por FLOR MENEZES*
Un preanálisis político e ideológico de las elecciones de 2022
Brasil se encuentra en una trampa, viéndose envuelto, una vez más, en un círculo vicioso: o se inclina hacia la extrema derecha, o se ancla en el reformismo como única posibilidad de salvación de los niveles mínimos de civilidad.
Siempre surge la pregunta de si la opción clarividente de Rosa Luxemburg -basada en las descripciones de la Barbarie que tejió Friedrich Engels en su libro sobre El origen de la familia, la propiedad y el Estado, y que acaba siendo formulado por Rosa en la célebre frase: “socialismo o barbarie”- se refiere a la bipolarización: “O reformismo, o extrema derecha”.
Se tiende, pues, a sustituir el lema del socialismo por la defensa de la democracia burguesa, y caemos en la misma trampa de siempre... Se olvida que todo fascismo -declarado o fraguado de la democracia burguesa, como el que vivimos en Brasil que tiene una figura patética como la de Jair Bolsonaro en su presidencia- proviene o de un movimiento revolucionario derrotado, o de un período reformista o mejor que, tras agotarse sus magros recursos para promover mejores niveles de condiciones de vida social para la mayoría de la población, acaba dando lugar a otro período fascista o de extrema derecha, en el que se produce un nuevo retroceso y se destruyen sistemáticamente los pocos avances logrados por el período progresista.
Mientras tanto, el país ve el escandaloso contraste social que hace que, en cada gran ciudad, autos ricos pasen con un alto grado de indiferencia y adaptabilidad junto a una legión de miserables sin ni siquiera un lugar para dormir. Si Engels viviera en nuestro tiempo, bastaría su breve visita a Cracolândia en São Paulo para que, asustado, hiciera público y dijera que su noción de Barbarie, que ya combatió en el siglo XIX, correspondía a condiciones menos degradantes que aquellas de transeúntes que revolotean por las calles como almas en pena! Para este estado de calamidad, diría Engels, ¡habría que encontrar incluso un nuevo término!
Esta polarización entre nuestra “barbarie” y el aparente “progreso” se presta muy bien a la figura de Lula y su resurgimiento como único exponente político capaz de ofrecer, a los ojos de los desesperados, una alternativa viable a la radicalización extremista. de la derecha ya la boçalidad.bolseñonarista. Es decir: todo nos lleva a pensar que Barbarie equivale a “Bolsonarismo” –y debemos, sin dudarlo, estar plenamente de acuerdo con esto–, pero que civismo equivaldría a “Lulismo” –y ahí es donde deberíamos preguntarnos , incluso si admitimos que el lulismo ya ha demostrado amplias capacidades dialógicas y, por tanto, sin duda más civilizadoras que la truculencia bolsonarista, ¡si ese es el grado de civismo que buscamos!
Preso en esta perspectiva dualista, lo que acaba acentuando este debate es la importancia de un “Frente Amplio”, legitimando la alternativa del tipo “Lula”, por tanto ni siquiera un Frente único, en el que se unieran las diversas tendencias efectivamente de izquierda, oponiéndose adoptó radicalmente la alternativa derechista, pero con miras a implementar una verdadera política de independencia de clase, al mismo tiempo que denunciaba y se oponía a las estrategias conciliatorias. Y esta distinción es fundamental desde un punto de vista histórico y estratégico marxista.
Objetivamente, el hecho de que las elecciones ya constituyen y constituirán hasta fines de 2022 el escenario ineludible del debate político y que el país enfrentará irremediablemente una situación electoral en el año que comienza -aunque exista el riesgo, mínimo, de que la fuerza militarista y miliciana de derecha impide el proceso e instituye de una vez por todas un golpe abierto, eliminando la escaramuza del golpe militar ya institucionalizada por la “elección” de Bolsonaro –, hace que incluso las corrientes efectivamente de izquierda, marxistas, tengan que tomar una posición Y, en ese escenario, es muy posible que la opción reformista termine prevaleciendo como estrategia desesperada frente a la “barbarie” ya instalada y la opción, en el proceso estrictamente electoral, sea votar por Lula (o quien esté en su lugar, o sea, en un “centro-izquierda” –yo diría incluso: centro-derecha- negociado, conciliador).
