por JOSÉ MANUEL DE SACADURA ROCHA*
Consideraciones sobre el deseo en el socialismo y la sublimación consumista
Dixi et salvari animan meam
No cabe duda de que sobre el socialismo se cierne la incertidumbre de si el deseo que fue autorizado y subsumido por las mercancías, en el contexto de la hiperproducción en las sociedades mercantiles, cambiará sustancialmente o, por el contrario, permanecerá en el molde de nuestro narcisismo actual. .
Parte de la confusión que se cierne sobre esta duda se debe a que la mayoría de las veces los análisis parten del sistema de capitales tal como lo conocemos hasta ahora. Tal como es hoy, la vida social aparece fundamentalmente desprovista de la acción de sus agentes que se consumen en el desempeño reproductivo del régimen de acumulación, privado, como valor-dinero-capital. La relación social y el don están atravesados biopolíticamente (en el sentido de Foucault) por la productividad, el consumo y el deseo de masas.
Así, la vida es asumida por los fetiches y la cosificación de los objetos y las cosas en general, del conocimiento y de los sentidos, cuanto más “elastifica” el bienestar social para unos pocos, la prosperidad para algunos, y realiza religiosamente la salvación el modo de producción de los bienes. para las masas. La vida en sociedad poblada de relaciones humanas desaparece hoy más que nunca, como por “magia”: pero, en este caso, la magia sucede cuando, por casualidad, el Otro nos parece tan insustituible, que nos provoca una poderosa frustración. Se prefieren identificaciones que no sean humanas.
Vivimos una época en que la lucha por la autodeterminación moral, el libre albedrío y la ciencia se agota en el negacionismo tomado por asalto al poder del Estado y, en consecuencia, a consolidar la tiranía. A necropolítica (Mbembe, 2018), institucional y estatal, o el Razón sangrienta (2010), social, de Kurz, son situaciones al límite de la sociabilidad narcisista propia del capitalismo. No cabe duda de que nuestras sociedades llamadas de “libre mercado” o “libertad económica” están totalmente inmersas en el individualismo ontológico de la reproducción del capital, reproduciendo tanto su relación desigual con la fuerza de trabajo, como la competencia y el consumo egoísta. En una palabra, tenemos el narcisismo dirigido a la interiorización absoluta del Ego, o identificación consigo mismo casi exclusivamente a través de las cosas que se consumen. Así como en las sociedades mercantiles de tipo capitalista, la realización de las mercancías requiere un medio común de cambio, y como es el dinero el que iguala su valor de trabajo, en abstracto, el narcisismo se despliega naturalmente a través del egoísmo mercantil, el que ve la Riqueza no es dinero, y por eso quiere acumular y ejercer poder sobre los demás.
En el socialismo, fundamentalmente, se acentúa el fin de la propiedad privada, que pasa a ser público-estatal. Sin embargo, existen otras características poco experimentadas en las sociedades mercantiles basadas en la acumulación, como la autogestión, el cooperativismo y el colectivismo. Es claro que para que esto suceda, es necesario introducir de inmediato un mecanismo directo de gestión social, de autogestión en la gestión pública (en Legislación y Justicia), en el control de las instituciones sociales totales (sanatorios, orfanatos, asilos, y otras organizaciones socioeducativas y de acogida), en la producción industrial y agropecuaria (logística y distribución), en la educación de niños, adolescentes y adultos, en las artes, el ocio y la cultura en general.
De todos modos, y aquí está la diferencia: sustancialmente la “sopa” del conjunto de relaciones sociales a partir de las cuales se verificará la nueva sociabilidad será absolutamente distinta. Esto se debe indudablemente a la nacionalización de los medios y formas de planificar la producción y distribución de los bienes materiales, al menos los indispensables para la reproducción digna de la vida y la formación de una conciencia colectivista y cooperativa. Pero esta etapa, que debe construirse en la fase de transición que es realmente el socialismo, para llegar al comunismo, sólo tendrá éxito si se desarrolla con una amplia participación de la sociedad. Los mecanismos inmediatos de esta construcción participativa deben avanzar según el nivel de desarrollo material e inmaterial de la sociedad y la conciencia de los agentes sociales, hasta que finalmente puedan desarrollarse nuevos marcos de gestión pública en este sentido.
