ecosocialismo

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por MICHAEL LOWY*

El surgimiento de una civilización social y ecológica basada en una nueva estructura energética y un conjunto de valores y estilos de vida posconsumo es fundamental.

Capitalismo y crisis ecológica

La civilización capitalista contemporánea está en crisis. La acumulación ilimitada de capital, la mercantilización de todo, la explotación implacable del trabajo y la naturaleza y la catástrofe ecológica resultante comprometen los cimientos de un futuro sostenible, poniendo así en peligro la supervivencia misma de la especie humana.

El sistema capitalista, una máquina de crecimiento económico impulsada por combustibles fósiles desde la Revolución Industrial, es responsable del cambio climático y de la crisis ecológica más amplia del planeta. Su lógica irracional de expansión y acumulación sin fin lleva al planeta al borde de un abismo.

¿El “capitalismo verde”, la estrategia de reducir el impacto ambiental mientras se mantienen las instituciones económicas dominantes, ofrece una solución? La improbabilidad de tal escenario de reforma de políticas se ilustra de manera más sorprendente por el fracaso de un cuarto de siglo de conferencias internacionales, la COP, para abordar el cambio climático. Las fuerzas políticas comprometidas con la “economía de mercado” capitalista que crearon el problema no pueden ser la fuente de la solución.

La reciente COP 26 (Glasgow, 2021), que reunió a gobiernos de todo el planeta, ilustra perfectamente la imposibilidad de una salida a la crisis dentro de los límites del sistema. En lugar de medidas concretas durante los próximos 5-10 años –condición necesaria, según los científicos, para evitar un calentamiento global por encima de 1,5°C–, obtuvimos ridículas promesas de “carbono neutralidad” para 2050, o incluso (India), 2070… En lugar de compromisos precisos y cuantificados de suspensión inmediata de la exploración de nuevas fuentes de energía fósil (carbón, petróleo), obtuvimos vagas promesas de “reducción” de su consumo.

En última instancia, el defecto fatal del capitalismo verde reside en el conflicto entre la micro-racionalidad del mercado capitalista, con su miope cálculo de pérdidas y ganancias, y la macro-racionalidad de la acción colectiva por el bien común. La lógica ciega del mercado se resiste a una rápida transformación energética para alejarse de la dependencia de los combustibles fósiles: está en contradicción intrínseca con la racionalidad ecológica. No se trata de acusar a los “malos” capitalistas ecocidas, frente a los “buenos” capitalistas verdes; es culpa de un sistema anclado en una competencia implacable y una carrera por el beneficio a corto plazo que destruye el equilibrio de la naturaleza.

Una política ecológica que funcione en el marco de las instituciones y reglas dominantes de la “economía de mercado” no podrá hacer frente a los profundos desafíos ambientales a los que nos enfrentamos. Los ecologistas que no reconozcan que el “productivismo” se deriva de la lógica de la ganancia están condenados al fracaso o, peor aún, a ser absorbidos por el sistema. Los ejemplos abundan. La falta de una posición anticapitalista coherente ha llevado a la mayoría de los partidos verdes europeos, especialmente en Francia, Alemania, Italia y Bélgica, a convertirse en meros socios “ecoreformistas” en la gestión neoliberal o social-liberal del capitalismo por parte de los gobiernos.

Mucho más que una ilusoria reforma del sistema, es imprescindible el surgimiento de una civilización social y ecológica basada en una nueva estructura energética y en un conjunto de valores y estilos de vida posconsumistas: el ecosocialismo. La realización de esta visión no será posible sin la planificación y el control público de los “medios de producción”, es decir, de las instalaciones, máquinas y infraestructura.