En otras palabras: que, dentro del proceso electoral, opte por el “mal menor” –asumiendo que es mejor recuperar un gobierno que, a pesar de haber brindado ganancias inusuales a los bancos a cambio de algunas mejoras a la población más vulnerable y fortalecimiento la dominación político-empresarial y el gran capital, al menos instituyeron programas sociales relevantes (entre los cuales la expansión de las Universidades públicas y un mayor acceso a capas antes excluidas de este proceso), que seguir viviendo la actual “barbarie” –peor que la barbarie en el sentido de Engels-, que instituye un craso retroceso social y político, que incluso destruye Universidades, Investigación y ciencia, y que instituye una necropolítica declarada genocida, diezmando indirectamente miles de vidas, promoviendo el dominio de las milicias y persiguiendo a las minorías (negras, indígenas, homosexuales etc.), sustentada en una aplicación vergonzosa de las conquistas abusivas de las castas militares.
Y, vean, no distinguiremos, entre estas dos opciones aparentemente tan “opuestas”, el papel dominante de las Iglesias evangélicas, ya que fue en los gobiernos de Lula donde los evangélicos más reaccionarios –la abrumadora mayoría entre ellos– asumieron el poder. país. Porque en lugar de una fuerte implementación de una educación política básica dentro de las clases trabajadoras a lo largo de los gobiernos de Lula, se instituyó una desmovilización crónica de los trabajadores, dejándolos en un barco sin rumbo, a la deriva, como embriagados por la sociedad de consumo y por los pocos trabajadores sociales. incrementos que, hoy, son, uno a uno, depuestos por la mala gestión fascista y boçal.
Sucede que, además de estas claras confluencias entre estos dos polos lulista/bolsonarista –a saber: apoyo al gran capital financiero y a la banca, expansión de los evangélicos, preservación de la casta política reaccionaria que asola el Poder Legislativo, mantenimiento de la vergonzosa privilegios de los militares, etc. –, y teniendo en cuenta las diferencias sustanciales entre ambos proyectos políticos, agudizadas sobre todo en la bipolarización entre mejoramiento/necropolítica (es decir, entre la opción lula de permitirse sobrevivir un poco mejor, y la opción bolsonarista de preferir la muerte sistemática de gran parte de la población), hay otro factor fundamental que eclipsa lo que clásicamente se llama lucha de clases, y que, contrariamente a lo que se piensa en el marco del pensamiento burgués, evidentemente sigue existiendo. Lo que tenemos fundamentalmente es que, a lo largo de toda la gobernación del PT, se dieron dos procesos paralelos de manera complementaria: por un lado, los militares quedaron ilesos -contrario a claros procesos de "rendición de cuentas" del campo democrático con los militares torturadores y asesinos en Chile o Argentina-; por otra parte, la marcada desmovilización política de las clases trabajadoras a la que ya hemos aludido se produjo por la agregación de los trabajadores en torno a un sindicalismo adicto, ya formateado desde finales de los años setenta en torno a la dirección conciliadora de Lula (en particular a través de la CUT, pilar electoral del propio Lula con la clase obrera, y que ya se manifestaba como opción preferible a la Fuerza Sindical, francamente conservadora), mientras que Lula, ahora, y en eco de su postura desde aquella época histórica de las Huelgas del ABC , ya hace sus acuerdos con los Bancos, con FHC (mediado por Nelson Jobim) y, más recientemente, con Alckmin – y ahora con el apoyo, ya ven, de Paulinho da Força –, encontrando apoyo hasta en la figura de un Delfim Netto , el esputo remanente de la dictadura militar, que la define como una solución totalmente asimilable por el mercado.
