Edward W. Said - crítico literario e intelectual público

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por WALNICE NOGUEIRA GALVÃO*

Las obras de Edward W. Said lo elevan a la posición de uno de los pensadores más influyentes sobre las implicaciones políticas de la cultura en nuestro tiempo.

En su época, los críticos literarios más influyentes en Estados Unidos fueron Edward W. Said (1935-2003) y Susan Sontag (1933-2004), quienes habitaron el mundo simultáneamente, como indican las fechas. Los dos están en la raíz de la renovación del campo, no sólo literario, sino cultural, habiendo prácticamente inventado los estudios poscoloniales y de descolonización, todavía vigentes en la actualidad. Llamaron la atención sobre el multiculturalismo y la diversidad, tratando de combatir el etnocentrismo, la xenofobia y la misoginia. Así, las nuevas corrientes de pensamiento se originaron en dos críticos literarios, licenciados en Letras y profesores de literatura.

Ambos tenían un perfil similar, porque era inédito que los principales críticos literarios del país no fueran de avispa (protestante anglosajón blanco), es decir, no eran personas blancas de una familia tradicional asentada en Mayflower. Al contrario, procedían de la inmigración. Y pertenecían a minorías: ella era judía y gay, además de mujer, él era palestino, árabe cristiano. Por eso, siempre han estado en el epicentro de las controversias. No estaban precisamente marginados, ya que pertenecían a una burguesía que supo proporcionarles las mejores escuelas. Los forasteros, Sí. Y esta condición sin duda agudizó su visión y les hizo producir una obra de alto contenido crítico.

En cuanto a educación, Edward W. Said se graduó en Princeton y Harvard, mientras que Susan Sontag tiene una trayectoria más variada, con títulos en Berkeley y Chicago, seguidos de estudios de posgrado en Harvard y Oxford, además de la Sorbona.[i]

Antes del judío gay y del palestino, el crítico literario norteamericano más influyente fue, indiscutiblemente y durante 30 años, Edmund Wilson (1895-1972), que fue un típico avispa. Originario de Princeton, se tomó en serio la literatura y combinó la erudición con un gusto refinado. Fue la mayor influencia de su época en Estados Unidos: escribió asiduamente para los medios de comunicación y fue crítico literario oficial de la prestigiosa revista cultural. Neoyorquino, su alcance fue enorme. Denunció el imperialismo, la guerra de Vietnam y la Guerra Fría, siendo una figura destacada de la oposición en su país.

Mientras tanto, los vientos de la historia habían cambiado de rumbo y abrieron el debate sobre la diversidad étnica y sexual, mientras el feminismo emergía en la segunda ola. Puede decirse entonces que, si bien Edward W. Said y Susan Sontag se formaron en universidades de élite, sus orígenes los convierten en intelectuales públicos pero divergentes, o disidentes.. No excluidos, de ninguna manera, pero con una inclusión que podría calificarse de problemática... Y que ambos sabrán explorar, produciendo una obra rebelde, descuadrada e innovadora.

En definitiva, cabe destacar que ambos fueron críticos literarios y profesores de literatura que hicieron carrera en la Universidad y participaron intensamente en los debates de su época, tanto en sus cursos como publicando libros y escribiendo en periódicos y revistas. Ambos podrían denominarse “eruditos” (una combinación de mucho con conocimiento),[ii] según el reciente libro del historiador cultural de la Universidad de Cambridge, Peter Burke.

En el libro justamente titulado el erudito, Burke examina el ideal de un intelectual en el Renacimiento, uno que abarcara la mayor gama posible de conocimientos, disciplinas o materias. Pensemos en Leonardo da Vinci, que pintó, dibujó, esculpió, diseñó y construyó aparatos que fueron precursores del avión, el helicóptero, el tanque de batalla, etc., además de interesarse por la química, la botánica, la física, la medicina y la anatomía. etc. Este ideal fue gradualmente erosionado y suplantado por el de un especialista (o experto),que se centra en una sola disciplina. Este es el ideal de la modernidad.

Pero, dice Peter Burke, con el paso de los siglos el erudito está dando signos de resurrección, afirmándose una vez más como un ideal. Y así podemos clasificar tanto a Edward W. Said como a Susan Sontag, quienes, como grandes especialistas en literatura y crítica literaria, nunca dejaron de interesarse por otras áreas del conocimiento. Susan Sontag escribió novelas y libros clásicos sobre fotografía y enfermedad, un campo de estudio que prácticamente inventó.

