por JUAN TORRES LÓPEZ*
Europa sigue soportando las condiciones que hacen inviables las políticas progresistas en los distintos países que la componen
El anuncio del presidente Joe Biden de que lanzará un nuevo paquete de inversiones en Estados Unidos por valor de US$1,8 billones, y la posibilidad de que su gobierno suspenda temporalmente las patentes de las vacunas contra el coronavirus muestran nuevamente que Europa ha perdido el rumbo y definitivamente se está quedando atrás. .
El nuevo plan que se acaba de anunciar -un mes después de otro proyecto de $2 billones dedicado a obras de infraestructura- tendrá como objetivo desarrollar cuidados infantiles de alta calidad, que permitan a las familias pagar un monto acorde con sus ingresos, financiar licencias por enfermedad pagadas, establecer la educación preescolar universal y gratuita, y atender las necesidades alimentarias de los niños de escasos recursos, entre otros objetivos de la política familiar. Una nueva inyección de gasto respecto a iniciativas anteriores, como los 4,3 billones de dólares ya programados para acciones legislativas (3,8 billones) y administrativas (medio billón), además de los 2,9 billones retirados de los 6,8 billones comprometidos con la Reserva Federal. Y no se puede ni pensar en ver esto como un despilfarro, teniendo en cuenta que, según expertos de Harvard como David M. Cutler y Lawrence H. Summers, el coste total de la pandemia en Estados Unidos sería de 16 billones de dólares.
No hay comparación posible con lo que está haciendo la Unión Europea. El Viejo Continente va rezagado, no solo en el número de estímulos aprobados ante la crisis, sino también en la agilidad para ponerlos en práctica y en los principios que guían la acción de los gobernantes, como demuestra el gobierno de Biden suspendiendo las patentes de vacunas cuando los grandes gobiernos europeos apuestan por lo contrario.
No se puede decir que Europa no haya adoptado medidas excepcionales, porque lo ha hecho, pero con tal grado de conservadurismo y lentitud que apenas han comenzado a verse como efectivas. Pero lo peor es que fueron diseñadas y preparadas para ser puestas en práctica sin quitar los ojos del retrovisor, es decir, sin perder de vista el fundamentalismo presupuestario que tanto perjudicó el enfrentamiento de otras crisis, incluso en épocas de bonanza y crecimiento.
La Unión Europea ya fracasó en su reacción a la crisis económica de 2007-2008, cuando introdujo depresivos recortes y medidas de ajuste en plena recesión, provocando torpemente una segunda recaída de la actividad y el empleo, el desendeudamiento, pero parece que los responsables de esos errores no aprendieron nada, a pesar de tantos análisis que demuestran que actuaron sin base científica, influidos por dogmas ideológicos e interpretando erróneamente los datos que se les presentaban.
La obstinación en insistir en errores de este tipo viene caracterizando a los responsables de las políticas económicas de la Unión Europea, y es fruto de una percepción ideológica de los problemas económicos -adicción que, a su vez, resulta de la postración ante los grandes intereses económicos consolidados por el lobby existente al interior de las instituciones, que impide o hace muy difícil salir de este ciclo en el que se encuentran. Es como si a base de tanto servilismo se hubiera inmunizado a la Unión Europea en sentido contrario: imposibilitando que aparecieran los anticuerpos que permitirían cambios de rumbo y la puesta en marcha de nuevos horizontes de política económica, que serían penetrados por aires nuevos, capaces de renovar las normas y reglamentos de la institución.
La Unión Europea nunca ha dado pasos para convertirse en una verdadera unión monetaria. En otras palabras, las decisiones que se tomaron para transformarlo en tal estructura no cumplieron con los requisitos que sabemos deben adoptarse para que no se produzcan los constantes desequilibrios y crisis de asimetría que tenemos hoy. Para empezar, una granja europea y una política fiscal común, con un presupuesto comunitario real.
Tampoco se movió hacia una unión política. Por tanto, ahora que esto es necesario, debido a la pandemia, Europa no puede actuar en escuadra, con coordinación y sinergia, algo siempre necesario cuando realmente hay objetivos comunes y que es aún más imprescindible en medio de circunstancias excepcionales, como la que estamos viviendo.
La Unión Europea ni siquiera es una democracia, y eso significa que no hay frenos y contrapesos, que las instituciones funcionan como vías de escape entre sí y no como mecanismos de estabilización y control mutuo. ¿De qué sirve el Parlamento Europeo si no tiene un control efectivo sobre el Ejecutivo, si no es capaz de hacer cumplir lo que se le exige? ¿Quién controla la Comisión Europea (el órgano que funciona como el poder ejecutivo del bloque) si está constituida sobre la base de equilibrios anormales que crean una complicidad forzada entre los grupos parlamentarios más amplios?