Ciertamente, la propia fragmentación de la clase obrera, que antes se concentraba mayoritariamente en las fábricas, hoy dividida en un sinfín de actividades de servicios (desde mensajeros en moto hasta carteros, desde vendedores ambulantes hasta conductores de Uber, etc.), hace sumamente difícil una mayor unidad. coordinación de acciones políticas, pero ciertamente las direcciones conciliadoras juegan un papel privilegiado en los procesos de despolitización de las masas subalternas y potencialmente revolucionarias. El papel conciliador de Lula y la immantación en torno a su figura juegan, por tanto, un papel conservador y son parte de la misma maquinación que nos aprisiona a nosotros: el mantenimiento del orden burgués depende tanto de un boçal que vuelve a abrazar las consignas del Integralismo al frente de Presidencia del país y con la aparente “solución” de mejora que tiene en el lulismo su mayor fuerza catalizadora.
En todo caso, la pregunta que surge es: ¿existen condiciones, en medio de este proceso inmediato que nos involucra desde hoy hasta las elecciones, para articular alternativas de poder, al punto de desconocer el proceso electoral burgués?
La respuesta, al parecer, es: ¡No! Aunque los procesos revolucionarios son a veces impredecibles y pueden ser desencadenados por grandes movimientos espontáneos y casi inesperados, no veo cómo, en el contexto actual, podemos predecir que tal tendencia surgirá en Brasil. Las pocas y encomiables iniciativas en este sentido, como el reciente Manifiesto del Polo Socialista Revolucionário, activo dentro del PSOL, deben por tanto ser apoyadas, ya que son de las pocas que revelan clara y lúcidamente los pasos necesarios para el establecimiento de procesos de romper con el capitalismo y con el sistema burgués que nos empuja, como ganado a descuartizar, por la estrecha fila de las elecciones burguesas.
Pero, aunque surjan, tales estallidos sociales no son garantía de que se produzcan transformaciones efectivas del tejido social, porque si las movilizaciones sociales, aunque sean expresivas, no se combinan con una dirección revolucionaria, con suficiente claridad teórica para darles subsidios en sus acciones y que formula objetivos claros (desde los programas mínimos hasta los programas máximos o maximalistas), pronto se desvanecen en movimientos pseudorrevolucionarios, como los ocurridos recientemente en Chile, resultando, a lo sumo, en la elección de representantes progresistas, ciertamente que son preferibles a las tendencias reaccionarias, pero que están muy lejos de las demandas de esos mismos movimientos sociales que les allanaron el camino al poder.
Cuando Elzbieta Ettinger cita, en el prefacio a sus traducciones de las cartas de Rosa Luxemburg a su gran amor de vida, Leo Jogiches, una frase de Leonard Woolf (quien fuera marido de Virginia hasta su suicidio), a saber: "La amenaza al socialismo reside más en la desunión de los civilizados que en la unión de los bárbaros”, coincidimos inmediatamente con ella, pero si lo trasladamos a nuestro contexto, nos preguntamos: ¿esta desunión atañe al “campo progresista” o al “campo revolucionario”? ¿De qué “civilizados” estamos hablando?
Aceptar la primera hipótesis y predicar la unión del campo progresista sería defender el Frente Amplio (en el molde, en rigor, más del frente popular de tipo estalinista); aceptar lo segundo, defender el frente único, es decir, la unión de los revolucionarios, como quieren los marxistas (o trotskistas). Pero, ¿qué hacer frente a una “barbarie” ya instalada en la sociedad brasileña? ¿Es posible hacer ambos? Es decir: en el proceso electoral, optando estratégicamente por un frente amplio, con el objetivo de derrocar de inmediato la bestialidad bolsonarista, pero sin renunciar a una articulación profunda para un frente único que tenga como objetivo la superación de los límites impuestos por las alianzas resultantes de este opción conciliadora que caracteriza a un frente amplio?