Edward W. Said es autor de obras de lectura obligada sobre música y orientalismo, ya que sus libros, como sabemos, además de literatura, abarcan música y artes visuales, así como sociología e historia. Dicho esto, pasemos a algunas características de la obra de este profesor de literatura comparada en la Universidad de Columbia, en Nueva York, antes de centrarnos en su obra y su aportación personal.

Destaca su dedicación a la música. Fue pianista clásico toda su vida. Esta extraordinaria dedicación resultó en un encuentro existencial con Daniel Baremboim, director de orquesta y activista. En una colaboración ejemplar, como palestino y judío deberían haberse superpuesto, por el contrario, tocaron juntos, grabaron CD juntos, fueron filmados en actuaciones, etc. Pero el más sensacional de sus logros fue la creación conjunta de una orquesta formada por jóvenes árabes e israelíes. La orquesta rinde homenaje a Goethe adoptando el título de su poema “Diván Oeste-Oriental” (“Divan occidental-oriental”). Por cierto, en 2002 los dos recibieron el premio Concordia, un galardón español. Fue el primero de varios premios que se otorgarían no sólo a ellos, sino a la orquesta desde entonces.[iii] Y la colaboración llevó a escribir un libro juntos: Reflexiones sobre la música.

Presencia árabe

En sus obras, Edward W. Said nos enseña sobre la presencia árabe en Occidente. Es algo que no aprendimos en la escuela: que la ciudad de Córdoba en España fue uno de los faros del planeta en la Edad Media y sin duda la capital europea de la ciencia y el conocimiento. Los árabes ocuparon parte de Europa, la Península Ibérica, durante 800 años. Y allí llevaron su espléndida civilización, hasta que fueron expulsados ​​en 1492 por los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, al final de una larga guerra.

En Andalucía, en el sur de España, los moros (o “sarracenos”, como también se les llamaba) construyeron ciudades cubiertas de suntuosos palacios, llamados Alcázar (Al-Ksar = fortaleza), y mezquitas decoradas con arabescos. Y, gente del desierto con veneración por el agua, jardines de ensueño con grandes obras hidráulicas como canales de riego, fuentes, aljibes, fuentes, lagos y piscinas. Plantaron las calles de estas ciudades de naranjos, pintándolas de verdes arbustos llenos de manzanas doradas. Desarrollaron la agricultura e introdujeron innumerables alimentos básicos, como las naranjas y los limones. Y también trajeron caña de azúcar, otras frutas como granadas y melocotones, que como su nombre indica provienen de Persia. Eran expertos en la gestión del agua, conocimientos que trajeron desde sus orígenes.

Todo esto se puede ver hasta el día de hoy en las ciudades de Andalucía: por suerte, estas ciudades claramente árabes en su trazado se salvaron y no fueron arrasadas por el invasor, como era habitual. Preguntemos en qué estado se encuentran Irak, Libia y Afganistán después de que Estados Unidos llegó allí.

En Andalucía brillan las ciudades de Granada, con el famoso conjunto de palacios y jardines de la Alhambra, y Sevilla, con otras maravillas, como el palacio real conocido hasta hoy como el Alcázar, típicamente árabe. Y Córdoba, donde hay una preciosa mezquita que, al parecer, los conquistadores no tuvieron el valor de derribar, tal es su belleza y grandeza, pues fue la más grande del mundo en su época. Prefirieron construir a su alrededor una iglesia católica, como protegiéndola en una bóveda.

Córdoba se convirtió en un centro de estudios e investigaciones en ciencias y artes, entre ellas principalmente música y caligrafía. A ella acudían sabios y eruditos de todo el mundo. En ese momento, los otros centros eran Bagdad, la capital de Irak, y Damasco, la capital de Siria. Fue sede de una prestigiosa Universidad y de una inmensa biblioteca, un entorno propicio para el desarrollo de la medicina, en la que el nombre más importante es Averroes.

Averroes de Córdoba, para hablar con justicia, fue precedido por el gran Avicena de Irán o Persia.

