reorganización de las relaciones dentro de los aparatos ideológicos del Estado”.
El principal resultado es una redistribución de las estructuras estatales, una nueva combinación de dispositivos con los que deben enfrentarse los regímenes excepcionales para juzgar su grado de parentesco con el estado fascista. Es interesante comparar este intento de extraer un esqueleto del Estado fascista con la síntesis de Ernest Mandel del análisis del fascismo de León Trotsky.[ 1 ]
Para Mandel, es la combinación de seis factores generales lo que permite explicar las condiciones del surgimiento del fascismo:
(1) “El ascenso del fascismo es la expresión de una grave crisis social del capitalismo en decadencia, de una crisis estructural que puede, como en los años 1929 a 1933, coincidir con una crisis de sobreproducción, pero que va mucho más allá de lo que es supuestas simples fluctuaciones cíclicas […]. La función histórica de la toma del poder por el fascismo es cambiar repentina y violentamente las condiciones de producción y realización de la plusvalía en beneficio de los principales grupos del capitalismo monopolista”.
(2) Cuando los desarrollos objetivos amenazan, en la era del imperialismo, el mismo equilibrio inestable de las fuerzas económicas y sociales, “la gran burguesía no tiene otra solución que tratar de establecer una forma superior de centralización del poder ejecutivo del estado para lograr sus propios intereses, aun a costa de renunciar al ejercicio inmediato del poder político”.
(3) Dadas las condiciones de la sociedad capitalista y la enorme desproporción numérica entre los trabajadores asalariados y los grandes capitalistas, “es prácticamente imposible llevar a cabo una centralización tan violenta por medios puramente técnicos […]. Ni una dictadura militar ni un estado puramente policial -y mucho menos una monarquía absoluta- tienen la capacidad de atomizar y desmoralizar a una clase trabajadora consciente de varios millones de miembros y, así, impedir el resurgimiento de la clase más elemental, producido periódicamente por el simple juego de las leyes del mercado”.
Para lograr sus objetivos, la gran burguesía necesita un movimiento que pueda movilizar a las masas a su lado, que pueda quebrantar y desmoralizar a las partes más conscientes del proletariado a través del terror sistemático de masas y la guerra callejera, y que pueda, después de la conquista del poder, destruyendo por completo las organizaciones de masas del proletariado y dejando a los elementos más conscientes no sólo atomizados, sino también desmoralizados y renunciados.
(4) “Tal movimiento de masas sólo puede surgir sobre la base de la pequeña burguesía […]. Combina el nacionalismo extremo y, al menos verbalmente, la demagogia anticapitalista con el más intenso odio al movimiento obrero organizado”.
(5) “El surgimiento del movimiento fascista es como la institucionalización de la guerra civil en la que cada parte, considerada objetivamente, tiene posibilidades de éxito. Históricamente considerada, la victoria del fascismo expresa la incapacidad del movimiento obrero para resolver la crisis estructural del capitalismo en decadencia por su propio interés y para sus propios fines. Esta crisis siempre ofrece inicialmente al movimiento obrero una oportunidad de victoria.
(6) Si prevalece el fascismo, el movimiento de masas que lo apoya se burocratiza y asimila en gran medida el aparato estatal burgués. “La dictadura fascista tiende a socavar y desintegrar su propia base de masas. Las bandas fascistas se convierten en apéndices de la policía. En su fase de decadencia, el fascismo se convierte en una forma particular de bonapartismo”.
La riqueza del enfoque de Mandel y, a través de él, de Trotsky es evidente. Entiende el fascismo no como un arreglo particular de estructuras, sino como una respuesta política global del gran capital a una situación dada. Permite involucrar directamente en ella la responsabilidad subjetiva del movimiento obrero. Trotsky, a quien Poulantzas arroja, apoyando a Stalin, al basurero del economicismo, presentó en el prefacio del programa de transición la idea (que podría considerarse la expresión final del subjetivismo revolucionario) según la cual la crisis de la humanidad se reduce primero a la crisis de las direcciones revolucionarias!
Así, si consideramos el ascenso del fascismo, Poulantzas analiza los fracasos del proletariado alemán e italiano entre los años 1918 y 1923 para mencionar esencialmente los cambios resultantes en el equilibrio de fuerzas, creando las condiciones para el desarrollo del fascismo. Trotsky lo mira, en cambio, no sólo para medir el deterioro objetivo del equilibrio de poder, sino para avanzar en la alternativa revolucionaria que sería posible, para evaluar las actuales prolongaciones del fracaso pasado de las direcciones obreras.
