Estado y desigualdad política

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por MARCO IANONI*

El gran dilema del Estado en el capitalismo neoliberal es decantar un interés de clase que pueda proteger la financiarización de las amenazas que plantea la política democrática.

No es novedad que, en la crisis multidimensional que arrastra Brasil desde 2014, entre otros problemas importantes, se destaca un funcionamiento anómalo y extraordinario de las instituciones del Estado Democrático de Derecho. Tal funcionamiento ha venido poniendo en práctica, en condiciones renovadas, los mecanismos de desigualdad política que, aun en condiciones normales, caracterizan la estructura de la sociedad y del Estado en el capitalismo, incluso en el régimen democrático, por la contradicción entre la iniquidad en el distribución de la propiedad privada y el principio de igualdad política de los ciudadanos, característico de la democracia.

Si hasta 2014 el anómalo funcionamiento institucional, en especial de las instituciones represivas, encomendadas con funciones jurisdiccionales y policiales, fue moneda histórica en la relación del Estado con los excluidos sociales, desde entonces lo ha sido también en relación con los nuevos enemigos: la izquierda, en particular, los electoralmente competitivos, como es el caso del PT y sus líderes.

En la larga trayectoria de la teoría democrática destaca un principio fundamental de la democracia, a excepción de autores de raíz elitista, como Joseph Schumpeter: la igualdad política. Según ella, las preferencias de todos los ciudadanos deben ser consideradas por igual en las decisiones gubernamentales. Esta percepción aparece, por ejemplo, con rasgos específicos, en Aristóteles, quien abordó la democracia directa en las ciudades-estado, en Thomas Jefferson, autor del republicanismo democrático-representativo del siglo XVIII, y en Sidney Verba, politólogo que, desde En la década de 1960 publicó importantes obras sobre democracia e igualdad, entre otros temas.

El principio democrático de igualdad política se hace explícito en el art. 5 de la Constitución Federal: “Todos son iguales ante la ley, sin distinción de ningún tipo, garantizándose a los brasileños y extranjeros residentes en el país la inviolabilidad del derecho a la vida, a la libertad, a la igualdad, a la seguridad y a la propiedad, en los siguientes términos” . Sin embargo, a pesar de la aberrante cantidad de delitos cometidos por Bolsonaro, no existe, hasta el momento, una oposición política efectivamente cuestionadora, pues, si la hubiera, tendría un impacto a nivel político-institucional, pero no, como ha sido el caso. caso, dar vida al presidente del Palacio del Planalto, sino cortar de raíz, con el juicio político, el mal que asola, en proporciones inimaginables, a los habitantes de Brasil.

El presidente conspira contra las urnas, contra el STF, contra la vida humana, atenta contra la salud pública, sabotea la lucha contra la pandemia, miente, niega retóricamente sus mentiras, manipula al Estado, como la Fiscalía General y la Policía Federal, para , entre otras razones, proteger a su familia, en lo que no escapa a investigaciones o denuncias por irregularidades de diversa índole. De todos modos, pasa y pasa, pero lo que se ve es, principalmente, mucha tolerancia, hacer la vista gorda y operaciones de rescate de estos despropósitos, como, entre otros, la idea de realizar una reunión de los Tres Poderes, acordar la paz, eso no sucedió, y la reciente carta escrita por Michel Temer –el abogado del mercado (gran capital)– tras los crímenes del 7 de septiembre, ésta sí, exitosa.

Soy consciente de que hay reacciones importantes del STF e incluso del Congreso (el CPI sobre el Covid está en marcha), pero la pregunta que muchos y muchas perciben es la siguiente: ¿por qué, por muy poco o casi nada, hubo deposición presidencial? en 2016, es por eso que, incluso frente a hechos muy controvertidos por decir lo menos, surgió un amplio y sustantivo frente único contra la presidenta Dilma Rousseff, pero ahora, ante una avalancha de crímenes de responsabilidad, lo más que hacen las instituciones es arrestar a los activistas bolsonaristas, pero ¿perdonan a Bolsonaro?

na obra política y mercados, el reconocido profesor Charles E. Limdblom, de la Universidad de Yale, sorprendió a sus pares cuando argumentó que los ejecutivos de las megacorporaciones son la contraparte contemporánea de la nobleza territorial del feudalismo, pero ahora con su voz amplificada por los medios masivos de comunicación. Estas gigantescas corporaciones, transmutadas en el gran capital financiarizado de hoy, optan por políticas públicas, como la modificación del techo de gasto, cambios en la legislación laboral y de seguridad social, en la regulación del presal, la independencia del Banco Central, etc. Aunque el grandes negocios no vota como tal, tiene poder de veto, debido a su profunda influencia sobre los tres poderes del estado, el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial.

