por ALEX ROSA COSTA*
Comentario sobre la obra, protagonizada por Denise Fraga, proyectada en São Paulo
“Se ve venir un trapero; sacude la cabeza \ Y, como un poeta, golpea las paredes, tropieza; \ Sin importarle los espías, ahora tiene cariño, \ Amplía su corazón en proyectos gloriosos”.
(Charles Baudelaire, El vino de los traperos. En la traducción de Júlio Guimarães).
Charles Baudelaire, en estos bellos versos, rinde homenaje a un personaje olvidado de la vida urbana, por inseparable que sea de ella, acercándose a ella, comparándola explícitamente con el poeta. Al igual que el trapero, que pasa sus días recogiendo trapos y papeles viejos, ajeno a la feroz vigilancia de la vida moderna, el poeta recoge palabras e historias de las calles, con el corazón abierto a “proyectos gloriosos”.
La tradición artística moderna, después de Charles Baudelaire, se acercó cada vez más a esta metáfora, dando a la poesía un lugar junto al resto de la vida, no por encima de ella, sin confundirla, sin embargo, con la banalidad. Charles Baudelaire se equiparó a sí mismo con el renegado –aunque todavía podemos acusarlo de romantizar la exclusión–, no con un mensajero divino; no pidió ayuda a las musas, al contrario, recurrió al vino que se bebía en los rincones oscuros de la ciudad.
En cierto modo, el arte posterior se apropió de la imagen casi por regla general: el arte ya no puede separarse de la vida normal, no puede verse como un momento extraordinario sin ninguna relación con la vida vivida, como si quisiera olvidar –al estilo de la superficialidad–. producciones–, ni debe tratar únicamente de gestas heroicas, encuentros e interioridades de grandes líderes y figuras inalcanzables.
El arte enclavado en la vida común, apropiándose de lo banal para desbanalizarlo, eliminando el automatismo y revelando la fuerza y la belleza infinitas de lo trivial. No es que todo el arte tenga que hacer esto, pero ahora puede hacerlo.
La pieza yo de ti, protagonizada por Denise Fraga, regresó a los escenarios de São Paulo (ahora en TUCA), para nuestro deleite. La pieza se enmarca en la tradición baudelaireana de coleccionar trapos. Todo su guión se basa en historias reales recopiladas de gente normal, mezcladas con extractos de grandes poetas y escritores, así como canciones populares. Como resultado, tenemos un hermoso mosaico que saca a la luz al público mismo: el arte se ha mostrado allí como un puro gesto de poetización que invita a reencantar lo banal, así como a prestar atención al dolor que se pasa por alto porque se trivializa y se ignora.
Quizás el mayor mérito de la obra sea devolver a la vida el cariño que, a la vez, la vida merece, pero se quita a sí misma. Cuando nos enfrentamos a historias variadas, que a veces se acercan a nuestras historias personales y otras se alejan de ellas, nos sentimos profundamente afectados: estas historias nos afectan, nos alcanzan. Las personas desconocidas, de las que nos mantenemos alejados, incluso cuando nos topamos en la calle, se acercan al punto en que nos encontramos compartiendo emociones encontradas.
Por mucho que tengamos una tradición de pensamiento atomizada que sugiere que nuestros sentimientos ocurren aislados unos de otros – ahora, miedo; ahora, date prisa; ahora, alegría… –, la vida, para nosotros, parece mucho más compleja, pues los afectos siempre ocurren juntos. Siempre sentimos mezclas emocionales, cuya fragmentación llevada a cabo después por el pensamiento casi científico de separar compuestos no hace más que empobrecer la vida.
yo de ti revive devolviéndonos a la vida vivida, no pensada, dando paso a la complejidad afectiva que nos constituye. En la obra logramos reír, llorar, emocionarnos, entristecernos, enojarnos, sentir lástima... al mismo tiempo. La fuerza de la obra, sin embargo, es aún mayor: estos afectos, ahora complejos, son compartidos.
Jean-Paul Sartre dijo una vez que la literatura es un compromiso conjunto de complicidad entre escritor y lector. El teatro también, pero su mayor belleza reside en que no hay un lector, sino cientos de espectadores-participantes simultáneos. Lo sentimos todo y juntos, al mismo tiempo. Es la más pura compasión, pasión compartida, que revela la humanidad y el compromiso conjunto de todos aquellos que hacen posible la obra.
La maestría de los artistas radica en la capacidad de generar una atmósfera propicia para el afecto compartido, que se propaga por el ambiente, manteniéndose viva incluso después del final de la pieza. De alguna manera, me siento conectado con todos los que vivieron ese momento conmigo, con todas las personas cuyas historias me conmovieron, con todos los artistas que lo hicieron posible. Y no lo podemos negar: Denise Fraga es una maestra inigualable.
