por ELTON CORBANEZI*
Comentario sobre el libro de Barbara Stiegler
Publicado en 2019, Il faut s'adapter : sobre una novela impératif politique [Es necesario adaptarse: sobre un nuevo imperativo político],[i] de Barbara Stiegler, presenta una genealogía relevante y sin precedentes del neoliberalismo. El libro se inscribe, pues, en la tradición de los estudios foucaultianos, cuya genealogía del liberalismo y del neoliberalismo se remonta, respectivamente, a dos famosos cursos impartidos en el Collège de France, a saber, Seguridad, territorio, población (1977-1978) e Nacimiento de la biopolítica (1978-1979), ambos publicados en 2004 también por Gallimard.
Como es sabido, la genealogía foucaultiana del neoliberalismo, abordada especialmente en nacimiento de la biopolítica, se centra principalmente en dos perspectivas teóricas y políticas específicas: el ordoliberalismo alemán y el neoliberalismo norteamericano de la Escuela de Chicago. Sería allí -bien entendida su relación de ruptura y continuidad con el liberalismo clásico- el origen del nuevo modo de gobierno y organización de la vida social, cuya forma, a fines de la década de 1970, ante los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, aún era bastante incipiente. En el momento en que Foucault (2004b) presentó al público su investigación, la hegemonía del neoliberalismo –o de los neoliberalismos– y su racionalidad aún estaban inscritas, por tanto, en un proceso de devenir.
En su libro, escrito casi medio siglo después del inicio del proceso de neoliberalización en las sociedades occidentales contemporáneas, Barbara Stiegler retoma el programa de investigación iniciado por Foucault, pero partiendo de la observación de un vacío en la genealogía del intelectual francés . Para el autor, Foucault no habría advertido una de las procedencias del neoliberalismo, a saber, las bases evolutivas que informaron el debate norteamericano en los años inmediatamente anteriores a la formulación teórica del neoliberalismo, cuyos hitos fundacionales son, como se sabe, el Coloquio Walter Lippmann, celebrada en agosto de 1938 en París, y, casi una década después, la constitución de la Sociedad Mont-Pèlerin (1947), una organización intelectual internacional de liberales todavía activa en la actualidad. De tal brecha, sostiene Stiegler (p. 13, 177), se derivaría el error de Foucault al interpretar el neoliberalismo, desde las bases ordoliberal y norteamericana, como fundamentalmente antinaturalista.
De hecho, una ruptura esencial del neoliberalismo con la doctrina económica del liberalismo clásico radica en la deconstrucción de su creencia metafísica en el naturalismo del liberalismo. Una lección inequívoca de nacimiento de la biopolítica es la necesidad ineludible de dispositivos estatales y legales para hacer posible la sociedad de mercado. Walter Lippmann, autor homenajeado en el Coloquio de 1938 y tema del libro de Barbara Stiegler, ya sostenía que el intervencionismo, en la refundación del liberalismo, se presentaba como una realidad irrefutable: el problema consistiría básicamente en definir su grado, para evitar la planificación y el colectivismo de las experiencias socialistas y keynesianas. El error del liberalismo clásico habría sido presentar de manera descriptiva el aspecto normativo de la realidad social, es decir, su objetivo en términos evolutivos, el necesario desarrollo del orden social, para ser, sin embargo, artificialmente constituido.
La famosa metáfora del “código de tránsito”, presentada por Lippmann en la buena sociedad (1937) y debatida al año siguiente en el Coloquio en su honor, destaca la cuestión: ni la libertad total para la circulación (ingenuidad dogmática del liberalismo), ni un control absoluto sobre el movimiento (planificación estatal), sino un código de reglas en constante mejora y en base al cual se guía el funcionamiento de la economía de mercado. A pesar del artificio legal y estatal contrario a las leyes naturales de liberalismo, según la cual el mercado funcionaría como un dispositivo natural de regulación social, Il faut s'adapter busca avanzar en la discusión mostrando las bases naturalistas que subyacen al debate inicial y constitutivo de la formulación teórica del neoliberalismo en el contexto norteamericano entre 1910 y 1930. Más específicamente, se trata de analizar la diversa apropiación de las teorías evolucionistas llevada a cabo, por un lado, de Walter Lippmann, y, por otro, de John Dewey.
