por JANDERSON LACERDA TEIXEIRA & JEAN PIERRE CHAUVIN*
Los docentes deben asumir la posición efectiva de educadores para resistir la ideología burguesa en el ámbito escolar
Una de las consecuencias del deterioro que afecta a un número considerable de trabajadores de la educación es su aparente desinterés (o falta de motivación) en relación con el acto político de la lectura. No nos referimos a la imprescindible “lectura del mundo”, de la que hablaba Paulo Freire; estamos reflexionando sobre la resistencia de algunos colegas a consumir reportajes periodísticos, estudiar artículos difundidos en revistas científicas y disfrutar de libros de ficción y no ficción (además de los bestsellers reproducidos por la industria cultural, que incluye recetas entrenador).
Siempre que nos encontremos ante situaciones como ésta, estaremos autorizados a cuestionar actitudes que ya se han convertido en lugares comunes: (1) cómo el educador/profesor puede encargar a sus alumnos que sean disciplinados y realicen tareas extraescolares, si él mismo, de quién si esperas el mejor ejemplo, no hagas el su ¿tarea de casa? (2) ¿por qué parte del profesorado confunde la consulta de libros y periódicos con la acción de pedantes, restringida a espacios “privilegiados”, como la universidad? (3) ¿desde cuándo estimular la criticidad de los estudiantes se convirtió en algo negativo?
No ignoramos las precarias condiciones a las que están sometidos los docentes en este país, por lo menos desde la década de 1970. Pero lo que buscamos defender es el argumento de que, si la situación de la categoría es reconocidamente mala, no se transformará hasta que haya es un cambio en la actitud de sus profesionales. Y el primer paso para ello es fomentar los espacios de diálogo y convergencia, buscando la mayor unificación posible de los pares.
Una buena alternativa para ello sería fomentar los grupos de lectura, con miras a promover el flujo de libros e ideas y, al mismo tiempo, ampliar las oportunidades de interacción más allá de las actividades obligatorias del mundo escolar pequeño-grande (reuniones, cursos preparatorios , cumplimentación de informes, corrección de pruebas, registro de ausencias y notas, etc.).
Por supuesto, nos ocuparemos de la reacción de los colegas que no ven el sentido de estudiar y reflexionar sobre su propia práctica. Pero quien dice “unificación” también dice cohesión. No es necesario reiterar la perogrullada de que una categoría efectivamente unida no estaría resignadamente a merced de estrategias descabelladas a cargo del Consejo Escolar; ni esperaría pasivamente las actitudes incisivas de los líderes “politizados” para luego seguirlos.
Por eso mismo, es obligatorio hacer las preguntas más incómodas. Por ejemplo, "¿Es la escuela un fin en sí mismo?" Suponemos que no. La institución docente debe ser concebida institucionalmente y entendida por sus “clientes” como una correa de transmisión; lugar ideal para la construcción y el intercambio de conocimientos. Quitando la postura crítica de estudiantes y docentes, cabe preguntarse cuál es el propósito de la enseñanza-aprendizaje.
Sí, porque el educador no puede sustraerse al acto de “profesar”, es decir, de exponerse. Mientras enseña materias de su conocimiento efectivo, también revela formas de concebir el mundo. Después de todo, el maestro sigue siendo una referencia para su alumno. Por eso mismo, el profesional de la educación es un ser en constante cambio, que se actualiza, dentro de las posibilidades, incorporando nuevos lenguajes, tecnologías y métodos de aprendizaje, sin perder nunca de vista la situación que vive la categoría.
En 2019, João Adolfo Hansen presentó su Aula Magna para estudiantes de Idiomas de la FFLCH, USP, recordando la etimología de la palabra que traduce nuestra profesión: “Hablo como docente. Profesor, recuerdo con Derrida, es lo que profesa. Palabra de origen latino, “profesar” está ligada al verbo beneficiario, profeso suma, especuladores, formado por los términos PRO, “delante de”, y destino, “hablo”, o “hablo delante de”, “declaro abiertamente”, “declaro públicamente”. La declaración de quien habla o declara públicamente como docente es performativa, es decir, es una acción. Como acción o acto de fe que no tiene nada de religioso, la declaración compromete un testimonio, como un certificado, una promesa. En un sentido fuerte, la declaración es un compromiso, ya que profesar es comprometer responsabilidad”.[i]
En primer lugar, el educador es quien reconoce la enseñanza como un proceso y no como una tarea hecha. Sabemos lo agotador que es reproducir temas durante una larga jornada de trabajo, simulando la neutralidad de un autómata, sin expresar ningún punto de vista sobre el propio contenido en el escenario. Debemos saber, desde Aristóteles, que no hay discurso neutral, políticamente, o sin intenciones. Precisamente porque educar es un acto de investigación y de discurso, como decía Roland Barthes,[ii] que tanto el contenido de la materia como los métodos de enseñanza necesitan ser revisados constantemente, durante nuestro trabajo dentro y fuera del aula.
