Eva Duarte Perón

Imagen: Alex Umbelino
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por JOSÉ COSTA JUNIOR*

Las dificultades y resistencias para comprender fenómenos como los de “Evita”

Revisar libros y películas antiguas con una mirada involucrada en las tensiones del momento que vivimos puede ayudarnos a pensar en posibilidades y conexiones. Es el caso del teatro musical. Evita (EE.UU., 1996), que narra la historia de Eva Duarte Perón (1919-1952), primera dama de Argentina entre 1946 y 1952, se convierte en una actriz cada vez más conocida y se acerca a Juan Domingo Perón (1895-1974), militar y político que se convertirá en presidente después de casarse con Eva.

Con gran carisma entre el pueblo, serán dos figuras icónicas de la política argentina y sudamericana: ella como “madre” de los “descamisados” del país, y él como el “padre” que llevará esperanza a los que sufren. Extremadamente popular, involucrada en obras de caridad, dando discursos en el balcón de la Casa Rosada y presentada por la prensa oficial del país como la gran mujer que representa a la Argentina, la figura de Eva Perón ahora es venerada y vista como una deidad, sin embargo, vista también como inferior y oportunista por la élite política y económica del país. Su temprana muerte a la edad de 33 años elevará aún más el personaje mitológico de Eva, “Evita” a sus “descamisados”.

Incluso después de su muerte, Eva Perón mantuvo su protagonismo y carácter famoso: su cuerpo fue embalsamado y escondido, visto como una amenaza por los enemigos políticos de Perón, y su tumba sigue siendo una de las más visitadas en el cementerio de la Recoleta en Buenos Aires. “Evita” será por siempre uno de los símbolos más célebres del peronismo, el movimiento político popular, democrático y nacional iniciado por Perón, que tiene entre sus agendas temas como la soberanía del país, la independencia económica y la justicia social.

Representará también, para muchos, uno de los principales ejemplos de “populismo”, un tipo de política difícil de definir, pero generalmente entendida como una organización con énfasis en un vínculo intenso y directo entre representantes y representados, estructurada a partir de discursos y conexiones afectivas entre el “pueblo” y el “líder”. En la definición del politólogo Jan-Werner Muller, el “pueblo” aquí se trata de “una entidad moral, homogénea, que no puede errar”. En este sentido, el “pueblo”, debidamente regimentado por un líder, frente a las “élites” políticas y económicas, sería capaz de encontrar sus propias respuestas y organizar su propio destino.

Sobre el tema, el politólogo argentino Ernesto Laclau señaló que poco conocemos del populismo como forma de hacer y organizar política, pues esta ha sido relegada a un lugar marginal en la ciencia política. Ernesto Laclau analizó la naturaleza de los fenómenos políticos entendidos como populismo, principalmente en relación con la forma en que se produce la conexión entre el pueblo y el líder político. Su objetivo fue comprender cómo ciertos discursos y prácticas involucran a las personas, creando vínculos diferenciados entre representados y representantes.

Ernesto Laclau, quien vivió el surgimiento de líderes carismáticos y antidemocráticos en su Argentina local, ve en establecer esta conexión una racionalidad que capta los sentimientos e inseguridades de la masa identificada como “el pueblo”. De esta forma, las conexiones entre el político y el pueblo posibilitan el surgimiento de gobiernos elegidos democráticamente, poseedores de legitimidad, pero limitados en relación con la práctica del ejercicio democrático. Por lo tanto, es un medio altamente efectivo para alcanzar y mantenerse en el poder.

En el caso de Perón, Eva es entendida por muchos como un activo de alguien que usó su carisma y popularidad para acercarse y mantener el poder en la convulsa y mal estructurada democracia argentina (que duraría hasta 1955, luego de otro de los varios golpes militares en ese país). Su historia, figura y el papel que juega para millones de personas que se encontraban en las más diversas precariedades serán fundamentales en la construcción del apoyo popular a Perón. Los “descamisados”, como los llama Evita, son aquellos que viven lejos de la opulencia y el lujo de Argentina, que exporta sus riquezas a Europa.