Este es otro sabio erudito, pero de los siglos X-XI, es decir, cien años antes de Averroes. Discípulo de los antiguos griegos, especialmente de Aristóteles e Hipócrates, fue médico y escribió tratados sobre filosofía, astronomía, geometría y álgebra, música y muchos más en otras áreas. Se le considera el padre de la medicina moderna. Sus dos tratados – El libro de la curación. e El canon de la medicina – serían adoptados en futuras universidades medievales europeas, incluida la de París. Avicena tuvo acceso a las magníficas bibliotecas de Irán o Persia, de las que en la Edad Media había al menos seis, en seis ciudades diferentes.

Averrois de Córdoba, un siglo después, sería comentarista de Aristóteles y principal mediador de los estudios de filosofía griega de la Universidad de París. Por esta época, Aristóteles sería traducido al latín y al hebreo.

Córdoba era famosa, como toda Andalucía, por su tolerancia: árabes, judíos y cristianos convivían pacíficamente, amparados por las leyes. Lo que terminó cuando los árabes fueron expulsados, y poco después los judíos. Dejaron atrás una cultura que sólo floreció en ese territorio, la cultura mozárabe que, como su nombre indica, era una mezcla de grupos poblacionales.

Una palabra en defensa de un prelado cristiano, el cardenal Cisneros, primado de España y confesor de Isabel de Castilla, a quien debemos la supervivencia de la música sacra mozárabe y especialmente de su canto litúrgico. En 1492, cuando los árabes fueron expulsados, el cardenal Cisneros ordenó recopilar y copiar la música de las iglesias. Intuía que este gran arte, a punto de ser prohibido junto con la liturgia decretada herética, desaparecería en la brutalidad de la destrucción genocida.

Hoy es posible asistir a bellos y originales conciertos, gracias a la previsión del Cardenal Cisneros. Fue su empresa la de publicar una Biblia políglota en griego, latín, hebreo y arameo. Al margen de su influencia política, fue un auténtico espíritu del Renacimiento y destacó por sus logros en el ámbito cultural.

La última de las metrópolis en caer fue Granada, la Granada maravillosa, se forjó una leyenda sobre las despedidas que el sultán Boabdil, parado en un mirador del camino, dijo a su amado reino. Hasta el día de hoy, este momento se considera la sentencia de muerte de la civilización árabe en Europa. Un poema de Fernando Pessoa celebra el adiós de Boabdil,[iv] fijando “su mera última mirada… a la figura izquierda de Granada”, mostrando lo mucho que importaba el movimiento para la imaginación europea.

Una obra maestra

Se nota inmediatamente que Edward W. Said toma impulso en la literatura para alzar el vuelo y hacer hermosas reflexiones sobre la cultura, la política y la civilización. Pero la base es la crítica literaria, su profesión, al fin y al cabo.

Entre sus libros, la obra maestra es orientalismo, que se convertiría en uno de los pilares de los estudios poscoloniales y de descolonización. Y cuya lectura desorganiza el universo del conocimiento de quienes creían ya saber. Por su erudición, ambición y alcance, recuerda el estilo alemán de los años 1930 y 1940, cuando los libros de crítica literaria eran tratados enciclopédicos o monumentos de la civilización.

Recuerdo aquí algunas obras de eruditos. Como Mimetismo, de Auerbach, que abarca sistemáticamente toda la literatura occidental, empezando por la Biblia y Homero, hasta Proust y Virginia Woolf. O entonces La literatura europea y la Edad Media latina, por ER Curtius, que estudia la topos que van y vienen en las obras literarias a lo largo de los milenios, desde el latín hasta las lenguas vernáculas. O incluso el alcance de las obras de Leo Spitzer, reunidas en Estudios de estilo. Otro ejemplo, de una tradición distinta a la estilística alemana: el libro del ruso Bakhtin sobre la carnavalización, llevada a cabo por el populacho en la plaza pública, recupera para la literatura vastos paneles de prácticas discursivas basadas en la oralidad.

O, fuera de la literatura, en las artes visuales, las obras de Aby Warburg y su Atlas Mnemósine, que identificará las principales imágenes (la ninfa, el drapeado y drapeado, la serpiente, etc.) en circulación desde la Antigüedad hasta la actualidad. Y también el libro del suizo Jakob Burckhardt, La civilización del Renacimiento en Italia. Se dice que "inventó" el Renacimiento con sus evocaciones y su poder de síntesis. Y algunos otros.