Em Dominación de clase y sistema político: sobre la selectividad de las instituciones políticas, Clauss Offe teorizó sobre la doble selectividad del Estado capitalista, que protege al capital, por un lado, de sí mismo, trasvasando una interés de clase de los estrechos, efímeros y contradictorios intereses de la política pluralista y, por otro lado, contra los intereses y conflictos anticapitalistas, funcionando como órgano de represión a la articulación de intereses contrapuestos. En el análisis de Offe, esta doble selectividad garantiza que, en el capitalismo, el Estado sea un Estado capitalista, es decir, un Estado de clase.

El gran dilema del Estado en el capitalismo neoliberal, especialmente después de las políticas de salvamento de la economía implementadas en respuesta a la crisis de 2008, es expresar un interés de clase que puede proteger la financiarización de las amenazas planteadas por la política democrática. En los EE. UU., Donald Trump ha logrado poner a los republicanos y a sus votantes en un rumbo de colisión con la democracia. En las elecciones de 2020, los demócratas reaccionaron con la candidatura y victoria de Joe Biden, garantizando una reanudación de la iniciativa política a las fuerzas liberal-democráticas.

En Brasil, cuando el frente político-institucional de la derecha neoliberal entró en crisis, liderado por el PSDB, pero también por el MDB de Temer, el control del gobierno estatal pasó a depender de un curso de acción que corrompía la ley, del debido proceso de de derecho, de igualdad ante la ley, en fin, de acciones que politizan decisiones políticas a la derecha, inteligibles como lucha de clases contra el campo popular-democrático. Como se sabe, este curso de acción incluye Lava Jato, el golpe de 2016, la doble salvación de Temer por la Cámara de Diputados en 2017, el fraude electoral de 2018, en el que participaron actores de varias instituciones del Estado: Dallangnol-Moro, en Curitiba , STF, que se embarcó en el entramado político de Lava Jato y negó hábeas corpus por Lula, bajo la presión del entonces comandante del Ejército, General Villa Bôas. En esta exacerbación de la desigualdad política en Brasil, al servicio del ultraliberalismo, las Fuerzas Armadas han jugado un papel fundamental en la protección de la democracia.

Es ahí donde radica la agudización de la desigualdad política en el Estado, es decir, en las contradicciones entre el neoliberalismo, el estado de derecho y la democracia, desarrollándose en un contexto en el que hay un partido de izquierda competitivo en escena. En consonancia con esto, el economista tucano Edmar Bacha dijo recientemente que Bolsonaro era un riesgo para la democracia y Lula, para la economía. Hemos visto en Brasil, hemos visto en los EEUU de Trump, en la India de Modi, etc., que, entre el riesgo para la democracia y la economía, el neoliberalismo está mucho más inclinado a sacrificar el régimen político fundado en la igualdad política de los ciudadanos que el interés material construido sobre relaciones de propiedad desiguales.

Por eso Dilma Rousseff fue destituida injustamente, mientras que Bolsonaro, que ha estado delinquiendo de manera constante, acumula 126 solicitudes de juicio político, todas archivadas por Arthur Lira. Las políticas públicas del PT necesitaban salir de escena, la necesidad de Guedes de continuar. La punta de la balanza es el gran capital, que se organizó en un frente único deposicionista en 2016, pero no ahora. Es él quien, en última instancia, está vetando la configuración de un general bastante al caos nacional, que sería el juicio político a Bolsonaro. En el neoliberalismo, como la contradicción entre capitalismo y democracia se ha exacerbado de manera estructural, la igualdad política está cada vez más regulada por la lucha de clases. El equilibrio de fuerzas explica la desigualdad política.

*Marco Ianoni Profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Federal Fluminense (UFF).

Publicado originalmente en la revista Teoría y debate.

 

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