Entre la independencia y la subordinación

Imagen: Ciro Saurio
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por ANDRÉ LUIZ DE SOUZA*

Autoempleo, autoemprendimiento y la falacia del emprendimiento

A fines de la década de 1990 y principios del siglo XXI, surgieron nuevas perspectivas del mundo del trabajo en las relaciones de las políticas neoliberales de la sociedad “moderna”. Las mutaciones del trabajo y sus adaptaciones impulsaron a la clase obrera a entrar en las nuevas dinámicas de subordinación y explotación de las relaciones laborales precarias. Con la persistencia de las crisis, el capital necesita reorganizar sus prácticas de control de diferentes formas.

En este caso, aparece una palabra mágica que impone una nueva percepción de la realidad a los sujetos trabajadores, eliminando el concepto de trabajador, que se convierte en algo pesado y nocivo a los ojos de la sociedad, creando un nuevo sujeto, llamado empresario. Esta nueva figura es responsable de sí misma, con el lema “si lo quieres, puedes hacerlo”. Con ello, se eliminan muchas de las obligaciones entre jefe y puesto, recreando un sujeto con posibilidades de suplir las nuevas facetas del mercado laboral.

La nueva realidad obliga al sujeto a ser su propio “jefe”, precarizando las relaciones de trabajo y generando una nueva morfología de la magnitud del capital. Por tanto, la sociedad capitalista se adapta a los intereses de las corporaciones liberales, transformando a los trabajadores en camaleones, porque entran en una subjetividad de percepciones que ocultan la realidad. La explotación se vela ante los dictados del capital. Los cambios en las reglas laborales corroboran para acelerar los males de las sociedades subordinadas al capital.

El emprendimiento se caracteriza con un elemento ideológico, ya que incentiva al trabajador a pensar que está bien ser su propio jefe y ganar dinero, ya que esto le quita la mala condición de empleado. Actualmente, las nuevas prácticas sociales incitan a emprender a una parte de la población, como si fuera algo ventajoso para el sujeto. En este sentido, el modelo actual genera una ilusión de prosperidad y bienestar en el sujeto trabajador (quien vive la disyuntiva de entrar y salir del empleo formal e informal). Sin embargo, para ser emprendedor se necesita dinero. El trabajador desempleado vive en la miseria, lo que resta es la captura de su subjetividad para engañar las condiciones sociales y alejarlo de la dura realidad. Como observan Campos y Soeiro (2016),

“[…] esto es lo que está pasando con esta narrativa. Aparece como una idea generosa y evidente ante la crisis generalizada del empleo. Pero propone un mundo de personas libres y microempresarios felices en todo lo que contrasta con la realidad que nos rodea”. (CAMPOS; SOEIRO, 2016, p. 10).

La sociedad capitalista está sumida en una profunda crisis en los diversos ámbitos sociales, con una economía cada vez más destruida por el empobrecimiento y las nuevas formas de servidumbre en el trabajo (CAMPOS; SOEIRO, 2016). Los sociólogos sostienen que el ideal del emprendimiento se presenta como la salida a la crisis del empleo, sin embargo, destacan que es una salida que acentúa la lógica neoliberal arraigada en el origen del problema de la sociedad de clases, como una falacia en los moldes. del liberalismo clásico más el actual modelo de neoliberalismo reenvasado en “libertad y autonomía individual”. Para los teóricos, las prácticas del nuevo modelo de relaciones laborales, bajo la apariencia de emprendimiento, tienen un efecto político cada vez más evidente: hacer que cada uno se sienta único responsable de su situación (CAMPOS; SOEIRO, 2016).

La relación de mercado es una relación individualizada, porque cuando la mano de obra se acaba, el problema es el trabajador, que no tiene recursos para subsistir. De esta manera, reina la individualización, y la sociedad ya no se preocupa por eso. La responsabilidad recae en el individuo, en una sociedad permeada por el lucro. El ser humano se convierte en mera mercancía para satisfacer al capital. Esta es la lógica del emprendimiento del siglo XXI. El Estado se lava las manos e impone al sujeto la responsabilidad de su supervivencia frente a los males generados por el capital.

