por ANDRÉ CANTANTE, CICERO ARAUJO & LEONARDO BELINELLI*
Introducción de los autores al libro de reciente publicación “Introducción al Estudio de la Política”.
Entre la esperanza y el miedo
Este libro nace bajo el signo de una aparente paradoja. En un momento en que la democracia peligra y, por tanto, más que nunca es necesario actuar, propone estudiar. Pero el dilema es falso. Para actuar es necesario saber cómo actuar y, sobre todo, en qué dirección hacerlo. Construir una visión de los problemas y afinar los instrumentos teóricos permite una buena intervención en la realidad. La política, por cierto, siempre ha sido praxis: práctica que reflexiona sobre sí misma.
Después del colapso financiero de 2008 llegó el Brexit, Donald Trump y Jair Bolsonaro, a quienes se unieron jefes de gobierno autoritarios —como Viktor Orbán en Hungría, Recep Erdogan en Turquía, Andrzej Duda en Polonia— y líderes de partidos autoritarios igualmente activos hace varios años. . El ascenso de la extrema derecha aterroriza al mundo. Volviendo a hablar de fascismo y totalitarismo,[i] fantasmas del pasado comprimiendo una vez más los “cerebros de los vivos”.[ii] El momento es nuevo, pero conlleva viejos impasses, entre ellos la naturaleza de la política. De esto trata este libro, dirigido a quienes deseen empezar a comprender el tema.
Debido a que son introductorios, los siguientes capítulos no pretenden prescribir soluciones. Proponen revisar la trayectoria del tema, señalando cuestiones decisivas, a fin de permitir al lector iniciar aquí una sólida guía de estudio. Entendemos que hacer las preguntas pertinentes es la mitad del camino para obtener las respuestas que importan.
El recuento de dos milenios y medio de historia nos obligó, sin embargo, a dar dos pasos iniciales. La primera era elegir, entre el vasto universo temático involucrado, elementos que permitieran una mejor comprensión del objeto. Optamos por centrar la atención en dos elementos claves, el Estado y la democracia, creyendo que, a través de ellos, el lector tendrá acceso a cuestiones fundamentales, y luego podrá seguir el camino hacia temas específicos.
Segunda medida: encontrar el equilibrio entre la exposición de los hechos y la síntesis interpretativa que requieren. A riesgo de terminar en el peor de los mundos —historias mal contadas y conceptos precipitados—, nos decidimos por el camino que llamamos histórico-conceptual. El lector encontrará, al mismo tiempo, una secuencia evolutiva del Estado y la democracia, así como la trayectoria de la inteligencia sobre los hechos denunciados. Como si de un viaje se tratara, los conceptos funcionan como síntesis explicativas de los tramos recorridos.
El ir y venir entre hechos y conceptos también ocurre por una razón adicional. A menudo, lo que nos llega de tiempos pasados sólo se puede acceder a través de investigaciones arqueológicas y documentales. Como lo que dicen nunca es más que fragmentos de la verdad, los investigadores ensamblan tantas piezas como sea posible y llenan los vacíos con hipótesis para construir una narrativa continua e inteligible. Cabe mencionar que mucho de lo que se escribe sobre el pasado está anclado en supuestos que pueden oponerse a diferentes conjeturas.[iii].
También debe señalarse que, como el objetivo era abrir el apetito de los interesados en el tema, los capítulos no agotan los enormes campos cubiertos. Varias teorías cuestionan la comprensión de los fenómenos discutidos, y siempre es necesario adoptar algunas y dejar de lado otras. Para no cansar al principiante, no hay una mención exhaustiva de autores y análisis apropiados. Se hizo una selección, es decir, cortes y elecciones, tan válidas como las que pudieran hacer otros compañeros de profesión. Sin embargo, como el objetivo no es transmitir doctrina, sino hacer pensar, las opciones selectivas adoptadas se basan en argumentos lógicos, presentados a continuación de manera transparente.
El primer enfoque adoptado fue adherirse a la tradición occidental. “Occidente” es una palabra fluida, pero sirve para delimitar el espacio y el tiempo de una tradición cultural específica. Aunque varias experiencias mundiales son igualmente respetables, estaría fuera de nuestro alcance profesional (y del tamaño de la empresa) producir un compendio que abarque el conjunto de manifestaciones políticas de la humanidad. El punto de partida, por tanto, serán las ciudades-estado de la antigüedad clásica griega y romana, donde surgió la política occidental. La meta coincide con la actual crisis de la democracia, particularmente en los países desarrollados, cuyos reflejos son visibles en la periferia del capitalismo.