La capital Buenos Aires, con sus calles y barrios suntuosos, está alejada de la vida de la periferia y del interior, donde los hambrientos y los fríos unen sus esperanzas a los míticos discursos y acciones de la “Madre Evita” y el “Padre Perón”. Sin embargo, según algunos pensadores, el populismo tiene principalmente características demagógicas y poco compromiso con cambios estructurales que realmente alteren las condiciones de vida de las personas.

El búlgaro Tzvetan Todorov fue uno de esos críticos. Según su análisis, el populismo constituye un grave riesgo para la democracia porque implica el surgimiento de líderes carismáticos en las democracias con soluciones fáciles a los problemas de dichas sociedades, diciendo “lo que la gente quiere y necesita escuchar”, pero que es imposible de aplicar. Junto al “mesianismo” (el carácter casi mítico, religioso e infalible de líderes y políticas, que encuentran apoyo en las dificultades sociales y económicas de los individuos), y el “ultraliberalismo” (que mantiene dinámicas económicas cada vez más exclusivas y desiguales), el populismo es una riesgo para la efectividad y funcionamiento de la democracia, en la medida en que expande el poder de los poderosos y no trae cambios efectivos en la vida de las personas que están bajo su gobierno. En su conjunto, tales características se retroalimentan, donde el populismo da paso al mesianismo, manteniendo el ultraliberalismo y contribuyendo a que los procesos de exclusión se naturalicen en las democracias.

En el análisis del historiador argentino Federico Finchelstein, el populismo es intrínsecamente democrático, es decir, tiene una base de sustentación y respaldo en el voto ofrecido en las elecciones. Sin embargo, aun con trayectorias históricas y diferencias inherentes, el populismo también puede estar en la raíz del fascismo, ya que el amplio apoyo de las masas puede abrir espacio para ataques a las libertades, limitaciones de derechos y dominaciones políticas diversas.

Los “enemigos del pueblo” son elementos comunes en los discursos populistas, que pueden acercarse peligrosamente a prácticas violentas y persecutorias, tanto en visiones políticas de derecha como de izquierda (por quienes también se critica el populismo). No es un camino directo y determinado, pero es posible observar el auge de prácticas de esta naturaleza en diferentes momentos a lo largo del siglo XX. Sin embargo, si bien podemos analizar cómo los llamados populismos ascienden y se mantienen en el poder, además de los riesgos que traen a las estructuras políticas, no deja de ser relevante preguntarnos por los orígenes de un llamado tan profundo e intenso.

Pero después de todo, ¿por qué lloramos por Evita? ¿Por qué toca tan profundamente? Una escena que llama la atención en el musical Evita es cuando la protagonista (interpretada en la película citada por la cantante Madonna) sube al púlpito de la Casa Rosada, sede del gobierno argentino, para anunciar que no será candidata a vicepresidente en la candidatura de Juan Domingos Perón. En esta dramatización, el personaje canta una canción titulada no llores por mi Argentina, emocionando a todos los que la asistieron, en una escena que capta la dimensión afectiva y de conexión entre Eva Perón y las personas. Sin embargo, como señala el análisis de Ernesto Laclau, en los estudios políticos se presta relativamente poca atención al fenómeno del populismo y menos aún a la intensa relación entre emociones y política, que puede impedirnos entender por qué lloramos por Evita.

Para llenar este vacío, el politólogo español Manuel Arias Maldonado buscó comprender las formas en que las emociones y la política se vinculan en Democracia sentimental: política y emociones en el siglo XXI (2016). Muestra cómo las investigaciones sobre el origen y funcionamiento de la racionalidad muestran que las situaciones y emociones nos involucran mucho más de lo que pensamos, lo que puede ayudarnos a comprender el potencial de los discursos populistas en nuestra relación con la política.

