Ecos de la inconsciencia neoliberal

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por EDUARDO DE SÃO THIAGO MARTINS*

La lógica eliminatoria es predominante en el mundo neoliberal. Para que uno gane en su singularidad, no hay otra alternativa que eliminar a su oponente. 'O yo, o el otro'

El neoliberalismo, entendido como la razón que opera a la mayoría de los individuos del planeta desde hace más de treinta años, tiende a producir subjetividades narcisicamente amenazadas, inclinadas a la paranoia ya los mecanismos de defensa más primitivos, violentos y autoritarios. Es gubernamentalidad, que M. Foucault define como la forma en que los individuos se conducen unos a otros ya sí mismos, revela un pronóstico difícil y nebuloso para los ideales democráticos.

Yo, tú y Bolsonaro, en mayor o menor medida, estamos atravesados ​​por lo que se puede llamar Inconsciencia Neoliberal.

Desde o final dos anos 1970 até hoje, o neoliberalismo é tido por uma política econômica inspirada por uma ideologia, de acordo com a qual quaisquer intervenções do Estado nas leis de mercado só poderiam ter como resultado uma perturbação no curso espontâneo e auto regulador deste, el mercado. En esta perspectiva, se entiende que el mercado tendría una 'realidad natural', es decir, sería perfectamente capaz de alcanzar por sí mismo el equilibrio, la estabilidad y el crecimiento.

En el contexto antiintervencionista, no es que las intervenciones estatales dejen de existir, sino que pasan a un plano exclusivamente negativo; el Estado comienza a intervenir negativamente en sí mismo, retirándose, socavando los cimientos de sus propias instituciones.

A partir de la crisis económica de 2008, ante el gran desprestigio de la ideología de laissez-faire, muchos anunciaron –prematuramente– la muerte del neoliberalismo. Sin embargo, quienes dieron fe de esta muerte olvidaron que el sistema neoliberal, en el que el mundo está completamente sumergido, se llama 'sistema' precisamente porque hace tiempo que superó su carácter meramente ideológico o de política económica. El neoliberalismo se ha convertido en un sistema normativo, normal, tan arraigado en el estado de cosas que ya ha pasado a la inconsciencia.

Es una forma de existir y de relacionarse -de gobiernos, economías, empresas, escuelas, familias e individuos- marcada por un ideal de libertad que se traduce en autosuficiencia, generando un escenario de vida brutal al utilizar las crisis y desigualdades atroces para inflar sus principales mecanismos: competitividad eliminatoria y difusión del modelo de negocio a todos los ámbitos de esta gubernamentalidad.

la cultura de programa de reality, desgastada ya por tantos comentarios, sigue sirviéndonos de buen modelo para explicar este escenario de 'sálvate quien puedas' en el que estamos insertos, aunque sea a pesar de nuestra voluntad.

En estas competencias individuales, la comunidad queda fuera. En cada etapa, se elimina individuo tras individuo, hasta que solo queda uno: el ganador. El destino de este ganador importa poco a la audiencia. En la gran mayoría de los casos, acaba en el olvido del gran público que, al finalizar esa competición, se embarca inmediatamente en la siguiente. Lo que está en juego es ganar por ganar. En definitiva, lo que está en juego es sobrevivir hasta el final.

A menudo disfrazados de disputas sobre quién es más o menos hábil en una actividad determinada: quién cocina mejor, quién canta mejor, etc. – el verdadero motor de estos concursos es el seductor juego de identificación creado para los fanáticos marcados por el sistema neoliberal. Estos se identifican tanto con los competidores -en su impotencia, ya que siempre están amenazados de extinción- como con los jurados que, como el ganador final, tienen el poder de eliminar al otro en su omnipotencia.

La lógica eliminatoria es predominante en el mundo neoliberal. Para que uno gane en su singularidad, no hay otra alternativa que eliminar a su oponente. O yo, o el otro.

