por VIANNA CORTADA*
Aceptar la implementación de embargos económicos y aliarse con ellos por mero alineamiento diplomático o conveniencia económica y política convierte a los países que lo hacen en cómplices de este crimen.
A menudo se comenta, incluso en solidaridad con los afectados, sobre los embargos impuestos a otros países, como lo ha hecho durante décadas Estados Unidos con Cuba, sin ser conscientes de que estos embargos, además de afectar a la economía del país afectado, tienen consecuencias en la vida cotidiana de los más pobres, agravando aún más su situación.
Viví ocho meses en 1984 en Nicaragua, como periodista y agente político de la organización partidaria a la que pertenecía. Con los sandinistas recién salidos de una victoria contra la dictadura de Somozi, atacada en el norte y sur del país por movimientos armados financiados por la CIA, Estados Unidos impuso en represalia un estricto embargo al país.
Recibimos cuotas para compras en los mercados. Cuotas para las cosas más básicas y sencillas, como papel higiénico, pasta de dientes y jabón. Ciertas cosas necesarias para la vida cotidiana, especialmente la mía, que necesitaba utilizar una grabadora (de esas portátiles, con cintas de casete), como las pilas, eran casi imposibles de conseguir de forma habitual. Yo, como gran parte de la población de Managua y otras grandes ciudades de Nicaragua, terminé obligado a adquirir dichos productos en mercados donde había productos, en pequeñas cantidades y a precios caros, y que para activistas políticos como yo todavía creaban una crisis de conciencia, porque sabía que cada Peso gastado en un producto en esas ferias, una buena parte iba a parar a manos de delincuentes o
contrarrevolucionarios, lo que equivalía a lo mismo.
Medicamentos, autopartes y vehículos de carga, todo o casi todo terminó entrando al mercado del contrabando y financiando indirectamente a los enemigos de la revolución sandinista. Y muchas veces, debido a la represión de los mercados ilegales, no se encontró nada.
Era común ver enormes colas el día de la llegada del papel higiénico a los mercados habituales, quitando gran parte del tiempo útil de la población.
Los embargos son una forma hipócrita que tiene un país de mostrar al mundo que “no está cometiendo un acto de violencia contra un pueblo y una nación sino más bien una medida económica contra sus gobernantes”. Mentir. Un embargo económico contra un país pobre o en desarrollo es un acto de agresión, más aún cuando se comete por “razones ideológicas” o geopolíticas.
Aceptar la implementación de embargos económicos y aliarse con ellos por mero alineamiento diplomático o conveniencia económica y política convierte a los países que lo hacen en cómplices de este crimen. Los embargos económicos sólo pueden aceptarse en casos excepcionales, como el de la Alemania de Hitler, que declaró la guerra al mundo y promovió uno de los mayores, si no el mayor, genocidio de la humanidad.
El Brasil de Lula no se alinea ni se somete a los embargos dirigidos a Nicaragua, Irán y Rusia y tiene toda la razón al hacerlo, ya que todavía está la otra cara de la moneda, cuando el embargo no le permite comerciar con la parte embargada creando una crisis económica sectorizada o generalizada dentro de su propio país, convirtiéndose también en víctima indirecta del embargo.
Hasta el día de hoy, debido a la mayoría de los embargos promulgados ya sea por la ONU o la OTAN o incluso unilateralmente, lo que nos parece es que los embargos económicos se han convertido en un arma de guerra estadounidense.
* Segadas Vianna es un periodista.
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