por CLAUDIO KATZ*
Están en polos opuestos de la estructura económica y geopolítica global, pero son parte de la misma ola de extrema derecha que está capturando gobiernos en todo el planeta.
Donald Trump se prepara para iniciar su segundo mandato al frente de la mayor potencia mundial y Javier Milei cumplió un año como presidente de un país periférico. Están en polos opuestos de la estructura económica y geopolítica global, pero son parte de la misma ola de extrema derecha que está capturando gobiernos en todo el planeta. Observar qué tienen en común y qué los diferencia ayuda a caracterizar el principal enemigo del momento y definir cómo afrontarlo.
Penetración del discurso de derecha
Tanto en Estados Unidos como en Argentina, el avance de las corrientes reaccionarias se produjo en contextos críticos, pero no catastróficos. Su éxito no derivó de la existencia de situaciones límite, circunstancias incontrolables o escenarios devastadores.
Donald Trump logró un resultado electoral significativo en todos los sectores sociales y amplió la base de apoyo de su primer mandato, aunque con una baja participación. El malestar con la inflación y el fuerte endeudamiento de las familias fueron decisivos para su éxito, en un contexto de crecimiento ya bajo y empleo de baja calidad. Logró convertir a los inmigrantes, una vez más, en el gran chivo expiatorio, en un contexto de menor afluencia de indocumentados.
El magnate no ganó el trofeo presidencial apoyándose en algún tema candente o como un gran salvador ante una crisis más allá de lo habitual. Volvió a ganar por la penetración previa del discurso de derecha en gran parte de la sociedad norteamericana. Esta incidencia le permitió reforzar los prejuicios existentes y repetir la demagogia proteccionista que promete restaurar los ingresos populares aumentando los derechos de aduana. Culpó a los inmigrantes del deterioro de los salarios, encubriendo a los capitalistas, y ocultó que los trabajadores de otras nacionalidades contribuyen al crecimiento y generan importantes ingresos fiscales.
El patrón discursivo de Donald Trump es el mismo que utilizan otros líderes de extrema derecha para difundir promesas vacías. Javier Milei logró una sorprendente victoria con la misma fórmula. Su lema económico no era proteccionismo, sino dolarización, que elogió como un remedio mágico para la inflación.
El anarcocapitalista argentino aprovechó el descontento con la economía, en una situación de crisis acotada y alejada de las catástrofes de 1989 o 2001. Al igual que su referente norteamericano, aprovechó la aceptación del discurso de derecha y, por tanto, pudo culpar a una casta política indefinible de todas las desgracias del país. Atrajo votos transversales de múltiples sectores y la simpatía de los jóvenes empobrecidos.
Al cabo de un año en el cargo, provocó un tremendo deterioro del nivel de vida de la población. Destruyó medio millón de empleos, aumentó la pobreza y degradó a la clase media con aumentos invaluables de tarifas y gastos médicos prepagos. También ha aumentado la precarización laboral, con crecientes despidos en la administración pública y dinamitado el patrimonio cultural, con un recorte presupuestario que asfixia a las universidades públicas y recrea la fuga de cerebros.
Para justificar esta devastación, Javier Milei utiliza argumentos absurdos, números inventados y razonamientos contrafácticos. Afirma que los salarios aumentan, las pensiones se recuperan y el crecimiento cobra fuerza, tras controlar una inflación fantasmal del 17.000%. Sólo la penetración lograda por la ideología de derecha en importantes segmentos de la población explica la audiencia de tales delirios, después del duro sufrimiento que generó en el grueso de la sociedad.
Frustraciones y decepciones
La razón principal del avance de la extrema derecha es la decepción generalizada con las experiencias anteriores. En Estados Unidos, Donald Trump canalizó el descontento con el neoliberalismo progresista, que respaldaba todas las modas del multiculturalismo, el ambientalismo y los derechos LGBTQI+, al tiempo que validaba modelos económicos regresivos de privatización y desigualdad. El discurso cosmopolita de respeto a las minorías convivió con el refuerzo de las desigualdades sociales, que empobrecieron a las mayorías y enriquecieron a quienes estaban en el poder (Fraser, 2019). La demagogia del magnate logró una enorme receptividad entre los trabajadores afectados (o indignados) por esta duplicidad.