El propio movimiento del artista de hacer un collage con historias reales ya debilita la separación entre arte y vida. La actuación de Denise Fraga, sin embargo, explota al máximo este potencial. Antes de que comience la obra –si es posible hablar del comienzo– ella está entre el público, hablando, caminando de un lado a otro, recibiendo a los invitados en su casa. Ella comienza a hablar por el micrófono para que todos la escuchen, lo que parece ser una continuación de la conversación que estaba teniendo con los espectadores, y lo es.
Empieza a contar una historia de cuando era más pequeña, se acerca al escenario y, antes de que nos demos cuenta, la obra ya había empezado hace un rato. El juego de luces, magistral durante todo el espectáculo, sigue el movimiento del texto y la representación: la obra no comienza con el telón cerrado y las luces apagadas, con los actores detrás desvelados, sino con las luces encendidas, la actriz entre nosotros. , sin cortinas ni separaciones.
Es como si Denise Fraga lograra tomarnos a todos de la mano y conducirnos a la historia que quería contarnos, una historia de muchas personas a las que les dio voz. Sin darnos cuenta ya estamos dentro, cómplices, participando de ese momento. Toda típica dispersión cotidiana, tanto de atención como de afecto, es reemplazada por una presencia total: la pieza nos hace presentes, anclándonos en el momento que, tan hermoso, cobra gran importancia en su finitud.
Hemos perdido la capacidad de discernir qué línea está o no en el guión, en qué momento comenzó el programa, en qué momento terminó (¡para mí, aún no ha terminado!). Aun así, sabemos que estamos en una obra de teatro. Sin poder decir cuándo ni cómo, empieza y ya estamos sumergidos en el acontecimiento.
Incluso con todo lo que describí anteriormente, el teatro sigue siendo teatro, no es una conversación cotidiana más. Es un momento diferente, pero cuyos límites con lo ordinario se difuminan. Que la pieza siga siendo distinta del resto de tu vida es una necesidad. Que la eliminen es una pena. Su poder se encuentra en hacernos desear que ese momento no termine nunca y que todo el cariño que nos proporciona se extienda por toda nuestra vida. Un teatro como este –distinto, no alejado de la vida– nos hace exigirle algo más que la monotonía: nos ayuda a querer vivir, tal como vivimos allí.
La atención de la obra al mundo vivido también es evidente en los temas tratados. Aunque en ningún momento es un panfleto, explícito o cargado, –ésta es su virtud– la pieza es profundamente política. En cada momento, una tensión de nuestra vida actual surge en la voz de una persona/personaje diferente. Esa pieza fue hecha para esa audiencia: para nosotros. Nuestros dolores y angustias cotidianas compartidas se hacen presentes.
Estamos invitados a enfrentarnos a nosotros mismos en la historia del otro, dándonos cuenta de que nuestros sufrimientos no son solitarios, sino comunes a muchos, en un gesto de intensa fraternidad, como dice Simone de Beauvoir con la voz de la actriz. Dolores que quizás no hayamos experimentado se vuelven cercanos. El movimiento político de la obra consiste también en promover el reconocimiento de la alteridad: no sufro ese sufrimiento, es cierto, pero lo reconozco y me coloco como un aliado en su lucha.
Entre los distintos límites que se tensan en la obra, también cabe mencionar el género de la obra. Eligieron un monólogo cuyo significado, al menos desde Shakespeare, remite a una exteriorización de una individualidad. El monólogo es el discurso único, el discurso de uno mismo ante los demás.
yo de ti Es un monólogo, pero no de uno mismo. Denise Fraga es actriz, pero muchos comparten su voz. Ver la obra te hace darte cuenta de que, en lo que parece ser el discurso más individual y solitario, hay una intensa comunión con toda la humanidad. Al sumergirse en el monólogo, la actriz no desvela los secretos de un solo personaje, sino la intimidad de varias personas, de tal forma que, al final de la obra, sentimos que hemos pasado un buen rato hablando. a muchos amigos, aunque en todos los casos se distingue el gesto afectuoso y delicado de Denise Fraga.
Por último, es importante elogiar el esfuerzo por hacer accesible la obra, con la presencia de intérpretes de lengua de signos y audiodescripción. Si puedes, déjate deslumbrar por la penetrante delicadeza de yo de ti y renueva tu creencia en el poder del teatro.
*Álex Rosa Costa es candidato a doctorado en filosofía en la UFABC.
referencia
Concepción y Creación: Denise Fraga, José Maria y Luiz Villaça
Con Denise Fraga
Dirigida por: Luiz Villaça
Producción: José María
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