Esta continuidad fundamental del factor subjetivo se atenúa considerablemente en Poulantzas, quien no analiza la situación desde un punto de vista partidista, es decir, desde el punto de vista de los desarrollos teóricos estratégicos. Todo lo que dice tiende a cortar el movimiento histórico en secuencias de nuevos equilibrios, en los que los errores de la dirección obrera son relativamente independientes de los errores de la secuencia anterior. Según Poulantzas, su único eslabón de continuidad es la línea economicista general que los atraviesa, como una maldición heredada de la socialdemocracia caída.
Otra observación: la forma en que Poulantzas define el estado fascista por una redistribución de las superestructuras estatales e ideológicas lo lleva a minimizar, si no a omitir, las contradicciones vivas del propio fascismo. Así, entre las características del Estado fascista, Poulantzas observa en primer lugar la exterioridad del movimiento fascista en relación con el aparato estatal. Observa que, en un segundo paso, por el contrario, el movimiento fascista se subordina al aparato estatal. Y eso, por no hablar de la contradicción resultante: la pérdida de la base de masas que tiende, como observa Mandel, a reducir el fascismo en decadencia a una forma particular de bonapartismo.
3.
Si Poulantzas resta importancia a los datos subjetivos es también porque, en base a sus críticas, no se siente cómodo. La idea central que, según él, explica la derrota del movimiento obrero frente al fascismo, es el economicismo de su dirección. El economicismo de la Internacional Comunista estalinizada se expresaría a través de la expectativa “catastrófica” de la inevitable crisis final. El economicismo de Trotsky, por una constante inminencia de la revolución que Poulantzas imputa apresuradamente a la teoría de la revolución permanente.
Una vez más, la lucha contra el economicismo ofrece a Poulantzas una tapadera conveniente para realizar acrobacias políticas o ideológicas de mal gusto. Así, en relación a la URSS, sin discutir el arraigo social que la burguesía pudo tener en las relaciones de producción, argumenta que se refugió como fuerza social en el aparato estatal. O también, es “la línea general seguida por el Comintern” que constituye “la brecha esencial” a través de la cual pasa la constitución de la “burguesía soviética”. Este ideologismo al que volveremos es posible gracias a la autonomía de las superestructuras que resulta del desmembramiento estructuralista del conjunto.
Habiéndose librado de Trotsky, Stalin y Bujarin al mismo tiempo bajo el sesgo común del economicismo, Poulantzas ya no siente la necesidad de explicar la lucha política en la URSS después de la muerte de Lenin. Mejor aún, prácticamente lo ignora y lo justifica así: “A lo largo del período que nos ocupa, estamos presenciando en la URSS incluso una amarga lucha de clases entre los dos caminos (el camino capitalista y el camino socialista, porque no hay un tercero) ; Me refiero a la lucha entre los dos caminos, y no entre las dos líneas [subrayado en el texto], porque en la URSS y el Comintern no hay dos líneas, las distintas 'oposiciones' están finalmente en el mismo terreno que la oficial”.
En otras palabras, los dos caminos que existen objetivamente no han encontrado expresión consciente. Al menos el camino socialista no ha encontrado defensores consistentes. El argumento es un poco corto. ¿Deberíamos o no deducir que el camino capitalista era inevitable? ¿O es la ausencia de una alternativa revolucionaria, según Poulantzas, sólo el resultado de un error teórico, un fracaso intelectual?
La primera respuesta sería unirse a los mencheviques en su apreciación positiva del desarrollo del capitalismo en Rusia; estaríamos entonces lejos de la teoría del “eslabón más débil” y más profundamente envueltos en las aguas del economicismo que Lenin siempre consideró un atributo de los mencheviques. En cuanto a la segunda respuesta, es insatisfactoria: toda la tradición revolucionaria y la experiencia de un movimiento obrero, ¿no habrían dado a luz el embrión de una línea justa? Corremos el riesgo de explicar el curso de la historia por la ausencia en un período de un superhombre teórico; lo que nos aleja bastante esta vez del materialismo histórico.