Esta lógica se puede percibir fácilmente en expresiones populares como 'tales influencer foi cancelado después de decir algo que le disgustó seguidores', o bien 'el polemista cenamos tu oponente en un programa de televisión'.

En el deporte, quienes pierden suelen darle la mano a sus oponentes, en un acto que les garantiza la posibilidad de regresar a la arena para una nueva disputa en un campeonato venidero. Ya estoy en eso cultura de cancelación, en la que la polarización extrema dicta las reglas, perder significa dejar de existir, desaparecer, ser devorado por el otro; por tanto, si la cuestión es de vida o muerte, las defensas contra esta condición deben ser cada vez más incisivas, tornándose verdaderamente violentas.

En el campeonato neoliberal, las desigualdades, sean las que sean, dejan de ser un impedimento para el juego y se convierten en las piezas mismas del tablero. La noción de colectividad pierde radicalmente terreno; a favor de la “libertad” y de los intereses individuales, cada uno por su cuenta, le haga daño a quien le haga daño.

En la radicalidad de esta mentalidad, por lo tanto, se debilita por completo la misión del servicio público antes encomendado al Estado, para garantizar las condiciones fundamentales de vida de sus ciudadanos -vivienda, salud, educación, seguridad, transporte, cultura- con el fin de allanar la curva de la desigualdad. El precio de esta deseada “libertad” es una vida en constante amenaza paranoica, oprimida por frecuentes sentimientos de impotencia o devastadores sentimientos de indefensión.

La defensa polarizadora contra esta condición de opresión, a través de la participación en luchas por la libertad radical, termina por llevar al neoliberalismo a los individuos a buscar apoyo para sus vulnerabilidades, no en la colectividad, sino en ilusorias figuras omnipotentes.

El sujeto que no puede moverse entre los polos de la impotencia y la omnipotencia, busca identificarse con 'el todopoderoso' para remediar su propia experiencia inconsciente de impotencia ante el voraz juego de la existencia, aún más inflamado por la violencia del neoliberalismo. Para el psiquismo de estos sujetos, 'no ser todo potente' equivale a 'ser todo impotente', por lo tanto condenado al exterminio.

El Führer, en alemán, significa 'el guía'. El que, paternalmente, toma al sujeto de la mano y lo tapa; la máxima autoridad que le dicta lo que debe hacer para no ser eliminado, anulado o devorado por los demás, los diferentes, los enemigos. El sujeto psíquicamente desamparado ve en el guía la imagen exacta que quiere ver en el espejo. En el microcosmos cotidiano, el guía puede ser un influencer digitales, por ejemplo. En lo macro, un jefe de Estado con postura dictatorial.

En el Brasil reciente, muchos seguidores del llamado bolsonarismo se inflaron al ver los discursos del Presidente de la República en el video de la reunión ministerial que tuvo lugar el 22 de abril de 2020. En estos discursos predomina el tono autoritario, intercalado con momentos de seducción y manipulación discursiva, propios del estereotipo del político populista. Son declaraciones destinadas a ser contenidas, que comienzan con baja intensidad, con un contenido aparentemente altruista, pero acaban estallando en lenguaje obsceno y contenido egocéntrico y paranoico.

En resumen, parece que lo que estaba en juego para el sujeto-presidente en esa reunión era garantizar que no sería eliminado. Cuando se refiere al pueblo, se refiere a sus iguales, a sus seguidores, a los que le aplauden en la plaza pública. El autoproclamado derecho de ir y venir para estar con este pueblo específico, a pesar de las medidas restrictivas impuestas por el escenario de una pandemia histórica, denota precisamente la probable impotencia psíquica del jefe de Estado. El fanatismo de su electorado sirve también de espejo y confirma, aunque sea momentáneamente, la ilusoria omnipotencia que lo estructura.

Pero esta ilusión es conocida por el sujeto. De lo contrario, no serían necesarias tantas peticiones, en tono victimizado, para que no le “sorprendiera la noticia”; o bien, que los ministros de su gobierno lo defendieran; o incluso, que estos mismos ministros se cuiden de no dejarse elogiar demasiado por los medios, ensombreciendo la imagen de su jefe. Signos de una imagen narcisicamente amenazada.