Freud predijo, negativamente, no sólo la rebaja de la individualidad y la intelectualidad del hombre masa (Psicología de masas y análisis del yo, 2011 [1921]), sino también la imposibilidad del comunismo tanto de encontrar la felicidad como de igualar la distribución material debida a cada ser humano (Descontentos en la civilización, 2011 [1930]). En la obra de 1921, Freud escribe: “Si otra conexión de masas ocupa el lugar de la religiosa, como parece estar haciendo la socialista, se produce la misma intolerancia hacia los extraños que existía en la época de las luchas religiosas, y si las diferentes las concepciones científicas llegaran a tener algún día igual importancia para las masas, el mismo resultado se repetiría también con esta motivación.” (1921, pág. 41). Y cuando el autor se pregunta si “la comunidad de intereses, por sí misma y sin ningún aporte libidinal, no conduce necesariamente a la tolerancia del otro y a la consideración por él” (1921, p. 44, énfasis añadido), la respuesta es “ que de esta manera no se logra una limitación permanente del narcisismo, pues esta tolerancia no dura más que el beneficio inmediato que uno saca de la colaboración del otro” (1921, p. 44-45).
Toda esta elaboración, a nuestro juicio, es correcta, si se considera el sistema social de tipo competitivo, basado en la meritocracia, monopólico, individualista, egoísta, narcisista y sublimado del consumismo, es decir, el sistema de libre mercado y propiedad privada. No es que la teoría libidinal sexualizada de la vida social esté equivocada, por el contrario, es absolutamente correcta descifrar en gran medida los males y las motivaciones del sistema capitalista de “valores”, pero no de todos los modos de producción y formas culturales superestructurales. . Este hombre es el hombre del capitalismo, esta sociedad es la sociedad financiera de libre mercado.
Pero para Freud, la cooperación y la relación que establecen racionalmente los intereses sólo pueden pasar por la desexualización, que a un gran costo se quiere aceptar de manera duradera. Y así, cuando habla de “sublimación homosexual”, parece haber encontrado algo tan antinatural, odioso y rechazado por la sociedad, que aunque se acepte la tesis psicoanalítica, la comunidad y la cooperación sin intereses inmediatos se torna inviable por la relación. de camaradas que parece tan inapropiado y objetable. En palabras del autor: “Como en el individuo, también en el desarrollo de toda la humanidad es el amor el que actúa como factor cultural, en el sentido de un cambio del egoísmo al altruismo. Y tanto el amor sexual por la mujer, con todas las implicaciones que ello implica, de respetar lo que es querido por la mujer, como el amor por el otro hombre, desexualizado, sublimemente homosexual, ligado al trabajo en común.” (1921, pág. 45). Al fin y al cabo, ¿qué importancia tiene todo esto si no es reforzar la interdicción e identificación fuera de la libre relación con las personas? En una sociedad que prohíbe para sublimar mercancías-objetos y relatos trascendentales fantásticos, la posibilidad del afecto debe aparecer también como prohibida, ¡pero no es Socialismo Científico!
Los “outsiders” son siempre los “outsiders”, porque hay “insiders”: a los extranjeros se les anima ante todo a seguir siendo así, diferentes, para que los demás sepan a dónde pertenecen y crean en su conjunto de creencias y protocolos internos. , como lo demuestra Pierre Clastres (arqueología de la violencia, 2011). En sí, esto no tiene nada que ver con “enemistad” o cualquier tipo de “racismo”, porque si tal enemistad realmente se tomara en serio, la humanidad nunca habría salido de sus lugares comunes, tanto desde el punto de vista territorial como de valores. ¡Toda la humanidad es extranjera! – en muchos sentidos y por todos lados, sincrética (como demuestra el espacio de la cultura) y tolerante (no como los erizos, en todos los rincones conviven forasteros con los locales), y si hospitalaria (Derrida; Dufourmantelle, de hospitalidadcosas, de la hipervaloración política de la diferencia.