El objeto principal del autor, sin embargo, es la obra de Walter Lippmann. Se muestran las influencias teóricas para la formulación de su pensamiento político (lo que implica la apropiación -siempre bastante selectiva y también crítica, señala Stiegler a lo largo del libro- de una variedad de filosofías como las de Adam Smith, Herbert Spencer, Graham Wallas, Henri Bergson, Friedrich Nietzsche, además del pragmatismo jurídico de Oliver Wendell Holmes y el pragmatismo filosófico de William James y del propio John Dewey); su oposición al modelo democrático jeffersoniano refractario a la aceleración industrial, en favor de los acentos elitistas de la concepción hamiltoniana del poder; su cercanía con los políticos (elaboró parte del programa de política industrial del republicano Theodore Roosevelt y participó en el gobierno del demócrata Woodrow Wilson como coordinador de la oficina encargada de formular la política exterior estadounidense en la posguerra); y su papel como editor fundador, junto con Herbert Croly, de la revista La Nueva República.[ii]
De esta forma, el autor moviliza elementos de la trayectoria del periodista y ensayista estadounidense para analizar mejor sus principales obras, como Un prólogo a la política (1913) deriva y dominio (1914) Opinión pública (1922) El público fantasma (1925) y la buena sociedad (1937). Al hacerlo, se trata de comprender y mostrar al lector la modo de andar del pensamiento político de Lippmann, destacando también sus contradicciones y paradojas como, por ejemplo, su oscilación en relación con la política eugenésica- la rechaza en El público fantasma y la defiende la buena sociedad (Stiegler, 2019, p. 76 y nota 64, p. 301) – así como su concepción a veces ambivalente de la democracia, según distintos momentos de su obra.[iii]
A lo largo del libro se problematizan los temas abordados por Lippmann y sus posiciones desde John Dewey, quien opera así como una suerte de contrapunto constante desde el cual la autora enfoca su propia crítica a los fundamentos del naciente pensamiento neoliberal. En la disputa teórica y política entre autores norteamericanos, lo que está básicamente en juego es la formulación del “nuevo liberalismo” y sus concepciones de la democracia. De entrada, los dos intelectuales diagnostican la crisis del liberalismo y la democracia en las sociedades industriales en el contexto de la Primera Guerra Mundial (1914-1919) -en la que ambos defendieron la participación norteamericana, precisamente por principios democráticos y liberales- y la Gran Depresión (1929).
En común, más allá del contexto, es el uso de ambos la teoría de la evolución darwiniana para refundar el naturalismo liberal. Sus apropiaciones, sin embargo, son diversas: por un lado, Lippmann defenderá la adaptación pasiva de la especie -caracterizada por la lentitud evolutiva- al entorno mundial industrializado y extremadamente rápido basada en una concepción elitista del poder y, por otro, Dewey apoyará una interacción activa y una relación compleja entre el medio ambiente y la especie, incorporando positivamente sus diferencias en los ritmos evolutivos como forma de desarrollo social, cultural, cognitivo y político y concibiendo la democracia como una experiencia colectiva y una forma de vida común.
