por ALYSSON LEANDRO MÁSCARO*
Una filosofía capaz de afrontar los problemas del presente.
La obra de Ernst Bloch camina con frescura y no envejece cuando llega al siglo XXI. Si es un filósofo típico del siglo XX, más concretamente en lo que se refiere al conjunto de preocupaciones de su primera mitad, Bloch es actual por un peculiar proceso de afirmación filosófica: por un lado, por sus temas e inquietudes, se constituyó en un desplazado, retraído y diluido lo suficiente como para no dejarse contaminar por lo específico y banal de su tiempo inmediato; por otro lado, siempre fue radical en las apuestas y posicionamientos del tiempo, que paradójicamente ni el tiempo pudo entregar ni confirmar.
Su marxismo es también algo aristotélico, de la mejor escatología medieval, de la tricolor revolucionaria burguesa. Su leninismo revolucionario es más riguroso y éticamente exigente que el de los leninistas y la práctica soviética. El recorrido de la filosofía de Ernst Bloch, por tanto, siempre parece políticamente anacrónico y, al mismo tiempo, más comprometido con el futuro deseado de las luchas. Es cierto que Bloch a menudo se involucra en las luchas del día y fotografía su tiempo como nadie más lo ha hecho: su trabajo sobre Weimar y el nazismo. Erbschaft dieser Zeit, es un ejemplo de esta visión.
Pero, al mismo tiempo que tiene en sus manos las fotos de lo que todos ven también adelante, Bloch carga y manipula las pinturas y dibujos del pasado y, en particular, los proyectos arquitectónicos del futuro, a través de los cuales siempre se permite apuntar a lo que está pasando debe emprender la destrucción/construcción para el socialismo. Nunca es sólo el presente por sí mismo, ya que siempre vuelve al pasado y mira hacia el futuro.
Un movimiento de desplazamiento tan anacrónico como un lanzamiento radical hacia el futuro se confirma en todos los temas centrales del pensamiento de Ernst Bloch, destacando: (a) su propia filosofía; (b) el marxismo; (c) política y derecho; (d) estética; (y) la utopía.
Filosóficamente, Bloch parece ser portador de un humanismo antiguo, caritativo o casi espontáneo, que la filosofía alemana, en otros paradigmas, también vio florecer en Friedrich Nietzsche, Walter Benjamin o Hans-Georg Gadamer, una filosofía menos académica o analítica y más fundamentada sobre la realidad vivida; por otra parte, no está necesariamente apegado a las modas y faros del siglo XX: no sufre el peso de las anclas oficiales del pensamiento institucionalmente establecido, desde la filosofía analítica al giro lingüístico, ni de la adhesión al existencialismo y otras olas que luego sucumbieron, pereciendo filosóficamente.
En cuestiones de marxismo, Bloch es menos ortodoxo que otros pensadores como György Lukács y, en comparación con este último, también menos comprometido en términos de estalinismo; al mismo tiempo, es más apasionadamente leninista, revolucionaria de masas, ligada a la clase obrera. En cuanto a la política y el derecho, es contrario a la rigidez estatal y al mundo estandarizado y legalizado; el poder popular y la justicia contra la ley son sus corolarios. Estéticamente, no ha seguido las aventuras y desventuras del realismo socialista; su expresionismo abrazó, con conmoción e incomodidad, a las vanguardias.
Filósofo de la utopía y de la esperanza, fue menos práctico que los que vivían la lucha del día a día; sin embargo, cuando llegó el reflujo de las revoluciones y el antimarxismo, no se cansó ni se volvió conservador como aquellos que vieron peligro en la utopía y luego, por el contrario, empezó a preconizar el “principio de responsabilidad”. Tampoco naturalizó el capitalismo hasta el punto de considerar su condición histórica insuperable. Bloch persevera al señalar la esperanza de un futuro socialista.
La filosofía de Bloch hoy
El modo de logro filosófico de Ernst Bloch, el estilo de pensamiento, como algunos dirían ahora, no es típico del siglo XX. Cuando la filosofía ya se había profesionalizado y convertido en universidad, dando la vuelta a sus propios referentes y haciéndose analítica, limitándose casi siempre a la lectura estructural de los textos, Bloch, aunque creando monumentos de filosofía conceptual y sistemática, como Sujeto objeto, El problema del materialismo, seine Geschichte und Substanz ou Experimentum Mundi: Frage, Kategorien des Herausbringens, Praxis, construyó en particular una filosofía abierta, sensibilizada por los fragmentos y exigencias de la vida vivida, sin temor a proceder a totalizaciones, conclusiones o extracciones de implicaciones prácticas, políticas, éticas, incluso morales.