En tiempos de crisis, las personas pierden sus trabajos y se quedan sin empleo. Quienes pierden su empleo en el período de “crisis” baja, por lo general, no son recontratados en el período alto o en la estabilización de la economía. Así, Antunes (2009) señala que esta masa de desempleados forma un vasto reservorio de personas que quedan al margen de las relaciones de mercado y, a medida que se marginan de las relaciones de mercado, ya no tienen un lugar en la sociedad, lo cual es dominado por el mercado. En otras palabras, si los trabajadores no pueden ver vendida su fuerza de trabajo, no pueden sobrevivir. Por tanto, la movida es convertirte en empresario y demostrar que eres un triunfador, capaz de superar las crisis de las luchas del día a día y levantarte, reorganizando tu vida económica.

Esto significa que un empresario, en la lógica capitalista liberal, se convierte en consumidor de mercancías para luego venderlas, manteniendo así su facturación y oxigenando la economía de las grandes corporaciones. Por tanto, al mismo tiempo que se produce una gran capacidad de generar riqueza, se genera un número constante de trabajadores que no tienen cabida en este tipo de modo de producción. Y debido a que ese es el modo de producción dominante, no tendrán forma de sobrevivir.

Antunes (2009) sostiene:

“La nueva condición laboral siempre va perdiendo más derechos y garantías sociales. Todo se vuelve precario, sin ninguna garantía de continuidad: “El trabajador precario se encuentra, además, en una frontera incierta entre la ocupación y la no ocupación y también en un reconocimiento jurídico no menos incierto frente a las garantías sociales”. (ANTUNES, 2009, p. 50).

Rosenfield Almeida (2014) señala que esta categoría siempre ha sido imprecisa, abarcando desde autónomos, autónomos y manitas, y extremadamente heterogénea, desde trabajadores en condiciones precarias de inserción hasta profesionales con un alto nivel de conocimientos. En este sentido, Antunes (2009) destaca las morfologías del trabajo frente a la lógica neoliberal y los cambios en las configuraciones del sentido del trabajo:

A partir de entonces, proliferaron diferentes formas de “lean enterprise”, “emprendimiento”, “cooperativismo”, “trabajo voluntario”, etc., entre las más diversas formas alternativas de trabajo precario. Y los capitales utilizaron expresiones que, de alguna manera, estaban presentes en las luchas sociales de los años 1960, como autonomía, participación social, para darles otras configuraciones, muy diferentes, para incorporar elementos del discurso laboral, pero bajo un clara concepción burguesa. (ANTUNES, 2009, p. 49).

Frente a los supuestos, los dictados del capital y las configuraciones de las leyes laborales en el XXI, la salida para el desempleo y para la remodelación del nuevo sujeto proletario es la idealización del hombre emprendedor. Es el énfasis de la lógica liberal de la sociedad impulsada por el capital, arraigada en el clásico problema de las desigualdades sociales. Al respecto, Campos y Soeiro (2016) destacan que la retórica se basa en la libertad y la autonomía individual. Así, la narrativa del emprendimiento tiene un efecto político cada vez más evidente: hacer que todos se sientan los únicos responsables de su situación. Por tanto, el sistema es tan injusto con el trabajador que le “introyecta” una culpa o un deber de obligación moral en su condición social. En este sentido, el nuevo emprendimiento contribuye a forjar nuevos trabajadores precarios y sumisos a los grandes intereses del capital hegemónico.

Campos y Soeiro (2016) señalan que esta lógica perversa destaca una mayor autonomía, una sobrevaloración del individuo, una apología de la creatividad y la expresión, un deseo creciente de construir la propia identidad y reflexionar sobre las propias acciones, además de la desregulación y la mercantilización. de las relaciones económicas y sociales. Por tanto, la provisión de medios de vida para los seres humanos pasa a depender del mecanismo del mercado, supeditando la reproducción misma del tejido social a la reproducción del capital.

