por luis felipe miguel*
Del mandato de Donald Trump, a la vista de los signos presentados hasta ahora, se puede esperar un intento de organizar el sistema político estadounidense.
Evito hacer proyecciones grandilocuentes, pero es difícil resistir el calor en este momento: las nuevas elecciones que Donald Trump ha alcanzado, no digo las últimas, sino uno de los últimos clavos en el ataúd de la democracia liberal tal como se construyó el siglo XX.
La victoria de Donald Trump no es precisamente inesperada. El viejo farsante naranja nunca perdió el apoyo de su base original: los trabajadores y campesinos y empobrecidos, aquellos que se sienten cada vez más excluidos y sin perspectivas en los Estados Unidos de hoy. Y creció tanto con grandes cantidades de dinero como con votantes negros y latinos.
De los multimillonarios que antes simpatizaban con los demócratas, Donald Trump obtuvo un apoyo abierto, una simpatía discreta o al menos neutralidad. Entre negros y latinos hay una creciente desconfianza hacia el discurso de “neoliberalismo progresista” que les ofrece el Partido Demócrata.
De hecho, el Partido Demócrata parece no saber qué ofrecer al electorado. En 2020, Joe Biden obtuvo una estrecha victoria, en un país sumido en el caos de la primera administración de Donald Trump, incluida una gestión de la pandemia tan criminal como la de Jair Bolsonaro.
Como presidente, parecía creer que lo que la gente quería era un retorno a la “normalidad” (es decir, a la vieja política). Se esforzó por mejorar los indicadores económicos, sin darse cuenta de que su efecto electoral ya no era el mismo.
Al inicio de su mandato, en un gesto audaz, Joe Biden apoyó la huelga de los trabajadores de Amazon, que exigían el derecho a sindicalizarse. Pero el equilibrio no logró el apoyo del vasto sector de personas precarias (aquellas retratadas en los Oscarizados tierra nómada) sino más bien para ganarse la antipatía de los barones de la “nueva economía”, reforzada por los tímidos intentos de regular las grandes tecnologías.
Cabe recordar que Jeff Bezos, de Amazon, determinó que el El Correo de Washington, el periódico que también posee, rompió la tradición de apoyar a los candidatos demócratas y se declaró neutral en las elecciones de este año.
Cuando la incapacidad física y mental de Joe Biden para postularse a la reelección se hizo demasiado evidente y -después de un largo y agotador proceso- tuvo que ser reemplazado, la opción por su vicepresidente pareció “natural”, pero no menos equivocada.
Parecía la solución más rápida, capaz de unir al partido. Pero, aparte de eso, ciertamente una política poco hábil, mal oradora y carente de carisma, su único activo era ser una mujer de ascendencia africana e india.
Dado que el atractivo de la identidad resultó cada vez más contraproducente, alienó a más votantes de los que atrajo y tuvo que ser relegado a un segundo plano, Kamala Harris llevó a cabo una campaña errática.
Era la misma vieja política tibia, de hacer gestos en múltiples direcciones para, al final, mantener todo como está.
Del mandato de Donald Trump, a la vista de los signos presentados hasta ahora, se puede esperar un intento de organizar el sistema político estadounidense. Es decir: seguir los pasos de Viktor Orbán, en Hungría, y eliminar todos los controles sobre su poder personal.
Este desenlace es consecuencia de la crisis del modelo democrático liberal.
El secreto de este acuerdo residía en la capacidad de la clase trabajadora para imponer límites al funcionamiento de la economía capitalista. En otras palabras, las democracias históricas no se definen como un conjunto de reglas de juego abstractas, como suele presentarse en la ciencia política, sino como el resultado de una cierta correlación de fuerzas.
La acomodación de la democracia liberal permite, por un lado, que los dominados tengan cierta voz en el proceso de toma de decisiones y, por otro, que los dominantes sepan calibrar las concesiones necesarias para garantizar la reproducción de su propia dominación.
Un componente necesario en esta ecuación es, obviamente, la capacidad regulatoria del Estado. Otra es su relativa autonomía respecto de los propietarios, de modo que se pueden adoptar medidas que los contradigan en el corto plazo.
La crisis que estamos viendo ahora está marcada por la erosión de prácticamente todos los pilares de este acuerdo. El “populismo de derecha” le da respuestas: ilusorias, falsas, pero respuestas al fin y al cabo. El centro y la izquierda electoral ni siquiera llegan tan lejos. Y, sin la reanudación de la capacidad de presión de una clase trabajadora transformada, el modelo de democracia liberal colapsará inevitablemente en una oligarquía abierta, con un frágil barniz electoral.
Estamos hablando de Estados Unidos. Pero, como dijo Horacio (y a Marx le gustaba citar): de ti narratur de fábula.
*Luis Felipe Miguel Es profesor del Instituto de Ciencias Políticas de la UnB. Autor, entre otros libros, de Democracia en la periferia capitalista: impasses en Brasil (auténtico). Elhttps://amzn.to/45NRwS2].
Publicado originalmente en blog de Boitempo.
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