Este antecedente coincidió con la impotencia del rival demócrata de Donald Trump. Kamala Harris adoptó la agenda de su oponente, imitó a su oponente y dirigió una campaña republicana. light, apoyando el clima antiinmigración, eludiendo la batalla del aborto e ignorando las demandas del movimiento afroamericano. Su total validación del genocidio en Gaza alimentó la desilusión de sectores progresistas que optaron por saltarse las urnas (Selfa; Smith, 2024).
Kamala Harris se limitó a repetir vacíos llamamientos a “defender la democracia” que no tuvieron eco, al ser correctamente interpretados como mensajes hipócritas. Trabajó para Wall Street y abandonó a la clase trabajadora, con discursos pensados para los sectores ricos. Dada dicha adaptación a la statu quo, Donald Trump logró fácilmente perfeccionar su imagen de rebelde.
El caso argentino ofrece un ejemplo más sorprendente de la decepción con el progresismo. La presidencia de Javier Milei puede explicarse por el fracaso monumental de Alberto Fernández, quien encabezó la administración más fallida en la historia del peronismo. No sólo validó todas las exigencias económicas de los poderosos, sino que también renunció a librar cualquier batalla política contra el desconocido charlatán de derecha, que aparecía con un escaso bagaje. Javier Milei abrió el camino a la presidencia con la renuncia de sus opositores.
El público general de su campaña antiestatista se nutrió de esta impotencia. Alberto Fernández destruyó la imagen positiva de la actividad pública, abandonó a los trabajadores informales, se doblegó ante el agronegocio y capituló ante el FMI.
Desde la presidencia, Javier Milei obtiene mayores frutos de esta impotencia del justicialismo. Impone su programa reaccionario con el apoyo de una pequeña minoría de legisladores, frente a la pasividad del grueso del peronismo y la complicidad de sus sectores más conservadores. No sólo ha absorbido a la derecha amiga, sino que también ha neutralizado al segmento que proclama su rechazo al rumbo actual.
Esta inacción le permite mantener la narrativa inconsistente que justifica su abuso. Atribuye todos los ajustes a una carga heredada, ocultando el hecho de que su política económica impuso un sufrimiento autoinfligido al grueso de la población.
La pasividad del progresismo ante la audacia provocadora de la extrema derecha no es exclusiva de Argentina. Se anticipó en Brasil con el silencio de Dilma Rousseff ante el ascenso de Jair Bolsonaro. La misma dinámica se repitió en Perú durante la frustrada experiencia de Castillo, quien, en una administración caótica, no pudo cumplir sus promesas.
Estos antecedentes constituyen una seria advertencia para Chile. Gabriel Boric validó la gestión tiránica del poder militar y el control de la economía por parte de una pequeña élite de millonarios. La decepción generada por su gobierno arroja una luz roja sobre los procesos que mantienen la confianza popular.
La prioridad de la paz y las tímidas reformas que Gustavo Petro promueve en Colombia no impedirán el regreso de la derecha, si no está a la altura de las expectativas de cambio que lo llevaron al poder. Ni siquiera el limitado alivio económico introducido por Lula en Brasil será suficiente para contener el visible resurgimiento del bolsonarismo. El extraordinario apoyo electoral de Claudia Sheinbaum en México se verá rápidamente puesto a prueba si Donald Trump confirma el virulento ataque que anunció contra su vecino.
Logros democráticos inversos
Donald Trump y Javier Milei convergen en su reacción frente a los logros democráticos alcanzados en las últimas décadas. Encarnan la típica respuesta conservadora contra los derechos conquistados por diferentes movimientos y repiten lo que ocurrió en situaciones similares en el pasado. Con esta operación reaccionaria satanizan la llamada “agenda despertó”, término peyorativo que utilizan para estigmatizar cualquier logro progresista (Vergara; Davis, 2024).
