Extractivismo y autoritarismo: afinidades y convergencias

Ben Nicholson OM, Foxy y Frankie (2), 1933
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por HENRI ACSELRAD*

Organizador Introducción al libro recién publicado

Desde el golpe parlamentario de 2016, la discusión sobre la crisis de la forma democrática brasileña ha vuelto a poner en la agenda el papel político de las élites empresariales en el país. Se multiplicaron los interrogantes sobre cómo se hizo posible la normalización de discursos y hechos delictivos ostensiblemente practicados por grupos en el poder; o sobre el juego de conveniencia que habría hecho que los poderosos pusieran el país en manos de agentes empeñados en desmantelar las dimensiones públicas del Estado.

Sería importante, de entrada, señalar que el tratamiento de estas cuestiones no debe desvincularse del debate más general sobre las transformaciones del capitalismo brasileño observadas desde que aquí se desencadenaron los procesos de neoliberalización. Esto se debe a que hemos visto un cierto desapego analítico entre los fenómenos de la esfera política –muchas veces reducidos a sus dimensiones institucionales– y los procesos propios del tipo de capitalismo que se ha configurado en Brasil en las últimas décadas.

Porque es en esta trama histórica que debemos buscar comprender el entrecruzamiento entre fenómenos como la reprimarización y financiarización de la economía, la expansión violenta de la frontera de los intereses agrominerales sobre tierras públicas, territorios indígenas y quilombolas, y la expansión de una habitus autoritario.

La literatura ha designado como neoextractivismo al modelo de desarrollo capitalista basado en la explotación de los recursos naturales a través de redes productivas poco diversificadas, orientadas a la exportación de mercancías, configurando una inserción subordinada de la economía en la división internacional del trabajo y en el proceso de financiarización. Proponemos aquí pensar lo que venimos viendo desde la neoliberalización como la manifestación de una suerte de afinidad electiva entre neoextractivismo y autoritarismo.

Inspirado en Goethe y Max Weber, Michel Löwy[i] designada por “afinidad electiva” la relación dialéctica entre dos configuraciones sociales o culturales diferentes, relación que no sería reducible a una determinación causal directa oa una “influencia” en el sentido tradicional. El desafío sería identificar las formas y prácticas que configuran una confluencia activa entre el modelo neoextractivista y los modos de actuación autoritarios. La noción de afinidad electiva permite establecer una distancia crítica en relación con los cánones de separación actuales entre las esferas de análisis, notando, en particular, la articulación de fenómenos en los que la identificación de rasgos comunes permite traer al campo de investigación hechos que hasta ahora no había sido debidamente considerado.

Entre estos, podemos citar, por ejemplo, la inclusión, en el cálculo económico de las grandes corporaciones, de procedimientos tendientes a desmovilizar políticamente a la sociedad, en particular a los grupos afectados por los grandes proyectos agromineros -que la literatura de los de enfermedades hepáticas la empresa llama los “costos del conflicto” – o en el caso brasileño, el “costo indígena o quilombola”.

Tal afinidad es ciertamente perversa, en la medida en que alimenta un conjunto de prácticas caracterizadas, en lenguaje psicoanalítico, “por la total ausencia de límites a la satisfacción de intereses de quien no considera la existencia del otro y no quiere considerar ella, y que ostentan su poder sin vergüenza, recurriendo a la mentira y la mala fe, afirmando la codicia privada como principio de interés general”.[ii]

“Autocratismo con sesgo fascista” es una de las expresiones evocadas para denominar la erosión democrática que se ha ido produciendo poco a poco, con la destrucción de derechos y la falsificación de hechos. En la experiencia brasileña reciente, podríamos agregar que se trata de un “autocratismo de resultados” sostenido por una conjunción entre autoritarismo de Estado y autoritarismo de mercado, con el objetivo de retirar derechos y constreñir a quienes critican los abusos y los retrocesos normativos. Esto porque para los agentes del complejo agrominero se han admitido todos los medios para lograr, en consecuencia, la apertura de nuevos espacios para sus negocios -flexibilización de derechos y armamento, hiperconsumo de plaguicidas y discurso de "sustentabilidad minería”, hostigamiento judicial a investigadores y estímulo al acaparamiento de tierras.

Con el liberalismo autoritario, observamos el establecimiento de una división reaccionaria del trabajo basada en una especie de “economía disciplinar”.[iii] La labor de destrucción de derechos y afirmación de desigualdades está atravesada por una división entre la violencia racista discriminatoria y los mecanismos de la supuesta racionalidad mercantil. El proyecto ultraliberal del Ministerio de Economía, por ejemplo, tendría que reorganizar la competencia interna por el capital y la gestión de la relación salarial –véase el discurso del Ministro presumiendo de ofrecer al empresariado el fin de los sindicatos– mientras promueve la economía autoritaria del saqueo. la expansión del mercado a través de estrategias de expropiación directa de territorios y recursos.

Tal convergencia entre las prácticas del capitalismo extractivo y el autoritarismo viene tomando forma a través de un singular movimiento de circulación de formas autoritarias entre el Estado y las corporaciones, entre acciones y esquemas ya experimentados por el Estado brasileño durante la dictadura y formas similares que han sido emprendidas por las propias grandes corporaciones plantas extractivas desde el fin de dicho régimen, con miras a controlar territorios de interés para sus negocios.