El segundo encuadre se refiere a las referencias que favorecemos en cada tramo del recorrido. Evitando aceptar una visión única, practicamos lo que un estimado profesor llamó, hace años, en broma, “eclecticismo bien temperado”.[iv] Karl Marx, Max Weber, Hannah Arendt, Moses Finley, Perry Anderson, John Dunn y Bernard Manin, entre otros, formularon, desde diferentes orientaciones teóricas, trabajos centrales sobre temas que decidimos abordar. Ellos guiarán las exposiciones, sin que ello implique que estemos totalmente de acuerdo con el punto de vista de cada uno de ellos o reproduzcamos el esquema completo de la obra utilizada.
Para nosotros, la política y la sociedad no están separadas. Son las articulaciones entre ellos las que amplían los escenarios sobre los que nos moveremos y las que hacen productiva la diversidad de autores y temas tratados. Partimos de la premisa de que el conflicto de clases es, a lo largo de la historia, una piedra de toque para comprender los acontecimientos y las formas de la política, sin por ello subsumirla. Por conflicto de clases entendemos un conjunto variado de oposiciones que polarizan a los grupos sociales entre ricos y pobres, nobles y plebeyos, capitalistas y trabajadores, etc. Dada la referencia a las clases, vale la pena hacer explícito el papel crucial que juega el capitalismo en la determinación de la dinámica moderna. Como practicantes de una teoría política informada por la teoría social, entendemos que el hilo de las clases y el capitalismo nos permite coser ideas provenientes de diferentes linajes.
Como las palabras están en permanente disputa en la política, la ambigüedad y el carácter valorativo de los términos necesitan ser explicitados en cada momento, creando una cierta aridez en la escritura. Para superar el obstáculo, proponemos un acuerdo. Por nuestra parte, hemos cuidado de mantener la claridad y el rigor del lenguaje, haciéndolo lo más cansino posible. A cambio, el lector se compromete a seguir cuidadosamente la cadena argumentativa, releyendo los pasajes difíciles hasta que (¡esperamos!) se aclaren. En particular, al referirse a la tríada principal —política, Estado y democracia—, habrá una acumulación de significados, formando un campo connotativo que exige cierta paciencia para comprender.
Vean lo que sucede con la pregunta fundamental: ¿qué es la política? Para la pensadora de origen alemán afincada en Estados Unidos Hannah Arendt, referencia obligada en el campo de la ciencia política, “es difícil decir qué es la política”. Si preguntamos a los filósofos, no encontramos “ninguna respuesta filosóficamente válida a la pregunta: ¿qué es la política?”, dice.[V] A pesar de no asumirse como filósofa, Arendt, que aceptó un encargo para escribir una obra titulada Introducción a la política y trabajó en la propuesta entre 1956 y 1959, nunca publicó el resultado, que acabó apareciendo post mortem de la reunión, por investigadores, de los fragmentos preparatorios.
Existen numerosas acepciones de lo que es la política, que destacan diferentes ángulos del objeto. Decidimos, por tanto, construir un artificio y ofrecer al lector una polaridad que, a nuestro juicio, arroja luz sobre aspectos fundamentales para quienes inician su andadura. El primer elemento del par tiene su origen en nuestro punto cero, la Antigüedad clásica, en la que se inventó la política, y se inspiró en las reflexiones de Arendt, en cuya mirada, desde la perspectiva de polis “La política es la práctica colectiva de la libertad”.
Significa afirmar que la política sólo ocurre cuando “se crea un espacio público en el que seres humanos libres e iguales se involucran en un proceso deliberativo”. Entendemos el proceso deliberativo como aquel en el que las preferencias iniciales de los participantes pueden cambiar en función de los argumentos presentados.[VI] Así, la palabra sería el único medio válido de persuasión, y “para que haya libertad plena, debe haber igualdad”, es decir, la palabra debe estar abierta a todos.