Se ataca frontalmente al feminismo para revertir los avances del movimiento de mujeres. Las versiones más exóticas de esta campaña presentan a los hombres como víctimas de la “ideología de género”. Usan esta etiqueta para ridiculizar el respeto a la mujer que se logró en muchos países después de una intensa lucha. También luchan contra el derecho al aborto, reviviendo viejos y desgastados argumentos confesionales.
El contraataque de la derecha contra la diversidad sexual es más furioso. Incluye una homofobia brutal, que combina tópicos con invocaciones bíblicas para aterrorizar a las familias con peligros fantasmales (“los niños volverán a casa de la escuela con el género invertido”).
La extrema derecha ataca con la misma brutalidad a minorías tradicionalmente hostiles en todos los países. En Estados Unidos recrea el viejo patrón racista e intenta obstaculizar el movimiento. Negro Materia Vidas, creado por afroamericanos para detener la violencia policial.
Donald Trump combina este ataque con un nacionalismo chauvinista. Pide “hacer grande a Estados Unidos otra vez”, reviviendo la esencia blanca, patriarcal y protestante imaginaria de esa nación. Sus homólogos en Europa utilizan la misma fórmula para difamar a los inmigrantes de África y del mundo árabe, exaltando la identidad cristiano-occidental del Viejo Continente.
Con estas campañas, la extrema derecha actualiza la vieja receta de dividir a la gente en antagonismos artificiales para consolidar su dominación. Refuerza las diferencias étnicas y acentúa las tensiones religiosas para transformar el miedo de los desposeídos en odio contra sus hermanos de clase.
Los prejuicios raciales contra los pueblos vecinos (paraguayos, bolivianos) también son parte de la receta de la extrema derecha en Argentina. Pero Javier Milei centró su ataque antidemocrático en otros dos objetivos. El primero es revertir el gran logro que llevó a prisión a los genocidas de la dictadura. Impulsó una campaña de olvido que ensalza a Videla y cuestiona la cifra de 30 desaparecidos, para forzar el indulto de los militares que cumplen condena. El grupo que difunde sus ideas (Laje, Márquez) se forjó en una cruzada contra este extraordinario logro democrático (Saferstein, 2024).
El segundo propósito de Javier Milei es modificar las relaciones sociales de fuerza dominantes en el país, con el fin de destruir los sindicatos, destruir las cooperativas y debilitar las organizaciones democráticas (Katz, 2024: 305-322). Tiene el apoyo de las clases dominantes, que toleran todos sus impulsos y aceptan su caótica gestión del Estado en manos de personajes impresentables. Medios y jueces le perdonan todos los posibles bochornos, porque esperan lograr con el actual gobierno el ansiado objetivo de pulverizar a las organizaciones populares.
Remodelación beligerante
Tanto Donald Trump como Javier Milei llegaron al gobierno como resultado de la propia transformación interna de la extrema derecha. Esta vertiente sustituyó su antiguo perfil elitista, conformista y conservador por una actitud de implosión, con disfraces rebeldes y poses contestatarias. Copió las posiciones de la izquierda con objetivos opuestos (Urbán, 2024). Utiliza maquillaje desobediente para apoyar la explotación capitalista, alentar la persecución de las minorías e imponer la desmovilización de los trabajadores.
Con esta ruptura cosmética con gestos contraculturales, amplió su centralidad en las clases medias y logró un impacto sin precedentes entre los asalariados y los empobrecidos. Aprovechó la crisis de credibilidad en la comunicación tradicional para extender su influencia en las redes con el apoyo de conocidos multimillonarios. En un contexto de gran descontento con el periodismo convencional, impuso el uso descarado del universo digital. Perfeccionó esta manipulación, con las mentiras instaladas por sus los trolls para controlar la agenda política cotidiana.
