por ANTONIO CÁNDIDO*
La Isla representa para otros pueblos latinoamericanos el ejemplo de cómo es posible alcanzar la máxima justicia social alcanzable
Estuve en Cuba veintiséis días, de enero a febrero de 1979, como miembro de uno de los jurados del premio anual casa de las americas. Estos son novela, cuento, poesía, ensayo, literatura infantil, premios testimoniales para autores latinoamericanos o residentes en países latinoamericanos. A partir de 1979 se incluyeron premios de poesía y ficción para escritores antillanos de habla francesa e inglesa. A partir de 1980, habrá un premio para brasileños en portugués en diferentes géneros. Uno de los significados más importantes de este premio es que promueve anualmente el encuentro de intelectuales de todos los países latinoamericanos, sin estar bajo la égida de ningún país imperialista.
Formé parte del comité de premiación de ensayos con otros cuatro colegas: una argentina, una cubana, una puertorriqueña y una rusa. Indicamos tres obras, de las cuales se debe elegir una; pero resultaron ser los tres, porque quedaron vacantes por premios desiertos. Los autores premiados fueron un puertorriqueño de orientación marxista; un guatemalteco medio goldmaniano, con algo de bajtino y cierto estructuralismo; un mexicano que siguió la tradición de las monografías positivas, sin ninguna referencia ideológica intencional.
La estancia fue fascinante, pero laboriosa, porque había mucho material para leer en pocos días. Por esta razón, no fue posible aprovechar todas las oportunidades ofrecidas por los anfitriones: visitas a instituciones educativas, asistenciales, culturales; exposiciones, espectáculos, conciertos, conferencias, proyecciones de películas; visitas a fincas y cooperativas, etc. No era posible, sobre todo, caminar por el interior a gusto, convivir más íntimamente con la gente, adentrarse en la vida cotidiana con la curiosidad natural de quien visita por primera vez un país socialista y quiere ver cómo funciona. . Valió la pena la lectura previa de libros recientes de brasileños, como Fernando Morais, Jorge Escosteguy e Ignácio de Loyola. (Solo en el camino de regreso leí el de Antônio Callado). Los dos primeros habían ido allí a observar y escribir, a tiempo completo; pero Ignacio de Loyola, no sé cómo pudo funcionar activamente en una comisión de premio y todavía ver y escribir tanto para su libro. Los tres posibilitaron una relativa preparación para la visita.
César Vieira, que estaba en el comité de obras teatrales, también fue de gran ayuda y, habiendo visitado previamente Cuba con su grupo de teatro, sabía bien las cosas. Además, aproveché conversaciones y deambulaciones con brasileños residentes allí, algunos durante mucho tiempo; compañeros de las comisiones que tenían experiencia en el país; de los propios cubanos, siempre dispuestos a informar, discutir y escuchar.
Por lo tanto, veinticinco días no estuvieron desprevenidos. Además, en circunstancias como esta hay una especie de experiencia condensada, debido a la capacidad de ver y absorber más que en períodos normales. La convivencia gana un toque de intensidad, la observación se agudiza, los poros de la mente se abren más y la curiosidad calza botas de siete leguas en la percepción. Así que tengo cierta confianza en mis impresiones.
Al ser programadas por los anfitriones, nuestras experiencias se enfocaron en los aspectos positivos del país, que sorprenden en los sectores que pude ver: vida cultural, escuela, organización asistencial y agrícola, artes. No vi nada de la industria o los mecanismos gubernamentales. Pero en los huecos de los programas y en cuanto lo permite la dificultad del transporte urbano, caminé por las calles, fui a restaurantes, vi algo de los Comités de Defensa de la Revolución, tuve ciertos contactos en la concurrida zona residencial de centro de la habana. Y muchas conversaciones callejeras fáciles entre gente tan amable y comunicativa. Incluso estuve casi participando en una discusión de jardín sobre si un billón es mil veces o cien veces más que mil millones, con el defensor de la primera hipótesis explicando con su aire retirado que en el mundo “Hay millonarios, hay multimillonarios, pero no hay trillonarios”. Todos mayores que yo, alegres, tal vez un poco borrachos, puros en la boca, disfrutando del fresco de la tarde a la sombra de la vieja estatua de Martí.