No se puede decir que esta posición haya sido frecuente en el pasado y recién en el siglo XX se vuelva anacrónica. Si se toman pensamientos paradigmáticos como los de Hegel y Marx en el siglo XIX, o el de Kant en el siglo XVIII, se verá que una filosofía más caleidoscópica o ensayística siempre ha sido la excepción. A principios del siglo XIX, un Lamennais era un filósofo más del entusiasmo que del concepto; en un horizonte completamente opuesto, a fines del mismo siglo, Nietzsche es un modelo de filosofía en contrapunto al texto de estilo esbelto oa la disertación autolimitada. En el siglo XX, Benjamin, el amigo de Bloch, es un ejemplo más de una obra filosófica peculiar, que dejará claras huellas, entre otras, en la Rastrear Blochianos.
Bloch también comparte una visión de la realidad que busca no colocar una grilla u hoja de cálculo de conceptos ante lo vivido en ella. En este sentido, se procede a una valorización de lo efectivo, lo que no significa consagrarlo o sostenerlo, sino más bien hacer comenzar con él la tarea de la crítica, apoyar lo efectivo contra sí mismo. Con eso, Bloch no opera en los procedimientos habituales de la sociología, estableciendo categorías, proposiciones y deducciones genéricas como las que podrían considerar a la clase obrera, carente de medios de producción, revolucionaria a la vez. Tampoco, por el contrario, pudo comprobar que, siendo las masas alemanas fascistas, entonces no brotaban allí contradicciones que pudieran ser aprovechadas para la resistencia e incluso para la revolución.
La vida vivida pulsa de forma más dinámica y contradictoria que los conceptos generales o etiquetas que se le intentan colocar. Tal respeto por la miseria, la fragilidad y la vida cotidiana del ser humano, sus relaciones sociales, sus valores, orientaciones, bloqueos e impulsos, hace de Bloch un pensador peculiar del siglo XX. Gadamer, en su perspectiva hermenéutica, llama caritativo a observar con ojos respetuosos la sabiduría, las contradicciones y el modo de hacer del jurista, del teólogo, del lector o del médico, en este sentido está a la par de Bloch en no superponerse, de antemano , las guías filosóficas y conceptuales de lo que es la existencia en su fluidez de prejuicios y dificultades.
La debilidad de Bloch -así como la de Nietzsche o la de Benjamin- frente a la filosofía más conceptual, más autorreferencial, es también la causa de gran parte de su constante frescura. Al menos un gran eje se estableció en la filosofía universitaria oficial del siglo XX, sofocando los patrones del pensamiento teórico: la filosofía con un aspecto analítico, que tiene el lenguaje como su pilar. Típicamente anglosajona y americana, con un poder de coerción casi automático en los centros intelectuales que emulan al capital y sus bases de financiación, esta filosofía de confirmación de las formas y patrones del capitalismo, si tiene suelo de éxito, tiene techo. de vergüenza de posibilidades que la hace marchitar al no avanzar frente a las contradicciones de su propio tiempo. Frente a este entorno dominante, Bloch es siempre un golpe contra los llamados amarres filosóficos del corriente principal.
Al mismo tiempo, en aquellos que no son los ejes oficiales del pensamiento filosófico analítico y lingüístico angloparlante, los ejes continentales europeos, por lo tanto, ha habido corrientes filosóficas dominantes que, si no limitadas como las del eje dominante, son marcadamente atados a las épocas e historias en las que adquirieron protagonismo. Los existencialismos –desde la filosofía existencial de Heidegger hasta las visiones francesas de Sartre o Camus– impactaron fuertemente en sectores del propio marxismo, como partes del pensamiento de Marcuse o el caso de Lukács en su última fase. Aunque se pueden establecer algunos puntos de diálogo, Bloch no se embarca directamente en una perspectiva existencialista o existencialista.