El cambio de clima en este tema se ve en la sustitución de personalidades de renombre. La filantropía neoliberal de Bill Gates –que se erigió en asesor para resolver todos los problemas de la humanidad– perdió peso. Ahora prevalece la brutalidad de Elon Musk, que no disimula su narcisismo y desprecio por cualquier causa noble. Convirtió a Twitter en un pozo negro de discursos de odio, ataques antifeministas e insultos racistas. Ahora se dispone a reforzar su negocio de privatización del espacio cósmico, aprovechando el alto cargo público que le ha asignado Donald Trump.
Javier Milei no sólo comparte estos hábitos de la nueva derecha, sino que está comprometido a conceptualizarlos, a convertirlos en temas dominantes en la política internacional. Por eso invierte tanta energía en la batalla cultural contra el progresismo. Considera que el neoliberalismo ya ha derrotado este aspecto a nivel económico al universalizar los principios de competencia, mercado y beneficio. Pero no logró el mismo éxito en el campo del pensamiento, los valores y las actitudes. Para lograr esta segunda victoria, enfrenta una “lucha por la hegemonía”, para usar los términos del denostado marxista Antonio Gramsci.
Pero esta disputa de ideas no tiene relación con la extrema derecha, que se siente más cómoda luchando por el poder mediante el uso de la fuerza. Aunque menciona sin entender la noción de hegemonía, su comportamiento sigue guiado por los principios schmittianos de autoridad, decisión y definición de un enemigo al que enfrentarse. Con estos antecedentes, aprovecha la impotencia de sus oponentes y la pasividad de sus adversarios para imponer sus códigos en cada enfrentamiento (Sztulwark, 2024).
Donald Trump utilizó el mismo criterio para construir poder con soberbia y soberbia. Proclamó con facilidad su intención de impugnar cualquier resultado electoral que no fuera su propio triunfo y preparó un ejército de seguidores para esta revuelta. Con esta actitud, se presenta como el líder celestial destinado a resucitar el liderazgo mundial de Estados Unidos.
Este mismo estilo de intimidación es utilizado por la extrema derecha en otros países para neutralizar la centralidad de sus antiguos socios en el conservadurismo tradicional. Fija la agenda e impregna todos los debates, estableciendo las prioridades del sistema político. Este avance coincide con la renovada influencia de los teóricos del liberalismo extremo (Hayek), en detrimento de sus colegas convencionales (Aron). También se relaciona con el agotamiento del consenso neoliberal, que en las últimas décadas aseguró la alternancia de fuerzas tradicionales en la gestión de un mismo orden capitalista (Merino, 2023).
Donald Trump apoya este giro reaccionario en la tradición forjada por la “revolución conservadora” inaugurada por Reagan y consolidada por Tea Party. Recreó la vasta red de millonarios, medios de comunicación e iglesias que se apoderaron del Partido Republicano y proporcionaron personal y una base militante para su próxima administración.
Javier Milei no tiene el partido, las congregaciones y el entrelazamiento financiero de su padrino yanqui. Llegó al gobierno inesperadamente, sin la tropa de fieles formada por su jefe en la Casa Blanca. Por eso invirtió gran parte de su primer año en el cargo en crear ese apoyo. Gobierna radicalizando acciones y subiendo las apuestas para crear un movimiento identificado con su figura.
Hasta la fecha, los resultados de esta operación han sido escasos. Su versión anarcocapitalista es ajena a la tradición liberal criolla y profesa un credo muy alejado del viejo nacionalismo reaccionario. Sus gurús intentaron fusionar su dogma ultraliberal minoritario austriaco con el catolicismo conservador de sus colaboradores más cercanos (Johannes, 2022). Pero este cóctel de libertarios y tradicionalistas hasta ahora no ha atraído mucho apoyo. De hecho, salió airoso de su primer año, más por el apoyo de la oposición que por la consolidación de sus propias fuerzas.