De esta manera, utilizando constantemente antagonismos, la profesora de filosofía política de la Universidad de Burdeos trae al público, en su libro, las cuestiones que constituyeron el Debate Lippmann-Dewey, llamado así desde la publicación de La comunicación como cultura, de James Carey, en 1989, pero cuya discusión se remonta efectivamente a la década de 1920, al preneoliberalismo, por tanto.[iv]
Es cierto que el periodista, ensayista y diplomático estadounidense salió, podemos decir hoy, retrospectivamente, “victorioso” de tal choque, considerando su influencia posterior tanto en la formación de élites a nivel mundial como en la formulación teórica y política de neoliberalismo – el Colóquio Walter Lippmann (1938), vale recordar, se realiza con motivo del estreno de La ciudad libre, traducción al francés de la buena sociedad celebrada un año después de su publicación original. El pragmatismo de John Dewey, por su parte, constituirá la primera crítica filosófica al neoliberalismo, incluso antes de su constitución efectiva, es decir, en su momento germinal.
Tal es la tesis que sostiene Barbara Stiegler en su libro, al señalar que el tema había pasado, hasta entonces, no sólo por el autor de nacimiento de la biopolítica, sino también de casi todos los investigadores que suscriben la tradición de los estudios foucaultianos sobre el tema. La única excepción, señala Stiegler en una nota al pie, es La nueva razón del mundo, obra ya clásica sobre la sociedad neoliberal, en la que Pierre Dardot y Christian Laval captan, aun sin recurrir a fuentes evolutivas, la noción clave de la producción de Lippmann, como se puede leer en el siguiente pasaje: “La palabra importante en la reflexión de Lippmann es adaptación. La agenda neoliberal está guiada por la necesidad de una adaptación permanente de hombres e instituciones a un orden económico intrínsecamente variable, basado en una competencia generalizada e implacable” (Dardot; Laval, 2016, p. 89-90). Su genealogía, nos informa Stiegler (p. 322, nota 4), proviene de esta observación incidental, de la cual, sin embargo, se destacan las ideas centrales de Il faut s'adapter.[V]
En efecto, buscando analizar el uso del vocabulario biológico del evolucionismo en el campo político, la cuestión fundamental del libro es problematizar el supuesto atraso de la especie humana en relación con el entorno industrial de la “gran sociedad”,[VI] cuyas características son la apertura, la contingencia, la complejidad, la competencia y la rapidez. Para Lippmann, como hemos visto, se trata de hacer que el hombre se adapte a un medio en constante evolución. Los métodos para ello implican una concepción minimalista y procedimental de la democracia, en la que una élite de líderes electos y especialistas no electos conforma y comanda a la masa considerada estática, pasiva e inepta.
Según tal concepción del poder, que también podemos entender como positivista, el modelo de vida social acorde con el desarrollo histórico evolutivo debe ser impuesto desde arriba, desde la élite.[Vii] Totalmente contrario al pensamiento político de Dewey, una de las señas de identidad de la obra de Lippmann destacada en el libro de Stiegler reside precisamente en el desprecio por la inteligencia colectiva, la participación pública y la opinión; La consulta al público, en su totalidad, debe restringirse a elecciones específicas o momentos de crisis, en los que el pueblo es el último recurso del gobierno. La razón básica por la que el autor de Opinión pública e El público fantasma es que el público siempre sería incompetente para tratar asuntos de los que no tiene idea en una sociedad altamente especializada.[Viii]
En su conjunto, Lippmann percibe a la especie humana como atrasada. El retraso, aquí, a diferencia de Dewey, tiene una connotación exclusivamente negativa, es una forma de descalificar la naturaleza humana, como si no estuviera a la altura de la era industrial. La cuestión, para el autor, se reduce a superar y eliminar la contradicción existente entre la especie (estable y limitada) y el medio ambiente (fluido e ilimitado). Su énfasis recaerá en la necesidad de moldear y normalizar la especie pasiva desde la dimensión activa y noble de la gran sociedad industrial. De ahí la noción de una “biopolítica disciplinaria Lippmanniana”: basada en el supuesto de la deficiencia de la naturaleza humana en relación con el medio ambiente, se trata de imponer dispositivos para normalizar hábitos y disposiciones psicológicas en la masa a través de inversiones en políticas públicas (educación , salud, medio ambiente) para dirigir un gobierno cuyo objetivo es mejorar la vida y las capacidades humanas.
