por RUBENS PINTO LYRA*
Consideraciones sobre el sistema penitenciario brasileño
“Casa de los horrores”, “sistema espantoso”, “calabozos medievales” son algunos de los nombres atribuidos a las cárceles brasileñas: las que albergan el mayor número de presos que nunca han sido juzgados (al menos el cuarenta por ciento de la población carcelaria), a pesar de gozar de la presunción constitucional de inocencia.
Pie. Valdir Silveira, quien coordinó la Pastoral Carcerária durante varios años, llega a afirmar que “el sistema penitenciario brasileño está estructurado para torturar y matar, nada más”. Y agrega: “si metieran perros y gatos en las cárceles brasileñas tratados como son los presos, tendríamos millones en las calles y movilización internacional contra Brasil”.
Están sujetos desde la violencia física hasta la privación de cuidados mínimos de higiene. En muchos casos, no hay jabón, rara vez papel higiénico, incluso toallas sanitarias para mujeres.
Las cárceles brasileñas están en la cima de la clasificación más infecciosos, superpoblados, costosos y mal administrados del mundo. Esta es una subestimación elegante, ya que muchas prisiones están gobernadas por quienes están encerrados en ellas. ¡Son ellos quienes definen las reglas de convivencia e incluso a quienes se les confían sus llaves!
Un corolario lógico de esta surrealista delegación del Estado a sus custodios: “cuando un preso decide matar a otro, es difícil evitarlo”, declaró, sin problemas, el exsecretario de Justicia (?) y Ciudadanía (??) de Río Grande del Norte, Walber Virguline. Nadie ignora las fallas del sistema penitenciario (¿?) a pesar de que hay quienes evalúan estas “casas de los horrores” como “hoteles cinco estrellas”. Dite a ti mismo, de paso, que esta valoración de este “sistema” (que produce lo contrario de lo que debería favorecer: la recuperación de los condenados y su reinserción social) cambia por completo, cuando ellos mismos son alojados, aunque sea circunstancialmente, en sus dependencias.
Este fue el caso de los criminales bolsonaristas que invadieron y destruyeron los edificios de los Tres Poderes. Alegaron irrespeto a los derechos humanos, que antes negaban a “bandidos” de linajes menos nobles que el suyo. Y eso, a pesar de que recibieron un trato privilegiado cuando fueron detenidos en Brasilia, con vigilancia, en el local donde fueron recogidos, por la OAB, el Ministerio Público Federal y la Defensoría Pública de la Unión, todos dando fe de que sus derechos estaban siendo respetados.
Otra es la opinión que tienen sobre las prisiones brasileñas los “mal nacidos”, los que no tienen dinero y, en consecuencia, los que no tienen abogados, como los internos que pasan años en esos “hoteles” sin ser juzgados, pues, en la Al final, con vidas completamente arruinadas, la mayoría de ellos serán considerados inocentes.
Como hemos visto, quienes se creían envidiables, como los bolsonaristas detenidos, cambian radicalmente de opinión si un día ellos mismos, un niño o un pariente cercano, es, por ejemplo, incriminado por la policía como narcotraficante, siendo un mero usuario; o, inocente, es arrestado, confundido con el verdadero culpable; o si, por cualquier otra razón, la condición de “huéspedes” de los supuestos “hoteles de lujo” se amarga, ya sea por días o meses.
Habiendo abdicado responsabilidades en la administración del sistema penitenciario y el respeto a la ley, el Estado pasó a violar persistentemente los principios constitucionales que garantizan los derechos y la Ley de Ejecuciones Penales, así como los convenios y tratados internacionales.
Esta abdicación es la principal causa de los levantamientos que se han vuelto rutinarios en este sistema, causando la pérdida de muchas vidas, producto de la práctica de la justicia con sus propias manos, realizada por los condenados; de la desmoralización de las autoridades y el consiguiente sentimiento generalizado de inseguridad.
A modo de ejemplo: durante estas rebeliones, los asesinatos se multiplicaron en importantes ciudades -llevando, en algunas de ellas -como sucedió hace algunos años en Natal-, incluso a la suspensión, por varios días, de servicios tan esenciales como el transporte público.
Un efecto particularmente deletéreo del control de las cárceles por parte de los convictos es su transformación en escuelas especializadas para la formación de delincuentes. Aquellos con menor potencial ofensivo están obligados, para sobrevivir, a integrarse a alguna de las organizaciones criminales que dirigen los centros penitenciarios y, en consecuencia, a cumplir con sus determinaciones, incluso cometiendo más delitos.