Una matriz neoliberal radicalizada
Un fundamento importante de Donald Trump y Javier Milei es la regresión ideológica generada por cuatro décadas de neoliberalismo. Durante este período se introdujeron todos los mitos actualmente exacerbados por la extrema derecha. La inserción de estas falacias permite a los líderes reaccionarios capitalizar el descontento suscitado por el modelo que los precedió. Son al mismo tiempo un producto de este esquema y una reacción a sus consecuencias.
Durante el prolongado período de preeminencia neoliberal –que marcó el inicio del thatcherismo y consolidó la implosión de la Unión Soviética– la ideología de la competencia, el mercado y el individualismo penetraron en vastos sectores de la población. Este impacto superó su tradicional centralidad entre las elites y su conocida influencia en los sectores medios, para captar importantes capas de la población. Esta influencia creó las condiciones para el surgimiento, en la última década, de convicciones de extrema derecha que radicalizan la matriz neoliberal.
Este cambio hacia formas extremas de la misma base explica la erosión de la solidaridad entre los propios trabajadores. El neoliberalismo ha generalizado el supuesto individualista de que el trabajador asalariado es el culpable de sus dificultades. Postula que esta responsabilidad se deriva de su ineficacia cuando está empleado y de su competencia reducida cuando está desempleado.
Este mito ha sido contradicho por la desigualdad, los bajos ingresos y el trabajo precario, que los capitalistas han ampliado para aumentar su rentabilidad bajo el neoliberalismo. Pero esta evidencia no resultó en un resurgimiento de la conciencia socialista, sino en un proceso inverso de captura del descontento popular por parte de la extrema derecha.
Estos aspectos transformaron el principio neoliberal de la responsabilidad del pueblo por sus desgracias en un criterio beligerante para culpabilizar a los sectores más sumergidos. La culpa individual fue sustituida por la difamación de los más oprimidos, pero sin alterar jamás la absolución de los capitalistas. La campaña contra los inmigrantes, los pobres y la economía informal se basa en décadas de creencias neoliberales que eximen a los millonarios y culpan a los indefensos por las desventuras de la sociedad.
Donald Trump utiliza esta inversión de la realidad para difamar a los inmigrantes y Javier Milei utiliza la misma falacia para atacar a los piqueteros precarios. En ambos países aprovechan la internalización de las fábulas competitivas del neoliberalismo para contrastar a los pobres con los más pobres.
Esta misma radicalización de la matriz ideológica neoliberal se puede observar en otros campos. La exaltación de la desregulación, el elogio de las privatizaciones y la adulación del mercado han resultado en apologías del capitalismo que ensalzan la desigualdad social. Los elogios a los empresarios llevaron, a su vez, a una mayor glorificación de los jefes.
Durante décadas, el neoliberalismo ha utilizado los elogios al capitalista para difamar al socialismo, proclamar “el fin de la historia” y decretar el entierro de cualquier proyecto de igualdad. En base a esto, la extrema derecha utiliza un anticomunismo delirante. Donald Trump sitúa a Biden cerca de esta desgracia y Javier Milei denuncia irradiaciones del mismo mal en Gustavo Petro, Lula y López Obrador.
Ciertamente, el universo de redes regidas por la mentira contribuyó a potenciar estos delirios. Desde la pandemia, ha surgido un espectro de opiniones paranoicas y conspiraciones malvadas, con fuertes sabores terraplanistas y antivacunas. Estas locuras prosperan en el terreno fértil de las creencias introducidas por el neoliberalismo y remodelan la extrema derecha.
Adversidades sociales y políticas
La extrema derecha canaliza el descontento con el neoliberalismo en todo el mundo a través de la debilidad de la izquierda. Todos los aspectos anticapitalistas siguen afectados por la crisis de credibilidad del proyecto comunista, inaugurada con la caída de la Unión Soviética. Este golpe a la conciencia socialista no es un hecho invariable ni eterno, sino que fue recreado por las experiencias desalentadoras del progresismo.
