por GÉNERO TARSO*
Porto Alegre fue alguna vez un ícono de la izquierda global, que proyectó la ciudad en todo el mundo.
Lo muy novedoso en el escenario de la lucha democrática, a escala global, es que la formación de un nuevo bloque hegemónico reaccionario o conservador, antidemocrático y con tendencia al fascismo, se produce –hoy en día– mediante el desplazamiento de su centro de poder interno –hasta ocupada entonces por el conservadurismo y la derecha tradicional, al predominio de una extrema derecha que, a través de las redes sociales y los sótanos de internet (en sus entresijos del crimen organizado) marca el “tono” y el “trasfondo”, para una parte significativa de las clases dominantes nacionales.
Estos abandonaron todas las simulaciones de aprecio por la democracia y se pasaron al campo del fascismo: un fascismo más crudo y más duro, que prescinde de cualquier formulación intelectual y se prepara para una nueva lucha directa contra el liberalismo democrático.
Las modulaciones conceptuales para definir qué es “izquierda” y qué es “derecha” cambian, dependiendo de la naturaleza de los conflictos económico-sociales y culturales, que fluyen en cada territorio político. En cada contexto histórico, la decisión electoral de las “partes” de la sociedad –representadas por los partidos y fracciones de partidos que operan en cada escenario– nunca resulta de un cálculo geométrico que compare –de manera mecánica– la “mayoría” o “ ideas minoritarias, que oponen políticamente a grupos y clases: los contingentes electorales organizan sus afinidades por una serie de razones – cercanas y remotas – fijas o variables, que desafían cualquier estándar de análisis que hubiera podido tener alguna validez hasta entonces.
Pienso que el corte político local, que separa a hombres y mujeres, entre clases e intraclases, hoy es –mucho menos– la posición “objetiva” que estos grupos y clases ocupan en la jerarquía social de una ciudad o un estado y –mucho más– su subjetividad, más o menos proclive a pactar con el fascismo contra la democracia u optar por la vía democrática para enfrentar a la hidra fascista.
Si esto es correcto, el corte decisivo en los sistemas de alianzas se ubicaría entonces entre aquellos que estarían en contra de la masa de ciudadanos que no tolera la infección del fascismo –como un mal radical que degrada la condición humana al nivel más bajo que pueden alcanzar las especies, y aquellos que ya no aceptan la democracia liberal y empiezan a estar de acuerdo con la dictadura y la política del miedo.
Porto Alegre fue alguna vez un ícono de la izquierda global, que proyectó la ciudad en todo el mundo. Es la misma ciudad que hoy está dirigida por un alcalde completamente ajeno a esa tradición, elegido en elecciones libres, que es un negacionista y privatista, partidario de un ex presidente que nos avergüenza en todo el mundo, que alentó el negativismo de la ciencia y que fue derrotado, en la ciudad de Porto Alegre, por Lula en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, por siete puntos (Lula 53,50%, Jair Bolsonaro 46,50%).
Tales porcentajes demuestran que la ciudad aún vive y tiene memoria y que aquí sería un campo propicio para una gran unidad popular y democrática, que rescataría –remodelada por el tiempo y las nuevas mutaciones tecnológicas– la utopía de una sociedad democrática, abierta, culta y participativa. ciudad, que alguna vez fue un modelo para el mundo.
Considerando que la extrema derecha –hoy– ha colonizado a la derecha tradicional y dirige políticamente partes de nuestro país y del mundo, el resultado de las elecciones presidenciales en Porto Alegre dejó claro que incluso en condiciones extremas y adversas Porto Alegre no se ha transformado –como Se dijo durante el breve reinado de Bolsonaro, en una “ciudad de derecha”. Mucho menos izquierdista, sin embargo. Lo que puede caracterizar a Porto Alegre, a través de este signo electoral, es justo (y es mucho para orientarnos en el contexto de la elección) que en un hipotético intento fascista contra el Estado democrático de derecho, su mayoría no sería profascista. y no admitiríamos una dictadura de ningún tipo para gobernar nuestras vidas.
Comunico, con el debido respeto a mis compañeros dirigentes de izquierda y centroizquierda de Porto Alegre y al centro democrático, fragmentado en todos los partidos tradicionales, que los movimientos tácticos que los partidos del campo progresista han realizado, hasta ahora –hacia las elecciones municipales– están posponiendo imprudentemente negociaciones políticas estratégicas (programáticas y de unidad política) para las elecciones municipales del próximo año.
Hablo de “partidos progresistas” a propósito, como hablo a propósito del “campo antifascista” y lo hago porque el “progresismo” sólo puede existir, hoy, a partir de la experiencia de la socialdemocracia y del compromiso irrestricto con la democracia. democracia política.
Lo que he sostenido es que, a diferencia del fascismo, que en sus alianzas con la derecha tradicional y la extrema derecha demostró que puede ser a la vez autoritario y liberal radical –“libertario” en términos económicos–, supo unir a fascistas y conservadores en un pacto de muerte durante la pandemia, presentemos hoy un programa mínimo para la regeneración de la ciudad, con premisas ideológicas y principios programáticos simples y directos que hagan recuperar el gusto por la política y retomar las virtudes de la solidaridad.
Y, para ello, es necesario acordar las reglas de la unidad programática, buscando luego un candidato, al mismo tiempo capaz de unificarnos y hacer que la ciudad supere la resignación al autoritarismo de los “síndicos” sin programa y sin iluminación creativa.
* Tarso en ley fue gobernador del estado de Rio Grande do Sul, alcalde de Porto Alegre, ministro de Justicia, ministro de Educación y ministro de Relaciones Institucionales de Brasil. Autor, entre otros libros, de utopía posible (Arte y Artesanía). https://amzn.to/3ReRb6I
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