por LECHE GUTO*
Comentario al libro de Fabrício Corsaletti
El primer aspecto que llama la atención ingeniero fantasma, de Fabrício Corsaletti, es su portal, la historia que abre el libro. En él, el poeta cuenta que soñó con estar en Buenos Aires en un viaje familiar y que encontró al verdadero Bob Dylan, exiliado en la capital porteña durante treinta años. “Los porteños despreciaron su legado musical, pero amaban un volumen de sonetos ambientados en Buenos Aires que había publicado durante sus primeros años en la ciudad”.
Antes de lograr, en el sueño, obtener un volumen de estos 200 sonetos, el poeta despertó y comenzó a escribir los poemas del libro de Bob Dylan. En diez días, escribió 56, lo que "significa que ciento cuarenta y cuatro todavía están perdidos". Estos 56 sonetos son el libro ingeniero fantasma.
La historia es rica en el tratamiento de la escurridiza personalidad del compositor (primer y único premio Nobel como autor de música popular) y de un supuesto doble de su vida en la capital argentina; en captar la autonomía de los porteños, capaces de gustar o no lo que gusta al resto del mundo; en la constitución de una perspectiva que es al mismo tiempo un “caballo de santo” del compositor americano, pero de un compositor americano específico, que sólo existe en los sueños del propio poeta –lo que hace que el poeta, al fin y al cabo, esté poseído por sí mismo o poseído de sí mismo -; y en el final abierto, que revela el intenso trabajo de 56 sonetos en diez días, pero reconoce que aún quedan 144 sonetos para quien se aventure a encontrar al otro Bob Dylan en sus sueños (hay algo de desafío, de bravata, en revelar la existencia de estos poemas perdidos).
El tono borgeano está presente, sea en el juego de intercambio entre original y copia, sea en la mirada alefiana, enigmática, que, en suma, señala que hay misterios ocultos en el universo –en la historia del escritor argentino, quizás Beatriz Viterbo es un misterio mayor que el Aleph; Ya estoy en eso ingeniero fantasma...
Es en el equilibrio de estas dos fuerzas, trance y trabajo, que propongo una lectura del libro de Fabrício Corsaletti. A través del trance: el sueño, la incorporación, las obsesiones (Dylan, Argentina, Miss M.). Para la obra: los sonetos, las rimas, el material histórico, biográfico, social, etc. que aparece en los poemas. Esta lectura profundizará un poco más en aspectos de estas fuerzas entrelazadas para luego preguntarse por la posibilidad de equilibrio entre ellas, generalmente vistas básicamente como opuestas (Dionisio, Apolo y sus respectivas franquicias), pero que en ingeniero fantasma encontrar un cierto arreglo.
La fluidez de los poemas, por ejemplo, es del orden del trance, pero producido por el trabajo. Como en “después de que entré en la hermosa mansión / y toqué levemente en el piano / un blues más viejo que cualquier fantasma” (soneto “10”), en el que versos de distinta duración, pero de la misma métrica, son conducidos por líquidos, nasales y oclusivas.
El imaginario dylaniano que recorre los sonetos, dentro de una geografía porteña, me parece también en trance de alguien que ha caminado por discos y calles. Trance, sin embargo, se basa en la experiencia del poeta, que tiene a Buenos Aires como parada predilecta desde que vivió allí un semestre en 2005, y en su constante escucha de la obra del compositor estadounidense. Es decir, es trance, pero es acumulación.
El soneto es, por supuesto, en el orden del trabajo, la forma fija, en palabras de Olavo Bilac: “trabajar, y obstinarse, y limar, y sufrir, y sudar…”. Pero el soneto en ingeniero fantasma no es el final del camino, el valor en sí, el fetiche, sino una forma de decir lo que quieres decir, como quien tiene la melodía de un decasílabo en la cabeza, más por el pulso que por el metro, y aquí está es el trance. “el sol no sabe que el día se acaba / y, como él, quedo encendido / con ese amor en mí, que no tiene peso / o tiene, tal vez, el peso de la alegría” (soneto “46”) son ejemplares versos de los que encontramos a lo largo del libro. Ya que, desde la tradición del soneto brasileño, se trata de sonetos que no tienen la cara del soneto habitual, del soneto ordinario hecho para llenar la forma del soneto (por cierto, como en los mejores casos entre nuestros sonetos).