 

Ecosocialismo y planificación ecológica

El núcleo del ecosocialismo es el concepto de planificación ecológica democrática, en el que la población misma, no el "mercado", o los banqueros e industriales, o un Politburó burocrático, que toma las principales decisiones en materia económica. Al comienzo de la transición a esta nueva forma de vida, con su nuevo modo de producción y consumo, algunos sectores de la economía deben ser suprimidos (por ejemplo, la extracción de combustibles fósiles involucrada en la crisis climática) o reestructurados, mientras que los nuevos se desarrollan los sectores.

En última instancia, tal visión es irreconciliable con el control privado de los medios de producción. En particular, para que la inversión y la innovación tecnológica sirvan al bien común, la toma de decisiones debe retirarse de los bancos y empresas capitalistas que actualmente dominan y colocarse en el dominio público. Será entonces la sociedad misma, y ​​no una pequeña oligarquía de terratenientes o una élite de tecnoburócratas, la que decidirá democráticamente qué renglones productivos priorizar y qué recursos invertir en educación, salud o cultura. Las grandes decisiones sobre las prioridades de inversión, como cerrar todas las centrales eléctricas de carbón o cambiar los subsidios agrícolas hacia la producción orgánica, se tomarán por voto popular directo. Otras decisiones menos importantes serán tomadas por órganos elegidos a nivel nacional, regional o local.

Al contrario de lo que afirman los apologistas del capitalismo, la planificación ecológica democrática en última instancia proporciona más libertad, no menos, por varias razones. Primero, ofrece una liberación de las “leyes económicas” cosificadas del sistema capitalista que encadenan a los individuos en lo que Max Weber llamó una “jaula de hierro”. En segundo lugar, el ecosocialismo sugiere un aumento sustancial del tiempo libre. La planificación y la reducción del tiempo de trabajo son los dos pasos decisivos hacia lo que Marx llamó “el reino de la libertad”. En efecto, un aumento significativo del tiempo libre es una condición para la participación de los trabajadores en la discusión y gestión democrática de la economía y la sociedad. Finalmente, la planificación ecológica democrática representa el ejercicio por parte de toda una sociedad de su libertad para controlar las decisiones que afectan su destino. Si el ideal democrático no confiere poder de decisión política a una pequeña élite, ¿por qué no debería aplicarse el mismo principio a las decisiones económicas?

Bajo el capitalismo, el valor de uso, el valor de bienestar de un producto o servicio, existe solo al servicio del valor de cambio o valor de mercado. Por lo tanto, en la sociedad capitalista, muchos productos son socialmente inútiles o están diseñados para volverse rápidamente inutilizables ("obsolescencia programada"): el único criterio es la maximización de ganancias. Por otro lado, en una economía ecosocialista planificada, el valor de uso sería el único criterio para la producción de bienes y servicios, con importantes consecuencias económicas, sociales y ecológicas.[ 1 ]

La planificación se centraría en las grandes decisiones económicas en lugar de las decisiones a pequeña escala que podrían afectar a los restaurantes, supermercados, tiendas pequeñas o negocios artesanales locales. Es importante señalar que dicha planificación es compatible con la autogestión de los trabajadores en sus unidades productivas. La decisión, por ejemplo, de transformar una planta de producción de automóviles en una moderna planta de producción de autobuses y tranvías la tomaría la sociedad en su conjunto, pero la organización interna y el funcionamiento de la empresa serían administrados democráticamente por sus trabajadores. Mucho se ha discutido sobre el carácter “centralizado” o “descentralizado” de la planificación, pero lo más importante es el control democrático en todos los niveles: local, regional, nacional, continental o internacional. Por ejemplo, los problemas ecológicos planetarios como el calentamiento global deben abordarse a escala mundial y, por lo tanto, requieren alguna forma de planificación democrática mundial. Esta toma de decisiones democrática integral es lo contrario de lo que generalmente se describe, a menudo con desdén, como “planificación central”, en el sentido de que las decisiones no las toma ningún “centro”, sino que las decide democráticamente la población involucrada, en la escala apropiada.