Así, la visión de Poulantzas se reduce a la de una degeneración económica lineal del Comintern: “También observamos que, paulatinamente y según un proceso contradictorio, una línea general –el economicismo y la ausencia de una línea de masas– domina en el Comintern, una línea que controla las curvas izquierda y derecha. Poulantzas, por lo tanto, se ocupa de los diversos congresos de la Comintern desde un punto de vista ideológico, sin sustituirlos en relación con la confrontación política que en su seno existió realmente. ¡Y no basura! En cada tema decisivo (la revolución alemana, la cuestión china, la planificación y prioridades en la URSS, el comité anglo-ruso) las posiciones involucradas chocaron.
no es una interpretacion posteriormente. Los textos existen y son testigos paso a paso de la lucha emprendida por Trotsky y la Oposición de Izquierda: la plataforma de la Oposición de Izquierda, la Internacional Comunista después de Lenin, Trotsky en particular. En el caso de Alemania, los artículos de Trotsky marcan el ascenso del fascismo y, a pesar de los desastrosos resultados de la Comintern, proponen una respuesta política alternativa a cada paso y combaten la línea delirante del socialfascismo desde el principio!
No fue, lo suficientemente cálido, un debate académico. Para la política de Trotsky, la Comintern en Alemania sancionó el colapso irreversible de la dirección estalinista, y justifica el proyecto fundacional de una nueva Internacional, la Cuarta Internacional.
La línea general del economicismo también confunde, para Poulantzas, el significado de los zigzags de la política estalinista. Por eso puede considerar que existe una contradicción entre la línea correcta de Dimitrov y la eliminación física de la oposición correcta durante los juicios. En primer lugar, no habría necesariamente una contradicción entre un giro hacia la derecha y la eliminación de una oposición de derecha, como tampoco el giro hacia la industria pesada y la dekulakización fueron precedidos por la eliminación de la irreductible oposición de izquierda. Pero, sobre todo, las grandes purgas de los juicios no tienen el significado limitado de “una intensa lucha contra la oposición de derecha”. Asumen mucho más el significado de la aniquilación física de la columna vertebral del partido bolchevique, que hizo la revolución, y la consolidación de la burocracia en el poder; las víctimas de las purgas cruzan una amplia gama de tendencias pasadas.
Como ya hemos visto, en su apéndice en el Comintern y en la URSS, Poulantzas aborda el tema de la URSS, hablando de un “proceso soviético de reconstitución de la burguesía”, siendo presentada la línea economista general como uno de los “principales efectos” de este estudio. En el párrafo anterior se escribió que la línea general representa “la violación esencial que permite el inicio del proceso de reconstitución de la burguesía”. ¡La circularidad de causa y efecto no es necesariamente dialéctica! Una vez más, Poulantzas oscila entre la idea de que es una falsa línea la que abrió el camino a la burguesía (¡por deficiencia teórica, en fin!) y la idea de que la falsa línea era casi irresistible a partir de la reconstitución de la burguesía que se refugió en el aparato estatal.
Pero, sobre todo, es difícil comprender cómo se puede fundamentar rigurosamente esta visión un tanto conspirativa de la historia. La burguesía expulsada de las fábricas se habría refugiado en el aparato estatal. Pero aprendemos de Marx que la burguesía se define sobre todo como clase por su lugar en las relaciones de producción, que la posesión de los medios de producción, la esclavitud de los asalariados, constituye la base social de su dominación ideológica. ¿De dónde saca sus fuerzas una burguesía (¿sigue siendo?) refugiada en el aparato estatal? ¿De tu ideología? Pero no conocemos ningún ejemplo de contrarrevolución ideológica: la ideología feudal se mantuvo en Francia mucho más allá de 1789, sin reducir la sociedad del capitalismo al feudalismo.
Por otro lado, Poulantzas nada dice sobre la reconstrucción, demasiado real, de una burguesía agraria a través del enriquecimiento de la kulaks, ni el hecho de que este proceso fue brutalmente roto por la colectivización forzada. Hay, sin embargo, procesos sociales cuyo fundamento es inteligible a partir de la organización de la producción, y no a partir de una tesis que haga de los aparatos estatales la matriz de una clase que no tendría sus raíces sólo en las superestructuras, instituciones y no en las relaciones de producción
En su argumentación, Poulantzas aborda un problema crucial del que escapa inmediatamente. O bien la revolución de Octubre fue de hecho una revolución proletaria, y si estamos hablando del proceso de reconstitución de la burguesía, es necesario decir cuándo y cómo recuperó el poder. Por lo que se lucha y no por cositas progresistas. O nos enfrentamos al análisis de Octubre de frente, viendo de inmediato una revolución burguesa específica en la que el intelligentsia usaría a la clase obrera como escabel; esta es la tesis defendida por Pannekoek y los asesores. Poulantzas parece favorecer la primera hipótesis, pero sin precisar cuándo recuperará el poder la burguesía. Es cierto que obviamente se inspira en Bettelheim en esta área, y que Bettelheim no fue muy preciso en este punto. Poulantzas parece inclinarse, sin decirlo, hasta el momento hacia 1928, por la reconquista burguesa del poder.