La lógica del sistema económico está más arraigada en su propia economía desarraigada. Además, las élites económicas se revelan capaces de condicionar e incluso ocupar directamente las instituciones políticas, como la 'manufactura del consentimiento' (ideal de hombre individualista/consumidor). El sistema económico, según Cangiani (2012), es autorreflexivo, capaz de reorganizar sus bases para reconfigurar la sociedad a sus intereses, preservando el control y logrando subordinar a los individuos. Desde la perspectiva de Dardot y Laval (2016), vivimos en una sociedad de pequeños empresarios, de los cuales ninguno es capaz de ejercer un poder exclusivo y arbitrario sobre el mercado, y una democracia de consumidores que ejercen diariamente su poder individual de elección. En esta circunstancia de la lógica liberal de gestión del mundo del trabajo, observan los autores, la racionalización empresarial debe tornar al burócrata más emprendedor, sujeto a la lógica de la competencia, sometiendo al Estado a las normas del mercado. En este sentido, Colbari (2007) destaca que la concepción tradicional del emprendedor sedimenta una imagen romántica y mitificada de un individuo con cualidades y habilidades excepcionales que propician el crecimiento y desarrollo de la sociedad. Para el autor, la resignificación de la noción de emprendimiento se confunde con las estrategias de afirmación de su condición de alternativa legítima al empleo formal.

La flexibilidad -asociada a la desagregación, tercerización y descuartización del mundo del trabajo- está forjando un nuevo sujeto del siglo XXI, un trabajador precario en las más diversas formas de sus relaciones sociales. El mito del empresario en la sociedad moderna de mediados del siglo XXI esconde un proceso de explotación y subordinación del sujeto trabajador, que vende su fuerza de trabajo para sobrevivir frente a los males de la sociedad capitalista. Las nuevas formas de relación del mercado de trabajo deshumanizan al ser humano, convirtiéndolo en una mercancía de consumo para el capital. En este sentido, el emprendimiento es una falacia burguesa para engañar a las relaciones laborales ante las crecientes crisis del capital y la sociedad neoliberal. El nuevo modelo incorpora en el trabajador un alma pionera, o mejor dicho, un alma burguesa, sin embargo, las herramientas que tendrán los sujetos para luchar en la sociedad de clases giran en torno a su fuerza, pero sin los medios necesarios para sumar fuerzas y romper con la desigualdad de la llamada sociedad moderna.

* André Luiz de Souza es candidato a doctorado en sociología en la UFRGS.

 

Referencias


ANTUNES R. El trabajo, su nueva morfología y la era de la precariedad estructural. En: Revista Theomai/Diario Theomai en línea, No. 19, pág. 47-57, sept. 2009. Disponible en: http://revista-theomai.unq.edu.ar/numero19/artantunes.pdf..

CAMPOS, A.; SOEIRO, J. La falacia del emprendimiento. Lisboa: Bertrand Editora, 2016.

COLBARI, A. de L. La retórica del emprendimiento y la educación para el trabajo en la sociedad brasileña. SINAIS – Revista Electrónica – Ciencias Sociales, Victoria, n. 1, v.1, pág. 75-11, abr. 2007. Disponible en: https://silo.tips/queue/a-retorica-do-empreendedorismo-e-a-formaao-para-o-trabalho-na?&queue_id=-1&v=1607627383&u=MTcwLjI0Ny4yNDAuMTYw.

DARDOT, P.; LAVAL, C. La nueva razón del mundo: ensayo sobre la sociedad neoliberal. São Paulo: Editora Boitempo, 2016.

ROSENFIELD, CL; DE ALMEIDA, ML Contractualización de las relaciones de trabajo: barajando conceptos canónicos de la sociología del trabajo. REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES – POLÍTICA Y TRABAJO, v. 2, núm. 41, pág. 249-276, octubre. 2014. Disponible en: https://periodicos.ufpb.br/ojs/index.php/politicaetrabalho/article/view/21219/12645.

 

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