Su anacronismo también hizo posible que no se tragara con el agotamiento de esta vacante. Las lecturas estructuralistas o posestructuralistas –de las que Bloch no sospecha proximidad–, a diferencia de las existencialistas, consiguen absorber el pensamiento de Bloch con más facilidad que las de Lukács y Marcuse. Parte de la vitalidad de Bloch en el presente proviene precisamente de su filosofía que, girando en torno a sus propios temas y preocupaciones, se cruza con las tendencias o constricciones filosóficas oficiales casi como un contrapunto o una composición exótica, curiosa o pintoresca.
El marxismo hoy de Bloch
Ernst Bloch se acercó al marxismo una vez completada la primera etapa de su formación intelectual con un doctorado sobre Heinrich Rickert y, también, compartiendo convivencias y entornos como los de Georg Simmel, Max Weber o Gustav Radbruch. Durante la Revolución Rusa, Bloch, ya en la segunda edición de su Geist de la utopía, en 1923, comenzó a dialogar directamente con el marxismo. Toda su trayectoria, a partir de entonces, es marxista, ya sea en el campo filosófico como en su vida personal. Después de la Segunda Guerra Mundial, después de haber estado exiliado en los EE. UU., optó por regresar a la República Democrática Alemana, Alemania Oriental, en un movimiento inusual entre otros intelectuales de izquierda alemanes exiliados en la época del nazismo.
El marxismo de Bloch siempre estuvo basado en fundamentos peculiares, incluso dados los temas que lo movían. La escatología, la religión, la utopía no fueron, en el siglo XX, temas centrales del pensamiento marxista ni de la lucha política. De ahí, históricamente, la desconfianza del campo soviético o de los partidos comunistas oficiales con las posiciones de Bloch. Su compromiso con la causa comunista no estuvo acompañado de la misma manera por la causa de algunos de los reputados gobiernos comunistas.
Al compararlo con su homólogo marxista más inmediato, Lukács, se perciben dos movimientos divergentes. No campo filosófico, a temática blochiana – única e constante – é persistentemente tangencial à do marxismo “ortodoxo”, enquanto a lukacsiana – em suas variadas e distintas fases – busca sempre ser oficial: consciência de classe, classe trabalhadora como sujeito revolucionário, centralidade ontológica del trabajo. En el campo político, ambos fueron cercanos al mundo soviético y en algún momento contrastaron con él, pero Lukács es más estalinista – véase su posición a favor del realismo socialista – y también más directamente político, como en su posición en el gobierno húngaro de Imre Nagy, mientras que Bloch es un agente más profético y menos práctico. Siempre fue leninista, y eso no significaba considerar todo el estalinismo como una secuela inmediata y necesaria del leninismo. Su posición leninista entusiasta es revolucionaria porque se basa en una disposición constante a la superación del capitalismo, en un proceso que siempre se puede iniciar y se puede incrementar de la misma manera.
Sucede que Bloch, menos alineado con los gobiernos socialistas oficiales del siglo XX, es más marxista a los efectos del marxismo. Su fijación teórica en torno a la utopía lo convierte en el mayor especialista en proyectar lo que se desea para una sociedad socialista. Con eso, también estaba menos preocupado por los percances en el camino, y por las elecciones a veces fallidas, a veces infelices, del mundo soviético. Su compromiso práctico menor es también su compromiso teórico y sus grandes horizontes. Su misma oposición a Lukács sobre el realismo socialista es una demostración de que era más estricto con los horizontes comunistas que los comunistas en el poder soviético. Si la lucha socialista fue de vanguardia, Bloch nunca renunció a ella. En ese momento, estaba menos comprometido con el trabajo diario que los vencedores. Pero cuando estos antiguos vencedores fueron derrocados, el pensamiento de Bloch se mantuvo firme y vigoroso.
La política y el derecho de Bloch hoy
Inmerso en el ambiente alemán de la República de Weimar y el fracaso del SPD, Bloch percibe en el ascenso del nazismo un llamado a las masas trabajadoras que la izquierda y el marxismo no alcanzaron. En Erbschaft dieser Zeit, busca comprender las conexiones culturales, religiosas y espirituales entre los nazis y las clases pobres. No bastaba que las luchas socialistas fueran portadoras de verdad y ciencia: era necesario hablar el lenguaje del pueblo, tocar los sentimientos, llegar a las múltiples temporalidades que se superponían en cada tiempo histórico. Luchar por el futuro era llegar a los pasados que aún reinaban y daban sentido a las subjetividades. De alguna manera -ya su manera- Bloch anticipa los grandes problemas de la ideología y la subjetividad, que serán tratados con mayor preocupación por las reflexiones contemporáneas sobre el marxismo.