Se llevaría a cabo un debate democrático y pluralista a todos los niveles. A través de partidos, plataformas u otros movimientos políticos, se presentarían variadas propuestas al pueblo y se elegirían delegados en consecuencia. Sin embargo, la democracia representativa debe ser complementada -y corregida- por la democracia directa, en la que la gente elige -a nivel local, nacional y, más tarde, globalmente- entre las principales opciones sociales y ecológicas. ¿Debería ser gratuito el transporte público? ¿Deben los propietarios de automóviles privados pagar impuestos especiales para subsidiar el transporte público? ¿Debe subvencionarse la energía solar para competir con la energía fósil? ¿Debería reducirse la semana laboral a 30 horas, 25 horas o menos, con la consiguiente reducción de la producción?

¿Qué garantía hay de que la gente tomará decisiones ecológicamente racionales? Ninguno. El ecosocialismo apuesta a que las decisiones democráticas serán cada vez más reflexivas e ilustradas a medida que cambie la cultura y se rompa el control del fetichismo de las mercancías. No se puede imaginar tal nueva sociedad sin que la población alcance, a través de la lucha, la autoeducación y la experiencia social, un alto nivel de conciencia socialista y ecológica. En todo caso, ¿no son mucho más peligrosas las alternativas a la democracia –el poder del capital financiero o una dictadura ecológica de “expertos”–?

La transición del progreso capitalista destructivo al ecosocialismo es un proceso histórico, una transformación revolucionaria permanente de la sociedad, la cultura y las mentalidades. La realización de esta transición conduce no sólo a un nuevo modo de producción y a una sociedad igualitaria y democrática, sino también a un modo de vida alternativo, a una nueva civilización ecosocialista, más allá del reino del dinero, más allá de los hábitos de consumo construidos artificialmente y producidos por publicidad, y más allá de la producción ilimitada de bienes inútiles y/o nocivos para el medio ambiente. Tal proceso de transformación depende del apoyo activo de la gran mayoría de la población a un programa ecosocialista. El factor decisivo en el desarrollo de la conciencia socialista y la conciencia ecológica es la experiencia colectiva de lucha, desde los enfrentamientos locales y parciales hasta el cambio radical de la sociedad global en su conjunto.

 

La cuestión del decrecimiento

El tema del decrecimiento económico ha dividido a socialistas y ecologistas. El ecosocialismo, sin embargo, rechaza el marco dualista de crecimiento versus decrecimiento, desarrollo versus antidesarrollo, porque ambas posiciones comparten una concepción puramente cuantitativa de las fuerzas productivas. Una tercera posición suena más favorable a la tarea que nos ocupa: la transformación cualitativa de la economía.

Un nuevo paradigma de desarrollo implica poner fin al flagrante despilfarro de recursos bajo el capitalismo, alimentado por la producción a gran escala de productos inútiles y nocivos. La industria armamentista es sin duda un ejemplo dramático de esto, pero de manera más general, el principal objetivo de muchos de los “bienes” producidos –con su obsolescencia programada– es generar ganancias para las grandes empresas. El problema no es el consumo excesivo en abstracto, sino el tipo de consumo que prevalece, basado en el derroche masivo y la búsqueda ostentosa y compulsiva de novedades que promueve la “moda”. Una nueva sociedad orientaría la producción hacia la satisfacción de necesidades auténticas, incluyendo agua, alimentación, vestido, vivienda y servicios básicos como salud, educación, transporte y cultura.