Pero para suplantar esta etapa de racionalidad, se debe superar el sistema mercantil financiero. Si no hay historicidad, no para la "verdad" sino al menos para la "civilización", por supuesto, la represión de la libido y la identificación sublimada, en algún lugar en objetos que no sean el afecto genuino por la camaradería, permanece como doxas. El deseo es el deseo del hombre histórico, su “goce” se realiza a través de objetos igualmente históricos. La capacidad de regular el régimen de acumulación crea y recrea cíclicamente el circuito de los afectos, su sexualización y desexualización sublimada. En resumen, el problema no es por si la cuestión libidinal, sino el espacio y contenido o la forma de la relación social para la constitución de la subjetividad psíquica de los individuos.
En el segundo texto de 1930, Freud ataca también al comunismo. “Los comunistas creen que han encontrado la manera de redimir el mal. […] Pero puedo ver que su suposición psicológica es una ilusión insostenible. Suprimiendo la propiedad privada, eliminamos del gusto humano por la agresión uno de sus instrumentos, sin duda poderoso, y ciertamente no el más poderoso. Pero no hemos cambiado nada sobre las diferencias de poder e influencia que la agresividad usa o abusa para sus propósitos, y mucho menos en su naturaleza. (2011, págs. 58-59). Y luego Freud concluye que la agresividad “no fue creada por la propiedad” (p.59), que existe tanto desde la prehistoria como en la infancia cuando “la propiedad apenas ha abandonado su forma anal primaria” (p.59) y que constituye “toda relación tierna y amorosa entre las personas” (p. 59), etc.
Ya analizamos esta parte del texto de Freud en otra ocasión (https://profsacadura.blogspot.com/2016/02/freud-eo-socialismo-erros-comuns.html). No volvamos a ello aquí, salvo para señalar que el autor checo nos dice finalmente que todas estas cosas se han realizado, desde la prehistoria, a través de "diferencias de poder e influencia", que no puede identificar con las diferencias en sí mismas y las resultante, de nuestros ancestros más pasados, del “valor” que ellos establecieron para ellos. Pero a nuestro favor, pensamos que al menos se acepta que la propiedad privada es una “fuerza poderosa” para la agresión, aunque, obviamente, Freud no ve el privatismo como una construcción histórica de los modos de producción social a favor de la subsistencia colectiva. . Porque, efectivamente, ni el capitalismo, ni el socialismo, ni el comunismo son el fin de la historia, sino sólo las etapas sucesivas –aunque no sea positivamente lineal o evolucionista-causal (Hacking, ontología histórica, 2009), pero no “casualmente” como nos dice Badiou (verdad y sujeto, 1994) – de la liberación del humano precisamente de estas condiciones en las que se ve obligado a sumergirse, como en el mito de Erysichton que, sin poder dejar de comer, se devoraba a sí mismo (Ovidio, Metamorfosis, VIII, 738-878).
Creemos que el deseo en sí mismo no es tan importante como Zizek (La visión en paralaje, 2008) se preocupó quizás un poco en exceso, en la estela de la tradición psicoanalítica. Lo que importa es cómo y con qué nuevo elementos y valores, el sujeto se enfrentará a sus traumas, represiones, identificaciones triangulares de las masas con personajes y narrativas específicas, religiosas, negacionistas o incluso respecto a la naturalidad de lo contradictorio en el desarrollo de los paradigmas científicos dados por el consenso. Por ejemplo, el narcisismo consumista del sistema mercantil tiende a acabarse en la medida en que la competencia y el individualismo van más allá de la satisfacción transitoria del deseo prohibido por la cultura/civilización mercantilista global, porque no será el mercado cosificado y el fetiche de las mercancías lo que se impondrá sobre el espíritu humano.