Este es, con diferencia, el libro principal de Edward W. Said. Pero escribió muchos de ellos, reuniendo ensayos sobre crítica literaria y cultural, sobre política y sobre música. Cultura e imperialismo es una especie de continuación de orientalismo, prolongando la reflexión sobre varios de sus temas; Cultura y política trae artículos periodísticos de este militante de la causa palestina; y algunos más, incluyendo Reflexiones sobre el exilio, La cuestión palestina; La pluma y la espada (entrevistas).

Entre ellos, el más importante es, no se puede negar, Orientalismo – tanto en erudición como en originalidad de pensamiento. El libro se convirtió en un éxito de ventas, lo que sorprendió tanto al autor como a la editorial. Pronto sería traducido a 50 idiomas y discutido en todo el mundo. Y daría lugar a estudios poscoloniales y de descolonización. En sus 500 páginas, es un verdadero tratado, a contracorriente de la tendencia a la especialización. Es obra de un erudito.

¿Qué fue tan original?

Podríamos decir que entre nosotros hoy todavía no está bien aceptada la idea de que mientras nuestros antepasados ​​europeos vestían taparrabos, eran analfabetos y se pintaban la cara de azul, los árabes ya tenían una gran civilización. Esta civilización construyó ciudades de mosaicos y porcelana, las adornó con jardines floridos y perfumados, practicó la ingeniería hidráulica, estaba muy avanzada en astronomía y matemáticas, y había inventado la escritura y el alfabeto. E incorporó el cero, un invento de los hindúes y también de los mayas, que permitió un avance sin precedentes en álgebra y geometría. Los conocimientos adquiridos en la escuela enseñan que fueron los árabes quienes conservaron, estudiaron y transmitieron textos de la Antigüedad griega a Occidente, como, por ejemplo, las obras de Aristóteles. En otras palabras: ¡eran una civilización! Y eran herederos directos de las grandes civilizaciones de la Antigüedad que prosperaron en el Creciente Fértil. Incluso por geografía y lengua, eran herederos de los asirios y babilonios, los sumerios, los hititas, los persas, los egipcios…

Edward W. Said vino a mostrar cómo Occidente, en busca de identidad, llevó a cabo una lenta construcción en la que se promocionó como faro de civilización. Para ello necesitaba un Otro, es decir, otro que fuera bárbaro y salvaje como contraste. Para nosotros hoy, Oriente es la “cuna de los terroristas”: de allí proceden la yihad, Al Qaeda, Osama Bin Laden, el Estado Islámico, Hezbolá y Hamás. Y para este Otro eligieron a los árabes. El subtítulo de orientalismo Es significativo: “Oriente como invención de Occidente”.

Al examinar la alta cultura desde la Antigüedad, es este trabajo de siglos que lleva mucho tiempo lo que descubre Edward W. Said. A ello contribuyeron los más grandes pensadores, filósofos y literatos de Occidente, incluidos poetas y novelistas. Al contrario de lo que podríamos pensar, no fue obra de gente bruta y maleducada.

Al estudiar el imperialismo y el colonialismo, Said, examinando la esfera de la cultura y, por tanto, la simbólica, acaba centrándose en las implicaciones políticas. Para hacer un paralelo con Brasil: aprendimos en la escuela que la misión de los conquistadores portugueses era civilizar a los indios, para lograrlo era necesario catequizarlos y convertirlos a la religión cristiana. Y vestirlos también, enseñarles que en lugar de andar desnudos, como era racional en el trópico (y eso es en todo el mundo, no sólo aquí), deben envolverse en capas y capas de ropa, como si estuviera nevando.

Hay un poema relámpago de Oswald de Andrade, burlándose de esta contradicción, que es una perspectiva primordial sobre la descolonización:

Error portugués

cuando llegaron los portugueses
Bajo fuertes lluvias
Vistió al indio. ¡Que pena!
Si fuera un día soleado
El indio había desnudado al portugués. [V]

El poema explora la espontaneidad coloquial, contrastándola con la sofisticación de la factura. Los verbos vestir/desvestir enfocan el enfrentamiento destructivo entre dos culturas con mano ligera, como si sólo el clima decidiera el poder del colonizador para oprimir al colonizado. El tono jocoso camufla la espinosa cuestión racial, una polémica candente en aquel momento. Y la palabra “pena”, utilizada en dos sentidos diferentes, concreto y abstracto, termina la cuestión con la economía de medios.