La metáfora de la que se sirve el autor para dilucidar el procedimiento es la de “masa blanda” (masa blanda): concebir a los individuos como absolutamente flexibles y cada vez más adaptables a la aceleración del mundo contemporáneo, cuyo fin es, al igual que la evolución teleológica de Spencer, la división mundial del trabajo, la cooperación competitiva y la competencia cooperativa en una economía capitalista globalizada.[Ex] Si el siglo de Adam Smith requería una especialización única del individuo, la gran sociedad del siglo XX requiere adaptabilidad, de la cual individuos flexibles con múltiples especialidades puedan migrar a situaciones siempre nuevas. He aquí los objetivos educativos de la agenda neoliberal inferidos desde Lippmann: preparar individuos para la flexibilidad, la adaptabilidad y la empleabilidad.[X]
En otras palabras, utilizando el léxico biológico darwiniano, se trata de hacer que la especie humana se adapte al flujo ilimitado y extremadamente rápido de eventos y productividad brutalmente impuesta por la sociedad industrial, lo que constituye, para Lippmann, la “gran revolución”.[Xi] Aquí tenemos uno de los orígenes de la noción cada vez más potente de adaptarse a un entorno que requiere capacidades humanas ilimitadas.[Xii] El mérito de Stiegler radica en mostrar cómo no estamos en el campo de una teoría económica abstracta como la de la elección racional, sino en una elaboración teórica que involucra una concepción específica de la vida y la evolución. Este es el corazón teórico del neoliberalismo, su matriz política, sociológica y antropológica.
Es cierto que Dewey también pretende refundar el liberalismo con principios antiestatistas y naturalistas, también a partir de la importación de la teoría darwiniana de la evolución al campo político. Pero sus opiniones son, en general, diametralmente opuestas a las de Lippmann. Si, para él, la heterocronía de los ritmos evolutivos (especie y ambiente) es percibida como “discronía” –esto es, inadaptación y disfunción–, cuya solución corresponde al gobierno de la élite gobernante a partir del conocimiento de los especialistas, para Dewey , por el contrario, se trata de afirmar la heterocronía no como un problema, sino como una condición necesaria para el desarrollo de las potencialidades de las que todo individuo es portador.
Así, en lugar de un público inepto sometido a una adaptación pasiva, Dewey asume la evolución a partir de interacciones activas y complejas, considerando diferencias irreductibles de ritmos entre organismo y medio y entre los propios individuos. También experto en Nietzsche, Stiegler (p. 127 y 307-308, nota 71) sostiene que Dewey afirma trágicamente tanto la demora, como fuerza amenazante y necesaria, como la tensión constitutiva entre flujo y estabilidad. Se trata de percibir la evolución desde las potencialidades y diferencias de los individuos, no reduciéndolas al postulado de la carencia antropológica de la especie. Stiegler muestra, en este sentido, la crítica mordaz de Dewey al individuo “promedio” y “modulable” de Lippmann.
Considerando el potencial de los individuos, el autor de El público y sus problemas (1927) sustenta la necesidad de una participación pública directa en el gobierno, basada en la inteligencia colectiva y la experimentación social constante. Así, la democracia es concebida por Dewey como una forma de vida, más allá del aspecto meramente institucional, procedimental. Su problema, sostiene el autor de Democracia y educacion (1916), no se trata de la supuesta incompetencia cognitiva de la masa, como postula Lippmann, sino de la concentración de la riqueza material, cognitiva, cultural y espiritual en manos de una élite restringida. De ahí el papel fundamental de la educación para este autor que influyó, en Brasil, desde Anísio Teixeira hasta Paulo Freire: la socialización de la inteligencia, la distribución del conocimiento y la cultura como forma de realización de la democracia y la justicia social. Si, para Lippmann, el devenir evolutivo está comandado por la élite hacia un telos establecida y trascendental (la división mundial del trabajo en una economía globalizada), para el pragmatismo deweyano, la evolución se da a través de procesos y experimentos inmanentes y abiertos, es decir, sin la primacía de la finalidad, confiados en las potencialidades y singularidades individuales que resultan de las interacciones múltiple.