Nada de esto sucede de ninguna manera, “por casualidad”, ni por azar, ni por arte de magia, aun cuando algunos de los supuestos del régimen de acumulación privada estén políticamente extinguidos. El altruismo es una construcción psíquica concreta, tanto como el narcisismo, orientada a la reproducción de la supervivencia material colectiva; las sociedades capitalistas también requieren el formateo específico del carácter y el comportamiento narcisista como una forma de psique, por lo tanto, la libertad que proclama. La hipocresía, no el cinismo, es la estructura del capital. La hipocresía, como síntoma visible de la subjetividad burguesa proclama en voz alta y religiosamente el “amor al prójimo”, reiterada y naturalmente exterioriza “lo mío”. El Otro no es mi enemigo, no es que lo odie, sino que más profundamente “no puede ser mío”, sino por la voluntad de poder que resulta, en última instancia, de la propiedad. Que tal fenómeno sea prehistórico o contemporáneo sólo prueba que la “propiedad” es una fuerza poderosa para tales efectos de dominación e interiorización del yo en términos absolutos.
El socialismo es la fase de transición de la sociedad burguesa al comunismo. En él se extingue la propiedad privada, aunque en un principio coexistan transitoriamente ciertas formas de la misma bajo control estatal. Este control puede verificarse por el monopolio estatal con participación accionaria o por la total nacionalización de las actividades de infraestructura y riqueza económica. En cualquier caso, el sistema financiero debe ser controlado. Pero el fin de la propiedad privada en amplios sectores de la economía y el monopolio estatal en actividades esenciales para la producción y circulación de valores no es en sí mismo el fin último del Socialismo. Esta debe organizar de inmediato a los trabajadores y a la población en general para que asuman autónomamente la dirección de la economía y la organización de los sectores vitales de la sociedad, no sólo de la producción racional y sostenible de la industria y los alimentos, y su distribución organizada, sino también como en lo que respecta a la producción de energía y agua limpia, y también en sectores como la salud, la movilidad, como la ciencia y la investigación, la educación, las artes y la cultura.
Socialismo y autogestión son inseparables, no sólo desde el punto de vista político, como fin del poder de la clase dominante, fin de la apropiación de los medios de producción y de su hegemonía moral/cultural, sino, fundamentalmente, desde un punto práctico de vista, con extinción de la línea de dirección que ejecuta las formas de saber y hacer en el circuito de mando con miras a los intereses de reproducción de valores de cambio y acumulación de capital. La vital importancia de la autogestión de los trabajadores y la población es eliminar el “poder sobre” y el “poder-saber-hacer” (Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder, 2003), lo que implica, luego del acceso a las herramientas y técnicas de trabajo, la reanudación del conocimiento integral por parte del hombre de lo que se hace y por qué se hace. No se trata sólo de evitar el intercambio de poder y mando de manos del capitalista y sus agentes, a manos del poder y mando del Estado y su nomenclatura -no el intercambio de privatismo por estatismo dentro y en los moldes y términos de sociedades mercantilizadas por el capital, pero, sobre todo, su fin y su paso por la humanidad, a partir de la extinción del trabajo abstracto de cosas y no cosas.
Por lo demás, no es necesario extenderse sobre el aporte de la autogestión a la elaboración de protocolos y prácticas exitosas de consenso. El socialismo no implica la pérdida de lo contradictorio, al contrario. La libre manifestación del saber y del pensamiento y su participación colectiva en la vida de los sujetos conduce muchas veces a una mayor participación y al desarrollo político de la “diplomacia” y la elaboración de paradigmas interdisciplinarios, en tanto las personas se elevan a protagonistas de sus propios destinos . El consenso puede alimentar, a cambio, el gusto por lo público tanto como por la ciencia misma.