Em Naturrecht und menschliche Würde, escrito en los años de la Segunda Guerra Mundial y el exilio en EE.UU., Bloch avanza la comprensión de la política en cuadrantes muy cercanos a los de la tradición de la filosofía marxista. Al igual que Engels, considera al Estado vinculado a la apropiación privada. Al igual que Lenin, también defiende que el Estado perecerá bajo el socialismo. Su posición política se basa en las fórmulas marxistas genéricas: el Estado como comité de dirección de la burguesía. Sin embargo, nunca se desliza hacia la valoración del Estado burgués y democrático, como sucedió en la mayoría de los pensamientos socialdemócratas que originalmente tenían bases marxistas, en la segunda mitad del siglo XX (ver Eurocomunismo o democracia como valor universal en Brasil) .
Bloch insiste en el carácter transitorio del fenómeno estatal, para ser derrotado inexorablemente por las luchas socialistas. Así, cuando aparecen nuevas lecturas marxistas sobre el Estado, más rigurosas, científicas y consecuentes, como las del debate sobre la derivación del Estado, las proposiciones de Bloch, aunque genéricas, no se oponen a él, permitiendo una reapropiación. La utopía sobre el Estado es la extinción del Estado.
El mismo patrón se puede ver en la lectura legal de Bloch, todavía en Naturrecht und menschliche Würde. Su capacidad para concebir una crítica estructural del derecho es única en su época. Es notable que Bloch fue el primero en redescubrir Pachukanis, poco después de su declive bajo Stalin. Asociando el fenómeno jurídico no a una normatividad genérica, sino a la forma mercantil, Pachukanis será el parámetro de Bloch para considerar el horizonte socialista no como una utopía de un nuevo derecho, sino como una utopía de la extinción del derecho. En su lugar, Bloch apunta a lo justo, a la dignidad humana.
El inventario que hizo de la historia del derecho natural revela, en varios momentos, la lucha de los de abajo como sentido de la justicia. El futuro no será la administración social a través del buen derecho, será la toma del poder por los propios explotados. La lectura jurídica de Bloch, aunque disuelta en las aguas de múltiples fuentes de justicia y dignidad, es radical en la posición de que la forma de derecho debe extinguirse en el socialismo.
Si el transcurso del siglo XX estuvo todo movilizado y señalado por la revolución socialista, sus últimas décadas y el inicio del siglo XXI están marcados por el impedimento de la revolución. El autoproclamado capitalismo triunfante, de carácter neoliberal, reposiciona los términos de la filosofía política. Habermas, que provenía de una tradición marxista, rechaza los estándares revolucionarios en favor de ensalzar la democracia liberal, el derecho y el supuesto consenso. Bloch vivió antes del neoliberalismo, en tiempos de apogeo revolucionario. Murió como un entusiasta de la transformación radical, ajeno a los cambios lingüísticos, la consagración del derecho y el acortamiento de los horizontes políticos en años posteriores. Su pensamiento ha recorrido las décadas neoliberales a contrapelo, sin ensalzar al Estado y al derecho como alternativas sociales. La apropiación de Blochian, después de su muerte, siempre ha sido de izquierda. De manera patente e inmaculada, no hay ningún beneficio de Bloch para el neoliberalismo.
La estética de Bloch hoy
La estética impregna todo el pensamiento de Bloch. Participó activamente de los debates artísticos y referentes eruditos de su época, en ambientes directamente disputados por el marxismo. Al comienzo de su obra, en Geist de la utopía, se ocupó abundantemente de la música, como la de Wagner. Pero en la Alemania de la época de Weimar, fue el expresionismo el que marcó la fuerza crítica en el arte. Bloch compartía este ambiente, habiendo sido amigo de la mayoría de sus exponentes. Karola Bloch, la segunda de sus esposas, arquitecta, se formó en la Neue Sachlichkeit, nueva objetividad, impregnada de expresionismo.