La ola marrón también tiene sus raíces en la transformación social regresiva introducida por el neoliberalismo con la segmentación de la clase trabajadora, la expansión del trabajo precario, el aumento del desempleo y la creciente informalidad del trabajo. Esta ruptura de la cohesión social del proletariado facilita la erosión de las tradiciones cooperativas y debilita la organización sindical. Creó un terreno fértil para el derecho a desafiar la acción colectiva.
Pero el principal apoyo de la derecha proviene de los resultados de la lucha de clases. Diversas adversidades recrearon escenarios negativos de gran impacto global. La trágica derrota de la Primavera Árabe –con dictaduras, destrucción de países y preponderancia de la brutalidad yihadista– tuvo este impacto.
En otra escala, también fue relevante el reflujo de movimientos que despertaron esperanzas en Europa, como los indignados en España, los militantes en Grecia y los chalecos amarillos en Francia. Dos sectores clave, como el feminismo y el ambientalismo, también enfrentaron serios obstáculos.
El éxito electoral de Donald Trump estuvo influenciado por el revés acumulativo de las luchas populares. Este retroceso no ha sido revertido por las movilizaciones más recientes de mujeres, afroamericanos, sindicatos y jóvenes por Palestina. El ascenso de Bernie Sanders (y los Demócratas por el Socialismo) se estancó antes de alcanzar el impacto necesario para competir con sectores significativos del electorado.
En Argentina, Javier Milei llegó al gobierno en un momento de reflujo de las luchas sociales e inicialmente enfrentó una gran resistencia popular, con dos huelgas generales y una marcha extraordinaria por la educación. Pero, más tarde, logró forzar el descenso de la movilización, mediante la intimidación represiva, la presión del desempleo y el aumento de la pobreza.
El anarcocapitalista utiliza estos recursos para atacar a los sindicatos estatales y contener la lucha de los jubilados. Contó con la complicidad de la burocracia sindical y el apoyo del Congreso para aprobar las leyes de ajuste. Este apoyo lo animó a multiplicar sus agresiones.
Pero este embate puede frenarse si la acción de los educadores recupera energía y se transforma en un movimiento duradero, como el protagonizado por los estudiantes chilenos. La lucha por la educación tiene un gran respaldo social debido al prestigio de la universidad pública, que tradicionalmente tiene las mayores expectativas de ascenso social. Esta institución sigue generando esperanzas entre las familias empobrecidas, como un espacio de educación gratuita que les permitiría revertir el colapso de sus ingresos.
Javier Milei corona su primer año de mandato con triunfalismo y en un clima de cierta estabilidad. La principal explicación de este resultado reside en el reflujo que impuso al movimiento popular. Como el propósito central de su mandato es someter a los trabajadores, este indicador es el principal barómetro de su gestión.
Si la resistencia social resurge en los próximos meses, Javier Milei podría enfrentar en las calles la misma derrota que marcó el destino de Mauricio Macri en 2018. Si, por el contrario, logra consolidar la retirada de esta lucha (y logra proyectar este dato en un buen resultado electoral), podría acercarse al éxito frente a las huelgas que realizó Menem para iniciar la convertibilidad.
Otro escenario económico
Donald Trump y Javier Milei surgen en el mismo contexto de la crisis de la globalización neoliberal, inaugurada en 2008 con el gran colapso y rescate de los bancos. Este impacto definió dos períodos muy diferentes del actual modelo capitalista. La gran expansión inicial de la globalización financiera, productiva y comercial fue reemplazada por el proteccionismo y la actual reorganización de las cadenas de valor.
Esta reorganización favorece la proximidad de los suministros (deslocalización) y traslada fábricas desde localidades cercanas a la sede (amigas) para reducir el riesgo de un corte de suministro (burlarse) en el tenso escenario de bloques comerciales en conflicto.