Manuel Arias Maldonado sostiene que tal vez nunca hemos sido tan soberanos como pensamos, es decir, nuestro pensamiento no es tan libre y racional como pensamos para tomar nuestras decisiones, uno de los supuestos comunes de la expectativa democrática. Ya sea en las plataformas, en la televisión, en la radio o en las redes sociales, nuestros sentimientos y emociones tienen un impacto mucho mayor en las decisiones políticas de lo que suponemos. Con la expansión del alcance y potencial de las tecnologías, los mensajes nos llegan y nos impactan cada vez más. Estamos hablando aquí de un “sujeto post-soberano”, influyente, poco coherente y limitado en términos de racionalidad. Esta imagen difiere de las expectativas “ilustradas” y “humanistas” citadas tradicionalmente cuando pensamos en los procesos deliberativos.

Para Manuel Arias Maldonado, el creciente estímulo a un tipo de razón escéptica, que duda y evalúa antes de aceptar visiones e hipótesis, puede contribuir a reducir el impacto de discursos inflamados y superficiales. Sin embargo, este paso requiere el reconocimiento de que no somos tan racionales como pensamos que somos, junto con el diseño de circunstancias institucionales y estímulos que alienten dichos procedimientos.

Este punto es retomado y ampliado en un análisis más reciente, titulado nostalgia del soberano (2019), na qual Manuel Arias Maldonado direciona sua atenção para as circunstâncias atuais, nas quais diversas turbulências causadas por crises políticas, econômicas e sociais invadem a vida das pessoas, podendo abrir espaço para uma “saudade do soberano”, para usar termos da lengua portuguesa. Este sentimiento se refiere a la falta de “un poder político capaz de imponer orden en un presente amenazante e incierto”, que “nos ayude a recuperar el control” y que pueda traer estabilidad a los tiempos convulsos que vivimos.

Esta “nostalgia del soberano” puede estimular en las sociedades la reanudación de una visión del pasado como “tiempos gloriosos”, donde un líder político nos brindó seguridad y orden, que es precisamente lo que nos falta hoy, junto con una defensa de la nación. comunitaria, estimulando sentimientos nacionalistas y extremistas. En consecuencia, la uniformización de discursos que no están abiertos a la pluralidad puede volverse un lugar común, anclado en emociones violentas y reactivas. En este sentido, es en el anhelo de estabilidad y conservación donde pueden encontrar espacio y crecer los discursos populistas, donde la necesidad de pertenencia, identidad y protección reafirma una soberanía supuestamente perdida que necesita ser retomada, aunque sea en detrimento de los derechos y libertad.

Según la hipótesis de Manuel Arias Maldonado, el paso decisivo para limitar el alcance de tales discursos pasa por la conciencia de que “la política no puede con todo”, es decir, que hay límites a lo que puede ofrecer la organización política. Este reconocimiento puede disminuir el alcance de los discursos populistas que prometen “el cielo en la tierra” y que explotan las debilidades y esperanzas de las personas. Maldonado defiende una “soberanía para los escépticos”, que reconoce los límites de la acción política, las restricciones a la idea de que el pasado fue armónico y feliz en una soberanía que nunca existió, y la aceptación de la complejidad de la vida social y la imposibilidad de consenso, aceptando las pluralidades y las dificultades de la convivencia.

Aquí, las esperanzas realistas deben basarse en una visión del verdadero alcance de la política, especialmente en un mundo nuevo, diverso y abierto a la incertidumbre. Sin embargo, aun reconociendo la importancia de comprender cómo surgen los vínculos afectivos entre personas y líderes y reconociendo los límites de las ambiciones populistas, el análisis de Manuel Arias Maldonado parece carecer de una comprensión más amplia de las estructuras sociales que dan cabida al ambicioso discurso populista.

En el caso de Argentina donde Eva Perón es casi una reina, por ejemplo, existen desigualdades sociales y económicas gigantescas, en contextos políticos conflictivos y poco preocupados por la atribución de derechos y dignidad, como lo ejemplifica la forma en que ella se refiere a “tu querida sin camisa y pobre”. En las complejas circunstancias contemporáneas, aún vivimos los efectos de la gran crisis económica del 2008, donde muchos perdieron ingresos y derechos, aunado a la pandemia que vivimos a diario, donde el futuro se presenta como una gran amenaza.