Gilberto Freyre se divirtió mucho con este tema, en Gran casa y cuartos de esclavos. Él es quien elogia nuestra costumbre de bañarnos diariamente, que heredamos de los indios y los africanos esclavizados, y reprende a los europeos por bañarse sólo una vez al año, en ese momento.

Esto, en lo que respecta a los estudios poscoloniales, de los cuales Edward W. Said fue uno de los inventores y luminarias. Luego vinieron los estudios de descolonización, que ahora se están ampliando.

Sobre las obras del umbral.

Un buen ejemplo del método de nuestro autor, que muestra cómo parte de la obra literaria y amplía el círculo de la exégesis, absorbiendo otras artes, es Estilo tardío (en estilo tardío), desarrollo de las clases impartidas en la Universidad de Columbia Allí analiza a Thomas Mann, Jean Genet, Tommaso di Lampedusa, Kavafis, Samuel Becket, Esquilo, Eurípides. Ya se ve que la elección está bien... Pero, al mostrar su método, amplía el alcance, desbordando la literatura y magnetizando otras artes, mostrando cómo la cultura se contamina y crece.

El lector se beneficia de textos sobre no escritores, como los compositores Richard Strauss, Beethoven, Schönberg y Mozart, el cineasta Luchino Visconti y el famoso pianista Glenn Gould. Este último destaca especialmente por haber realizado dos grabaciones deLas variaciones Goldberg, de Bach, separados por casi 30 años, en 1955 y 1981, y puedes imaginar el torbellino de controversias que suscitó.

La originalidad de Edward W. Said radica en ampliar y extender el concepto de “estilo tardío”, creado por el ruso Mikhail Bakhtin y desarrollado por Theodor W. Adorno, para abordar no sólo la literatura, sino también la música y el cine. Bajtín desarrolla en sus libros el concepto de la universalidad del estado de ánimo del pueblo o, como él dice, de la plaza pública. Y especialmente en dos de sus libros más difundidos: La cultura popular en la Edad Media, donde lanza el concepto de “carnavalización”, y Problemas de la poética de Dostoievski, dedicado a otro concepto clave, el de “polifonía”. Ambos conceptos se generalizaron y fueron ampliamente utilizados e incluso abusados.

Mijail Bajtin no habla de estilo tardío sino de “obras del umbral”, ese umbral que es el paso de la vida a la muerte. Quien lo llama “estilo tardío” es Theodor Adorno. Según ellos, hay características específicas comunes a las obras que novelistas y poetas escribieron en edades avanzadas, cuando ya estaban abandonados a reflexionar sobre su propia muerte. Véase Machado de Assis quien, al escribir Memorial de Aires, publicado el año de su muerte (1908), da rienda suelta a esta cercanía, a esta especie de familiaridad con la meditación sobre la finitud.

Un breve poema de Manuel Bandeira en situación de “umbral”, como dice Bajtín, o de “estilo tardío” como dice Adorno, está basado precisamente en Machado de Assis. El primer verso del poema alude por antonomasia al cuento “El deseo de pueblo”, ahora “El deseo de pueblo”. En una bella metáfora, es una manera sintética y simbólica de decir que nadie quiere morir, que la muerte es una fatalidad de la condición humana. Si lo que quería la gente de Machado de Assis era la niña más bella de Río de Janeiro, lo que quería la gente de Manuel Bandeira era evidentemente la muerte:

Consonante

Cuando llega lo no deseado de la gente
(no sé si es difícil o caro),
Tal vez tengo miedo
Tal vez sonría o diga:
¡Hola, ineludible!
Mi día fue bueno, puede que llegue la noche.
(La noche con sus hechizos)
Encontrarás el campo arado, la casa limpia,
la mesa puesta
Con todo en su sitio. [VI]

Este poema aparentemente sencillo, en su lenta cadencia en prosa, va adquiriendo progresivamente tonos bíblicos, tanto en el tempo como en las alusiones a una vida doméstica y bucólica. Como ya indica el título, se establece un ambiente de cena, o incluso de Sagrada Comunión. Pero el poema aparece en un libro de 1930 y el poeta sólo moriría en 1968, es decir, casi 40 años después. ¿Qué umbral o estilo tardío es entonces este?

Ampliando el concepto, es necesario recordar que Manuel Bandeira fue atacado por la tuberculosis en su juventud y se encontraba en tratamiento en un sanatorio de Suiza, donde escribió sus primeros poemas. La familiaridad con la muerte, por tanto, era algo habitual para el poeta, que se comprometió a sobrevivir a la enfermedad durante tantos años.