En todo caso, si esta es la idea subyacente, nos permite comprender una observación como la que se encuentra en la página 253: “Mientras la naturaleza de clase del Estado soviético siga siendo proletaria, la consigna defensa de la urss, que paulatinamente domina Comintern, no significa necesariamente – digo: no necesariamente – el abandono del internacionalismo y la sumisión mecánica del Comintern a los intereses de la política exterior de la URSS”.
Una vez más, el cambio es significativo. Poulantzas tiene razón en un punto; no es la defensa de la URSS erigida como consigna la que marca la ruptura con el internacionalismo. Por otro lado, lo que allana el camino para esta ruptura es el triunfo de la línea de construcción del socialismo en un país. Este problema fue objeto de una feroz batalla entre la Oposición de Izquierda por un lado y Stalin y Bujarin por el otro. Esta batalla es conocida tanto por su contenido como por sus consecuencias; y prueba que la ruptura con el internacionalismo no coincide con el cambio de 1928: lo precedió.
Para Poulantzas, la interpretación de Trotsky de los zigzags burocráticos de la política estalinista revela su inconsistencia. Así (p. 174), Poulantzas señala dos tentaciones que parecen contradictorias con la posición de Trotsky: (a) la idea de mantener los zigzags oportunistas de 1928 a 1935; (b) idea de que nada esencial sucede después de 1928.
Contrariamente a lo que sugiere Poulantzas, aquí no hay contradicción. Después de 1928, la Oposición de Izquierda fue derrotada políticamente y reprimida físicamente. Termidor triunfó, la burocracia consolidó su poder. Pero, como burocracia, sigue dependiendo de los equilibrios sociales que explican sus oscilaciones oportunistas. Entonces sí hubo un cambio importante en 1928, pero más allá de una continuidad de la política burocrática.
Poulantzas, que interpreta la historia del Comintern a la luz de la línea economicista general, acusa a Trotsky de no presentar el mismo tipo de explicación global: “Deteniéndose en la burocracia, nunca trató de trazar una línea general que regira esta política, sino que se conformó, en consecuencia, consigo misma, con una concepción de zigzags burocráticos”.
Poulantzas reconoce que existe una cierta coherencia cuya piedra angular es el análisis de la burocracia. La posición de Trotsky no puede ser criticada como inconsistente o incompleta si no se analiza en sustancia su concepto de burocracia. Esto nos lleva de vuelta a todo el debate sobre la naturaleza de la URSS, que se discutió extensamente en los números 7 y 8 de esta misma reseña.
Finalmente, Poulantzas descubrió otra incapacidad teórica en Trotsky, la de distinguir períodos. Prisionero de una concepción homogénea del tiempo, marcada por la omnipresencia de la revolución inminente, Trotsky sería insensible a los flujos y reflujos de la revolución mundial: “Trotsky caracterizaba la era de la revolución como la revolución permanente parece abolir el tiempo para él, en el sentido de que no puede encontrar la periodización.
Ahí hay un verdadero problema. Pero es imposible tratarlo con una afirmación lapidaria, sobre todo si pensamos en los análisis de Trotsky en 1905, en su Historia de la Revolución Rusa, en textos como La Internacional Comunista posterior a Lenin, como Europa y América, para escritos sobre Francia o Alemania, o en un texto titulado Los errores del tercer período de la Tercera Internacional en el que critica específicamente la concepción mecánica de la noción de radicalización utilizada por Comintern. La crítica de Poulantzas parece menos rigurosa que la de un libro en el que la cuestión alemana ocupa un lugar central, y donde él mismo, hablando de la rectificación de Dimitrov, reconoce en una nota a pie de página: es cierto que Trotsky ya señaló estos puntos en 1930. "Para un lisiado en periodización, no fue tan malo".
Por nuestra parte, la defensa de Trotsky contra las valoraciones previsoras más que rigurosas de Poulantzas no es una manía idolátrica. No es un respeto piadoso indignado por el sacrilegio. Es una batalla teórica cuya importancia es actual y práctica. De hecho, lo que Poulantzas niega a través de sus críticas superficiales a Trotsky es la existencia histórica de una alternativa revolucionaria al estalinismo. Y el alcance de esta negación es, de hecho, un acompañamiento ciego a las corrientes ideológicas y políticas nacidas de la descomposición del estalinismo.