Es evidente que los países del Sur, donde estas necesidades están lejos de ser satisfechas, deben buscar un “desarrollo” más clásico: ferrocarriles, hospitales, sistemas de alcantarillado y otras infraestructuras. Sin embargo, más que imitar la forma en que los países ricos construyeron sus sistemas de producción, estos países pueden perseguir el desarrollo de una manera mucho más respetuosa con el medio ambiente, especialmente a través de la rápida introducción de energías renovables. Si bien muchos países pobres necesitarán aumentar su producción agrícola para alimentar a poblaciones crecientes y hambrientas, la solución ecosocialista es promover métodos agroecológicos basados ​​en unidades familiares, cooperativas o granjas colectivas a gran escala, no métodos destructivos de la agroindustria industrializada que impliquen la aplicación intensiva de pesticidas. , productos químicos y OMG.[ 2 ]

Al mismo tiempo, la transformación ecosocialista pondría fin al odioso sistema de endeudamiento que enfrenta hoy el Sur debido a la explotación de sus recursos por parte de países industriales avanzados, así como de países en rápido desarrollo como China. En cambio, podemos imaginar un importante flujo de asistencia técnica y económica de Norte a Sur, basado en un profundo sentido de solidaridad y el reconocimiento de que los problemas planetarios requieren soluciones planetarias.

Pero, ¿cómo distinguir las necesidades auténticas de las necesidades artificiales y contraproducentes? En gran medida, estos últimos son estimulados por la manipulación mental de la publicidad. En las sociedades capitalistas contemporáneas, la industria de la publicidad ha invadido todas las esferas de la vida, dando forma a todo, desde los alimentos que comemos y la ropa que usamos hasta los deportes, la cultura, la religión y la política. La publicidad promocional se ha vuelto omnipresente, infestando insidiosamente nuestras calles, paisajes y medios tradicionales y digitales, configurando hábitos de consumo ostentosos y compulsivos.

Además, la industria publicitaria en sí misma es una fuente de desperdicio considerable de recursos naturales y tiempo de trabajo, pagado, después de todo, por el consumidor, para una rama de la “producción” que está en contradicción directa con las necesidades socioecológicas reales. Aunque indispensable para la economía de mercado capitalista, la industria de la publicidad no tendría cabida en una sociedad en transición hacia el ecosocialismo; serían reemplazadas por asociaciones de consumidores que supervisan y difunden información sobre bienes y servicios. Cambiar los hábitos de consumo es un desafío educativo permanente que forma parte de un proceso histórico de cambio cultural.

Una de las premisas fundamentales del ecosocialismo es que, en una sociedad sin fetiche mercantil y sin alienación capitalista, el “ser” precede al “tener”. En lugar de la búsqueda incesante de bienes, las personas buscarán tener más tiempo libre, así como logros personales a través de actividades culturales, deportivas, recreativas, científicas, eróticas, artísticas y políticas. Nada indica que la codicia compulsiva provenga de una “naturaleza humana” intrínseca, como sugiere la retórica conservadora. Por el contrario, es inducida por el fetichismo de la mercancía inherente al sistema capitalista, por la ideología dominante y por la publicidad.

Ernest Mandel resume bien este punto crítico: “La acumulación continua de más y más bienes... de ninguna manera es una característica universal o incluso predominante del comportamiento humano. El desarrollo de talentos e inclinaciones por sí mismos; la protección de la salud y la vida; el cuidado de los niños; el desarrollo de ricas relaciones sociales […] se convierten en grandes motivaciones una vez satisfechas las necesidades materiales básicas”.[ 3 ]

Ciertamente, incluso una sociedad sin clases se enfrenta a conflictos y contradicciones. La transición al ecosocialismo enfrentaría tensiones entre las demandas de protección ambiental y la satisfacción de las necesidades sociales; entre los imperativos ecológicos y el desarrollo de la infraestructura básica; entre los hábitos de consumo popular y la escasez de recursos; entre impulsos comunitarios y cosmopolitas. Las luchas entre aspiraciones en competencia son inevitables. Por lo tanto, evaluar y equilibrar estos intereses debe convertirse en tarea de un proceso de planificación democrática, libre de los imperativos del capital y la búsqueda de ganancias, para encontrar soluciones a través de un debate público transparente, plural y abierto. Esta democracia participativa en todos los niveles no significa que no habrá errores, pero permite que los miembros de la colectividad social autocorrijan sus propios errores.