Los “socialismos reales” de antaño invirtieron poco en la modalidad de autogestión de los trabajadores y poblaciones organizadas para la gestión de la vida social. Y, por ello, mantuvieron las estructuras de poder y gestión propias de la forma mercantil y del régimen de acumulación, invirtiendo por otros medios en la continuidad de sociedades de competencia y narcisismo de mercado. En el comunismo, esta gestión compartida del conocimiento total y decisión de prioridades para orientar la vida social -desde la producción ecológicamente no depredadora hasta la circulación y la ciencia, y en la producción inmaterial de la educación, la cultura y las artes-, debe desarrollarse razonablemente de tal manera manera que la cooperación y el colectivismo son las formas permanentes y más desarrolladas de compartir alimentos, bienes, ciencia, conocimiento y cultura. Para sí mismo, según la fórmula “De cada uno según su capacidad; a cada uno según sus necesidades.” (Marx, Críticas al programa Gotha, 1984 [1875]), y por el intercambio virtuoso de valores de uso y productos de regalo y ya no mercancías.
John Holloway insistió (2003) en que era fundamental para el cambio de la vida social comunitaria que la forma de producir mercancías cambiara su forma especializada, segmentada y fraccionada. Según él, el dominio del capital y su gestión se verifica ante todo en la forma segmentada en que se producen bienes o valores de cambio bajo la gestión del capital, de manera que el trabajo abstracto puede deconstruir el saber e impedir la autonomía del hacer. de los hacedores. Detrás de esta forma de producir alimentos y otros bienes necesarios para la vida social, no sólo está la rebaja del salario de los trabajadores y el aumento de la plusvalía, o sólo el control del capital para esta explotación, sino, fundamentalmente, la alienación de los productores directos. del capital en términos de su “saber hacer”, que es lo que posibilita que los productos resultantes de su trabajo, las mercancías, sean percibidas como objetos ajenos a su propio intelecto y hacer.
Este es el mecanismo que hace que los productores, aislados y distribuidos en sus respectivos segmentos, sean manipulados por la gerencia, y así “atomizados” no se den cuenta que lo que hacen deriva de ciertas relaciones sociales establecidas por el intercambio de varias acciones, y muchas por el mismo hacer (calculado en el tiempo medio de trabajo, se define el valor del trabajo, ¡la otra cara del trabajo abstracto en la realización de bienes!), relaciones sociales que sólo pueden basarse en la desigualdad y bajo el poder de la clase capitalista dominante (que se hace sentir por igual en la forma jurídica, la forma política y la forma cultural). La ausencia de relaciones sociales en la conciencia de los hacedores aumenta el individualismo e inmediatamente el fetichismo de las cosas y la cosificación en el espíritu de sublimación a través de los objetos consumidos.
Así, la idea de individualismo que parte de los contratos de trabajo, y la extrema distribución de las diversas especialidades industriales y la dominación que augura el “poder sobre”, resultan en un narcisismo en el pensar y el hacer, destruyendo la ontología que une el pensar/ crear mientras se hace / se produce. Este narcisismo, a su vez, encuentra en el hiperconsumo las siempre crecientes y nuevas posibilidades de identificación y sublimación con los bienes que ofrecen las sociedades mercantiles capitalistas. En este caso, el espectro narcisista del capitalismo no es sólo la base para la producción y realización de bienes, sino también un evaluador psíquico del “bienestar”, entendido como competencia, éxito y prosperidad en función de la cantidad de bienes de consumo adquiridos.
Sin embargo, tal sublimación narcisista mercantilizada no puede ofrecer al ser humano algo que no regresa tarde o temprano de manera conmovedora como mayor frustración, llevando a los sujetos a consumir más y a la industria a producir más, de manera que siempre proporciona más alienación que crítica. Al final, incluso será dudoso si es necesario, o incluso posible, que los individuos hagan una reflexión crítica y razonable sobre las “verdades” y los paradigmas colocados para hacer efectiva la vida social en términos de reproducción del capital, que resulta en el “fracaso” de la ciencia y lo contradictorio puede identificarse en un nagacionismo narcisista que, más allá de la epistemología y la controversia académica, es constitutivo del propio modo de producción capitalista, como la idolatría del régimen de acumulación privada y la religiosidad interesada en “prosperidad” (Jappe, la sociedad autofágica, 2019).
