por Joao Adolfo Hansen*
Comentario a una novela policiaca y un libro de cuentos del escritor recientemente fallecido
Como toda historia de detectives, el libro Y de la mitad del mundo de la prostitución, solo me quedé con mi cigarro comienza con los humos de un problema: “¿quién mató a X?”. Cuando el misterio comienza a desentrañarse, el autor produce otros, matando a más personajes. Las muertes son funcionales: el autor escribe desde el punto de vista del final, cuando el criminal se revela, por lo que complica la trama, acumula violencia, sospechas y pistas, para que el lector pueda descomplicarla.
Por ejemplo, proporciona evidencia contra un personaje, induce al lector a creerlo, convierte la sospecha en una pista falsa, lo engaña. O, encontrando al culpable, cita causas que motivan el crimen: pasado escabroso del asesino, parricidio, locura. La literatura está llena de estos pseudodices que especifican la verosimilitud del género. El lector ya lo sabe, pero se divierte con los actos malvados, se los traga con placer: “Juega de nuevo, Rubén”.
Aquí, la inteligencia del autor tiene que ser inversamente proporcional a su bondad. Cuanto más perverso, arriesgando el arte con el lugar común, seduciendo con precisión técnica y asustando con afectación escéptica, mejor. Mientras juega al gato y al ratón con el lector, lo distrae con pastiches: habanos, mujeres fatales, proverbios baratos, desencanto cínico.
Más divertido aún es el barniz cultural que Gustavo Flávio, el escritor-personaje que perdió parte de un órgano fundamental, involucrado en los crímenes, aplica en intervalos reflexivos, de alfabetización autoparódica. Gustavo Flávio habla de imaginación y paciencia – “lentes festina”, lector! – requerido hoy por el gran arte de escribir. Todo lo que dice es "pseudo", cita falso de Gustave Flaubert y otros: “un montón de sofismas”, comenta el abogado-detective-narrador Mandrake, quien, entre otros, hace la magia de explicar que no fechó las transcripciones utilizadas en el relato, “perjudicando” su linealidad cronológica …”Madame Bovary c'est moi?” Sin duda, Rubem Fonseca es gran sintaxis: saca oro de la nariz.
La materia prima de su sintaxis es la época del capitalismo tardío, cuando lo sublime, antes aspiración exclusiva de los poetas, se generalizó democráticamente. Global, como se suele decir, hoy es cualquier cosa: irrepresentable. Si Flaubert dijo que hay que estar muy triste para reconstruir Cartago, ¿qué hay que estar para imaginar Río o Singapur?
Y del mundo de las prostitutas... es por los cuentos del libro Historias de amor como el tablero para las piezas de ajedrez: son literalmente “aburridas”. El término no significa la voluptuosidad del aburrimiento, sino la suave combinación de una sintaxis cinematográfica que plasma efectivamente la ausencia contemporánea de acontecimientos, haciendo visible lo que no se ve: articulaciones y tensiones, más que cosas. Aquí, la incongruencia calculada de una sintaxis clara y materiales innombrables es la presencia del monstruo. El humor negro de la construcción de lo insignificante afirma la nada, la nada, de un mundo frío, pero en modo alguno absurdo; más bien tiene una lógica explícita, que ilumina los títulos cínicos como un supermercado.
No hay nada en él de ironía romántica, de la infinitud autorreflexiva de la conciencia, del deseo de escapar lejos de este mundo sin sentido. Carece del antiguo sentido del sentido y desconoce el “sacrificio por la colectividad”, lo trágico, del que hablaba Sanguinetti en tiempos pasados. Es bajo y bajo, burlesco: la muerte en su forma contemporánea, la arbitrariedad fascista de la violencia sin concepto, sigue siendo un hecho infame, pero mueres como uno de esos perros que los dueños sacan a la carretera para que los atropellen y ya está. Magnífico, pues, el realismo de la sensación de irrealidad generalizada, porque en el artificio de Fonseca todas las cosas están al mismo nivel, agitadas por una horrible energía sin propósito.
Tanto Y del mundo de las putas como los cuentos de Historias de Amor glorifiquen la paciencia constructiva de esta igualación. Son hiperfuncionales: toman cualquier acción en el medio, la vinculan con otra y otra, intransitivamente, disolviendo sus causas o motivaciones en pastiche. Las frases se suman como una verosimilitud sintáctica, que imita y corroe el esquematismo de la novela policiaca y la cine negro. Fonseca es un minimalista: su arte es perversamente clásico, trabaja con la paciencia de un caleidoscopio que cada vez recombina brillantemente los mismos pedazos rotos de banalidad.
Todos sus personajes son simulacros: pastiches de personajes de otros textos. Compuestas como mecánicas de gestos repetidos, son pura relación. Los hombres succionan lenta y repetidamente; mujeres prisa, el cigarro. Solo los hombres saben fumar, y Freud, 20 al día, murió de cáncer en la boca. El interior de los personajes es humo, como el de Álvares de Azevedo, ninguno, puro efecto de la relación del cuerpo con el estímulo arbitrario: Leitão y el amor de Jesús, en el cuento “O amor de Jesus no Coração”; Robert y Sabrina, en el cuento “Carpe Diem.
Todavía en Historias de amor, un sicario mata a quienes contrataron el servicio; la casi víctima lleva una bata, que le recuerda a la madre que nunca tuvo. En otra, el amado le pide al amante que haga matar al hijo de la amante de su ex-amante para vengarse de la humillación porque -esto no le dice, el actual es un bloque de carnicero- todavía besa a escondidas la foto de su ex En Y del mundo de las putas, Mandrake piensa que Gustavo Flávio es simpático cuando lo ve fumando un cigarro. La arbitrariedad de las acciones se lee como un residuo de actos equivalentes; la violencia sin concepto que se vive en cada segmento de ellos proviene de la saturación de los relatos como mecánicas del gesto.
Por tanto, la frialdad de los personajes es la de la inconsciencia de los títeres: como los de Kleist, no saben nada del peso de la materia, pero en la gravedad vuelan, ardiendo como la pólvora. Entre la seducción de la jugada y el miedo al jaque mate, son elementos de una combinación. Algo los atraviesa, probablemente la propia energía del continuo desplazamiento, que los hace estremecerse de vida y vacíos de transitividad, como los electrodomésticos de la cocina brutalmente real donde se corta la carne: yo, tú, él. No hay un "nosotros". Aquí, la literatura se reconvierte a la letra: es literal. La reducción a la mecánica naturalista del gesto es vigorosa y figura lo único real, el intercambio, sin profundidad, interioridad ni altura por contraste.
Ya se ha mencionado el brutalismo, el hiperrealismo, el pop y la posmodernidad de este arte. Brutalismo? Su tema es inmediato: la chusma básica de las clases bajas, medias y altas. ¿Hiperrealismo? Tiene el resplandor fluorescente de la vida muerta de los simulacros; Figuras frías un mundo sin ningún sentido, pero rigurosamente lógico. ¿Estallido? No sucede en él más que la repetición del acontecimiento de la falta de acontecimientos que hace su estado de ánimo sombrío y familiar. posmoderno? Vampiriza la libido del lector regresivo. ¿Parodia y pastiche? Cuando la materia de la realidad con la que se entreteje la maldad del autor es lo inconmensurable kitsch, la parodia parodia ¿qué, exactamente?
*Juan Adolfo Hansen es profesor titular y titular de literatura brasileña en la USP
Artículo publicado originalmente en Revista de reseñas no. 31.