El segundo elemento del par cobra protagonismo en el momento en que la conciencia colectiva toma nota del extraordinario poder adquirido por el Estado en las condiciones modernas. Nos referimos al final de la Primera Guerra Mundial (1914-8), cuando los países más ricos de la Tierra, empuñando armas hasta entonces desconocidas, acababan de verse envueltos en un conflicto de contornos apocalípticos. Pensadores de diferentes escuelas intentaron extraer las consecuencias teóricas de la catástrofe (dos décadas después, se produciría otra disputa, aún más destructiva e irracional, pero no lo sabían). Fue en el oscuro contexto de enero de 1919, en una conferencia impartida en la Universidad de Munich, que el sociólogo Max Weber ofreció una influyente definición de la política.[Vii]
Según la concepción de Weber, la política es la lucha por la dirección del Estado -se refería al Estado moderno, institución que, dentro de los límites de un determinado territorio, reclama el monopolio del uso legítimo de la fuerza física. Esto implica que la política ocurre cuando, directa o indirectamente, está en juego la violencia organizada. Desde el ángulo weberiano, la cotidianidad de la política es el reclutamiento de aliados y seguidores voluntarios para ganar la disputa por la jefatura del Estado.
Entonces, en lugar de una, presentamos dos definiciones de política. Este libro demuestra que ambos tienen sentido, y que la dualidad libertad/violencia revela rasgos fundamentales del tema que queremos introducir al lector. Una de las definiciones enfatiza el poder colectivo construido en condiciones de libertad e igualdad, representando la expectativa humana de superación de la dominación. La definición opuesta enfatiza que ignorar la dominación, es decir, la imposición de un poder arbitrario mediante la amenaza de la coerción, posibilidad que siempre ha existido en las condiciones estatales, plantea el riesgo de tener un gobierno sin control y sin guía. En uno reside la esperanza. En el otro, el miedo. La suma contradictoria arroja luz sobre los callejones sin salida materiales.
Desde la perspectiva del binomio libertad/violencia, los seis capítulos que componen este volumen buscan trazar el rumbo occidental del Estado y la democracia. El capítulo 1 se expande para dar cuenta de la extensa experiencia antigua; los capítulos 2 y 3 están dedicados al estado moderno; 4 y 5, a la democracia moderna; y el Capítulo 6, al incluir el neoliberalismo, el totalitarismo y la crisis contemporánea, es, a su manera, tan completo como el primero.
En el Capítulo 1, veremos que al crear un espacio para la acción colectiva (el polis) para los libres e iguales, los griegos, y luego los romanos, pero sobre todo los atenienses, encontraron, a través de la democracia antigua, una forma no violenta de mediar en los conflictos entre las clases que formaban la comunidad de ciudadanos. Observando la experiencia de la antigüedad clásica, nos damos cuenta de que la polis es, en comparación con otras formaciones, una peculiar. El Estado -como autoridad suprema capaz de utilizar instrumentos coercitivos para obtener la obediencia de la población sobre la que pretende su dominio, y cuyos vestigios más antiguos, que superan los 5 años, los arqueólogos han localizado en las zonas que ahora ocupan Irak y Egipto- siempre ha implicado violencia Los griegos, sin embargo, encontraron una manera de eliminar la violencia de las relaciones entre ciudadanos.
La libertad y la igualdad en el ágora ateniense dependían, sin embargo, de la opresión de los esclavos, es decir, implicaban un elemento de dominación externa en el centro de la política. No sólo eso: el poder político griego y romano obligaba a mujeres y extranjeros, por la fuerza si era necesario, a observar leyes y decisiones, sin participación libre o igualitaria en la deliberación. En el fundamento mismo de la política, pues, se planteó la dualidad entre libertad y violencia. Incluso la antigua democracia, definida como el gobierno del pueblo, entendido como un conjunto de hombres libres, oprimía a los que estaban excluidos de la ciudadanía.
En el Capítulo 2 analizamos la decadencia del Estado durante la Edad Media, cuando la práctica política se redujo considerablemente. Experiencias antiguas sumergidas en el colapso que azotó a la civilización grecorromana alrededor del siglo V. El Estado perdió visibilidad en el caos de la Edad Media, siendo sustituido por señores que dominaban las zonas rurales.