Así, para Poulantzas, “el análisis de lo ocurrido en la URSS […] debe basarse precisamente en la experiencia histórica de la revolución china y en los principios desarrollados por Mao”. Si Poulantzas mantiene esta apreciación tras las últimas consecuencias de la revolución cultural, nos interesaría saber cómo el maoísmo de Mao dio una trama de inteligibilidad al estalinismo ya la historia de la URSS. El análisis de textos producidos a partir de 1956 nos animaría a ver en ellos una conciencia confusa y empírica de realidades históricas que ya no podían ser ignoradas. La pobreza teórica del maoísmo no impide que la dirección china sea una dirección revolucionaria, pero este es otro debate que estamos dispuestos a liderar.
4.
Poulantzas afirma en la introducción y conclusión de su libro que lo escribió de acuerdo con la actualidad del problema del fascismo. Sin embargo, este libro nos deja hambrientos de dos preguntas de actualidad esenciales: (a) ¿Era evitable la victoria del fascismo? (b) ¿Cuál es el futuro del fascismo hoy?
Poulantzas describe el ascenso del fascismo
Al negar la existencia de una línea revolucionaria alternativa al estalinismo en la URSS y el Komintern, se vio obligado a aceptar implícitamente la inevitabilidad después de 1923 del surgimiento del fascismo. Tan inevitable como la reconstitución de una burguesía en la URSS. En su opinión, no había una dirección o dirección alternativa.
Además, define el proceso de fascistización como resultado, desde el punto de vista de la clase obrera, de un período “políticamente defensivo” y de un punto de inflexión en el que “el aspecto económico tiene prioridad sobre el aspecto político” de la lucha de clases. ..” No es suficiente. ¿Qué es un período “políticamente defensivo”, o al menos cuáles son las consecuencias? Son similares a lo que dedujo el líder socialdemócrata austríaco Otto Bauer al caracterizar el período como defensivo: a saber, estar listo para resistir el ataque directo contra las organizaciones de trabajadores sin tomar la iniciativa. Conocemos el resultado: la derrota del proletariado austríaco, a pesar de la heroica defensa de la Fundación Schutzbund de Viena en febrero de 1934.
No es este el lugar para repetir una antología de textos, pero Escritos sobre Alemania, Trotsky proporciona respuestas precisas, en forma de consignas y programas, a la situación en evolución. Primero es necesario reconocer que esta alternativa revolucionaria se formuló en el momento oportuno y no a posteriori, como era posible.
Otra cosa es analizar las razones de tu derrota. Pero negar su existencia es caer en un fatalismo que, en otras circunstancias, podría conducir a la capitulación.
¿Cuál es el futuro del fascismo hoy?
En su conclusión, Poulantzas advierte contra el uso excesivo del concepto de fascismo. Pero esto no es suficiente para evaluar las posibilidades del fascismo hoy. Las condiciones, comparadas con las presentadas por Mandel, son hoy radicalmente diferentes a las del período de entreguerras. El capitalismo europeo occidental y estadounidense experimentó un auge prolongado después de la Segunda Guerra Mundial. El resultado es un cambio profundo en las estructuras sociales: el peso social de la pequeña burguesía, en particular, se ha debilitado, especialmente el peso de la pequeña burguesía tradicional con la que Poulantzas une fácilmente a los funcionarios improductivos de la misma clase. Los jóvenes, especialmente los estudiantes universitarios, que proporcionaron la base militante inicial del fascismo, se politizaron en la izquierda. Como escribe Ernest Mandel: “La próxima ola en Europa será de izquierda y de extrema izquierda: el sismógrafo de la juventud lo anuncia, y la juventud todavía está varios años por delante del movimiento de masas”.
El estalinismo en crisis ya no tiene el mismo control sobre el movimiento obrero internacional que en las décadas de 1920 y 1930. Finalmente, el grado de interpretación del capital en Europa dificulta el recurso a una política económica autosuficiente, que alimenta la ideología nacionalista. del fascismo
Por todas estas razones, una solución fascista es difícilmente concebible en el futuro inmediato. Sólo un cambio profundo en el período económico podría recrear condiciones favorables para su desarrollo masivo. Y aun así, uno puede preguntarse si el fascismo tal como existió no representa una solución original ligada a una fase específica del imperialismo. Hoy imaginamos muchas más soluciones títeres, del tipo del sur de Vietnam, apoyadas directamente por el imperialismo dominante, capaces de mantener con fines políticos un abultado aparato burocrático-militar, sustentado en un vasto sistema de corrupción y clientelismo, sin beneficiándose de la base de masa real que la pequeña burguesía desesperada podría haber suministrado al fascismo.