 

Por qué los socialistas deberían ser ecologistas

Está en juego la supervivencia de la sociedad civilizada, y quizás de gran parte de la vida en el planeta. Una teoría o movimiento socialista que no incluya a la ecología como elemento central de su programa y estrategia es anacrónico e ineficaz.

El cambio climático es la expresión más amenazante de la crisis ecológica planetaria, representando un desafío sin precedentes históricos. Si permitimos que las temperaturas mundiales aumenten más de 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales, los científicos predicen consecuencias cada vez más graves, como un aumento del nivel del mar tan severo que podría sumergir la mayoría de las ciudades marítimas, desde Dhaka en Bangladesh hasta Ámsterdam, Venecia o Nueva York. La desertificación a gran escala, la perturbación del ciclo hidrológico y de la producción agrícola, el aumento de la frecuencia e intensidad de los fenómenos meteorológicos y la extinción de especies son algunas de las amenazas. Ya estamos a 1,1°C. ¿A qué aumento de la temperatura (4,5 °C o 6 °C) alcanzaremos un punto de inflexión a partir del cual el planeta no podrá albergar vida civilizada, o incluso se volverá inhabitable?

Es particularmente inquietante ver que los efectos del cambio climático se están acumulando a un ritmo mucho más rápido de lo previsto por los climatólogos, quienes, como la mayoría de los científicos, tienden a ser muy cautelosos. La tinta de un informe del Panel Intergubernamental acerca de los cambios climático apenas se había secado cuando el aumento del impacto climático lo hizo demasiado optimista. Si bien el enfoque solía estar en lo que sucederá en un futuro lejano, la atención se centra cada vez más en lo que enfrentamos ahora y en los años venideros.

Algunos socialistas reconocen la necesidad de integrar la ecología, pero se oponen al término “ecosocialismo”, argumentando que el socialismo ya incluye ecología, feminismo, antirracismo y otros frentes progresistas. Sin embargo, el término ecosocialismo, al sugerir un cambio decisivo en las ideas socialistas, tiene un significado político importante. Primero, refleja una nueva comprensión del capitalismo como un sistema basado no solo en la explotación sino también en la destrucción: la destrucción masiva de las condiciones de vida en el planeta. En segundo lugar, el ecosocialismo extiende el significado de la transformación socialista más allá de un cambio de propiedad a una transformación civilizatoria del aparato productivo, los patrones de consumo y toda la forma de vida. En tercer lugar, el nuevo término enfatiza su visión crítica de los experimentos del siglo XX llevados a cabo en nombre del socialismo.

El socialismo del siglo XX, en sus tendencias dominantes (socialdemocracia y comunismo al estilo soviético), fue, en el mejor de los casos, desatento al impacto humano en el medio ambiente y, en el peor, francamente desdeñoso. Los gobiernos adoptaron el aparato productivo capitalista occidental en un frenético esfuerzo de “desarrollo”, sin darse cuenta de los considerables costos negativos de la degradación ambiental.

La Unión Soviética es un ejemplo perfecto de esto. Los primeros años posteriores a la Revolución de Octubre vieron el desarrollo de una corriente ecológica y se adoptaron una serie de medidas para proteger el medio ambiente. Pero a fines de la década de 1920, con el proceso de burocratización estalinista en curso, se impuso un productivismo ambientalmente insensible a la industria y la agricultura mediante métodos totalitarios, mientras que los ecologistas fueron marginados o eliminados. El accidente de Chernóbil de 1986 es un emblema dramático de desastrosas consecuencias a largo plazo.

Cambiar quién posee la propiedad sin cambiar la forma en que se administra esa propiedad es un callejón sin salida. El socialismo debe poner en el centro de la transformación la gestión democrática y la reorganización del sistema productivo, así como una apuesta firme por la gestión ecológica.

