por VINÍCIO CARRILHO MARTÍNEZ*
Desde El principe Según Nicolás Maquiavelo, la política siempre está asociada a un sentido de fuerza, de imposición, en ausencia de convicción y persuasión.
¿Cómo podemos educar para el poder (popular) si la política ha perdido su encanto? Hay otra palabra que rima con ésta, pero no la diré. En cualquier caso, queda la pregunta y una certeza: el político aburrido, que ha perdido simpatía, sólo la encontrará en verdaderos amigos, entre los pobres, los negros y los oprimidos.
En este contexto, cabe mencionar que el título del texto es el mismo que el de mi próximo curso de pregrado (opcional) y hay una infinidad de temas que pasan por esta tríada, desde la emancipación que interesa a los pobres, negros y oprimidos (educación para el poder) hasta lo que está podrido en el Reino de Dinamarca (Shakespeare en Hamlet).
Todavía es posible abordar otras variaciones o desarrollos, tales como: política, dominación, decisión o alteridad, autoridad, imposición. Desde El principe Según Nicolás Maquiavelo, la política está siempre asociada a un sentimiento de fuerza, de imposición –en ausencia de convicción y persuasión– y a esto los antiguos lo llamaban virilidad. La política se entendía como un atributo masculino, aunque las mujeres siempre han hecho mucha más política (como “el noble arte de la supervivencia”) que los hombres dominantes (“falocracia”). A su vez, esta “virilidad” no siempre (o casi nunca) estaba asociada a las “virtudes” exigidas: también eran llamadas virtù.
Sin embargo, como actualización de significados, llamaremos a la política activa “grosería”.[i] y que, a su vez, deconstruye la simpatía: las fuerzas de la extrema derecha y del nacionalfascismo son predecibles en esta arena política. En otras palabras, lo que prevalece es la imposición (mientras dominus[ii]) y sus decisiones son “suficientemente firmes” (como debe ser el Estado) para que su fuerza (virilidad) nunca pueda ser cuestionada.
En este caso, inmediatamente, sin considerar muchas de las otras sintonías, vemos que estamos ante una paradoja muy extraña: simpatía, en el diccionario etimológico, es la “capacidad de estar con dos o más personas” y política, en otra definición muy sencilla, alude a la condición de fijar la agenda, convocar y reunir para decidir por un fin colectivo.
Entonces, sin mucho esfuerzo de inteligencia política, si no hay simpatía, podemos preguntar: ¿cómo se hace política?
Éste es el dilema al que parece enfrentarse el país: el país ha perdido su encanto, no tiene carisma, igual que nuestra política. En comparación con el pasado reciente, hoy, quizás por exceso de resentimientos no resueltos, falta de tiempo y urgencia ante las evaluaciones negativas, o por imposición del mero brillo del ego, los “líderes simpáticos” de antaño se encuentran atrincherados, rodeados de “amigos” contra sus (¿nuestros?) “enemigos”. Y así llegamos a otro callejón sin salida, el que desperdicia la política en una “relación amigo/enemigo” – “a los amigos, todo; a los enemigos, la ley” (léase: grosería, frialdad, truculencia).
En cierto modo, no es difícil explicar cómo un líder político pierde su carisma, esa acción/vibración o capacidad de producir “simpatía política”.[iii]:la “gracia de quien hace política con el pueblo y para el pueblo”. Lo difícil es lograr que el caimán cierre su gran boca: esta expresión significa que, cuando los polos se alejan, sobre todo cuando apuntan a niveles insoportables de bajo apoyo, con la boca de la enemistad política cada vez más abierta, es prácticamente imposible revertir el proceso.
La figura retórica del caimán con la boca abierta es muy fuerte en simbolismo y análisis político, por dos razones: cuando el caimán cierra su mordedura sobre su presa, no hay nada que lo haga abrir, excepto el deseo de comer; Cambiemos el caimán por el cocodrilo y llegaremos al mito del Estado. La primera o más fuerte representación del Estado la dio Thomas Hobbes; Sin embargo, el filósofo renacentista hizo referencia a un pasaje bíblico (Isaias 27:1[iv]).
Para interactuar mejor con el símbolo animal del poder, imaginemos derrotar a un cocodrilo del Nilo, uno de los animales más voraces y fuertes de la naturaleza, con lanzas y flechas de la Edad de Bronce (un metal blando): su armadura representaría una fuerza superior al tanque de guerra más poderoso de la actualidad (fabricado en acero y lleno de contramedidas), comparando la resistencia de la armadura con la tecnología militar de la época. El resultado de esta asociación entre fuerza, resistencia, indestructibilidad, sería el Estado.
Volviendo a la “simpatía política” (o antipatía, según analicemos la aceptación y las “intenciones de voto”), pensemos en lo infranqueable que es la montaña que amenaza con derrumbarse (o ya se derrumbó) para quienes han perdido el carisma: el caimán con la boca abierta que está al acecho.