El renacimiento de la “estatalidad”, es decir, la capacidad de una determinada estructura de dominio para concentrar instrumentos coercitivos y dictar mandamientos aceptados, tendría que esperar a la constitución y desarrollo de un nuevo orden social, el feudalismo. Sólo cuando alcanzó su apogeo productivo, hacia 1300, el Estado volvió a existir plenamente, ahora como potencia nacional. Gradualmente, adquiere autonomía en relación con aquellos núcleos sobre los que ejerce autoridad, como la Iglesia, durante mucho tiempo la única institución centralizada que sobrevivió al hundimiento de la antigüedad. El Estado absolutista, cuya construcción concluye el Capítulo 2, es un tipo de Estado original, cuyas características requieren ser bien comprendidas, pues abre la puerta a la modernidad.
El Estado moderno, en su especificidad en relación con las estructuras anteriores, se analiza en el capítulo 3, que se dedica más a la clarificación de conceptos que a la exposición histórica. La reanudación de la política, a fines de la Edad Media, se produce en un contexto de violencia monopólica, especialización burocrática creciente y emergencia del capitalismo. La peculiar combinación de articulaciones que caracteriza al Estado moderno, primero como realidad absolutista y luego en su versión burocrática y constitucional, hace que el problema de la dirección sea prioritario.
El retorno de la práctica política, esta vez en convergencia con el crecimiento de la “estatalidad”, impuso el problema de saber hacia dónde orientar los gigantescos aparatos estatales y capitalistas de la modernidad. El increíble poder del aparato burocrático (público y privado), examinado en el Capítulo 3, justifica la preocupación por cómo controlar y dirigir las máquinas creadas por el “proceso de racionalización de la vida”, en términos de Weber, en curso desde el Renacimiento. En otras palabras, justifica la concepción de la política como una lucha por la dirección del Estado.
El capítulo 4 vuelve al tono narrativo para hablar de las revoluciones democráticas en Inglaterra, Estados Unidos y Francia entre los siglos XVII y XVIII. Han colocado en el centro de la modernidad las viejas ideas de libertad e igualdad, que pertenecen a la primera definición de la política. La antigua democracia, entendida como gobierno del pueblo, se rescata con la caída de los Estados absolutistas, al menos como aspiración e inspiración. Sin duda será una democracia diferente a la versión original, pero que mantenga una continuidad en cuanto a la inclusión de todos. Ahora bien, bajo las peculiaridades del capitalismo industrial, las clases sociales, desde las más altas hasta las populares (estas últimas, no sin intensa lucha), acabarán teniendo algún acceso a las decisiones.
Cada una de las tres revoluciones trajo sus propias contribuciones. El estado de derecho, la garantía de la pluralidad religiosa y la agenda de los límites del poder fueron los principales legados de la Revolución Inglesa. La igualdad humana universal como meta, la protección de los derechos de las minorías y el federalismo como garantía de la libertad fueron marcas que dejó la Revolución Americana. La profunda intervención de las clases populares en la política, que trajo consigo una noción de igualdad social sin precedentes, compuso el legado imborrable que dejó la Revolución Francesa, que cierra el capítulo.
El desarrollo de la democracia moderna en los siglos XIX y XX ocupa el capítulo 5, buscando comprender las implicaciones de la entrada en escena de las masas. Desde un punto de vista institucional, la democracia moderna difiere de la democracia antigua porque es representativa, pero la representación paradójicamente inserta un principio aristocrático en el sistema. Definida desde la experiencia de la Antigüedad, la democracia sería el “gobierno del pueblo”, sin embargo, en la modernidad, el pueblo no gobierna, sólo elige a quien gobierna. La antigüedad lo consideraría una mezcla de aristocracia y democracia.
La ampliación de los derechos políticos, sin embargo, como resultado de la organización y lucha de la clase obrera, cuyo exigente programa incluía el sufragio universal, el voto secreto y las elecciones periódicas, democratizó la democracia, por así decirlo. A mediados del siglo XX, la democracia significaba la elección y remoción pacífica de los gobernantes en elecciones libres y periódicas; la inclusión de casi todos los adultos en el derecho a votar y postularse; la libertad de expresión, incluida la de criticar a los titulares de cargos, la conducta del gobierno, el sistema económico, social y político imperante; el derecho a afiliarse a asociaciones autónomas. Cuando estuvieron en pleno funcionamiento, estos supuestos impulsaron la construcción del estado de bienestar (Estado de bienestar), que elevó la post-Segunda Guerra Mundial, en países de capitalismo desarrollado, al estatus de la experiencia más democrática de la época contemporánea.