El recordado atentado sufrido durante la campaña electoral no es la causa de la vulnerabilidad del sujeto, como muchos lo justifican. La evocación frecuente de los apuñalamientos, los insistentes homenajes a agentes de la dictadura militar, así como su obstinación por ciertas políticas -como la del armamento de la población, insistentemente enfatizada durante ese encuentro- parecen reflejar los tonos de un desamparo psíquico incluso anterior a la las presiones, inherentes al cargo presidencial en un país democrático, de las que se queja constantemente.

Cuando un niño, que empieza a vivir su agresión, golpea la mesa y se lastima la mano, su primera reacción es llorar y culpar a la mesa de la agresión sufrida, pidiendo a los adultos -a su juicio omnipotentes- que hagan algo para castigar la mesa. Se llama mecanismo proyectivo.

Paranoico es el tipo que pasa sus días con la clara sensación de ser perseguido, poniendo en riesgo su vida. Ligada a este síntoma, la megalomanía funciona como un agente paradójico, que provoca y remedia el desamparo. “El FBI instaló cámaras en mi casa”, puede decir el paranoico. Este delirio, por un lado, alivia la impotencia narcisista del sujeto, cuando reafirma su enorme importancia para quienes lo persiguen; pero por otro lado, aviva aún más su condición de impotencia y vulnerabilidad. Como se dijo anteriormente, cuanto mayor es la amenaza percibida, más violentas se vuelven las defensas.

Paradójicamente, en nombre de la “libertad”, el presidente amenaza Cancelar todos aquellos que son contrarios a sus ideales. “Contra la dictadura”, se convierte en dictador. Contra la opresión, quiere armar a la población.

Por último, las palabrotas. Cuando aprendemos a hablar, gradualmente nos damos cuenta de que las palabras no son las cosas que representan. La palabra jarrón, por ejemplo, no es el jarrón en sí mismo, simplemente lo representa. Tanto es así que, por lo general, necesitamos recurrir a otras palabras que especifiquen mejor el jarrón al que nos referimos: jarrón de cristal, verde, cilíndrico, de treinta centímetros de altura, por ejemplo. Sin embargo, cada uno que escucha esta descripción imagina un jarrón diferente. Cuantas más palabras, más nos acercamos a la cosa representada.

Algunas palabras, sin embargo, están más unidas a las cosas mismas. Son palabras que llevan tal carga emocional -violencia u obscenidad- que, a lo largo del proceso civilizatorio de un individuo, suelen recibir restricciones en su uso.

Las malas palabras caen en este grupo de palabras. Son palabras gestuales, como si, ante la imposibilidad de realizar una acción violenta, la palabrota sirviera como el sustituto más cercano al acto violento mismo. Es una expresión de cruda agresividad, que escapa al decoro por boca del sujeto, que pierde momentáneamente su capacidad simbólica de defensa argumentativa, es decir, su capacidad de debate. 'Bajar el listón', como se suele decir, no es mera falta de educación, ni puede, llamativamente, justificarse como un gesto regional, la 'manera de hablar' de una región. Bajar el nivel es apelar a los modos de funcionamiento psíquicos primitivos, es acercarse a la esfera animal que acompaña a todo ser humano, como uno de los últimos recursos de defensa. El resto es violencia.

Otro mecanismo de defensa primitivo bien conocido que vale la pena mencionar es el llamado “pensamiento omnipotente”. Se puede resumir como “la realidad es lo que yo quiero que sea, independientemente de los hechos que demuestren lo contrario. Lo que creo que pasa. ¡Lo que pienso es!”.

la estrategia de noticias falsas sólo puede funcionar cuando encuentra ecos en este modo de funcionamiento psíquico. “Creo firmemente en lo que no contradice mi voluntad o creencias. Rechazo los inconvenientes de la duda, el trabajo de investigación o la constatación de una realidad que me frustra.” En estas condiciones, la capacidad de pensar, reflexionar o criticar queda absolutamente impedida.