Dentro de la coyuntura electoral concreta, algunas voces de la izquierda apuntan a que quizás esta sea la única alternativa que nos queda: los “demócratas” y los “revolucionarios”. Para estos últimos, quedaría esperar que una unión efectiva de las izquierdas, en el mejor de los casos, pudiera, corroborada por grandes movilizaciones de masas, sorprendernos y acelerar un proceso de rebeldía a tal punto que el Frente Ampla ya ni siquiera tuviera sentido. Pero para que esto suceda, será necesario que en el país se concrete una efectiva política de independencia de clase, al punto de vencer el letargo reinante de las clases trabajadoras, incitándolas a grandes movilizaciones de masas ante las cuales el poder burgués se siente impotente. , incluso con el apoyo imperialista.
Pero, sinceramente, dudo incluso de esta hipótesis... Me enfrento, en cambio –y a pesar de iniciativas como la promovida por el Polo antes mencionada, a la que expresé mi adhesión–, a un estancamiento y a una ausencia total de potencial rebelde. – de perspectiva de rebelión, la única alternativa que nos sacaría de esta asfixia y círculo vicioso que conforma la historia de Brasil, y que nos haría superar esta debilidad crónica de los movimientos revolucionarios que enfrentamos. Porque no hay manifestaciones de izquierda con solicitudes de permiso de gobiernos como João Dória, acordando sus horas de inicio y finalización o los lugares donde pueden o no ocurrir, ni con instrumentos de samba. Mucho menos espacio se da a la alternancia entre nosotros, la izquierda, y los fascistas, acordando los días y lugares en los que cada una de estas corrientes debe salir a la calle. Todo lo contrario: lo que debería ocurrir es reflejar la histórica Revoada das Galinhas Verdes de octubre de 1934, cuando los trotskistas tomaron las calles y tomaron la Praça da Sé de São Paulo para impedir una manifestación de los integralistas, poniéndolos a correr y provocando estas cobardes a esconderse durante décadas dentro de sus mansiones.
¿Cuál es la razón de esta inoperancia de la izquierda y de las clases trabajadoras, que se encuentran prácticamente inmovilizadas mientras la truculencia y el boçalismo asolan el país y profundizan la condición de barbarie de la sociedad brasileña? Tal vez una respuesta sea la siguiente: lo que estamos presenciando en Brasil es la consecuencia de que este país siempre ha sido utilizado como moneda de cambio por las potencias colonialistas e imperialistas, desde lo que le sucedió a Portugal frente a sus deudas con Inglaterra hasta el robo de botas. la postura del militarismo verde y amarillo frente al imperialismo estadounidense actual, y el hecho de que nunca alcanzamos el estatus de nación autónoma. La ausencia total de respeto a la ciudadanía y de conciencia cívica y el feroz individualismo que conduce al “camino brasileño”, propio de nuestra sociedad, son consecuencias directas del atraso civilizatorio en que está inmersa la “nación brasileña”.
Todo nos lleva a creer, entonces, que la opción por el “mal menor”, consistente en una concesión ineludible al proceso electoral burgués, consistirá en una estrategia adoptada por la mayoría del “campo progresista”, incluyendo incluso a muchos de los si, una vez más, el “voto útil”, con el objetivo de apaciguar la estupidez reinante, desde el punto de vista revolucionario –así argumenta buena parte de la militancia de izquierda–, ya desde el segundo día después de las elecciones a oponerse al gobierno conciliador y “progresista” de un Lula.
Ojalá me equivoque... Pero si lo que siento corresponde a la verdad, estaremos de nuevo entre la espada y la pared, metáfora que expone claramente nuestra impotencia crónica: situarnos entre el poder de la creencia religiosa y el poder de la fuerza represión militar. E incluso en el (muy) mejor de los casos, derrotar al bolsonarismo, que sin duda nos traerá un alivio considerable, estaremos temporalmente libres de la boçalidade y la truculencia que actualmente asola el poder del Estado, pero aprisionados por la misma maquinación burguesa. eso, ha tipificado siempre nuestra Prehistoria.
Y así, ninguna transformación social efectiva, y mucho menos permanente, tendrá lugar en la sociedad brasileña.
*Flo Menezes es profesor de composición electroacústica en la Unesp. Autor, entre otros libros, de Riesgos sobre la música: ensayos – repeticiones – ensayos (Unesp Digital).