por OLIVIA SILVA TELLES & CHICO WHITAKER*
En el Brasil de hoy, las instituciones han dejado de funcionar y parecen haberse derrumbado.
A fines de junio de este año, activistas reunidos en el núcleo Todos Pelo Bem Comum evaluaron las iniciativas de la sociedad civil brasileña, desde el primer año del mandato del actual Presidente de la República, para que las instituciones republicanas eviten que sus acciones y omisiones causen la debacle que vive el país.
La conclusión a la que llegaron los llevó a formular la preocupante pregunta planteada como título de este artículo: ¿estamos viviendo el colapso de nuestras instituciones en Brasil?
En efecto, si ninguna sociedad es libre, en una situación política desafortunada, de elegir un mal gobierno, es precisamente para frenar los abusos y excesos que existen las instituciones públicas, organizadas en un sistema de pesos y contrapesos, debiendo actuar como un verdadero sistema inmunológico. sistema en defensa de la sociedad salud de la democracia y la sociedad.
Ocurre que hoy en Brasil las instituciones han dejado de funcionar y parecen haberse derrumbado, por lo que la sociedad, en particular la parte más pobre, se encuentra a merced, indefensa y entregada, en manos de un gobierno criminal.
Los ejemplos son abundantes y hablan por sí solos. En primer lugar en este siniestro papel está evidentemente el Procurador General de la República. Invertida en una función clave para la supervisión del Ejecutivo federal, la actual PGR se niega a denunciar los graves delitos cometidos por el Presidente de la República en el ejercicio de su mandato.
Luego, y tan grave como es la posición del Presidente de la Cámara de Diputados, quien se niega a dar seguimiento a nada menos que 144 pedidos de juicio político contra el Presidente de la República por delitos de responsabilidad, ejerciendo de hecho un poder excesivo que se le atribuye. él, sin siquiera una fecha límite, y que debe ser rediseñado con urgencia.
El Supremo Tribunal Federal, a su vez, no solo “se sentó encima” de la demanda presentada en agosto de 2021 por la Comisión Arns solicitando la apertura de una investigación contra el Fiscal General de la República por el delito de prevaricación, sino que también concedió una medida cautelar, en febrero de 2022, para remover la posibilidad de enmarcar en este delito el ejercicio abusivo de la denominada “libertad de convicción” de los miembros del Ministerio Público y del Poder Judicial.
De la misma demanda es la inacción del Senado, titular de la atribución de perseguir y juzgar los delitos de responsabilidad del Fiscal General de la República, y, por tanto, de la facultad de decretar su juicio político, y no hace nada.
La denuncia penal subsidiaria interpuesta contra el Presidente de la República, en abril de 2022, por AVICO -Asociación de Víctimas y Familiares de Víctimas de la Covid-19- que afirmó el derecho atribuido a los ciudadanos a interponer una acción penal privada, con carácter subsidiario, en casos de inercia por el Ministerio Público (Constitución, art. 5, LIX - “La acción privada será admitida en los delitos sujetos a la acción pública, si ésta no se ejercita dentro del plazo legal”).
Tampoco estará de más recalcar la responsabilidad directa de la Justicia Electoral en esta verdadera hecatombe que vive Brasil. El Tribunal Superior Electoral solo vino a juzgar la solicitud de nulidad de los diplomas de Bolsonaro y Mourão el 28 de octubre de 2021 (!), y decidió, tarde y mal, como se sabe, por la desestimación de las dos Acciones de Investigación Judicial Electoral que señalaron el abuso de poder económico y el mal uso de los medios en la campaña de 2018.