En tales contextos de crisis y grandes dificultades para la mayoría de las personas, en los que las esperanzas y la estabilidad parecen lejanas, la preocupante “nostalgia soberana” puede ser comprensible e incluso esperada. Incluso si se reconoce que “la política no puede hacerlo todo”, todavía es posible argumentar que “la política puede hacer algo”. Aquí, puede ser necesario reafirmar el papel de la soberanía del propio Estado, cuya razón de ser está directamente ligada al cuidado y mantenimiento de sus ciudadanos.

Las acciones vinculadas a las inversiones en la construcción de ciudadanía, a través del reconocimiento de la necesidad de protección social y el deseo de dignidad, son fundamentales para evitar que las inseguridades y los resentimientos pasen a impulsar decisiones políticas, como sucede hoy. Aun reconociendo las pluralidades y diversidades inherentes a la vida democrática, como aspira Maldonado, también es posible establecer un ideal de sociedad que se reconozca como un todo, con expectativas inclusivas que puedan limitar la “nostalgia del soberano”.

Esta ausencia parece estar mucho más cerca de un síntoma de que algo no anda bien en la conducción de las democracias, sin preocupación por la inclusión y la ciudadanía efectiva, que la simple aceptación de la idea de que las personas forman una masa inerte, identificada como “pueblo”, que se entrega al discurso demagógico y provinciano del populismo.

Seguir los intensos acontecimientos de la vida de Eva Perón y de las personas que vieron en esa figura su salvación, nos hace pensar en todos estos anhelos, que están en nuestro presente y seguramente lo estarán en un futuro cercano. Queda por ver si tales ansiedades recibirán una respuesta del estado soberano que reconoce su papel en la estructuración de sociedades democráticas e inclusivas. ou en la confianza en discursos mesiánicos que prometen lo imposible, pero que nos mantienen sin camisa de ciudadanía y dignidad. En tales contextos, desconfiados de las posibilidades del presente y del futuro, además de celosos de nuestra propia soberanía, algunas preguntas empiezan a rondar nuestro tiempo y nuestra mente: ¿Cuál es el papel de las emociones en nuestra relación con los procesos políticos? ¿Podemos sacar las emociones y sus estímulos del ámbito de la política? Lo que identificamos como “populismo” (y sus dificultades) ¿no sería solo un reconocimiento de las dinámicas de proximidad entre lo que sentimos y vivimos?

Analizar la relación entre política y emociones puede ser un ejercicio difícil. Debido a la naturaleza subjetiva de los estados de ánimo y las pasiones, acercarlos a los contextos políticos es una tarea compleja que requiere una cuidadosa reflexión. La intensidad de las reacciones y manifestaciones de apoyo y rechazo político implican siempre una fuerte carga emocional de indignación y frustración, lo que exige comprender esta intensa relación entre emociones y contextos políticos y sociales.

En el análisis de la filósofa estadounidense Martha Nussbaum, las emociones tienen un papel poco reconocido en los procesos colectivos e individuales. No considerar sus causas y efectos limita nuestra comprensión de cómo funcionan las fuerzas sociales y políticas, lo que puede abrir espacio para que los discursos emotivos y populistas encuentren un cauce y se propaguen, como ha sucedido tantas veces en la historia.

Martha Nussbaum señala que su hipótesis no aboga por convertir las emociones en el fundamento de las decisiones políticas, sino por reconocer que juegan un papel considerable en su formación, especialmente cuando son manipuladas o estimuladas. Así, emociones como el miedo, la inseguridad, la indignación y el resentimiento pueden generar consecuencias sociales y políticas, especialmente en contextos de cambio, como el que hemos vivido en la última década en Brasil y en el mundo.

