por DIEGO DOS SANTOS REIS*
La descolonización sólo ocurre, efectivamente, en consonancia con las luchas por la tierra, las luchas contra la discriminación y por los territorios epistémicos situados
Hay un movimiento en curso propagado por ciertos intelectuales brasileños que, aunque no sorprende, no deja de causar extrañeza. De vez en cuando, en las clases y en los muros de las redes sociales, surgen discursos incendiarios o jocosos que se posicionan frontalmente contra la “tendencia”, la “moda” o la “terquedad” de la(s) colonia(s), sus prácticas, conceptos e intervenciones. Esto en un momento de vertiginosa escalada del conservadurismo y reflujos democráticos que, sin freno, ganan cuerpo y espacio en la academia, los departamentos y las aulas.
Digo sin sorpresa, como estos pensadores supuestamente “comprometidos” con la producción del llamado conocimiento científico en Brasil, no pocas veces, caen en los mismos escollos teóricos que creen denunciar. Si bien reconocen sus lugares de privilegio y los marcadores sociales, sexuales, de género y raciales que los atraviesan, asumen que el reconocimiento público de tales cruces es suficiente para afirmar su vínculo orgánico con las luchas populares y los grupos sociales y raciales de los que hablan. , pero con los que rara vez hablan.
Es curioso cómo esta consideración, cubierta por los contornos de la crítica –entre comillas–, no pocas veces reafirma las mismas premisas que los movimientos sociales han denunciado durante mucho tiempo como bases para sustentar las exclusiones que ofrecen a la academia las condiciones idóneas para mantener su statu quo. Lo extraño es que, por otro lado, ciertos supuestos en relación con las perspectivas de(s)coloniales, convertidas en antagonistas privilegiados de otras teorías, o meras “imposturas” académicas, comienzan a circular como “verdad”, precisamente en el momento en que los lugares de privilegio son más cuestionados por ellos.
No se trata de blindar las perspectivas de(s)coloniales de una serie de críticas que necesitan y deben ser dirigidas a ellas, como a cualquier otra perspectiva de análisis e intervención en la realidad, señalando sus límites, posibilidades y contradicciones. Más bien, lo que se puede rastrear en la crítica de base “facebookiana”, que pulula en mensajes instagrameable, es cierto afán de “viralización” muy alejado del debate de ideas o de la intransigente defensa de la equidad racial/sexual que los detractores juran plasmar en sus prácticas cotidianas, más allá de lo descolonial.
Se afirman, de antemano, como antirracistas, antisexistas, anticlasistas, anticapacitalistas y hasta comprenden la importancia de estos debates en la academia, en las escuelas y en la investigación científica. Reiteran, sin embargo, que la “moda de(s)colonial”, además de no hacer frente a las desigualdades estructurales latinoamericanas, es producida, especialmente, por intelectuales cuya actividad académica se sitúa en el lugar geopolítico objeto de sus críticas. .más feroz. Ahora bien, es claro que una perspectiva teórico-práctica, a pesar de su compromiso con las renegociaciones político-epistémicas y el rechazo del actual contrato racial/sexual, no es, por sí sola, capaz de redimir y resolver los problemas del mundo.
Sobre todo, cuando se trata de temas arraigados en disimetrías y prácticas sociales excluyentes históricamente producidas por el sistema capitalista y su lógica de gobierno racista, clasista, sexista y colonial. Las grandes teorías importadas de ultramar tampoco resuelven los problemas que ellas mismas engendraron muchas veces en el espejo resquebrajado de la Modernidad, que nunca reflejó la imagen de alguien proscrito del círculo de la humanidad, privado de derechos humanos por asegurar.
Además de las concepciones y consideraciones del grupo Modernidad/Colonialidad, cuyos aportes y perspectivas distan mucho de ser homogéneos o equivalentes, es interesante resaltar cómo el concepto mismo amplió los límites y muros de la academia, repercutiendo en el grito y la escritura de sujetos colectivos y movimientos sociales. Las perspectivas de(s)coloniales, en los diversos campos académicos, implosionan latifundios monoculturales y explicitan disputas que, en términos de descolonización, develan las críticas raciales, sexuales, religiosas, epistémicas, políticas y culturales realizadas desde hace mucho tiempo por la sociedad civil. sociedad movimientos organizados, pero epistémicamente descalificados por la ausencia –de nuevo, entre comillas– de “base” teórica en la academia.
Argumento de la ausencia, es bien sabido, que cuenta con el consentimiento de la blanquitud y del patriarcado cisheteronormativo, que circulan libremente en el universo académico con sus creencias naturalizadas y hegemónicas, encubiertas por el mito de la objetividad, la universalidad y la neutralidad científicas. Las luchas por la descolonización epistémica, el enfrentamiento al racismo y al sexismo y la violencia institucional, evidentemente, no son novedades creadas por lo descolonial. Tampoco puede haber descolonización, en efecto, sin el protagonismo de los movimientos sociales, colectivos y sujetos que nunca han dejado de cuestionar los cimientos eurocéntricos, elitistas y excluyentes sobre los que se construye el castillo blanco de la academia brasileña.
La crítica que circula sobre lo de(s)colonial, sin embargo, opera, en el campo de la producción y difusión del conocimiento, una falsa dicotomía –y que ciertamente no difiere del binarismo reduccionista que sirve de puntal a la propia Modernidad/Colonialidad. . La de(s)colonialidad no se opone a los movimientos sociales, a los colectivos ya la realidad concreta del suelo de cada territorio, sin los cuales volvería a caer en la universalidad abstracta que critica. Por el contrario, la descolonización sólo ocurre, efectivamente, en consonancia con las luchas por la tierra, las luchas contra la discriminación y por territorios epistémicos situados.
Estos, históricamente, han excluido a las personas racializadas y generizadas de sus espacios, en especial los espacios institucionales, a partir de una matriz referencial jerarquizada y clasificatoria. Por eso, sorprende que las personas involucradas -al menos públicamente en la gran red- en la lucha contra las desigualdades desvalorizadoras reiteren los supuestos que, sin interrupción, se movilizan para invalidar, invisibilizar y deslegitimar las vidas que dicen cuidar. Lejos de ser un mero debate académico, sin desligarse de la producción epistémica de las distintas formas de estar en el mundo, lo más interesante de la perspectiva (s)colonial pueden ser las posibilidades y los caminos que se abren en la intersección de teorías, experiencias y prácticas que ya promovían, incluso antes de la constitución de este campo de estudio, tensiones en relación con la cultura y la educación hegemónicas, problematizando, por ejemplo, el “eurocentrismo”, el patriarcado esclavista y el “blanqueamiento cultural”, que desde arriba al fondo, abajo, siguen marcando – con hierro – los imaginarios, repertorios, currículos y prácticas de la educación brasileña.
La descolonización, en este contexto, no es una moda académica. Es un imperativo y una práctica creada en las luchas y enfrentamientos cotidianos de quienes obstinadamente se empeñan en rechazar los contratos vigentes. Estos son los que, de todo corazón y con descaro, afirman que, pasados de moda, sólo quedan las viejas conductas etnocéntricas y discriminatorias que desnudan, en los “discursos garrafales”, como diría la filósofa Lélia González, los límites de la “ aliados /a los". El rey está desnudo.
*Diego dos Santos Reyes Es profesor del departamento de Fundamentos de la Educación de la UFPB y del Programa de Posgrado en Humanidades, Derechos y Otras Legitimaciones de la USP.
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