Autor fundamental para la tradición sociológica microinteraccionista (Collins, 2009, p. 205-243), Dewey postula que la reducción de la complejidad interactiva al dominio económico, así como del trabajo al lucro y la competitividad, socava la reserva inagotable del potencial individual . Criticando la “desindividuación”, es decir, la estandarización de las formas de sentir y pensar provocada por la concepción liberal del individuo atomizado, Dewey quiere saber cómo emergen singularidades irreductibles de arreglos interactivos impredecibles y procesos colectivos de individuación.[Xiii] Es así como Stiegler, al notar su predilección por el pensamiento de Dewey, sostiene que su pragmatismo, si bien pretende refundar el liberalismo con premisas evolucionistas, constituye la primera crítica filosófica y política al neoliberalismo venidero.
Es el sentimiento generalizado y permanente de atraso lo que motiva la genealogía de Stiegler. Este es el problema moderno de la relación entre aceleración y adaptación, ya diagnosticado desde Hegel, Marx y Nietzsche. “¿Es todo retraso, en sí mismo, una descalificación?”, se pregunta el autor. Y continúa, sin olvidar distinguir la oposición entre Lippmann y Dewey: “¿Es necesario desear que todos los ritmos se ajusten y se alineen con una reforma gradual de la especie humana que vaya hacia su aceleración? ¿No sería necesario, por el contrario, respetar las irreductibles diferencias de ritmos que estructuran toda la historia evolutiva? (pág. 18). Sabemos en qué dirección históricamente “evolucionaron” los procesos de neoliberalización de las sociedades. La pandemia de Covid-19 -que abarcó los años 2020 y 2021- suscitó, en ciertos círculos, la discusión en torno a una “nueva normalidad”.
Ahora bien, el surgimiento de una “nueva normalidad” implicaría una ruptura con una normalidad anterior. Si consideramos que el mundo moderno se caracteriza, estructuralmente, por la velocidad, el control, la monetización, la inestabilidad, la sacralización del trabajo, la productividad y la ganancia, lo que estamos presenciando, luego de un parón mundial momentáneo, es el retorno, a velocidad sumamente acelerada, de procesos y tendencias vigentes desde los albores de la modernidad. Versatilidad, hiperactividad (actualmente digital y sobre todo mental), flexibilidad, adaptabilidad -atributos necesarios para la reinvención del liberalismo en los años 1930- son más que nunca ingredientes indispensables para la supervivencia. Hoy experimentamos la potencialización de la ya vieja normalidad a la que la especie –y no menos el medio ambiente, considerando un modo de producción extractivo y depredador– han buscado adaptarse durante siglos.[Xiv]
En nuestra opinión, por lo tanto, el libro de Barbara Stiegler se presenta como una investigación relevante sobre la genealogía del neoliberalismo, elaborada en la estela de los estudios foucaultianos, aunque la autora puntualiza, en una nota a pie de página, que el silencio de Foucault sobre el tema de los aspectos disciplinarios de la biopolítica neoliberal ha dado lugar a controversias en torno a la interpretación de su alianza “real” o “supuesta” con el neoliberalismo (p. 317, nota 17).