Edward W. Said selecciona para el análisis autores que luchan con la muerte, que enfrentan lo inexorable con la rebelión. En definitiva, no lo reciben con la “serenidad sobrenatural” que encuentra en las últimas creaciones de Sófocles (Edipo en Colona) o Shakespeare (La tormenta). Aquí podemos añadir el poema de Manuel Bandeira (“Consoada”). Son los rasgos opuestos, de inconformismo e insumisión, los que buscará el crítico.

Básicamente se trata de un conflicto con el tiempo, que se escapa y, como un reloj de arena, llega a su fin para el sujeto. El tema termina pero el tiempo continúa... de ahí la rebelión contra el destino. De ahí una obra convulsa, desgarrada por las contradicciones, nada apaciguada ni apaciguada. En medio del exilio y el silencio predomina lo incongruente, lo exasperante y finalmente lo trágico –aunque también lo jocoso–. En una palabra, llegar tarde es un estilo problemático.

Por supuesto, las obras (y los autores) que rezuman conflicto son más interesantes desde el punto de vista estético, y es a ellas a las que se dedicará Said. Nótese la grandeza de todos ellos: no hay ningún artista de menor talla en esta lista.

Empezando por Thomas Mann: la novela Muerte en Venecia, que es la perfección, ya ha hecho correr ríos de tinta. Su argumento es simple: un escritor eminente (al que Visconti transformará en músico, en realidad en compositor y director de orquesta) sufre una crisis creativa, se siente estéril, ya no es capaz de crear, y esto en la mediana edad. Prueba un cambio de aires y vete a Venecia de vacaciones.

Venecia es ya tremendamente simbólica, por un lado porque por tradición es una utopía para quienes vienen de tierras frías como Alemania. lugar del sol, de la sangre caliente, de la permisividad, de la música –y por otro lado, el lugar de la decadencia. La ciudad en sí está decadente, en ruinas y amenazada de hundirse en las aguas. Es también el punto de encuentro entre Occidente y Oriente, una frontera de civilizaciones, en definitiva. Elegir Venecia implica todo esto.

Y allí el protagonista, que estaba casado y tenía hijos, de pronto se enamora de una bella adolescente de 15 años, a la que sólo ve de lejos. Esta pasión inesperada (confusión del individuo) se encuentra con la llegada de la peste, el cólera, que viene de Oriente (confusión del mundo). Y los dos males, o los dos desconciertos, se apoderan del protagonista y lo arrastran a la degradación y a la muerte.

Una nota a pie de página: Edward W. Said solo menciona de pasada que Thomas Mann no era viejo ni estaba cerca de la muerte y que aún viviría unos 40 años después de escribir Muerte en Venecia. Pero, llevado por su entusiasmo, y también por el tema de la novela (es el protagonista quien está al borde de la muerte), dejó pasar el anacronismo.

Thomas Mann brindará a Edward W. Said la oportunidad de hablar no sólo de literatura, sino también de cine y música. Entonces, al centrarse en Muerte en Venecia, Dejando entre paréntesis toda la voluminosa obra del autor alemán, también llamará a discusión la película de Visconti y la ópera de Benjamin Britten. La misma estrategia hermenéutica se repetirá en el estudio de El leopardo, primero la novela de Lampedusa y después la película de Visconti, ambas obras de arte de tamaño formidable.

Desde el principio, Edward W. Said nos presenta tanto Lampedusa como Visconti. Ambos son aristócratas de nacimiento, Lampedusa de Sicilia y Visconti de Milán, al norte. Ya sabemos que esto implica poner en escena a alguien del norte desarrollado y rico, al otro del sur subdesarrollado y pobre. Incluso la aristocracia del sur es una aristocracia de segunda categoría,

Entra entonces en discusión una pareja que podríamos llamar incongruente: Gramsci y Proust. Pero quien introdujo a estos dos en la discusión no fue Said; antes que él, Visconti ya había declarado que el trabajo de Gramsci sobre la fractura de la nación italiana entre el norte y el sur, titulado La cuestión del sur Había sido su libro de cabecera durante el rodaje. En cuanto a Proust, para nuestra pérdida era uno de los proyectos en preparación cuando el cineasta falleció.