El cubano que encontramos en la calle y en las reuniones generalmente se muestra alegre, relajado, altivo y sin asomo de cafaje. Nunca se tiene la impresión de las personas deprimidas o avergonzadas que llaman la atención del visitante en ciertos países. Es como si la igualdad social, al abolir las clases privilegiadas, suprimiera también el impulso de imitarlas, el deprimente deseo de parecerse a ellas; y así establece una forma de ser que es a la vez natural y confiada. En el caso de Cuba, esto también se debe a que todos adquirieron una especie de orgullo reconfortante por las victorias sobre el enemigo (y menuda enemiga, a pocos kilómetros de distancia, con la fuerza más grande del mundo). Y por superar las etapas más duras de la lucha por la construcción de un país socialista.
Cuando volvíamos a La Habana, después de casi una semana cerca de Cienfuegos, fuimos a Bahía de Cochinos para ver el sitio y el museo relacionado con la fallida invasión de expatriados, financiada y guiada por los Estados Unidos en la época de Kennedy. Fue entonces cuando Jesús Díaz, excelente cuentista y cineasta, comenzó a relatar las maniobras de fuerzas convergentes para hacer frente al desembarco, unas por ese camino, otras por los alrededores. Él, que entonces era muy joven, comandaba un pelotón. Cuando decía esto, se levantó y el encargado del bus (que es cercano al chofer) se acercó y fraternizó, dando también sus datos. Era mayor que Jesús, tenía un decidido tipo popular y también comandaba un pelotón de otra unidad, en el mismo combate decisivo.
Entre esos hombres expansivos, formados en el clima heroico y exaltante de la lucha por los mejores ideales, que condicionó a una generación de cubanos, se podría tener una idea clara de lo que son las fuerzas armadas construidas en este plano humano e ideológico; cuánto dan realidad a la metáfora muchas veces vacía del “pueblo en armas”; y cómo todo esto debe haber contribuido a la firme serenidad que se observa en las personas.
(En el Hotel Passacaballo, cerca de Cienfuegos, ya me había hecho amigo del encargado del autobús, apreciando sus ideas descabelladas sobre la violencia que podría ser necesaria en la implantación del socialismo, en el momento justo y en la dosis justa, dijo, y citó el ejemplo de Allende y el exceso de tolerancia que termina dando la victoria al enemigo y provocando así mayor violencia, porque el terror blanco es lo que conocemos).
Otro factor de la forma de ser que comento es ciertamente la tranquilidad en cuanto a las necesidades básicas ꟷ que la Revolución Cubana efectivamente resolvió. Es impresionante cómo amigos y enemigos del régimen coinciden en este punto fundamental: que en 20 años se han resuelto los problemas cruciales y el pueblo cubano tiene lo que necesita, de manera satisfactoria, en materia de alimentación, salud, educación, seguridad social. seguridad; menos satisfactoriamente, pero suficientemente, en el alojamiento. La Revolución acabó con la pobreza extrema y la desigualdad, dando a todos más o menos las mismas oportunidades. Queda por resolver a buen nivel el tema de la vivienda, cuya solución siempre es difícil y más lenta en los países que establecen la igualdad económica, mostrando cuán increíbles son las carencias y la desigualdad en este sector en las sociedades de clases. A diferencia de antes, ahora todos los cubanos tienen un lugar digno para vivir, pero el espacio habitable sigue siendo escaso y hay malestar. Por lo que deduje, al ritmo actual de construcción en Cuba, aún podrían pasar muchos años para proporcionar viviendas realmente buenas para todos. El transporte urbano también deja que desear, con pocos autobuses y más taxis que vasqueiros. Pero, repito, todos saben que lo esencial está resuelto.
El trabajador que vuelve a su modesta casa, tras una larga cola y un viaje en un vehículo abarrotado, sólo tiene que afrontar el mal humor y el cansancio de esta dificultad. Las grandes causas materiales de desesperación ya no existen para él, porque no le falta lo esencial: alojamiento, comida, vestido, asistencia médica, educación para sus hijos, dinero. Asumiendo que vives como un trabajador brasileño y que, como este, haces ejercicio en largos viajes, tienes un conjunto decisivo de ventajas sobre él, que te permiten la tranquilidad y el alivio de las tensiones corrosivas.