Otro aspecto del orden de trabajo son las rimas, el esfuerzo por encontrar la repetición de una manera que no sea obvia pero al mismo tiempo no artificio. Por un lado, cuartetos como: “Siempre estoy frente al misterio / cuando te encuentro, señorita M / tus ojos riman, tu boca tiembla / la nariz de pueblo, el pelo imperio” (soneto “18”), en el que el esquema de la rima resulta desafiante desde el principio. Por otro lado: “el futuro ha llegado, vino roto / el cartero parece deprimido / mi desayuno es una pastilla / y el diario actual del mes pasado” (soneto “36”), en el que las rimas parecen dadas, pero el la proximidad sonora remite a una especie de… trance.
En todo caso, las rimas no aparecen como un deber, sino como un placer, no como una obligación de conformarse, sino como diversión, si no pura diversión, como si los sonetos entraran en la misma órbita anhelante que Buenos Aires y Bob Dylan. . ¿Es posible divertirse haciendo sonetos? ¿Es posible divertirse haciendo poemas? ¿Es posible divertirse con la tarea de recomponer los sonetos que ese otro Dylan publicó en Buenos Aires?
En resumen, busqué recomponer la forma en que las dos fuerzas, el trance y el trabajo, se entrelazan en el conjunto de sonetos. Tal vez esta combinación sugiera otras estructuras más allá de la que vemos superficialmente en la lectura y relectura de los 56 poemas. ¿Es posible pensar los versos como calles de Buenos Aires que allí encuentran representación? ¿Es posible pensar en los versos como una encarnación de los múltiples rasgos del complejo trabajo de canciones de Dylan?
Si respondemos “sí” a cualquiera de estas preguntas, encontramos explicaciones a cierta sensación de niebla que nos acompaña desde el inicio de la lectura y se reemplaza la sugerencia onírica de la apertura, como si avanzáramos, en el plano inmediato. , en medio de las construcciones poéticas, mientras, en un nivel mediado, accedíamos a esta combinación de dos ideas fijas del libro: Buenos Aires y Bob Dylan. (Hay una tercera: Mari, Miss M. o M., que es transversal en la obra de Fabrício Corsaletti y proviene, si no me equivoco, de esquimal (2010).)
Si pude recomponer satisfactoriamente la forma, cabe señalar que el resultado obtenido es impresionante y supera con creces un trivial conjunto de poemas. Para quienes siguen de cerca y desde sus inicios la producción del poeta, aunque hay otros puntos altos en su producción, ingeniero fantasma es ciertamente un punto de llegada de la obra (¿del trance?) de Fabrício Corsaletti hasta aquí. Sus rasgos estilísticos son perceptibles y maduradores, su universo temático se espesa y se expande.
Los límites del libro van más allá de lo que podría abarcar con su propuesta, que se lleva a cabo de forma coherente en todo momento. El hecho de que sean sonetos aún deja al descubierto la fractura de nuestra comunidad de lectores con la tradición y la vanguardia. La distancia del poeta de lo que es, programáticamente, la revolución (obra) o el ritual (trance), le permite combinarlos sin restricciones y sustenta la autonomía de la obra. El título del libro, por cierto, hace referencia a obra concreta (ingeniero) y fantasma (fantasma).
Si lo estoy interpretando bien, se cierra un capítulo en la obra de Fabrício Corsaletti. ¡Que vengan los siguientes!
*Guto Leite, escritor y compositor, es profesor de literatura brasileña en la UFRGS.
referencia
Fabricio Corsaletti. Ingeniero fantasma. São Paulo, Companhia das Letras, 2022, 128 páginas.
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