Curiosamente, si la revolución rusa desató, en los primeros años de la Unión Soviética, grandes energías estéticas de vanguardia, poco después endureció y convirtió el arte a los efectos de consolidar el poder estatal soviético. Así comenzó un largo camino de afirmación del llamado realismo socialista. Basado en una estética de ortodoxia en la representación artística, de más fácil comprensión y aceptación por parte de las masas, el realismo socialista buscó conectarse directamente con las bases ya consolidadas por la fruición estética de la clase obrera. Como resultado, los movimientos artísticos de vanguardia fueron enfrentados e incluso, en poco tiempo, asfixiados.
Los horizontes del realismo socialista identificaron las posiciones oficiales, prosoviéticas, más estalinistas que propiamente leninistas, dada la especial atención de Stalin al tema. En el gran arco de artistas y filósofos que, a mediados del siglo XX, produjeron o defendieron el realismo socialista, se destacó Lukács. Elogiando en la literatura manifestaciones que aún podían reflejar la realidad, con formas y relatos clasicistas, con rasgos canónicos, como los de Thomas Mann, Lukács se aleja paulatinamente de las posiciones blocchianas, que estaban empapadas de las experiencias vanguardistas alemanas y que Lukács acusaría de decadencia. El contraste marca el relativo atraso de las posiciones estéticas de Lukács y la insistencia de Bloch en lo nuevo.
Su matriz expresionista también hizo que Bloch se afianzara en unos principios vanguardistas que no eran meramente subjetivistas o idealistas. El cansancio de la estética contemporánea o su condición meramente performativa, para la apreciación mercantil, no fueron alcances de su demanda estética. Si tras los años iniciales de formulación del pensamiento artístico de Bloch surgieron nuevas vanguardias, éstas fueron menos radicales que las de su tiempo, de tal modo que nunca se planteó asumir su posición como conservador o arcaico: permaneció radical en su orientación política que modulaba, deformaba, magnificaba y relativizaba la realidad para hacer de ella un clamor social. Su estética expresionista, moderna, de la nueva objetividad, aunque propia de principios del siglo XX, sigue viva.
La utopía de Bloch hoy
La utopía es el estandarte más importante del pensamiento de Ernst Bloch, su tema recurrente, la inquietud que atraviesa todos los demás ámbitos de su filosofía. Distinguiéndose de las muchas visiones de la utopía que existieron en siglos anteriores –mística, religiosa, idealista o voluntaria, en un largo arco que pasa por la época medieval hasta llegar al socialismo utópico del siglo XIX– Bloch plantea el horizonte de la utopía concreta, cual El principio de la esperanza es su obra monumental. Lo posible concreto, sostenido tanto en la objetividad como en la acción subjetiva, erige la Noch-Nicht-Sein.
Las utopías de perfil idealista y metafísico se desarrollaron en distintas épocas en las que la revolución no se presentaba como paradigma. Pero, a finales del siglo XIX, a partir de las luchas socialistas, la utopía se hizo concreta, científica y posible. Poco después, en medio de los horrores de una guerra mundial, floreció la Unión Soviética. Por eso, ya en el siglo XX, Bloch desarrolla toda su filosofía de la esperanza en términos revolucionarios, lo que significa que, frente a su propio tiempo, el pensamiento de Bloch sobre la utopía se presenta a la vez como un acoplamiento y como una proyección. En cuanto al acoplamiento, las revoluciones socialistas permitieron vislumbrar una utopía concreta y, en ese sentido, Bloch opera en sintonía con la época revolucionaria.
Por otro lado, en cuanto a la proyección, la insistencia en la utopía en tiempos en que ya emergían los primeros estados de lucha posrevolucionarios demuestra que Bloch opera en relativo contrapunto con el tiempo mismo, apuntando a las necesarias proyecciones utópicas que la Unión Soviética no hizo. conseguido y que aún quedaba por cumplir. Con eso, ni la filosofía de la utopía de Bloch puede considerarse totalmente divergente de las luchas concretas de su tiempo, ni totalmente contenida en los términos de la experiencia revolucionaria dada. Su posición, relativamente fuera de lugar y persistentemente radical en sus propósitos, se confirma aquí. En tiempos de esperanza revolucionaria, la utopía de Bloch es tanto sincrónica como crítica.