 

Las luchas inmediatas y concretas

La lucha por un socialismo verde a largo plazo requiere la lucha por medidas concretas y urgentes a corto plazo. Sin hacerse ilusiones sobre las perspectivas del “capitalismo limpio”, el movimiento por un cambio profundo debe tratar de reducir los riesgos para las personas y el planeta, mientras gana tiempo para generar apoyo para un cambio más fundamental. En particular, la batalla para obligar a los poderes establecidos a reducir radicalmente las emisiones de gases de efecto invernadero sigue siendo un frente esencial, al igual que los esfuerzos locales para pasar a métodos agroecológicos, energía solar cooperativa y gestión comunitaria de recursos.

Estas luchas concretas e inmediatas son importantes en sí mismas, ya que las victorias parciales son esenciales en la lucha contra el deterioro ambiental y la desesperación frente al futuro. A más largo plazo, estas campañas pueden contribuir a aumentar la conciencia ecológica y socialista y promover el activismo desde abajo. Tanto la conciencia como la autoorganización son condiciones previas y fundamentos decisivos para la transformación radical del sistema mundial. La ampliación de miles de esfuerzos locales y parciales en un movimiento global sistémico allana el camino para la transición a una nueva sociedad y una nueva forma de vida.

El ecosocialismo se ve a sí mismo como parte de un movimiento internacional: dado que las crisis ecológica, económica y social del mundo no conocen fronteras, la lucha contra las fuerzas sistémicas detrás de estas crisis también debe globalizarse. Hay muchas intersecciones significativas entre el ecosocialismo y otros movimientos, especialmente los esfuerzos por vincular el ecofeminismo y el ecosocialismo como movimientos convergentes y complementarios.[ 4 ] El movimiento por la justicia climática aúna el antirracismo y el ecosocialismo en la lucha contra la destrucción de las condiciones de vida de las comunidades discriminadas. En los movimientos indígenas, algunos líderes son ecosocialistas, mientras que muchos ecosocialistas, a su vez, consideran la forma de vida indígena, basada en la solidaridad comunitaria y el respeto a la Madre Naturaleza, como una inspiración para la perspectiva ecosocialista. Asimismo, el ecosocialismo encuentra una voz en los movimientos campesinos, sindicales y otros.

El poder de las élites gobernantes es innegable y las fuerzas de la oposición radical siguen siendo débiles. Pero se desarrollan y representan nuestra única esperanza de detener el curso catastrófico del “crecimiento” capitalista.

Walter Benjamin definió las revoluciones no como la locomotora de la historia, a la manera de Marx, sino como el intento de la humanidad de accionar el freno de emergencia antes de que el tren caiga al abismo. Nunca antes habíamos tenido tanta necesidad de agarrar esta palanca y marcar nuevos caminos hacia un destino diferente. La idea y la práctica del ecosocialismo pueden ayudar a inspirar este proyecto histórico mundial.

*Michael Lowy es director de investigación en sociología en Centro nacional de la investigación científica. Autor, entre otros libros, de Anticapitalismo romántico y naturaleza. el jardin encantado (con Robert Sayre) (Unesp).

Traducción: Fernando Lima das Neves.

 

Notas


[ 1 ] Joel Kovel, Enemigo de la naturaleza: ¿La fin du capitalisme o la fin du monde? (Nueva York, Zed Books, 2002), 215.

[ 2 ] Via Campesina, una red mundial de movimientos campesinos, que durante mucho tiempo ha defendido este tipo de transformación agrícola. Para ver: https://viacampesina.org/en/.

[ 3 ] Ernesto Mandel, Poder y dinero: una teoría marxista de la burocracia (Londres, Verse, 1992), 206.

[ 4 ] Ver: El ecofeminismo como política de Ariel Salleh (Nueva York: Zed Books, 1997), o el reciente número de Capitalismo, naturaleza y socialismo (29, n. 1: 2018) sobre “Ecofeminismo contra el capitalismo”, con ensayos de Terisa Turner, Ana Isla y otros.

 

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