La hiperproducción no es un fenómeno nuevo ni inusual en el modo de producción capitalista. Paul Lafargue lo explicó en 1880, en su derecho a la pereza, como consecuencia de la explotación de los trabajadores por parte de los propietarios, ya que es del trabajo asalariado de donde sale la riqueza transformada de la naturaleza. Como esta riqueza no vuelve a los trabajadores, sino que finalmente la distribuyen los propietarios, se sigue que cuanto más bajos son los salarios, más riqueza (más valor o plusvalía) queda en manos de estos últimos. La aceleración de la producción tras la invención del telar proporcionó un aumento de la productividad y una hiperproducción de bienes para extraer cada vez más riqueza de la mano de obra asalariada. Sucede, sin embargo, que estos bienes deben ser intercambiados por los agentes económicos y consumidos por las personas, es decir, los bienes deben ser “realizados” en el consumo, intercambiados hasta que sólo quede su parte visible y general, que es el dinero. En este proceso, ya se ha perdido de vista el valor real de los bienes -intercambiados en abstracto por el valor medio del trabajo que los produjo- y se ha perdido la conciencia de lo que son, al fin y al cabo, los intercambios de mercado. a saber, cuáles son los tiempos de trabajo incorporados en ellos frente a un determinado conjunto de técnicas (conocimientos acumulados transmitidos de generación en generación) y relaciones sociales, según el aparato jurídico subsidiario del “libre” comercio.
Desde el punto de vista de la hiperproducción, la primera consecuencia es que sólo una pequeña parte de los agentes sociales pueden, ayer como hoy, adquirir/consumir estos productos, dada la necesidad cada vez mayor de rebajar sus salarios, ya sea por restricción de la demanda o por aumentar el desempleo. Hasta entonces, sin embargo, estas crisis eran estrictamente económicas y se superaban cíclicamente. Pero ahora el desempleo es estructural y permanente debido al fuerte incremento de la ciencia y tecnología aplicada a la producción, crecientes inversiones tecnológicas motivadas por la competencia y la monopolización del mercado.
Entonces, cada vez más hay sobreproducción con sobredesempleo crónico y permanente (Antonio Negri, Michael Hardt, Bob Jessop), porque ambos fenómenos son estructurales al desarrollo mismo del modo de producción capitalista: muchos bienes para vender con poca distribución. .de la riqueza genera estancamiento en la economía, pérdidas de existencias y dificultades para honrar los pagos. El desempleo exponencial actual lleva a algunos autores a pensar en la posibilidad de que las masas (Holloway) o las multitudes (Negri) abracen movimientos comunes para enfrentar al capital.
Uno de los subterfugios a esta contradicción fundamental de la reproducción del capital es el aumento de la liquidez monetaria, es decir, un aumento de la cantidad total de dinero, principalmente a través del crédito, pero sin un lastre concreto en la economía real, un aumento del dinero y otros títulos de crédito de forma ficticia. Según los expertos, esta “burbuja” de créditos y moneda virtual nunca ha sido tan grande como lo es hoy, ya que con cada crisis reciente, los bancos centrales han inyectado más dinero al mercado para ayudar al sistema financiero y a las empresas, con la consecuencia creciente de la devaluación de las monedas y la presión inflacionaria en todo el mundo.
La crisis es monetaria y del sistema financiero (exceso de endeudamiento, exceso de moneda), e imposibilita que el valor de los bienes sea fijado por el trabajo humano arbitrado en su valor medio -el hundimiento del trabajo abstracto, por tanto, de las formas las mercancías y las relaciones sociales burguesas, como propugnan los autores de la Teoría Crítica del Valor (Moishe Postone; Robert Kurz; Anselm Jappe; Norbert Trenkle). Así, el valor dejaría de ser el principio psicológico de los intercambios, dejaría de ser valor de cambio y volvería a ser valor de uso, lo que de alguna manera es compatible con las llamadas “economía solidaria” y “economía creativa”. Con eso se acercaría el fin del fetiche de cosas como esas que parecen tener valor fuera y más allá del trabajo social. Pronto podría restablecerse la primacía del valor como relación social a través del trabajo. Esto cambia poderosamente la vida narcisista del consumo, al menos desde el punto de vista de la oscura especulación de la sublimación mercantil.