En las antiguas casas fraccionadas del centro de La Habana, al final de la tarde, los trabajadores están sentados en sus sillas, duchados, conversando con los vecinos, mientras sus hijos regresan de la escuela bien nutridos, bien uniformados, con todo lo necesario. material, con las oportunidades de cualquier niño cubano, sea hijo de campesino o de funcionario, de obrero o de ministro, de chofer o de escritor. La impresión del extranjero que pasea es que en realidad está en otro sistema; que se está construyendo el socialismo y con él un tono diferente de humanidad.
Si ese extranjero decide caminar por un camino o en un campo abierto; si quieres caminar un buen rato por las calles en un paseo nocturno, de vuelta al hotel, no correrás mayor riesgo de que te roben o te destripen por culpa de tu reloj de pulsera. La delincuencia es, por así decirlo, normal, al ritmo inevitable que uno imagina en una sociedad bien organizada. (No he oído hablar de nada peor que el robo de gafas de sol, cámaras, carteras, el cuento del vicario ocasional, errores de cuenta intencionales raros y propuestas de cambio negras, inofensivas para el turista, graves para el proponente, ya que las sanciones por deshonestidad son fuertes ). Tal confianza, que viene de todos, de la base, del día a día, asombra y tranquiliza a los visitantes acostumbrados a nuestra y otras paradas; al mismo tiempo revela la transformación del hombre, junto con la transformación de la sociedad, condicionando una cosa a la otra.
Esta novedad en el hombre, increíble en América Latina, se puede comprobar en las más diversas actividades, desde la realización casi milagrosa de una terapia redentora de enfermedades mentales, hasta el funcionamiento de los Comités de Defensa de la Revolución ꟷ como he visto más de uno, al aire libre, en un tramo de calle transformado en auditorio, con las filas de sillas, la mesa del director, la tribuna, los focos y los parlantes. Allí realmente puedes ver a la gente discutiendo, deliberando e influenciando a ꟷ sobre asuntos que van desde la mala comida en un restaurante de barrio hasta la arrogancia de un empleado. Entonces el observador comienza a sentir la extraordinaria liberación de energía que conlleva el socialismo. Para la enorme masa que la desigualdad económica asfixia y mutila espiritualmente, abre posibilidades para la realización de cada uno, que de inmediato se convierte en la realización de todos. En Cuba este proceso fue paralelo a otro, y eso fue una gran suerte histórica: el éxodo de enemigos, la salida voluntaria de la burguesía, con su larga cola de parásitos y corruptos, vaciando al país de gran parte de los elementos eso habría suscitado continuamente los problemas más graves. En cierta medida se produjo una sustitución de clases, que fue una de las condiciones de su progresiva desaparición; y como la Revolución pudo vencer el asalto de ese partido adverso, la república quedó verdaderamente más limpia. Tal vez sea solo una impresión, pero parece haber una claridad acentuada en la gente, en el ambiente cotidiano, en las reglas del juego. Para aquellos que están acostumbrados a leer el socialismo en los libros y hacer algún esfuerzo por su lejano advenimiento, la experiencia es una que exalta y paga.
Así, Cuba está logrando renovar al hombre, sobre la sólida base de las garantías esenciales para la vida ꟷ algo que ningún otro país latinoamericano ha esbozado hasta ahora. En otros países socialistas hay una retórica acentuada sobre esta reforma humana; pero, con frecuencia, parece que se anteponen objetivos inmediatos de carácter técnico y económico, para llevar muy lejos (y, por tanto, quién sabe cómo hacerlo imposible) esa humanización que en Cuba parece tan presente y lograda.
De ahí la impresión de un socialismo más abierto y flexible de lo que sugerirían ciertas formulaciones oficiales. Incluyendo una libertad de experiencia, cuyos rasgos originales difieren de lo que es rígido en la práctica en otros países socialistas. Quizás por peculiaridades de la historia de Cuba.