Sin carisma, podríamos pensar en una nueva política, realizada con cuidado, con una capacidad técnica incuestionable, con una racionalidad, con una relación numérica más acertada que errada, y no es el caso actual. De hecho, antes de seguir adelante, subrayemos que la baja simpatía (o alta antipatía) se asocia pronto con el prejuicio, el resentimiento, el rechazo, la famosa náusea que conduce a la interdicción política.
Un líder político que pasó por el cielo y el calvario fue Benito Mussolini. Precursor de la Italia fascista, el Duce prácticamente reinventó el “carisma político” –un poco en la estela de su compatriota Cayo Julio César, el general romano más renombrado–, alcanzando las alturas solares del populismo de derecha, pero que terminó patas arriba en la plaza pública.
Con mucho marketing comercial, en Brasil, tuvimos a Fernando Collor de Melo, impulsado al poder con apoyo popular y que terminó en un famoso impeachment. Desde una perspectiva más “técnica”, vimos a Fernando Henrique Cardoso –colocado en el poder central desde un “partido de cuadros” y con su “notorio conocimiento”– vimos al neoliberalismo dar sus primeros pasos. Posteriormente fue derrocado por un arreglo de peticiones ideológicas, llevando a Lula a su primer mandato, en el umbral de un “partido de masas”. Dejó el cargo en su segundo mandato con un 80% de aprobación: un hito para la política mundial, sin duda, más aún porque era metalúrgico. Sin embargo, es importante destacar la simpatía que se compartió: 80% amigos, si prefieres decirlo así.
Hoy, sin tanta simpatía, tampoco es capaz de colocar fuerzas y partidos de cuadros. Obviamente no estamos tratando aquí de “partidos revolucionarios”.
El PT ha sido durante mucho tiempo definido como un “partido de poder” – y con esto quiero decir que, en asociación con el PRI (Partido Revolucionario Institucional) del México del siglo XX, se convirtió en una organización que lucha (exclusivamente) por el poder y para mantenerse en el poder. Sin embargo, en esta playa lo que parece obvio no lo es tanto. En política, nada es lo que parece.
Sólo hay que pensar que los partidos, los más notables o honestos (más aún si se los mira desde la izquierda), deben centrarse en el cambio social, mucho más en la transformación que en la preservación del status quo. Tal vez las crecientes tasas de pérdida de simpatía (bajo carisma) se deban a esto, pues no se espera que un “partido de izquierda” se mueva de la misma manera, en la misma laguna dominada por el insaciable caimán de la derecha (o extrema derecha).
Finalmente, vuelve la pregunta candente: ¿cómo ganar simpatía sin salir de la laguna de este implacable cocodrilo?
Con el debido respeto a los juegos de palabras, tomados prestados para una comprensión más directa, parece que, sin carisma, uno ya no presta atención al hecho de que “en una laguna con pirañas, el caimán nada de espaldas”.
O, en otra hipótesis, ¿podría ser que los amigos atrincherados en el castillo no sean tan buenos amigos después de todo y, en el fondo del lago, ya estarían “dando de comer a las pirañas”?
Cuando no hay simpatía política, todo es posible (incluso probable), porque “el barco que hace agua está haciendo mucha agua” y la “política de toma y daca” no parece satisfacer a todas las pequeñas ratas en el poder. Así es como el político carismático se convierte en el hombre del saco.
Como dijimos al principio, los amigos del político carismático (simplificado como populista) están entre los pobres, los negros y los oprimidos. En el castillo, en el Palacio, están los “amigos del jaguar”.
*Vinicio Carrilho Martínez Es profesor del Departamento de Educación de la UFSCar. Autor, entre otros libros, de Bolsonarismo. Algunos aspectos político-jurídicos y psicosociales (APGIQ). [https://amzn.to/4aBmwH6]
Notas
[i] El primer texto que voy a utilizar es el que aparece en el enlace siguiente, sobre las sillas musicales políticas que dejaron a Nísia Trindade (Ministra de Salud) parada – en la puerta del servicio. Disponible aquí.
02. Mirar el reloj es una falta de respeto y va contra el decoro de la liturgia del oficio.
[ii] “La ley del más fuerte”, la ley del capital o la ley de la espada que dicta el derecho de vida o muerte.
[iii] La gente envejece y quiere paz y tranquilidad: es un derecho legítimo. Sin embargo, cometen el pecado de no invertir en la renovación de su liderazgo político.
[iv] Esto dice la Biblia acerca de Leviatán: “En aquel día el Señor castigará con su espada dura, grande y fuerte a Leviatán, la serpiente veloz, y a Leviatán, la serpiente tortuosa, y matará al dragón que está en el mar”.
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