Por lo tanto, con Gramsci a la mano, Visconti se había propuesto retratar la aristocracia siciliana, más tosca, más de segunda clase. Esto ni siquiera había producido el esplendor de una cultura cortesana que pudiera resistir la comparación con la del Norte.

Visconti, como sabemos, es una figura compleja. Uno de los más grandes cineastas que jamás haya existido, capaz de combinar obra maestra con obra maestra, era al mismo tiempo conde de nacimiento (de los Visconti de Milán, que venían del Renacimiento), comunista-marxista y homosexual. Mezcla explosiva, ¿verdad? Hoy en día quizás se le recuerde mejor por las magníficas películas dedicadas al tema de la decadencia, en las que trabajó en la segunda parte de su vida. ¿Cual? Afuera Muerte en Venecia, también Ludwig, Los dioses malditos, violencia y pasión etc.

Edward W. Said establece comparaciones que invitan a la reflexión entre el libro y la película. Curiosamente, Lampedusa tuvo una vida oscura y murió sin que su libro se publicara, lo que sucedería un año después: solo recibió rechazos de diferentes editoriales. Pero el libro era un los más vendidos inmediato en todo el mundo, como la película. Luego, Said hace algunas observaciones sobre el siguiente detalle, en el que nadie había pensado: que dos obras –libro y película– dedicadas a representar a la aristocracia fueron realizadas en medios no aristocráticos. En otras palabras: en la novela, una creación de la burguesía, y en el cine, una creación industrial de la sociedad de masas. Pero la pregunta sigue abierta...

estilo tardío termina llegando a la tragedia griega o ática, con un análisis de Eurípides, especialmente de Las bacantes e Ifigenia en Áulis, complementado por el oresteia, la trilogía de Esquilo que engloba Las Coéforas, Agamenón y Las Euménides.

Como siempre, Edward W. Said nos sorprende, y no sólo ve el estilo tardío en la relación entre el autor y la obra, sino, en un notable movimiento de audacia crítica, en el hecho de que Eurípides es el último de los trágicos: cuando escribe, la tragedia está muriendo. Así, no es sólo el autor quien se acerca a la muerte, sino el propio género literario de la tragedia –uno de los más gloriosos de la historia de la humanidad– el que prevé su propio fin. Una de estas tragedias agonizantes del género tiene como protagonista al inventor de la tragedia y del teatro: él, el dios Dioniso. como bacantes Explica cuál es el precio de resistir al dios.

Como todos saben, la trilogía oresteia Esquilo narra nada menos que la creación de la democracia. Y el material de las tres tragedias deriva, como es habitual en la tragedia ática, de la mitología de los pueblos griegos. De aquí provienen las líneas narrativas centrales:

En el horizonte, como siempre, la guerra de Troya. El líder de la coalición de reyes griegos invasores, Agamenón, tiene su flota de mil barcos varada por una calma. Consultado, el oráculo le dice que los vientos volverán a hinchar las velas bajo una condición: el sacrificio de su hija Ifigenia. Este horror es aceptado por Agamenón, que inmola a su hija. La reina y madre de la niña, Clitemnestra, jura venganza.

Diez años más tarde, cuando termina la guerra, Agamenón regresa a su reino en Micenas y es asesinado por la reina, en connivencia con Egisto, que había gobernado el reino en ausencia del rey. Al ver el riesgo que corría, su hijo y heredero Orestes huyó temiendo que lo asesinaran para que la raza del rey fuera aniquilada y la raza del usurpador ocupara el trono.

La hija Electra, que respira venganza, recibe a Orestes cuando este regresa de incógnito, y ambos traman, y luego ejecutan, el asesinato de Clitemnestra y Egisto. Pero algo queda pendiente: el matricidio es el peor de los crímenes, y las Furias del Infierno exigen represalias por la sangre de la madre derramada por su hijo.

Aquí es donde entra la novedad, una hazaña notable de Esquilo. Luego se decide que Orestes será juzgado por un tribunal, y éste es el mito del origen del primer tribunal de la historia. Se comienza con un número impar de jurados, para evitar un empate, en cuyo caso la presidenta del tribunal, la propia diosa Palas Atenea, patrona de la polis, desempatará. A este voto de desempate todavía lo llamamos “voto de Minerva”, según el nombre romano de la diosa.