Después de los tiempos de la revolución soviética, muchas luchas surgidas a lo largo del siglo XX en el mundo encontraron en Bloch los referentes de su esperanza. De los religiosos de la teología de la liberación, que bebían directamente de Ateísmo en Christentum e Thomas Müntzer como Theologe der Revolution – hasta llegar a los estudiantes y jóvenes de mayo de 1968, pasando por una miríada de movimientos progresistas, el pensamiento de Bloch fue paradigma de varias batallas por un nuevo mañana. Sucede que, a finales del siglo XX, llegan los tiempos conservadores. Cuando murió Bloch, a finales de los años 1970, el neoliberalismo ya estaba a la vista. Luego vino el colapso del mundo soviético. La utopía y la esperanza llegaron a ser consideradas fracasos, luchadas y aborrecidas. En este amplio ámbito actual de hostilidad a la esperanza, propongo la existencia de dos categorías de oposición a la utopía de Bloch: la imposibilidad o la ética.
La filosofía de la utopía de Bloch se encuentra, en las últimas décadas del siglo XX y las primeras del siglo XXI, con el reflujo de las luchas. La declaración de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia, proclamando la victoria del capitalismo y el liberalismo, es un símbolo de tiempos que no contemplan la utopía y el cambio. La idea de que no se puede escapar a los términos del capitalismo comienza a rondar, entonces, en el marco de la filosofía y la ideología, constituyendo las subjetividades presentes.
Con esto, hay una creciente naturalización de lo que es un modo de producción histórico y bastante reciente en la humanidad. Proposiciones ideológicas liberales y neoliberales dominan el escenario intelectual: competencia, competitividad, progreso induciendo al más fuerte y capaz, meritocracia, la mano invisible del mercado, lex mercatoria, individualismo, autoayuda. Tal es la naturalización del capitalismo que varios nuevos marxistas, algunos inspirados directamente en Bloch, como Fredric Jameson, pero también Slavoj Žižek, apuntan a la frase recurrente que dice que es más fácil pensar en el fin del mundo que en el fin del capitalismo. .
Efectivamente, en el imaginario social actual –en películas, obras de arte, argumentos de debates políticos, medios de comunicación o conversaciones intersubjetivas, materiales que también fueron de gran agrado para el análisis de Bloch–, la hipótesis de que el capitalismo está superado. Se esperan hecatombe nucleares, astronómicas, virales, sanitarias, pero no socialismo. Ya a principios del siglo XXI, Mark Fisher, en la misma línea, demuestra que la fase actual del capitalismo allana cualquier posibilidad utópica: el horizonte ideológico de los tiempos actuales es el del realismo capitalista, en toda su crudeza, sin atisbos de alternativas.
Pero, además de la lucha contra la utopía basada en la imposibilidad de su realización, existe también una vertiente de oposición a Bloch que no acepta los términos mismos de la filosofía de la utopía. En esta contracara “progresista” del mismo momento neoliberal, con aires similares a los de Hannah Arendt, se argumenta que las revoluciones fueron sangrientas, violentas, que el comunismo tiene características dictatoriales que asfixian las libertades individuales, se equipara al socialismo con el nazifascismo, en tal una suerte de que la utopía pase a ser considerada precisamente la proyección de lo que debe evitarse.
Lecturas como el “principio de responsabilidad” de Hans Jonas, basado en el respeto por la ecología y la moderación tecnológica, acaban siendo fundamentalmente de lucha contra la acción histórica y social transformadora. Al asociar el socialismo con los males del desarrollismo industrial, se confunden fenómenos que, en el siglo XX, tenían un origen típicamente capitalista, aunque también se dieron en el suelo del segundo mundo, el soviético, que buscaba modernizarse en términos mercantiles. actualización productiva frente a la misma procedida por el primer mundo.
Un gran bloque, que no es neoliberal por la imposibilidad de que surja uno nuevo, al estilo de Fukuyama y los economistas de mercado, sino neoliberal en términos éticos –porque lo nuevo puede surgir y es indeseable– va desde Michel Foucault hasta la fase del autocuidado a las apropiaciones de la crítica heideggeriana a la tecnología por parte de pensadores como Peter Sloterdijk, teniendo a Hans Jonas como su máximo exponente. Si Jürgen Habermas llegó a tildar a Bloch de Schelling marxista, se debe a la enorme utopía, “irresponsable” en el mejor sentido posible del término, de la fusión incremental de la humanidad con la naturaleza. Se trata de extraer, de la sociabilidad y lo natural, lo mejor que mantienen en potencia. La responsabilidad de Bloch con la naturaleza es tanto respetarla y confirmarla como mejorarla, realzarla. Al igual que con los seres humanos, la responsabilidad es transformarlos. Corregir y realzar la naturaleza; mejores seres humanos nacen, viven y mueren.