Un ejemplo muy actual de este modo de actuación del psiquismo -que busca soluciones mágicas a las angustias de aniquilamiento, y cuya fuerza delirante puede causar daños irreparables a la realidad- es el valor desmesurado que se atribuye a la cloroquina para el tratamiento de la Covid-19, a pesar de que la extensa investigación científica que no solo no lo prueba, sino que muestra graves riesgos para la salud de sus usuarios.

Es importante recalcar que el desarrollo psíquico del ser humano no se da de forma lineal. Las denominadas etapas de funcionamiento "primitivas" o "infantiles" no se quedan atrás a medida que se desarrollan modos de defensa más elaborados. Quedan latentes en el sujeto como núcleos defensivos que pueden ser reclutados en cualquier momento. En el ámbito de la psique, pues, cuando es la existencia misma del sujeto la que se juzga amenazada, tanto más brutal y menos elaborado es el modo de reaccionar ante esta amenaza.

El pensamiento altruista, es decir, el pensamiento que considera las diferentes creencias, experiencias y necesidades de supervivencia del otro en relación al sujeto, no es algo dado por la cronología de vida de cada uno. Es una ardua conquista civilizatoria que requiere un permanente estado de trabajo, en vista de la fuerte tendencia regresiva a los estadios de barbarie presente en todos los individuos y pueblos.

Si la red de apoyo colectivo es desmantelada por el neoliberalismo, los que están en la cuerda floja tienen que equilibrarse o la muerte es segura. Esta es la experiencia inconsciente del sujeto neoliberal. Y cuanto menos consciente del sistema en el que está inserto, más precarios son sus agentes de autodefensa, y más fantasmal su experiencia de aniquilamiento.

Quienes se identifican tan masivamente con las posturas autoritarias buscan curar sus propias heridas neoliberales. 'Mi casa, mis reglas' es el sueño de libertad de estos individuos, frustrados a diario por interacciones con padres, jefes, cónyuges, compañeros de trabajo -o incluso un nuevo virus- que insisten en demostrar que nadie es tan dueño de sí mismo. vidas Casa.

El peligro para la democracia es que, si para el equilibrista marcado por la inconsciencia neoliberal, en su desamparo solitario, no hay mejor barra de equilibrio que la producción delirante de un 'mito', ¿qué le queda al 'mito' cuando se enfrenta a tu propia precariedad de recursos psíquicos?

El neoliberalismo, como sistema normativo, rompe con los ideales de la Democracia cuando propone a sus competidores, el individuo-empresa, que se eleven violentamente a la 'libertad a toda costa'. Porque en la lógica del juego democrático, los oponentes deben convivir y respetarse, sabiendo la inexistencia de 'mitos' y lo esenciales que son entre sí para que haya un juego colectivo.

Por la Democracia, para debilitar y cena el adversario significaría firmar su propio destino de extinción, pues entiende que en el juego del “queda uno”, al que queda, no le quedará nadie que pueda ser alguien.

*Eduardo de San Thiago Martins es psicoanalista, psiquiatra y coordinadora de actividades del Servicio de Psicoterapia del IPq-HCFMUSP.

Referencias

DARDOT, P. and LAVAL, C., “La nueva razón del mundo – ensayo sobre la sociedad neoliberal”, ed. Boitempo, 2016.

FREUD, S., “Las pulsiones y sus destinos”, ed. Auténtico, 2013.

FERENCZI, S., “Palabras obscenas. Contribución a la psicología del período de latencia”, ed. Martins Fontes, 2011.

FERENCZI, S., “El desarrollo del sentido de la realidad y sus etapas”, ed. Martins Fontes, 2011.

PEREIRA, MEC, “Pánico e impotencia”, ed. Escucha, 1999.

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