Muchos de los que dan por merecidas las condiciones inhumanas de las prisiones, conociendo mejor la dura realidad de las cárceles, entienden que es lo que hace posible la expansión de la criminalidad. En efecto, el endurecimiento de la legislación penal, ocurrido con la aprobación de la ley de los delitos atroces, en la década de los noventa del siglo pasado, no contribuyó a su disminución. Incluso lo fomentó, al impedir que los condenados por los delitos previstos en esa ley se beneficiaran de la progresión del régimen, perpetuando su estancia en prisión y privándolos de la posibilidad de resocialización.
Por otra parte, la agresiva política de encarcelamiento y aislamiento de los líderes del crimen organizado no disminuyó en nada las rebeliones en el sistema penitenciario, sino todo lo contrario. Tampoco inhibirá el uso de la Fuerza Armada, si el poder público no es capaz de hacer cumplir la Ley de Ejecuciones Penales, garantizando la integridad física y demás derechos de los presos.
Otra prueba clara del fracaso en el endurecimiento de la legislación penal es el crecimiento, en proporciones geométricas, de la población carcelaria. En los últimos 14 años ha aumentado un 267%, alcanzando hoy la cifra de 711.467 detenidos. Quiero decir, en ese corto período, prácticamente hemos triplicado el número de personas alojadas en nuestras mazmorras oscuras.
Brasil es el tercer país que más detiene en el mundo, solo por detrás de Estados Unidos y China, que tiene una población cinco veces mayor que la nuestra (y todavía hay decenas de miles de órdenes de arresto sin cumplir), ganando incluso a India. .
Si es así, independientemente de lo que cada uno piense sobre los derechos humanos, a todos les interesa humanizar las cárceles, a través de una reducción significativa de la población carcelaria, con una reducción drástica de la prisión preventiva y la expansión del uso de tobilleras. Y, sobre todo, con la ampliación de penas alternativas, como el arresto domiciliario.
Por otra parte, las políticas públicas que amplían los espacios de ocio y convivencia, fomentan las actividades deportivas, ofrecen trabajo a los reclusos, así como los programas de prevención y tratamiento de las drogodependencias, donde se han implementado, muestran su eficacia.
Considerando la relación costo-beneficio, estas medidas, además de prácticas, son económicas, permitiendo la rehabilitación efectiva de los internos. Pero nunca fueron adoptados, debido a la hegemonía conservadora que domina los Poderes del Estado, especialmente el Legislativo y el Judicial.
Sólo saldrán de su letargo con la conciencia, por parte de la mayoría de los ciudadanos, de que el orden social injusto, bajo cuya égida vivimos, es precisamente, con la ideología punitiva que lo ancla, el principal interesado en mantener el status quo Ello, dirigido, en la gran mayoría de los casos, al castigo de los ya sancionados con distintas formas de exclusión social.
El predominio de esta ideología nos ha hecho olvidar la profética advertencia del gran educador Darcy Ribeiro: “si no construimos escuelas ahora, no habrá dinero para construir prisiones”.
No hemos avanzado, al ritmo necesario, en la construcción de escuelas de calidad, de tiempo completo, que aseguren la plena inserción sociocultural y laboral de los jóvenes. Pero pagamos el precio de este desfase, con la proliferación de unidades altamente especializadas en el entrenamiento de delincuentes, a las que eufemísticamente llamamos prisiones.
El trasfondo de la aceptación resignada, por la izquierda (con la honrosa excepción de una minoría de activistas de derechos humanos) y por la derecha, de la calamitosa situación de los llamados establecimientos de recuperación criminal, es la amplia hegemonía de las concepciones autoritarias, que ponen la reconstrucción, sobre bases humanísticas, del sistema penitenciario en un tercer lugar.
Cambiar esta mentalidad requiere acciones de concientización, tanto desde la sociedad como desde el Estado, que identifiquen la desigualdad social y la consecuente privación de una educación de calidad por parte de los más pobres como la principal causa de la persistente alta delincuencia en el país. Este cambio es un requisito indispensable para la adopción de políticas que promuevan una reforma penitenciaria digna de ese nombre, con la adecuada rehabilitación de los internos y demás medidas preventivas y educativas sugeridas en este trabajo.
*Rubens Pinto Lyra Es profesor emérito de la UFPB. Autor, entre otros libros, de Bolsonarismo: ideología, psicología, política y temas relacionados (CCTA/UFPB)).
El sitio web de A Terra é Redonda existe gracias a nuestros lectores y simpatizantes.
Ayúdanos a mantener esta idea en marcha.
Haga clic aquí para ver cómo