Si bien la autora se distancia inequívocamente de tal posición, coincidimos con Christian Laval (2018, p. 21), quien refuta rotundamente tal hipótesis interpretativa: “Considerar a Foucault como un autor neoliberal solo es posible al precio de un desconocimiento de su obra genealógica sobre los poderes y su compromiso ético y político. La historia intelectual está, además, llena de esas contradicciones que hacen de Marx el inventor del Gulag o de Nietzsche un autor nazi”.[Xv]
Stiegler también anticipa posibles objeciones a su libro, como, por ejemplo, la exigencia de revalorizar la centralidad del pensamiento de Lippmann en las distintas corrientes que constituyen el neoliberalismo, así como la falta de profundización en el estudio sobre el impacto actual de la discusión sobre la tradición. lipomanniano y pragmático en campos específicos, como la educación, la salud y el medio ambiente. En todo caso, al realizar una investigación en profundidad sobre la genealogía crítica de las fuentes evolutivas del neoliberalismo, el autor presenta un aporte significativo tanto para el público interesado en comprender el origen de la actual forma de gobierno de nuestras conductas cotidianas como para el modo de andar foucaultiana, según la cual los datos biológicos siempre tienen valor político. Y no es diferente en el neoliberalismo, desde sus orígenes.
*Elton Corbanezi es profesor del Departamento de Sociología y Ciencias Políticas de la Universidad Federal de Mato Grosso (UFMT). Autor de Salud mental, depresión y capitalismo (Unesp).
Publicado originalmente en Sociologías, año 23, norteo. 58, sep-dic 2021.
Referencias
Bárbara Stiegler. Il faut s'adapter : sobre una novela impératif politique. París, Gallimard, 2019, 336 páginas.
Bibliografía
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Notas
[i] Todavía no hay traducción de la obra al portugués. Todas las traducciones son mi responsabilidad.
[ii] Stiegler (pág. 46) nombres La Nueva República como periódico (revista, en francés), en lugar de revista (revisión), el equivalente más cercano a revista, como hace Bruno Latour (2008, p. 33) en la presentación de la edición francesa de El público fantasma y cómo, de hecho, clasifica la revista estadounidense. A partir de la biografía de Lippmann escrita por Ronald Steel (1999), Latour destaca también el paso del periodista estadounidense por los diarios. Mundo y después, Herald Tribune, que, a pesar de su línea editorial conservadora, divergente de la visión liberal progresista de Lippmann, dio libertad al periodista para expresar sus opiniones en su famosa y premiada columna "Hoy y mañana".
[iii] Esto se observa, por ejemplo, en deriva y dominio, en el que Lippmann afirma que la ciencia no debe quedar restringida a una élite dirigente, sino que debe orientarse hacia la cooperación colectiva, deliberativa y democrática. Tal concepción antipositivista y democrática de la ciencia asociada a la experimentación colectiva está reñida con la concepción elitista del “gobierno de expertos”, predominante en el pensamiento de Lippmann (Stiegler, 2019, p. 42-43). De este modo, el autor acaba subrayando también la incompatibilidad existente en la obra de Lippmann entre, por un lado, la influencia pragmatista, que enfatiza experiencias sociales horizontales basadas en la asunción potencial de cada individuo, y, por otro, la concepción verticalizada de poder según el cual una élite gobernante conduce, desde el conocimiento científico especializado, a la masa informada e incompetente a los asuntos públicos (p. 32, 36-37).
[iv] El autor señala las repercusiones de las controversias en torno a la Debate Lippmann-Dewey, trabajos cartográficos que confirman su existencia y los que la restan (p. 96-99). Dentro de esta polémica se desarrolla otra, la relativa a la pertenencia de Lippmann a la tradición pragmatista. Tal es la posición, por ejemplo, de Bruno Latour (2008), quien, si bien no niega la existencia del debate, mantiene su existencia dentro del pragmatismo, otorgando así a Lippmann los atributos de un verdadero demócrata. Una posición con la que Stiegler (p. 303, nota 9, y p. 306, nota 56) discrepa con vehemencia. Para el autor, la oposición fundamental de Dewey a Lippmann descansa en la diferente apropiación del evolucionismo darwiniano, cuyas implicaciones son concepciones radicalmente diferentes de democracia (participativa/representativa) y poder (horizontal-experimental/vertical-elitista). Registrar también las particularidades interpretativas conferidas al término “ajustement”. Para Latour (2008, p. 17), se trata de retener sus raíces”juste”, de donde se infieren nociones de justicia y equidad. De hecho, como muestra Stiegler (p. 209-217, 259), la pregunta de Lippmann es hacer que la competencia sea justa, en términos de “igualdad de oportunidades”. Sin embargo, el autor señala que el establecimiento de las “reglas del juego” (“las reglas del juego"Y"juego limpio”) para este propósito tiene el propósito de hacer que gane el mejor y el más apto. En otras palabras, significa decir que "ajustement” se refiere a la noción de “adaptación” a la competencia desenfrenada, cuyo efecto es la producción de desigualdades e injusticias sociales, que la evidencia histórica del neoliberalismo confirma.