Actualmente se debate si esta reestructuración frena la globalización (ralentización) o lo revierte (desglobalización). Pero la internacionalización ascendente se ha desacelerado y este cambio facilita el reemplazo del globalismo neoliberal por el nacionalismo de extrema derecha.
Este cambio incluye una creciente intervención del Estado, ya no para ayudar a los bancos en situaciones de emergencia, sino para sostener el progreso de la economía con las regulaciones que el neoliberalismo intentó eliminar. El modelo actual continúa el esquema anterior, pero en formas diferentes a su matriz inicial y en coexistencia con políticas neokeynesianas.
La extrema derecha navega por esta ambigüedad, que en algunos temas apoya el intervencionismo y en otros el neoliberalismo extremo. La fuerte presencia del Estado para hacer frente al resurgimiento de la inflación y al descontrol de la deuda pública es un ejemplo de la primera hoja de ruta.
Estas acciones pretenden evitar que se repita el colapso financiero de 2008, que puso en peligro la subsistencia de los siete bancos más grandes de Occidente y la consiguiente continuidad del capitalismo. Esta crisis dejó una sensación duradera de temor, que se puede ver en las diapositivas de pánico que acompañan a cada temblor en Wall Street. Nadie sabe si estos shocks son parte de la rutina del mercado de valores o si son una reanudación de la agitación del sistema financiero.
Gran parte del programa económico de Donald Trump es consistente con este nuevo escenario de intervención estatal. Pero su interferencia también está motivada por la pérdida de competitividad de la economía estadounidense frente a su rival china, y esta caída no puede corregirse con simples regulaciones o aumentos de los aranceles aduaneros. Estas medidas no hacen más que ilustrar la improvisación defensiva de una potencia que es incapaz de contener el deterioro de su productividad (Roberts, 2024).
En otros ámbitos, Donald Trump recrea las desregulaciones más extremas del neoliberalismo. Esta inclinación se puede ver en el negacionismo climático. Promueve la extracción de petróleo que aumenta la destrucción del medio ambiente y el consiguiente aumento de sequías, inundaciones y olas de frío polar o calor tropical. Este apoyo se debe a su estrecha asociación con las compañías petroleras y el complejo militar-industrial. Por eso alienta la fantasía antiverde de resolver el desastre climático con alguna respuesta espontánea del mercado. Entre los más cercanos a nosotros, incluso hay personajes que relacionan la crisis ambiental con castigos divinos a los pecadores que se han desviado de la religión (Seymour, 2024).
Otra conexión con el neoliberalismo puro se puede observar en el entrelazamiento del trumpismo con la economía digital de Elon Musk. Este favoritismo tiende a acentuar la preeminencia de un sector que navega por la frontera de la sobreinversión. Si las descontroladas expectativas empresariales que abriría la Inteligencia Artificial siguen atrayendo capitales que superan la rentabilidad que genera este sector, el peligro de una burbuja tecnológica crecerá.
Un brote como este (la crisis de las puntocom) sacudió todos los mercados a principios del nuevo siglo. El trumpismo no puede escapar a esta repetición, porque refuerza varios desequilibrios introducidos por el neoliberalismo sin corregir los demás. En última instancia, gestiona el mismo sistema capitalista que plantea estas tensiones.
En este ámbito económico, Javier Milei contrasta marcadamente con su regente. Utiliza una retórica ultraliberal y antiestatista que contrasta marcadamente con el intervencionismo declarado de Donald Trump. No es sólo la apertura comercial de Argentina la que choca con el proteccionismo estadounidense. Las privatizaciones y el desmantelamiento de obras públicas en el Cono Sur también son diametralmente opuestos a los subsidios que apoya el magnate del Norte.
Debido a este contrapunto radical, la economía argentina quedó en gran medida desprotegida frente al actual giro americanista. El país será un sumidero de los excedentes de bienes del mundo si comienza la guerra arancelaria de Donald Trump. Es muy poco probable que el proteccionismo de la Casa Blanca exima a Argentina de los muros comerciales.