En la Biblioteca Nacional, en La Habana, asistí a una conferencia de Roberto Fernández Retamar, seguida de debates con participantes en una especie de curso nacional cuyos mejores alumnos, todos adultos, estaban allí para debatir sobre la figura de José Martí. Se hablaba de su radicalismo cuasisocialista, configurando un verdadero precursor de la situación actual, como si fuera el equivalente latinoamericano de los radicales rusos del siglo pasado, ꟷ hombres como Herzen, Chernitchevsky, Dobroliubov. En ese momento pensé que Cuba era quizás única entre los latinoamericanos, por su capacidad precoz para formular posiciones verdaderamente revolucionarias; y no con el sentido meramente autonomista de otras naciones, determinadas por las clases dominantes, que mantuvieron el yugo y su justificación ideológica a pesar del cambio de estatus. Martí habría sido en realidad un precursor orgánico (no un mero símbolo); y el peso de su acción influye en la forma en que los cubanos asimilamos el marxismo y practicamos el socialismo. Esto es diferente a lo que sucedió en el resto de América Latina, ya que en otros países el papel de patriarca recayó en conservadores, o en vocaciones de reyes sin corona. La originalidad de las soluciones cubanas (pensé escuchando los debates) tiene sus raíces en el proceso histórico de la lucha por la liberación nacional. Por eso Martí se sitúa teóricamente después de Marx, y Fidel Castro se considera su seguidor.[ 1 ].
La prueba de una revolución (real) es la relación entre su costo humano y su balance social. La conclusión al respecto es que Cuba logró un máximo de igualdad y justicia con un mínimo de sacrificio de la libertad. Es un régimen encaminado a la liberación del pueblo, a fin de promover su acción eficaz en la transformación de la sociedad. Por lo tanto, tuvo y tiene que neutralizar enemigos, evitar contratiempos, usar cierta dureza para llevar a cabo lo que es la solución más humana para el hombre. El intelectual de un país donde la burguesía domina con fuerza suficiente para dejar jugar a las opiniones; hasta el intelectual de un país como Brasil, que recientemente recuperó parte del derecho a jugar este juego, puede preguntarse, por ejemplo, la severa regimentación social del trabajo en Cuba, las limitaciones de su prensa, el rigor con los opositores. Pero al mismo tiempo comprueba que si bien en nuestros países existe una práctica democrática a flor de piel, porque se basa en la tiranía económica y alienante sobre las mayorías absolutas; en Cuba existe una relativa restricción en la superficie y, en el fondo, una práctica de la democracia en sus aspectos fundamentales, es decir, aquellos que aseguran no sólo la igualdad y la salida de la pobreza, sino el derecho a deliberar en las unidades de base y al diálogo con los líderes, resultando en la conquista de los instrumentos mentales que abren las puertas de una vida digna.
He leído y escuchado restricciones sobre Cuba y, de hecho, algunas pueden ser válidas. Pero cuando consideramos un país o un régimen, nuestros ojos se guían por nuestras convicciones. Las mías me llevan a creer que las carencias de la Revolución Cubana son pequeñas frente al enorme balance positivo, es decir, el éxito en la construcción del socialismo. Y un socialismo abierto, inteligente, fraternal. Los conservadores e incluso los liberales tradicionales seguramente lo verán de otra manera, porque siempre piensan en la estructura misma, y no en el proceso, que da el sentido real de las cosas.
Con poco discernimiento de este proceso y con una mirada formalista parecen existir varios críticos dignos, como, por citar sólo uno, el escritor español Juna Goytisolo, quien en el artículo de este año enumera las restricciones más comunes en los círculos intelectuales, incluidos los de izquierda en a su manera Esta es una reseña de un libro. Cuba: Orden y Revolución, de Jorge I. Domínguez, en New York Review of Books (Vol. XXVII; No. 4, 22 de marzo de 1979).
Dejando de lado el análisis y el detalle de las reparaciones, fijemos la conclusión, que es precisamente donde se encuentra el autor con muchos otros. Tras reconocer que la Revolución cubana prácticamente acabó con el desempleo; que tuvo un “éxito espectacular” en los sectores fundamentales de educación, salud, vivienda para los pobres; después de eso llegan a lo que parecen ser los grandes puntos negativos. Así, dice que en la región del Caribe siempre ha habido cuatro plagas: (1) monocultivo; (2) caudillismo; (3) gobierno militar y dictadura; (4) dependencia de los Estados Unidos. Según él, nada de eso ha cambiado esencialmente en Cuba, con la diferencia de que se ha vuelto una dependencia de la Unión Soviética.
Es una reflexión de carácter formal, en el sentido de que cada tema es visto como un rasgo autónomo y no en su conexión con la realidad. O de otra manera: se ve por la apariencia lógica, no en la realidad del contexto, lo que permite determinar el verdadero significado.