Igual o más aterradora es la omnipresencia de la mentalidad bolsonarista en la policía -que debe velar por la seguridad de la población- y que recientemente culminó con el asesinato bajo tortura, en un episodio que pasó a ser conocido como la “cámara de gas”, de Genivaldo de Jesús Santos, ciudadano vulnerable desde todo punto de vista, masacrado por la Policía Federal de Carreteras en Sergipe. Y eso también explica la reciente masacre de indígenas por parte de la policía militar en Mato Grosso do Sul. Y el hecho de que, hasta el momento, no se haya descubierto quién ordenó el asesinato de la concejala Marielle Franco, más de cuatro años después del crimen (!). Y eso no presagia una investigación efectiva sobre los recientes asesinatos del periodista Dom Phillips y del indígena Bruno Pereira en la Amazonía.
Es estremecedor, además, el silencio sepulcral de los partidos políticos, cuya función, nunca está de más recordar, está solemnemente enunciada en el art. 1 de la Ley de Partidos Políticos: “asegurar, en interés del régimen democrático, la autenticidad del sistema representativo y defender los derechos fundamentales definidos en la Constitución Federal”. Nada más lejos de la realidad, los partidos ya están totalmente comprometidos con la campaña electoral, como si estuviéramos viviendo tiempos normales de alternancia en el poder. Uno se pregunta, además, si las alianzas están restringiendo su libertad para denunciar y gritar contra los crímenes que se están cometiendo. Más que polarizaciones, ¿no están contribuyendo a las diferencias abismales que existen entre quienes apoyan al criminal y quienes quieren que sea destituido urgentemente?
El pueblo, por su parte, está en cierto modo dormido o anestesiado -en parte por el sufrimiento provocado por la pandemia y agravado por el gobierno- limitándose, en el mejor de los casos, a derrochar buenas energías con manifestaciones de odio y maldiciones en las redes. sociales, y la mayoría de ellos son incapaces de empezar a organizarse de manera autónoma para resolver los problemas que los aquejan.
Una esperanza proviene precisamente de las capas más precarias de la población -tanto en áreas rurales como urbanas- que necesitan despertar y darse cuenta del inmenso poder que tienen, si no de muchas otras formas, al menos votando, eligiendo gobernantes -en el Ejecutivo y en el Legislativo Federal y Estatal – con sensibilidad social, porque, si de depender de las instituciones públicas de control y fiscalización, tanto electas como públicas y juramentadas, estos segmentos de la población seguirán por mucho tiempo en el total olvido e ignorados precisamente por quienes son pagados por el pueblo para defenderlo de los malos gobiernos.
Mas agora, às vésperas de eleições que darão diretamente ao povo o poder de escolher um novo presidente, vai ficando cada vez mais evidente que até essas eleições estão em risco, ou que seus resultados, se desfavoráveis ao atual presidente da República, não serão aceitos por el. Y sus portavoces ya advierten que no podrá controlar a sus seguidores si repiten aquí lo que intentó hacer el presidente de Estados Unidos en las elecciones celebradas allí el año pasado, con la invasión del Capitolio.
Y como coronando estas perspectivas, el propio Congreso parece haber caído en una trampa, aprobando iniciativas legislativas electorales e incluso cambios constitucionales que podrían abrir el espacio a iniciativas autoritarias.
Nos corresponde a nosotros, ciudadanos sin poder institucional, llamar la atención sobre el imperativo inmediato de unirnos a todos en acciones que garanticen la realización efectiva de estas elecciones y su plena supervisión, para que, luego de ellas, sea posible llevar a cabo los cambios necesarios para que lo que está pasando en nuestro país nunca vuelva a suceder.
Y siempre valdrá la pena que quienes aún no lo hayan hecho firmen la Carta Abierta a Senadores por el juicio político al Fiscal General de la República (https://ocandeeiro.org/fora-aras-ja), una de las iniciativas en curso que aún puede producir algún efecto en el esfuerzo por despertar a nuestras instituciones.
*Olivia Silva Telles, abogado, tiene un doctorado en derecho de la Universidad de París I (Panthéon-Sorbonne).
*Chico Whitaker es arquitecto y activista social. Fue concejal en São Paulo. Actualmente es consultor de la Comisión Brasileña de Justicia y Paz.