por FLAVIO AGUIAR*
Los críticos de uno de los cuadros presentados en el desfile inaugural de los Juegos Olímpicos demostraron que no sabían “leer” ni el cuadro de Da Vinci ni la pintura escénica del desfile.
Tras la inauguración de los Juegos Olímpicos en París, tuvimos la oportunidad de presenciar un verdadero festival de fanatismo, intolerancia confusa y también ignorancia difusa.
Uno de los cuadros presentados en el desfile inaugural provocó una furiosa avalancha de críticas, alegando que ofendía los sentimientos cristianos al parodiar el cuadro. La última cena, de Leonardo da Vinci.
Las críticas vinieron de diversas fuentes, desde diversos ángulos y de al menos dos continentes: Europa y América, todos preocupados por proteger la fe religiosa contra la supuesta impiedad sacrílega de los organizadores y actores de la fiesta olímpica.
Entre los discursos participaron obispos y arzobispos conservadores de la Iglesia católica, políticos de la extrema derecha francesa, italiana y brasileña e incluso el candidato a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, en una entrevista con Fox News.
Un detalle curioso: en la entrevista, Donald Trump no menciona el cuadro olímpico. El periodista que hace las preguntas hace esto. Se limita a comentar: “un desastre”, “una desgracia”, etc. Este detalle sugiere que el periodista está ansioso por inducir el comentario, lo que, de alguna manera, descalifica al entrevistador, la entrevista y la opinión del entrevistado...
Los críticos sugirieron que, al parodiar la famosa pintura, el desfile insultaba sacrílegamente el evento bíblico que representa, la narración de la última cena de Jesucristo con los apóstoles, justo antes de la crucifixión.
Solo contracomentando: tanta ignorancia combinada…
En primer lugar, los críticos demostraron que no sabían “leer” ni el cuadro de Da Vinci ni la pintura escénica del desfile.
Hay diferencias sustanciales entre ellos. Para empezar, en el cuadro de Da Vinci hay trece figurantes, entre ellos Cristo. En la imagen olímpica hay un número mucho mayor de personajes, al menos 17 sólo en primer plano. En éste, si en el centro de la mesa hay un personaje con una especie de aureola plateada alrededor de su cabeza, que en realidad preside la escena, en primer plano, se encuentra una representación del dios del vino –el griego Dioniso o el El romano Baco, cuyo cuerpo está cubierto de un color azul, algo completamente ajeno a la pintura de Da Vinci.
En este cuadro preside la escena el propio Cristo, cuyo cuerpo, con los brazos abiertos y caídos, representa un triángulo, imagen alegórica de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
También hay que tener en cuenta que Da Vinci se centra en un momento concreto de la Última Cena, aquel en el que Jesús anuncia que uno de los apóstoles lo traicionará. Se trata, pues, de un momento extraordinariamente dramático del acontecimiento.
Nada de esto aparece en la representación parisina. No representa una cena, sino un banquete agradable y alegre. No hay traición en ello. Al contrario, hay celebración y reunión. Existe un único elemento común entre ambas manifestaciones artísticas: el vino. Pero en Da Vinci, tras el momento enfocado, representará la sangre de Cristo mismo. En el desfile, no es consagrado ni santificado, sino que el dios Dioniso lo presenta como símbolo de un placer embriagador.
En definitiva, si hay un referente artístico detrás del desfile no es la Última Cena, sino el cuadro La fiesta de los dioses, del pintor holandés Jan van Bijlert, del siglo XVII, ahora en el Museo Magnin, en Dijon, Francia. Representa el banquete de bodas de la ninfa o nereida Tetis con el rey Peleo, padres del guerrero Aquiles, del poema La Ilíada, de Homero. El banquete está presidido por el dios Apolo, o Helios, con un halo luminoso alrededor de su cabeza, y tiene, en primer plano, al dios Dioniso, o Baco, así como a un sátiro danzante.
Seamos realistas: esta pintura tiene más que ver con la antigua tradición griega, fundadora de los Juegos Olímpicos clásicos que inspiraron los modernos, que con la pintura de Da Vinci. Sin embargo, el fanatismo religioso de los críticos de extrema derecha también fundamenta su ignorancia prejuiciosa, lo que demuestra que no entienden nada sobre la historia del arte, ni sobre los Juegos Olímpicos, y mucho menos sobre la tradición bíblica.
Por último, cabe señalar que la furia de la crítica se vio alimentada por el hecho de que los actores en la representación, en la inauguración de los juegos, eran personalidades de la escena LGBTQIA+ francesa, lo que añade a su pastel indigerible la levadura de Prejuicio homofóbico y sexista.
* Flavio Aguiar, periodista y escritor, es profesor jubilado de literatura brasileña en la USP. Autor, entre otros libros, de Crónicas del mundo al revés (boitempo). Elhttps://amzn.to/48UDikx]
Publicado originalmente en el sitio web de Radio Francia Internacional (Agencia Radio-Web).
la tierra es redonda hay gracias a nuestros lectores y seguidores.
Ayúdanos a mantener esta idea en marcha.
CONTRIBUIR