Finalmente, el Capítulo 6 muestra que a partir de la década de 1970 el estado de bienestar fue erosionado por el neoliberalismo. En nombre de la libertad mercantil, se invirtió lo que el economista francés Jean Fourastié llamó los “Treinta Gloriosos”, el período comprendido entre 1945 y 1975.[Viii] En una etapa reciente, despertada del sueño de la posguerra por la ola neoliberal, la extrema derecha, luego de expandirse a varias partes del mundo, se convirtió en epidemia en la segunda década del siglo XXI.
Como resultado, los temores que prevalecieron en la primera mitad del siglo XX han vuelto a circular. ¿Hasta qué punto la crisis de la democracia puede abrir la puerta al horror del período de entreguerras? Según Hannah Arendt, el totalitarismo de los años 1930 fue un nuevo régimen en la historia, cuyo objetivo último fue la extinción definitiva de la política como práctica colectiva de libertad, y cuyo espectro, a partir de entonces, acechará para siempre a la humanidad. Mientras algunos analistas predicen un “cierre gradual” de las democracias, provocado por los líderes electos, otros incluso hablan de “totalitarismo neoliberal”. Un tercer campo identifica un “interregno” en el que pueden ocurrir los más variados fenómenos. Desde arranques de resentimiento y nihilismo hasta la reapertura de alternativas sociales y democráticas, hay un abanico de posibilidades a principios del siglo XXI. Contribuir a la elección de opciones democráticas es el fin último y valioso que nos animó a realizar la tarea que ahora se inicia.
Sin el Departamento de Ciencias Políticas (DCP) y la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas (FFLCH) de la Universidad de São Paulo, este trabajo no se hubiera realizado. Estamos especialmente agradecidos a los estudiantes de ciencias sociales cuyo deseo de aprender nos motivó.
Este libro continúa las preocupaciones con la difusión del conocimiento de los profesores de la Universidad de São Paulo, que organizaron obras como Clásicos de la Política, Clásicos del Pensamiento Político y Pensamiento Político Clásico. Fueron libros importantes en el contexto de la transición democrática brasileña y siguen siendo buenas fuentes de consulta en la actualidad.[Ex]
Retornar a temas básicos de la disciplina, como la libertad, la igualdad, el liderazgo del Estado y la violencia, ahora que la democracia vuelve a estar en riesgo, fue la forma que encontramos para agradecer el legado dejado por maestros que nos antecedieron en la tarea de pensar y actuar. .
*andré cantante es profesor de ciencia política en la FFLCH-USP. Autor, entre otros libros, de Lulismo en crisis (Compañía de Letras).
*Cicerón Araújo es profesor de teoría política en la FFLCH-USP. Autor, entre otros libros, de La forma de la República: de la constitución mixta al Estado (Martins Fontes).
*Leonardo Belinelli. es doctor en ciencias políticas por la USP. Autor de Los dilemas del patrimonialismo brasileño (Alameda).
referencia
André Singer, Cicero Araujo & Leonardo Belinelli. Estado y democracia: una introducción al estudio de la política. Río de Janeiro, Zahar, 2021, 300 páginas.
Notas
[i] Véase, por ejemplo, Leonardo Avritzer, “El bolsonarismo a la luz de Hannah Arendt”; y Wilson Tosta, “'No hay programa político, la lucha de Bolsonaro es por el poder', dice Luiz Werneck Vianna”.
[ii] Karl Marx El 18 Brumario de Luis Bonaparte, P. 25.
[iii] Por no ser un libro de historia, las fuentes privilegiadas no siempre contenían las investigaciones más recientes, aunque todas eran, siempre, fiables.
[iv] Gabriel Cohn, “El eclecticismo bien temperado”.
[V] Hanna Arendt, ¿Cuál es la política?, págs. 145 y 43 respectivamente.
[VI] Sobre el concepto de deliberación, véase Jürgen Habermas, “Three Normative Models of Democracy”.
[Vii] Max Weber, “La política como vocación”.
[Viii] Juan Fourastie, Les trente glorieuses, ou La révolution invisible de 1946 a 1975.
[Ex] Francisco Weffort (Ed.), Los clásicos de la política. Celia Galvão Quirino; Claudio Vouga; Gildo Marçal Brandão (Eds.), Clásicos del pensamiento político. Celia Galvão Quirino; María Teresa Sadek (Eds.), Pensamiento político clásico.