Egología y Constitución: la lucha que libramos

Imagen: Özer Özmen
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por JOSÉ MANUEL DE SACADURA ROCHA*

Ninguna Constitución ha sido jamás entre nosotros espejo y sostén de la nación, porque la nación ha sido construida artificialmente

Es conocida la parábola de Carlos Cossio sobre el valor positivista de una Constitución. En tiempos en que el nuestro parece destruido a merced de los mezquinos intereses del poder, cabe preguntarse de dónde viene la “fuerza del derecho”, pregunta de Jacques Derrida, y largamente perseguida por la filosofía del derecho.

La parábola de Carlos Cossio, “dirigida” en un debate cara a cara a su maestro Hans Kelsen, era: “¿Por qué después de todo los franceses durante las Grandes Guerras, cuando protegían escondiendo sus obras de arte más valiosas, tan que los alemanes no los destruirían, no ocultarían su mayor bien, en este caso, ¿por qué no ocultar la Constitución francesa?”. Hans Kelsen, obviamente, al darse cuenta de lo que quería decir Carlos Cossio, permaneció en silencio. Carlos Cossio decía: “¡Porque para los franceses la Constitución está en el corazón de cada uno de ellos, o no estará en ninguna parte!”.

Allí, el debate versó sobre el “peso” y la “fuerza” del derecho formalizado, y sobre la pertinencia de la conjunción de prácticas sistémicas estatales para la formación de un sistema de justicia. Mirando ahora lo que hacen con nuestra Constitución para la codicia y el poder, solo prueba que Carlos Cossio tiene razón: ¡no está en ninguna parte, no está en nuestros corazones (Teoría Egológica del Derecho)! No me refiero al corazón de los que la vilipendian y pisotean sin escrúpulos y sin remordimientos.

José Canotilho, el inmenso constitucionalista portugués del que tanto y tantos aprendieron, decía que la Constitución era el “espejo de la nación”, del que tomaba su fuerza y ​​su representación popular, y luego, en forma de exabrupto , ya dijo que “hoy no tiene sentido escribir sobre la Constitución”, porque se ve, a pasos agigantados, que la gente está cada vez menos interesada en los valores de vivir como nación, tanto desde el punto de vista de los movimientos económicos globales y el colapso de la matriz de valores de sus culturas. Yo diría que al final el primer movimiento (económico) también da cuenta del segundo (cultural).

Pero en el caso brasileño, el problema es más profundo, aunque esté en la superficie de nuestra sociabilidad histórica - contrariamente a lo que pensarían los constitucionalistas, no fue el pueblo brasileño quien anhelaba ser nación y anhelaba una Constitución inspirada en sí mismo, en sus valores y cultura, en su unidad soberana como nación, sino todo lo contrario. Entre nosotros, históricamente fue la ley la que quiso hacernos una nación, y claro, ¡nunca lo hizo!

Quienes lo lograron en beneficio propio fueron las élites que “imaginaron” la nación y la Constitución como un ejemplo ajeno para formar un país al servicio de sus mezquinos intereses de clase, con la ley contra la gente pequeña y a favor de las minorías. Ninguna Constitución ha sido jamás espejo y sostén de la nación entre nosotros, porque la nación ha sido construida artificialmente (arbitrariamente, para Jean Domat) por una Constitución.

Hay algo que es necesario repetir: la ciudadanía (la creencia en los derechos de los ciudadanos) no puede quedarse simplemente en la “letra muerta de la ley”; la ciudadanía tiene que ser “un principio egológico”, repite Carlos Cossio, tiene que estar impregnada, “encarnada en los egos” de las personas, y por eso debe ser traspuesta, por necesidad de la organización social, al derecho. La participación popular para la Constitución de 1988 fue el primer intento de decir: “sí, somos el pueblo brasileño, somos el pueblo brasileño”… Pero lo dijimos…

Pero, poco después, los intereses de las élites se organizaron para volver, a pesar y dentro de la Constitución, a reinar en sus sesmarias y capitanías hereditarias, algo así, en que la nación no existe y donde el vaciamiento y desprecio total de la ciudadanía los derechos se cambian obligatoriamente por un favor, o como dice Roberto DaMatta, por “¿sabes con quién estás hablando?”.

El sistema colonial no terminó con nosotros, como lo hizo nuestra Constitución de 1988, porque el sistema patrimonial (como nos enseñó Raymundo Faoro) permanece eternamente entre nosotros como pago infinito y escabroso por el fin de los atroces privilegios de los esclavistas y esclavistas. En cualquier otro país cuya nación fuera tomada en serio por el pueblo y en su corazón estuviera depositado el valor de la ciudadanía, la justicia y la libertad, como decía Cossio a Kelsen, la Constitución no sería desdeñada, denigrada, violada, pisoteada y desgarrada oportunistamente por aquellos quienes solo ellos solo anhelan asaltar el poder de la República. Por eso, muchos países del mundo y de América hicieron revoluciones y aún libran batallas que quieren ser definitivas para cimentar de una vez por todas la soberanía de los pueblos y sus sagrados derechos de ciudadanía.

La “fuerza de la ley” o está en el foro más íntimo de cada uno de nosotros, o simplemente no existe, aunque son encomiables algunos esfuerzos de los órganos institucionales por mantener la integridad y el respeto a la Constitución. De hecho, todavía estamos en nuestra infancia para ser una nación que respete su Constitución, es decir, que respete verdaderamente los derechos de todos los ciudadanos. ¡Si no es demasiado tarde, que esta sea la última batalla para decidir qué ciudadanos queremos ser y qué país queremos tener para nosotros (y en nuestros corazones)!

Los valores depositados como derechos de todos los hombres y mujeres también tienen límites, no pueden ser un número cualquiera: obviamente, los derechos de los ciudadanos no pueden excluir el respeto a la democracia, ya que sólo ella cree en la justicia, la igualdad y la libertad para todos. Es esta creencia en la justicia ética, y por ser éticos, la que hunde profundamente en nuestros egos, como en Immanuel Kant, la posibilidad de ser una nación de respeto ante nuestros propios ojos.

*José Manuel de Sacadura Rocha Tiene un doctorado en Educación, Arte e Historia Cultural de la Universidad Mackenzie. Autor, entre otros libros, de Sociología Jurídica: fundamentos y fronteras (GEN/Forense). [https://amzn.to/491S8Fh].

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