[V] En el capítulo dedicado al Coloquio Walter Lippmann, Dardot y Laval (2016, p. 71-100) abordan los temas centrales de la obra de Lippmann, especialmente de la ciudad libre, como las nociones de “intervencionismo (neo)liberal” en oposición a liberalismo del liberalismo clásico; de la interdependencia y la división mundial del trabajo en la Gran Sociedad; de la adaptación a la competición; el papel de la educación para la especialización y la eugenesia para el mejoramiento genético; y gobierno de élite. Así, los autores también destacan que la idea de adaptación es central en una sociedad que establece la competencia como principio vital. Nótese, por ejemplo, su declaración sobre el papel del intervencionismo neoliberal: “Pretende, en primer lugar, crear situaciones de competencia que supuestamente favorecen a los 'más aptos' y a los más fuertes y a adaptar individuos a la competencia, considerada la fuente de todos los beneficios [énfasis añadido]” (Dardot, Laval, 2016, p. 288). El problema contemporáneo, sostienen los autores, consiste en la adaptación subjetiva a la intensificación de la competencia que se ha vuelto absoluta. Stiegler avanza en su estudio investigando el origen del problema desde bases naturalistas y evolutivas.
[VI] El término “gran sociedad”, que también se encuentra en la obra de Dewey, proviene del socialista inglés Graham Wallas (1858-1932), mentor y amigo de Lippmann que escribió La gran sociedad: un análisis psicológico (1914). El término remite directamente a la idea de globalización y globalización resultante de las revoluciones industriales (Stiegler, 2019, p. 38-41; Latour, 2008, p. 183, nota 3).
[Vii] Según Stiegler (p. 73), en Opinión pública, Lippmann elogia el papel del politólogo Charles Merriam y del industrial Frederick Taylor como especialistas que guían el proceso de readaptación de la especie y gobierno de la población. Aquí tenemos la idea de ejercer el gobierno en base a una élite de la humanidad formada por científicos e industriales, lo que nos remite a las nociones del positivismo comteano de “poder espiritual” y “poder temporal” (Aron, 2008, p. 83-183). ).
[Viii] La idea fundamental es que los individuos sean competentes en sus asuntos y ajenos a todo lo demás. Es así como Bruno Latour (2008) defiende el argumento según el cual Lippmann es un verdadero demócrata, en la medida en que sustrae las ilusiones de la democracia (el público fantasmático, unívoco del bien y la voluntad general y común) para afirmarla. en su eficacia histórica, pues ya no es posible actuar en la gran sociedad globalizada según la forma idealizada de polis griego. De ahí la afirmación de que Lippmann es probablemente el único pensador político que efectivamente seculariza la democracia –es decir, sustrae sus características metafísicas idealizadas–, y considera positivamente la desmovilización de la ciudadanía, para que cada uno regrese a sus ocupaciones específicas. Como hemos visto, Stiegler se opone a tal lectura (cf. nota 4).
