¿Es posible garantizar la sostenibilidad de la Tierra?

Imagen: Alena Koval
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por LEONARDO BOFF*

Todavía es posible evitar una tragedia planetaria dando importancia a valores como el cuidado, el amor, la solidaridad, la compasión, la creación y la espiritualidad para garantizar la sostenibilidad de la Casa Común.

1.

Si observamos la frecuencia de las perturbaciones que ocurren en la Tierra, especialmente con el aumento del calentamiento global, sumado al hecho de que los negacionistas son tan poderosos como el presidente estadounidense Donald Trump, vale la pena preguntarse seriamente si el planeta todavía es sustentable o se dirige hacia una tragedia fenomenal.

Tomemos como advertencia los datos publicados por Instituto y Facultad de Actuarios de la Universidad de Exeter (Reino Unido), conocido por su gravedad: afirma: “con temperaturas 3°C superiores a los niveles preindustriales, la mortalidad humana podría alcanzar la mitad de la humanidad, alrededor de cuatro mil millones de personas”, no en un futuro lejano, sino en unas pocas décadas.

Necesitamos un concepto de sostenibilidad más amplio que el famoso Informe Brundland (1987) porque se centra sólo en los seres humanos y omite la naturaleza. Propongo una más inclusiva: “El desarrollo sostenible es toda acción encaminada a mantener las condiciones energéticas, informacionales, físico-químicas que sustentan a todos los seres, especialmente la Tierra viva, la naturaleza y la vida humana, tendiendo a su continuidad y también a la satisfacción de las necesidades de las generaciones presentes y futuras de tal manera que el capital natural se mantenga y enriquezca en su capacidad de regeneración, reproducción y coevolución”.

¿Qué se puede hacer para garantizar este tipo de sostenibilidad? Estoy convencido de que las narraciones del pasado ya no nos apuntan a un futuro esperanzador. Esto no significa que renunciemos a intentar mejorar la situación. El principio de esperanza que arde dentro de nosotros puede diseñar utopías minimalistas que alivien la vida y preserven la naturaleza. Para ello hay que empezar desde abajo, desde el territorio, donde se puede construir la sostenibilidad en el marco de las condiciones ecológicas marcadas por la naturaleza, con sus bosques, sus ríos, su población y sus tradiciones religiosas.

De nosotros depende si queremos cambiar o continuar en el mismo camino. Llega un momento en el que no tenemos otra alternativa que creer, confiar y esperar en nosotros mismos. Tenemos que beber de nuestro propio pozo. Contiene los principios y valores que, si se activan, pueden salvarnos. Enumere algunos principales.

2.

En primer lugar, “cuidado”. Sabemos por la reflexión antigua (el mito del cuidado de Higinio) y moderna (Martin Heidegger) que la esencia del ser humano reside en el cuidado, condición para vivir y sobrevivir. Si todos los elementos de la evolución no tuvieran un cuidado sutil entre sí, el ser humano no surgiría. Como no tiene órganos especializados, necesita cuidados para vivir y sobrevivir. De la misma manera, si la naturaleza no se cuida, se marchita.

Entonces, como demostraron los biólogos (Watson/Krick), el “amor” pertenece al ADN humano. Amar significa establecer una relación de comunión, de reciprocidad, con todas las cosas e implica crear un vínculo afectivo con ellas.

El valor de la “solidaridad” es fundamental. La bioantropología ha demostrado que la búsqueda de alimentos, consumidos en comunidad, permitió el salto de la animalidad a la humanidad. Lo que era cierto en el pasado es aún más cierto en el oscuro presente.

También somos seres de “compasión”: podemos ponernos en el lugar del otro, llorar con él, compartir su angustia y no dejarle nunca solo. Es una de las virtudes más faltantes hoy en día.

Seguimos siendo “seres creativos”: estamos continuamente inventando cosas para resolver nuestros problemas. Hoy más que nunca es urgente innovar si no queremos llegar tarde a la salvaguarda de la vida y la naturaleza.

Somos, desde nuestros orígenes más remotos, cuando surgió el cerebro límbico hace 200 millones de años, seres de corazón, afecto y sensibilidad. En el corazón sensible reside la ternura, la espiritualidad y la ética. Hoy más que nunca debemos unir mente y corazón, racionalidad y sensibilidad, porque todo el edificio científico se construyó poniendo los afectos bajo sospecha. Hoy, es por sensibilidad humanitaria que condenamos el perverso genocidio, llevado a cabo al aire libre, en la Franja de Gaza de más de 13 mil niños inocentes y más de 60 mil civiles.

Somos, en lo más profundo de nuestra humanidad, seres espirituales. La espiritualidad pertenece a la naturaleza humana, con el mismo derecho de ciudadanía que la inteligencia, la voluntad y la libido. Hay que distinguirla de la religiosidad, aunque pueden unirse y potenciarse mutuamente. Pero no necesariamente. La espiritualidad natural, sin embargo, es más original. La religiosidad presupone y se alimenta de la espiritualidad.

La espiritualidad vive del amor incondicional, la solidaridad, la compasión, el cuidado de los más frágiles y de la naturaleza. Además, como seres espirituales somos capaces de identificar esa Energía poderosa y amorosa que sostiene todas las cosas y el universo entero, a la que podemos abrirnos reverentemente. O integramos la espiritualidad natural, viviendo como hermanos y hermanas junto a la naturaleza, o nos condenamos a repetir el pasado con todos los riesgos que hoy amenazan nuestra existencia.

Una ecocivilización, fundada en tales valores y principios, puede garantizar la sostenibilidad de la Casa Común. En él conviven los diversos mundos culturales que pueden y deben coexistir pacíficamente. ¿Una utopía? Sí, pero una utopía necesaria si aún queremos tener un futuro sostenible junto a la Madre Tierra.

*Leonardo Boff es ecologista, filósofo y escritor. Autor, entre otros libros, de El doloroso nacimiento de la Madre Tierra: una sociedad de fraternidad y amistad social (Vozes).


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