Las prácticas de la llamada “responsabilidad social empresarial”, por ejemplo, al ofrecer algún beneficio, permiten que las grandes corporaciones traten de impedir que las comunidades afectadas se movilicen o se sumen a movimientos sociales, en estrategias muy en sintonía con las llamadas acciones medidas cívicas y sociales adoptadas por las fuerzas armadas como instrumento antiinsurrección durante la dictadura. Tanto los departamentos militares como los de responsabilidad social empresarial buscan, a través de estas estrategias, hacer pasar por un favor a la población lo que es su derecho constitucionalmente garantizado, ya sea en el ámbito de la salud o de la educación.

Las grandes empresas buscan así gestionar condiciones locales socialmente críticas, aprovechando coyunturas como la pandemia para presentarse como más capaces que el Estado para garantizar el bienestar en los lugares de su interés. Anticipándose a los conflictos, buscan impedir que el debate libre e informado sobre la ocupación de territorios por sus proyectos involucre a las propias poblaciones que allí viven y trabajan.

A medida que se fue consolidando el modelo neoextractivista, también se multiplicaron los casos en los que grupos de interés cuyos proyectos son objeto de polémica ambiental buscaron avergonzar a los investigadores que señalaron irregularidades en los proyectos empresariales. Durante la dictadura, la persecución de los críticos se apoyó en un sistema de vigilancia diseñado para identificar y reprimir a los opositores. Luego de la finalización de este régimen, actos de esta naturaleza fueron incorporados por las grandes corporaciones del sector extractivo.

Entre ellos, es común, por ejemplo, recurrir al mapeo de lo que consideran “riesgos sociales”, es decir, riesgos derivados de la repercusión pública de las denuncias de abusos asociados a sus prácticas. Existen registros empíricamente verificables de que las grandes corporaciones están adoptando prácticas para monitorear organizaciones y movimientos sociales cuya actividad es vista como una amenaza a la reputación corporativa. Tal práctica se habría convertido incluso en una especie de servicio de consultoría que amplía su oferta a diversos campos de la vida social, como los del propio gobierno, como la encuesta de “detractores” encargada por el Ministro de Economía y por los organismos reguladores, como la Agencia Nacional de Minería.

Tales modos de acción pretenden restringir el campo de posibilidades y legitimidad del debate público y la confrontación crítica. No hay otro sentido de constituir una especie de neolengua orwelliana autoritarismo desencadenado en el desmantelamiento del aparato de políticas ambientales en el país, así como en las estrategias discursivas de las empresas extractivas que buscan “ambientalizar” su imagen.

En tal contexto de ataques autoritarios al significado de las palabras, las Ciencias Humanas enfrentan desafíos particulares. Actualmente les toca a ellos construir adecuadamente sus objetos de investigación, indagar en lo que llama a la reflexión y crítica sobre lo que parece darse; que impulsa el descubrimiento, la invención y la creación. A través de su investigación se activa un trabajo de pensamiento y lenguaje para decir lo que aún no se ha pensado ni dicho.[iv] Se trata entonces de problematizar las impresiones inmediatas que se tienen de los fenómenos, desnaturalizando los hechos sociales y considerando que no son inevitables, ya que están abiertos a múltiples caminos.

En tiempos de inestabilidad y crisis superpuestas, como es el caso de Brasil en la segunda década del siglo XXI, estos desafíos se cuadran porque a las incertidumbres vividas por los sujetos se sumó un velo de oscurecimiento, producto de acciones deliberadas tendientes a desinformar , generando angustia pública y degradando el significado de las palabras. Se instalaron mecanismos de destrucción de derechos dentro del aparato gubernamental; el negacionismo respecto de los hechos de la ciencia, así como el antiintelectualismo, hostil al espíritu crítico y de investigación, pretendían confiscar el lenguaje. Con la complacencia de los agentes del gran negocio agromineral, las palabras, en vez de llevar la ley y la comunicación del espíritu, pasan a contener amenaza y falsedad.[V]

En contextos como este, las Ciencias Humanas también están llamadas a identificar y combatir la desinformación y los prejuicios intencionalmente construidos y difundidos, así como los propósitos que contradicen las evidencias en torno a las cuales se debe construir la vida en común, elaborar principios de justicia y discutir proyectos de futuro. Para el país. Este papel se vuelve particularmente urgente cuando la desinformación y la falsificación de hechos se convierten en un instrumento de la acción gubernamental. Ayudar a la sociedad a pensar es también una forma de ayudar a la sociedad a respirar, a encontrar el aire, la energía y la inteligencia necesarios para hacer frente a los enemigos de la inteligencia y la democracia.

* Henri Acselrado es profesor del Instituto de Investigación y Planificación Urbana y Regional de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (IPPUR/UFRJ).

 

Referencias


Henri Acselrad (org.). Extractivismo y autoritarismo: afinidades y convergencias. Río de Janeiro, Ed. Garamond, 2022.

 

Notas


[i] M. Lowy, Redención y utopía, São Paulo, Cia das Letras, 1989, p.13.

[ii] DR. Dufour, La ciudad perversa – liberalismo y pornografía, París, Denoel, 2009.

[iii] E. Alliez, M. Lazzarato, Guerras y capital, Editorial Ubú, 2021.

[iv] M. Chaui, Escritos sobre la universidad, ed. Unesp, São Paulo, 2000.

[V] Jorge Steiner, Lenguaje y silencio: ensayos sobre la palabra crisis, compañía das Letras, SP, 1988, pág. 139-140.

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