La política económica está sujeta a caprichosas reglas de estabilidad, que son ignoradas por conveniencia o por imposiciones no financieras del Banco Central Europeo a gobiernos que considera “rebeldes”, decisiones que deben eludirse por la puerta de atrás, cuando no queda otra opción. Europa ni siquiera cumple con sus propias reglas, las utiliza como forma de presión y amenaza, vive de la arbitrariedad permanente y sin rendición de cuentas. ¿Quién pagó los errores de la crisis anterior? ¿Cuáles de esas reglas que resultaron ser contrarias al sentido común se cambiaron?
Así, Europa permite que se propaguen los populismos y las amenazas totalitarias, sin siquiera poder convertirse en el bastión democrático que los europeistas más escépticos creen que es –y que sería, al menos, la gran aportación de la Unión Europea al mundo contemporáneo.
No es muy difícil deducir cómo es posible que todo esto sucediera, por un proceso tan conservador y nocivo, tan falso y cuyo retorno ya se hace imposible. ¿Cómo logró la Unión Europea caer en esta trampa de la que es tan difícil brotar ideas nuevas y progresistas, no en el sentido ideológico, sino en el puramente pragmático, como las que surgen en Estados Unidos de la mano de Joe ¿Biden y otros líderes que forman parte del establishment de ese país, que no pueden ser considerados radicales o sospechosos de izquierdismo?
Para descubrir la respuesta, es posible que deba comprender que nada de esto sucede de forma gratuita. La inmensa maquinaria comunitaria no es más que una fabulosa fuente de ingresos para los grandes grupos empresariales y los bancos, porque en la Unión Europea no hay punto sin nudo, es decir, sin producir beneficio para quien lo espera.
Por supuesto, esta situación es apoyada por los líderes políticos. A la izquierda fuera del socialismo nunca le ha importado Europa. Asimiló el proceso de construcción europea y sigue presente en sus instituciones con un ideologismo exacerbado e inoperante, por falta de pragmatismo; mientras que el socialismo europeo, que por su tamaño y fuerza electoral tuvo un papel especial y mucho más poderoso, cayó víctima del pragmatismo, dejando todos sus principios ideológicos por los suelos. Es decir, el interés que les queda a unos, les falta a otros.
El sociólogo belga Mateo Alaluf publicó el pasado mes de marzo un interesante libro titulado “Le socialisme malade de la social-democratie” (o “El socialismo cansado de la socialdemocracia”), en el que muestra cómo los partidos socialistas estaban perdiendo peso e influencia precisamente cuando gobernó en algunos países europeos. Creo que esto tiene mucho que ver con el papel de sus líderes y representantes en las instituciones europeas, que no fueron meros cómplices. En ocasiones, se comportaron como auténticos formuladores de normas neoliberales e ideológicas que impedían a sus propios partidos llevar a cabo políticas socialdemócratas en sus respectivos países. El socialismo en Europa está matando al socialismo europeo.
Últimamente está pasando lo mismo. Mientras casi no hay acciones políticas transformadoras y trascendentes en la izquierda, el grupo socialista del Parlamento Europeo está actuando como un verdadero cómplice de una política manifiestamente incompetente, equivocada y muy dañina de la Comisión Europea y el Consejo Europeo. En lugar de mostrar otro perfil y defender alternativas de progreso, está ayudando a crear las condiciones que acaben con lo poco que queda de socialismo democrático en Europa, empezando por España.
Es realmente sorprendente que alguien como Joe Biden muestre una postura a la izquierda del socialismo europeo, siendo capaz de enfrentarse a dogmas que la realidad ha demostrado que son más falsos y peligrosos (incluso para el propio capital) que un euro de papel maché. Mientras los líderes del Partido Demócrata estadounidense (en principio mucho más conservador) acaban con las políticas ultraliberales por puro pragmatismo, los socialistas europeos luchan por sacar del fuego al neoliberalismo decadente que domina las instituciones europeas.
La experiencia nos ha demostrado que lo que hace la izquierda en Europa no es baladí o algo que solo tiene un efecto fuera de los muros, más allá de nuestras fronteras. Es un factor determinante en la política nacional, por lo que será muy difícil que gobiernos progresistas como el español completen su andadura con un mínimo de éxito. Me atrevo a decir que tal vez no sobrevivan si sus respectivos grupos parlamentarios en Europa siguen apoyando las condiciones que hacen inviables las políticas de progreso en distintos países.
Pero todavía hay tiempo para rectificar eso.
*Juan Torres López Es profesor de economía en la Universidad de Sevilla. Autor, entre otros libros, de Renta básica (Planeta).
Traducción: Víctor Farinelli al portal Carta Maior.
Publicado originalmente en Publico.es.