[Ex] Como muestra Stiegler, Lippmann se distancia, sin embargo, de la “fobia de estado” spenceriana, dado que la refundación del liberalismo se basa, como hemos visto, en el principio de la intervención estatal para hacer funcionar la economía de mercado. Lippmann se distancia así de la creencia spenceriana en la evolución mecánica y natural, que prescinde de la elaboración de políticas para su realización. Sobre la importación de las ideas de Spencer en EEUU a principios del siglo XX, tras su declive en Europa, especialmente en Inglaterra, y la necesidad de refundar el evolucionismo en el campo político, véase el apartado “La cible spencérienne” (Stiegler, 2019 , págs. 22-28).
[X] En varios momentos del libro, Stiegler retoma la discusión en torno a la idea de una “agenda neoliberal”, para distinguirla de la “no-agenda” del liberalismo, en lo que radica, de nuevo, la diferencia entre Lippmann y Spencer. Volviendo a la etimología latina de la palabra, en la que agere designa hacer, se trata de establecer, por tanto, una diferencia en la concepción de la naturaleza humana entre la refundación del liberalismo propuesta por Lippmann y el liberalismo clásico. Si bien concibe la naturaleza humana como “buena”, razón por la cual se prescinde de toda forma de intervención, el supuesto básico de Lippmann reside en la deficiencia de la naturaleza humana. De ahí la afirmación de Stiegler (p. 228) de que la biopolítica de Lippmann reactiva el “fundamento antropológico de la disciplina”, cuyo fin es adaptar y normalizar la especie según los imperativos de la gran sociedad. La naciente agenda neoliberal descansa esencialmente en políticas de educación, salud y medio ambiente. Dardot y Laval (2016, p. 58-60, 69, 273, 278) también realizan una discusión de este tipo basada en el “nuevo liberalismo” de Keynes y en relación con el estado gerencial contemporáneo. Las nociones de “agenda” y “no agenda” también son mencionadas por Foucault (2004b, p. 13-14, 27, 139, 200) al referirse a Bentham y al nuevo “estilo de gobernar” del neoliberalismo.
[Xi] Mientras que la “gran revolución” es entendida por Lippmann desde la división mundial del trabajo y la interdependencia establecida por la revolución industrial, Dewey la reconoce, más bien, en la revolución científica y técnica del siglo XVII, atribuyendo así centralidad a la experimentación y la inteligencia colectiva. acciones, que subyacen a su propia concepción de la democracia. Ver especialmente el capítulo V “La grande révolution: mettre la l'intelligence hors de circuit” (Stiegler, 2019, p. 159-187).
[Xii] Para analisar a ideia de ilimitação das capacidades humanas como efeito da racionalidade neoliberal nos dias atuais, Dardot e Laval (2016, p. 357) criaram o termo “ultrassubjetivação”, cuja definição básica consiste em uma constante superação de si (o além de si en si). Al respecto, ver también Laval (2020) y Corbanezi; Rasia (2020).
[Xiii] En este sentido, parece pertinente investigar las posibles relaciones entre los supuestos interactivos de Dewey y las nociones de potencialidades de realidad preindividual, individuación y acoplamiento individuo-ambiente elaboradas por Gilbert Simondon (2005).
[Xiv] En otras palabras, significa que actualmente estamos asistiendo a la aceleración de un proceso cuyo comienzo es la modernidad: las formas se pueden cambiar, pero los principios permanecen (trabajo, ganancia, productividad, velocidad, etc.). Al afirmar que entre modernidad y contemporaneidad no existe precisamente una ruptura, sino transformaciones, acentuaciones, desplazamientos, nos alejamos de las polémicas, muchas veces equivocadas, en torno a la posmodernidad. Lo que asistimos es a la radicalización de la modernidad, este es el diagnóstico de autores contemporáneos tan diversos como Anthony Giddens, Michel Foucault y Zygmunt Bauman, entre otros.
[Xv] Al respecto, véase Corbanezi (2014), en el que buscamos criticar la lectura neoliberal que Geoffroy de Lagasnerie presenta de Foucault.