Pero hay algo más: el fenómeno colateral de la paradoja ineludible del capitalismo es que, arrancado del mundo del trabajo fabril productivo en los términos y formas de producción segmentada y especializada, y forzosamente sustraído del dominio del capital y su gestión, el sujeto del trabajo, el asalariado del capital, ahora atravesado por toda la perfidia de la precariedad de su trabajo, está cada vez más lejos de la cosificación del mercado y de los fetiches de las mercancías –el “saber-hacer” no no aparecen ahora bajo el dominio absoluto y directo del “poder-sobre”.
Finalmente, es necesario comprender que la forma, el contenido y la hermenéutica mercantil y financiera se despliegan desde la producción, en los circuitos de intercambios con miras a repartir más valor y riqueza general. Esto significa que la lógica mercantil del trabajo abstracto, la expropiación del saber y el predominio del poder del capital sobre el hacer, no se restringen sólo a la producción de bienes y de vida, sino que se extiende a las demás esferas de la vida social, de forma alienada. .en términos de organización social total como una relación social. Todas las esferas de la dimensión de la superestructura social absorben, por así decirlo, la estructura necesaria para la reproducción del capital, a partir de su partición creativa del hacer, su sumisión al dominio de la gestión, económica por excelencia, al hiperconsumo y al hacer dinero. . Por eso parece tan difícil suponer que los agentes sociales, generalmente implicados en el totalitarismo de las mercancías y de la riqueza material inmediata en forma de propiedad y dinero, puedan emanciparse de los fetiches del mercado introducidos subliminalmente en la vida cotidiana.
Evgeni Pachukanis, en 1927, en su obra La teoría general del derecho y el marxismo, afirmó que: “El sujeto egoísta, el sujeto de derecho y la persona moral son las tres máscaras principales bajo las cuales actúa el hombre en la sociedad productora de mercancías”. (2017, pág. 185). Demostró que no sólo el fin de la propiedad privada, que afecta directamente a la organización de la producción, transforma inmediatamente el contenido y el carácter de la forma mercantil de organización social, sino que más allá de la producción, también dominan los intercambios y el crédito, la cultura, la vida política y jurídica. , y que si bien la “forma de mercancía” y su carácter de moralidad burguesa con miras a adquirir dinero no fueron subvertidos en su contenido, la relación humana y sus supuestos fetichizados detrás de la organización social no cambiarían la forma de la psique narcisista del hombre burgués. .
Para ello es necesario que los individuos modifiquen su igualdad considerada, y ya no medida, a partir de la extinción de la propiedad, y de ésta al fin de la psicología burguesa de la sublimación mercantil. La autogestión y el oficio de la política preparan al humano para otras identificaciones con la ciencia y la cultura con el fin de educar para el cooperativismo y el comunitarismo. Nos parece que de esta manera, las frustraciones inherentes a las luchas del Yo con la Civilización (cultura civilizadora) no se dirigen hacia el narcisismo y, por tanto, muchos de los miedos y angustias que el psicoanálisis aún busca tratar serán reemplazados por muy diferentes Mientras tanto, el hombre político seguirá siendo, en palabras de Marx, "un hombre abstracto artificial" (Sobre la Cuestión Judía, 2010), mientras subsistan las relaciones comerciales y la psicología mercantil.
*José Manuel de Sacadura Rocha Tiene un doctorado en Educación, Arte e Historia Cultural de la Universidad Mackenzie. Autor, entre otros libros, de Sociología jurídica: fundamentos y fronteras (GEN/Forense). [https://amzn.to/491S8Fh]