De hecho, el monocultivo del azúcar continúa ꟷ, pero sus consecuencias negativas para la sociedad han desaparecido, incluida la concentración de la riqueza en manos de una oligarquía y el desempleo en la temporada baja; o por el contrario, ꟷ el azúcar ya no es factor de concentración de la riqueza en pocas manos, ni de subordinación al imperialismo, ni de desigualdad monstruosa, ni de desamparo del trabajador, que antes era arrojado periódicamente a la miseria.
Hay un liderazgo masculino continuado, pero no impuesto por intereses económicos para mantener la desigualdad. Además de ser controlado por varios órganos, es sancionado en todo momento por el diálogo con el pueblo y la voluntad de las organizaciones, porque responde a las aspiraciones populares ya las necesidades sociales. Fidel Castro es un líder extremadamente humano que en realidad funciona como representante, sobre todo por su excepcional capacidad de consulta directa con las bases y lealtad a los órganos de la Revolución. Como dijo Alceu Amoroso Lima, es sin duda el mayor líder latinoamericano de este siglo, con la estatura de los grandes libertadores del siglo pasado.
En cuanto al tercer punto, la simplificación formalista es suficiente para sacar una sonrisa. El ejército cubano nació de la guerra de guerrillas, de la lucha revolucionaria, y es realmente una extensión del pueblo en armas. (La flor más roja del pueblo, como en el antiguo canto republicano español). Hizo la Revolución y en cierta medida es su condición; la participación en el poder es su parte de servicio, junto con la de otros sectores. Queriendo compararlo con los ejércitos sanguinarios y fratricidas del Caribe, Centro y Sudamérica; querer asimilar su papel en el poder a la violencia policial al servicio de las clases dominantes, que se observa en estos casos, es casi cómico.
Finalmente, se sabe que la Unión Soviética y otros países socialistas (de un socialismo menos atractivo que el de Cuba) apoyaron a la Revolución Cubana y en gran medida posibilitaron su supervivencia. Pero incluso los estudiosos adversos reconocen que, a pesar de la lealtad a estos países, dictada por la comunidad de propósitos y la gratitud, Cuba ha mantenido una notable independencia en su política, incluso en contra de las preferencias soviéticas, como en el caso de la ayuda a Angola y Mozambique. . Esto es lo que se puede leer entre otros lugares en los desprevenidos Problemas del comunismo, publicación no oficial norteamericana (vol. XXVII nov-dic 1977). Pero quedando por argumentar en el terreno esquemático de Goytisolo, podría decirse: ꟷ Muy bien, supongamos que Cuba pasó de la dependencia americana a la dependencia soviética. ¿Qué te cambia el primero? ¿Cuánto vale el segundo para ti? Mientras Estados Unidos la había transformado degradantemente en un apéndice semicolonial, a través de sucesivas organizaciones políticas de la oligarquía; mientras aún hoy apoya directa e indirectamente toda la suerte de Duvalliers y Somozas, para perpetuar los regímenes más siniestros de América; Mientras tanto, la Unión Soviética ayuda a Cuba a construir un socialismo humano que ha resuelto los problemas que aquejan a todos los demás países latinoamericanos.
La conclusión, para quienes realmente quieren ver justicia social, es que si Cuba es apoyada por un gran número de países, no necesitará depender de esto o aquello, y podrá florecer más libremente. Entonces se trata de apoyar, no de rechazar; reconocer las enormes cualidades y comprender los defectos; promover movimientos de apoyo en cada uno de nuestros países, que presionen a los gobiernos hacia el reconocimiento e intercambio diplomático. Si logran mantener relaciones normales con un gran número de otros estados, Cuba será cada vez más abierta, menos monocultural, menos atenta a su seguridad, más democrática y próspera. Ella representa para los demás pueblos latinoamericanos el ejemplo de cómo es posible alcanzar la máxima justicia social posible. Por eso Cuba tiene lo mejor de América.
*Antonio Cándido (1918-2017) fue profesor emérito de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la USP. Autor, entre otros libros, de literatura y sociedad (Oro sobre azul).
Publicado originalmente en la revista Encuentros con la Civilización Brasileña, No. 18, en diciembre de 1979.
Nota
[ 1 ] En un libro de próxima publicación muy importante, cuyos originales pude leer, Florestan Fernandes analiza en profundidad y con amplia información los aspectos originales de la tradición revolucionaria cubana.