En ese sentido, el docente, más que un título atribuido a quienes cursan una carrera, debidamente autorizado y reconocido por el Ministerio de Educación (MEC), es un educador. Y quien educa asume un compromiso con los alumnos. Este compromiso va más allá del acto de transmitir contenidos a través de metodologías que no necesariamente dialogan con la realidad de los estudiantes. El acto de enseñar es político y debe ser discutido desde esta perspectiva. No hacerlo es negar el compromiso establecido y abdicar del papel de educar críticamente.
La palabra “educador” es muy diferente a los términos impuestos a los docentes para restar importancia a sus conocimientos y prácticas para la sociedad. Eso es lo que vemos en “facilitador”, pero también en la nomenclatura más novedosa utilizada por el Estado para legitimar el trabajo de profesionales que, supuestamente, tienen conocimientos específicos en determinada área: los “Profesionales con Notório Saber”.
Están autorizados para enseñar; pero ¿enseñarán qué y cómo, si no entienden la dinámica del proceso educativo? Si la educación es un acto político como tal, su primera tarea es cuestionar la estructura y organización de la sociedad. Sobre todo cuando esa organización tiende a reproducir, si no a defender, los “valores”, las “iniciativas” y las “reformas” de las llamadas clases dominantes.
Como advertía Aníbal Ponce, “un pueblo manso y resignado, respetuoso y discreto, un pueblo para el que los patrones siempre tienen la razón, ¿cómo no ser el ideal de una burguesía que sólo aspira a solucionar su propia crisis, descargando todo el peso sobre los hombros de las masas oprimidas? Sólo un pueblo "amable y meditativo" podría soportar la explotación feroz sin "discusión". Es este pueblo el que necesita el fascismo y el que su escuela se apresura a preparar”.[iii]
Gracias a la “Nueva Secundaria”, el profesional con notorios conocimientos, avalados por los sistemas educativos, recibe la alienante misión de impartir contenidos relacionados con el Emprendimiento y la Educación Financiera. En un país como Brasil, marcado por una profunda desigualdad social y hambre, ofrecer disciplinas a los más desatendidos con el objetivo de “despertar la creatividad para emprender” refuerza la responsabilidad individual por el fracaso del Estado.
El profesional “de notorio conocimiento”, ahora denominado “maestro”, tiene la función de modelar individuos pacíficos incapaces de comprender el proceso de explotación al que son sometidos. Al mismo tiempo, los educadores miran atónitos o, peor aún, crédulos ante el desmantelamiento de la educación. La escuela se convierte en un lugar destinado a formar una masa que, si tiene suerte, puede ser explotada en trabajos precarios sin ningún derecho.
En definitiva, es urgente que los docentes asumamos la posición efectiva de educadores para resistir la ideología burguesa en el ámbito escolar. Al mismo tiempo, es necesario rebelarse contra el yugo impuesto a las clases populares. El acto político de educar es fundamental para sensibilizar y movilizar para la lucha de clases.
*Janderson Lacerda Teixeira es profesor de la Universidad de Santo Amaro.
*Jean Pierre Chauvin Es profesor de la Facultad de Comunicación y Artes de la USP. Autor, entre otros libros, de Mil, uma distopía (Luva Editora).
Notas
[i] Joao Adolfo Hansen. Aula Magna. Río de Janeiro/Copenhague, 2019, pág. 5-6.
[ii] Roland Barthés. Aula. 14ª edición. Trans. Leyla Perrone-Moisés. São Paulo: Cultrix, 2009.
[iii] Aníbal Ponce. Pelea de educación y clases. 18ª edición Trans. José Severo de Camargo Pereira. São Paulo: Cortez, 2011, pág. 171.