Mucho más peligrosas son las posibles consecuencias de un aumento de los tipos de interés, que serían impuestos por los reguladores financieros estadounidenses (FED) para moderar la inflación provocada por el conflicto arancelario. Si esta medida repite la habitual salida de capitales hacia el Norte, el actual verano financiero de Argentina podría quedar abruptamente destruido.
Los especuladores que traen fondos del extranjero para beneficiarse de los altísimos rendimientos de los bonos y acciones locales se verían tentados a poner fin al ciclo financiero para proteger sus ganancias y regresar al paraíso estadounidense. Esta secuencia precipitó los desplomes financieros que, en las últimas décadas, colapsaron la economía argentina.
Es cierto que este eventual colapso se ve mitigado por el blanqueo de capitales que, por enésima vez, premia a quienes evaden grandes cantidades. En el mediano plazo, el nuevo superávit comercial que proporcionarán las exportaciones de petróleo y minerales también podría compensar la falta de dólares. Javier Milei espera estabilizar su modelo relanzando la deuda y supone que Donald Trump facilitará esa hipoteca apoyando un nuevo préstamo del FMI.
Pero ninguna de estas hipótesis diluye el peligro de una convulsión financiera, precipitada por algún acontecimiento local o internacional imprevisto. Estos cisnes negros desencadenaron los colapsos de 1982, 1989, 2001 y 2018. Javier Milei hizo que la economía argentina fuera más frágil que nunca frente a estos peligros, al recrear el modelo de dinero fácil y dólares baratos que fomenta el endeudamiento, desalienta la inversión, despilfarra moneda y destruye el aparato productivo. Mientras los socios del país se devalúan para enfrentar la tormenta que prepara Donald Trump, la Argentina se encarece en dólares y se prepara para repetir una variante de la Convertibilidad, mucho más dañina que la que sufrió en los años 1990 en un gran escaparate internacional. Experiencias de la extrema derecha.
*Claudio Katz. es profesor de economía en la Universidad de Buenos Aires. Autor, entre otros libros, de Neoliberalismo, neodesarrollismo, socialismo (Expresión popular) [https://amzn.to/3E1QoOD].
Traducción: Fernando Lima das Neves.
Referencias
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Vergara, Jimena; Davis, Sybil (2024) Las elecciones presidenciales en EE. UU. UU., la nueva derecha y cómo afrontarla, https://www.aporrea.org/internacionales/a335842.html
Saferstein, Ezequiel (2024) Agustín Laje, el cruzado de la nueva derecha latinoamericana. dinero
https://nuso.org/articulo/agustin-laje-el-cruzado-de-la-nueva-derecha-latinoamericana
Katz, Claudio (2024). América Latina en la encrucijada global, Buenos Aires Batalla de Ideas; La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.
Urbano, Miguel (2024). La extrema derecha ha recuperado el elemento rebelde de la izquierda
https://www.pagina12.com.ar/723698-miguel-urban-la-extrema-derecha-ha-recogido-el-elemento-rebe
Sztulwark, Diego (2024) ¿Un presidente Gramsciano? https://www.pagina12.com.ar/783571-un-presidente-gramsciano
Merino, Gabriel (2023). Un nuevo consenso de Washington https://www.iade.org.ar/noticias/un-nuevo-consenso-de-washington
Johannes, Javier Molina (2022). La batalla cultural Usos de Gramsci por los derechos
Roberts, Michael (2024) EE.UU.: Algunas elecciones sobre economía, inmigración y políticas de identidad https://contrahegemoniaweb.com.ar/2024/11/11/eeuu-unas-elecciones-sobre-la-economia-la-inmigracion-y-las-politicas-de-identidad/
Seymour, Richard (2024). Entrevista a pensador marxista sobre cómo el derecho extremo explota la crisis ambiental https://vientosur.info/richard-seymour-no-puedes-pegarle-un-tiro-al-cambio-climatico/
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