Finalmente, si Poulantzas piensa, como sugiere, que el fascismo no es el principal peligro de la época, debe condenar más abiertamente que el doble error de grupos como L'Humanité Rojo o la izquierda exproletaria atacando al PCF como socialfascista o socialimperialista, repitiendo en broma la trágica política del PC alemán.
El ensayo de Poulantzas nos parece interesante, en particular en la medida en que trata de obtener ciertos préstamos metodológicos de la escuela althusseriana a partir de análisis concretos. El prólogo, posterior al fascismo y la dictadura, que realizó para la antología de Lindenberg sobre la Internacional Comunista y la clase escolar (Maspero) confirma esta inquietud. Lucha frontalmente contra la deformación institucionalista que vería a la escuela como el nodo social de división en clases. A pesar de los remedios conceptuales que nos parecen cuestionables, este breve prefacio muestra un problema que hace posible un debate fructífero, que estamos dispuestos a proseguir.
Sin embargo, este prefacio abiertamente controvertido no nombra a sus interlocutores. Es lamentable. Al interpretarlo quizás con mala intención, creemos haber detectado una firme refutación de las tesis de Baudelot y Establet. De ser así, hubiera sido mejor anunciar el color porque, detrás de las posiciones de Baudelot y Establet, está en juego la matriz althusseriana.
En el problema de la escuela, como en otras circunstancias, esta matriz sirve de justificación común al revisionismo reformista del PCF ya las teorizaciones “provisionalmente” de extrema izquierda del maoísmo francés. Fundó la posibilidad de investir el aparato estatal sin destruirlo y el deseo de emprender la revolución cultural (ideológica e institucional) antes de derrocar el orden burgués. En una palabra, Juquin y su “sentido de la realidad” acomodan el cientificismo de Althusser, Mavrakis y su dogmatismo también. Su punto común reside en la evacuación de la historia y, en consecuencia, en la relación entre teoría y práctica.
El neopositivismo de Althusser (discutido con más detalle en el n° 9 de esta revista, en particular en el artículo de Michael Löwy) es la expresión de una teoría que huye de su pasado político y permanece desactivada frente al presente. El movimiento de Poulantzas procede en sentido contrario. Se parte de una teoría anquilosada para volver a la práctica, para confrontarla con el movimiento de lucha de clases.
De ahí las agudas contradicciones que hacen posible la discusión con Poulantzas. En definitiva, esta evolución del debate teórico desde principios de los años sesenta es para nosotros un testimonio más de la actualidad de la revolución. Un retorno del positivismo, de la ciencia socialista (último refugio teórico del estalinismo en decadencia), hacia la teoría revolucionaria, hacia el socialismo científico que no disocia el sujeto de la revolución proletaria de su objeto, el juicio de hecho del juicio de valor. El renovado interés por las obras de Lukács, Korsch, Gramsci, Jakubowsky, procede del mismo movimiento.
Quedan muchas preguntas abiertas sobre estos autores, pero se ubican dentro del campo que une a los defensores del materialismo dialéctico frente al de sus intérpretes mecanicistas, de Bernstein a Stalin, de Althusser a Juquin.
*Daniel Bensaïd (1946-2010) fue profesor de filosofía en la Universidad de París VIII (Vincennes – Saint-Denis) y líder de la IV Internacional – Secretariado Unificado. Autor, entre otros. Los libros de Marx, lo intempestivo (Civilización Brasileña).
Traducción: Lucio Emilio do Espírito Santo Junior al sitio web teoría marxista.
Publicado originalmente en Crítica de la economía política, n° 11-12, abril-septiembre de 1973. París, Maspero.
referencia
Nicos Poulantzas. Fascismo y dictadura: la Tercera Internacional contra el fascismo. Traducción: Bethânia Negreiros Barroso y Danilo Enrico Martuscelli. Florianópolis. Publicaciones anunciadas, 2021, 384 páginas.
Nota
[1] León Trotiski. La lucha contra el fascismo en Alemania. Nueva York, Pathbinder Press.