Los votos están empatados: la mitad para liberar a Orestes de la derecha arcaica que prohibía a su hijo derramar la sangre de su madre, la otra mitad para condenarlo. Entra en escena Palas Atenea, que vota por la absolución. No es sólo la liberación de Orestes, es la derrota de los derechos arcaicos de las mujeres (Furias, Clitemnestra) y de la institución de la ley de la polis, la ley de los hombres, la democracia en definitiva. Sólo la madre masacrada permanece injustamente tratada, mientras las Furias son apaciguadas y, en compensación por la venganza que no obtuvieron, se transforman de Erinias en Euménides: son domesticadas, domesticadas, civilizadas por la fuerza. Está claro que este conflicto mayor no se ha resuelto.

Al mismo tiempo, tenemos la institución de la ley de la polis y la democracia, obra de la oligarquía patriarcal, algo que celebramos como un gran avance de la civilización, pero que es triplemente excluyente. Las mujeres, los esclavos y los extranjeros –que no tienen derecho a la ciudadanía– quedan excluidos. Y ese es un legado griego.

Una vida

También se recomienda leer la interesantísima autobiografía de Edward W. Said, Fuera de lugar. Allí seguimos más de cerca su compromiso con la causa palestina, que lo convirtió en una figura pública. Fue miembro del Consejo del Pueblo Palestino en el momento de los acuerdos de paz de Oslo en 1993, firmados por Yasser Arafat, de la OLP u Organización de Liberación de Palestina, y presidente del Estado de Israel. El acuerdo lo dejó tan descontento que renunció al Consejo, pensando que la causa palestina había sido traicionada y entregada a sus enemigos. Y, de hecho, hoy, dado el estado del conflicto en Israel, vemos que tenía razón. Y no podemos dejar de comprender su salida definitiva del Consejo, que ciertamente fue controvertida y muy discutida en su momento.

Estos son los peligros que aguardan a un intelectual intrépido, que tomó y afrontó riesgos, y numerosos, como dice en su autobiografía. Caballero de dos civilizaciones, Edward W. Said actuó en un registro crítico que el dominio de ambas hizo posible.

Le debemos una vasta reflexión sobre la posición del intelectual en el presente, cuando debe atrincherarse en la resistencia al imperio y al racismo, pero tratando de preservar para sí un cierto grado de marginalidad, o una distancia sesgada en relación con la corriente hegemónica. de Cultura. El autor no rehuyó meditar sobre sí mismo y sus circunstancias, impregnando la teoría de experiencia.

En este aspecto, proporciona un análisis de la “crisis de representación” en las ciencias humanas, que recientemente se descubrieron como socias de la expansión colonial. Al abordar el nacionalismo del siglo XX destacó su correlación con las migraciones forzadas de masas humanas, pudiendo la pérdida de arraigo dar lugar a un movimiento contrario, externo o interno, a veces ambos. Así, nuestro tiempo se caracteriza por la multiplicación de los desplazados, de los refugiados, de los desterrados. Y acabó situando la condición de expatriado en el centro de la modernidad.

Con ello, las obras de Edward W. Said lo elevan a la posición de uno de los pensadores más influyentes sobre las implicaciones políticas de la cultura en nuestro tiempo.

*Walnice Nogueira Galvão Profesor Emérito de la FFLCH de la USP. Autor, entre otros libros, de leyendo y releyendo (Sesc\Ouro sobre azul). Elhttps://amzn.to/3ZboOZj]

Notas


[i] Alicia Kaplan, Soñar en francés: los años parisinos de Jacqueline Bouvier Kennedy, Susan Sontag y Angela Davis (2013), Chicago: Prensa de la Universidad de Chicago. En distintas fechas, las tres eminentes mujeres pasaron un año de “terminando la escuela" en París, después de graduarse de la educación superior.

[ii] Petse Burke, El erudito: una historia cultural desde Leonardo da Vinci hasta Susan Sontag. São Paulo, Unesp, 2020.

[iii] Para quien esté interesado, hay conciertos de esta orquesta en YouTube.

[iv] Fernando Pessoa, poema sin título, Íncipit – “Vengo de muy lejos y lo traigo a mi perfil…”, Poesía (1942).

[V] Oswald de Andrade, “Error portugués”, Primer cuaderno de poesía del estudiante Oswald de Andrade (1927).

[VI] Manuel Bandeira, “Consoada”, libertinaje (1930).


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