Así, en tal contexto, se esbozan las dos oposiciones filosóficas de la actualidad a Bloch. Para los neoliberales de mercado, la utopía es inexistente, una imposibilidad; para ellos, Bloch está muerto. Para los neoliberales “éticos”, la responsabilidad se convierte en la némesis de la utopía; para ellos, Bloch debe ser combatido. Pero, por los enemigos y por la persecución, se ve la grandeza de los perseguidos. El realismo capitalista y la “ética” que sustenta las bases del mundo tal como es son el mantenimiento de un modo de producción y sociabilidad de explotación.
Por un lado, decir sobre la muerte de la utopía ofende a la historia. Por otro lado, la responsabilidad, frente a la utopía, es la conservación de los términos del presente, pero ofende cualquier orientación a la dignidad considerar ético el capitalismo, en la medida en que se considera que el feudalismo o la esclavitud han sido éticos en el pasado. El pensamiento de Bloch permanece fresco porque la utopía concreta se opone exactamente a dos graves desviaciones: el economista, que toma el capitalismo como una determinación social ahistórica; el político, que lleva la ética a un nivel ajeno al modo de producción ya la estructura de sociabilidad que constituye el capitalismo.
En tiempos de reflujo de las luchas, Bloch persiste como principal indicador de que sólo la utopía apunta a la dignidad, que aún falta y es un sentido factible para la lucha que debe emprenderse. La única responsabilidad posible frente a la sociabilidad capitalista actual es la “irresponsabilidad” revolucionaria. El socialismo está una vez más muerto y una vez más a punto de ser construido por los que apenas viven. La utopía concreta se sustenta tanto en las contradicciones y crisis del capital como en la lucha de las masas y de la clase obrera que algún día podrá triunfar. Bloch está vivo porque mientras hay capitalismo hay explotación y dominación y, por lo tanto, hay lucha e historia: la revolución y el socialismo son siempre la posibilidad.
*Alysson Leandro Mascaró Es profesor de la Facultad de Derecho de la USP. Autor, entre otros libros, de Utopía y derecho: Ernst Bloch y la ontología jurídica de la utopía (Barrio Latino).
Publicado originalmente en la revista Dialecto no. 21, enero-abril 2021.
Referencias
Las obras completas de Ernst Bloch fueron publicadas por Suhrkamp Verlag, en Frankfurt, con ediciones en 1977 y 1985. Sus libros a los que se hace referencia en este artículo siguen con el año de su publicación inicial:
BLOCH, Ernst. Ateísmo en Christentum. Suhrkamp Verlag, Fráncfort del Meno, 1968.
BLOCH, Ernst. Das Materialismusproblem, seine Geschichte und Substanz. Suhrkamp Verlag, Fráncfort del Meno, 1972.
BLOCH, Ernst. El Príncipe Hoffnung. Suhrkamp Verlag, Fráncfort del Meno, 1954-1959.
BLOCH, Ernst. Erbschaft dieser Zeit. Suhrkamp Verlag, Fráncfort del Meno, 1935.
BLOCH, Ernst. Experimentum Mundi: Frage, Kategorien des Herausbringens, Praxis. Suhrkamp Verlag, Fráncfort del Meno, 1975
BLOCH, Ernst. Geist de la utopía. Suhrkamp Verlag, Fráncfort del Meno, 1918; 1923.
BLOCH, Ernst. Naturrecht und menschliche Würde. Suhrkamp Verlag, Fráncfort del Meno, 1961.
BLOCH, Ernst. Huellas Suhrkamp Verlag, Fráncfort del Meno, 1930.
BLOCH, Ernst. Sujeto – Objeto. Erläuterungen zu Hegel. Suhrkamp Verlag, Fráncfort del Meno, 1949.
BLOCH, Ernst. Thomas Muntzer como Theologe der Revolution. Suhrkamp Verlag, Fráncfort del Meno, 1921.