En este sentido, es posible notar un curioso vínculo entre las circunstancias políticas y nuestra dinámica emocional. Es probable que todos tengamos recuerdos de esta naturaleza o que recientemente hayamos abordado temas políticos de manera emocionalmente cargada. Sin embargo, muchas de las reflexiones sobre la naturaleza de la política y la democracia todavía parecen no considerar los efectos de los afectos y las emociones en las dinámicas sociales y políticas, especialmente en nuestro tiempo, cuando todo parece estar tan cerca de la superficie. Ya sea en la Argentina de Evita o en el Brasil de tantas tensiones y angustias, hay dificultades y resistencias para comprender esta complejísima asociación entre sentimientos, circunstancias, emociones y política. Palabras como “populismo”, “polarización”, “resentimiento” son algunos de los términos utilizados en los intentos de análisis, sin embargo, aún no se ha esbozado un marco analítico completo. Quizás la razón principal de esta dificultad sea la creencia antigua y probablemente anticuada en las expectativas de racionalidad del animal humano, que la historia se apresura a negar.

Bento Espinosa, en el siglo XVII, ya preveía las consecuencias de este malentendido en su Tratado Político: “Los filósofos conciben los afectos contra los que luchamos como vicios en los que los hombres incurren por su propia culpa. Por eso suelen reírse de ellos, llorar por ellos, censurarlos o (los que quieren parecer los más santos) detestarlos. Así, creen estar haciendo una cosa divina y alcanzan el colmo de la sabiduría cuando aprenden a alabar de múltiples formas una naturaleza humana que no existe en ninguna parte ya castigar con sentencias la que realmente existe”.

Y continúa: “En efecto, conciben a los humanos no como son, sino como les gustaría que fueran. Como resultado, las más de las veces, han escrito una sátira y no una ética y que nunca han concebido una política que se pueda poner en práctica, sino una política que se considera una quimera o que sólo podría instituirse en la utopía o esa edad de oro de los poetas, donde sin duda no sería necesario en absoluto”.

Es probable que nosotros y los filósofos no hayamos entendido completamente el papel de las emociones en la política (y en la vida). Ya sea a través de las plataformas, la televisión, la radio o las redes sociales, nuestros sentimientos y emociones se ven mucho más afectados por las elecciones y decisiones políticas que tomamos. Con la expansión del alcance y potencial de las tecnologías, los mensajes nos llegan y nos impactan cada vez más en el mundo contemporáneo, con consecuencias al alcance de todos para observar. Este marco difiere de las expectativas "ilustradas" y "humanistas", que limitaban el impacto de la emoción y las sensaciones en la agencia política.

Lloramos por Evita, a veces nos enojamos con el mundo y con otras personas cuando somos frágiles, nos sentimos bienvenidos cuando alguien nos dice que traerán estabilidad y soberanía y pensamos en nuestros padres felices y frustrados con promesas de que el mundo será mejores y menos violentas, entre otras, otras situaciones en las que nuestras emociones y trayectorias políticas y organizativas están fuertemente conectadas. En este sentido, siguiendo la sugerencia de Spinoza, pensar detenidamente y considerando cada vez más los afectos y sus efectos en la vida sociopolítica, es una tarea fundamental para nuestro tiempo, sobrecargado de tensiones y temores de un futuro que puede (o no) llegar y que cada vez nos deja más perplejos y asustados.

*José Costa Junior Profesor de Filosofía y Ciencias Sociales en IFMG –Campus Ponte Nova.

Referencias


ARIAS MALDONADO, Manuel. democracia sentimental. Página Indomable, 2017.

ESPINOSA, Bento. tratado político. São Paulo: Martins Fontes, 2009.

FINCHELSTEIN, Federico. Del fascismo al populismo en la historia. Leer, 2019.

LACLAU, Ernesto. La razón populista. Río de Janeiro: EdUERJ, 2013.

MÜLLER, Jan-Werner. ¿Qué es el populismo? Londres: Pingüino, 2017.

NUSSBAUM, Marta. emociones politicas. Cambridge: Prensa de la Universidad de Harvard, 2013.

TODOROV, Tzvetan. Los enemigos íntimos de la democracia. Compañía. de Letras, 2012

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