Dos años de desgobierno – Viaje al centro de la nada

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por ALEJANDRO DE OLIVEIRA TORRES CARRASCO*

Reflexiones sobre la génesis del estancamiento político brasileño.

“Un italiano, que vendía alfombras en Calcuta, me dio la idea de venirme; di (en tu idioma):
– Para los perseguidos, para los usted, sólo hay un lugar en el mundo, pero en ese lugar no se vive” (Adolfo Bioy Casares, el invento de morel).

No es sencillo ni fácil ir directo al grano cuando el tema es precisamente una fantasmagoría. Todo intento corre el fatal riesgo retórico de algún manierismo de efecto dudoso, y, señalando el fantasma aquí, allá, allá, está siempre dispuesto a deshacer, sublimar y confundirse, como siempre, con la más dura realidad, a la altura de la condición de un fantasma. Así, siempre existe el riesgo de sucumbir a la fantasmagoría que es creer en fantasmas, es más, peligros de peligros. Por tanto, estas líneas conllevan el grave riesgo de la mistificación, algo así como una autocombustión fantasmal, tragada por su tesis: no están en ninguna parte.

Vamos a explicar. Desde la elección del actual presidente, índice de un reordenamiento político que se produjo tras el golpe blanco disfrazado de juicio político, en 2016, uno de los temas favoritos del análisis político minorista (y a buen precio) es el alcance, alcance y naturaleza de tal centro político, que no necesariamente y de inmediato se confunde con lo que se denomina “centrão”, en referencia directa a una parte importante de diputados y partidos del Congreso Nacional. El supuesto oculto de estos análisis sería el siguiente: tanto el golpe de 2016 fue “centro”, como consecuencia, la confirmación del conocido “Dilma perdió el centro”, uno de los eslóganes que circulaban en la época, cuyo refuerzo retórico Llegó con otra observación, ya entonces bastante dudosa, como el impedimento/golpe por ser del “centro”, dejaba intacto el “centro”, aun teniendo en cuenta todas las apariencias en contrario.

Nuestro modesto y mucho más común “invento del Doctor Morel”, el centro, estaría allí, desfilando frente a nosotros, como reaparece cada tanto. Aquí y allá, en el intercambio de opiniones, se comercializan los ejemplos más notables de estos análisis, el “centro” como criterio de medida, de quienes se alejan de él –los extremos–, de quienes se acercan –la derecha, con otros vocativos más agradables, y como un cogito mucho sui generis, el “centro” funciona como transparencia de uno mismo para uno mismo y, por extensión, transparencia de uno mismo para el otro, en la versión más optimista de los cartesianos, soy, existo, de modo que la simple voluntad de su enunciación, como promesa, tesis o esperanza, basta para cumplir sus condiciones de existencia.

Esta medida de todas las cosas -advertimos que no hay una- sería no sé qué reedición de una famosa cataplasma para los que en 2018, 2016+2, apuestan por lo que sabían, y muchos no. creer, a pesar de saber, y ahora tener cierta vergüenza -innecesaria- de recoger el premio en la ventanilla de apuestas -“dark horse” en la calle 17-, junto a las últimas noticias de los más de cuatrocientos treinta mil muertos, y contando, además de muchos otros cien, ciento cincuenta mil muertos ya contraídos a corto plazo, quizás a muy corto plazo, sumado al colapso del sistema de salud, falta de oxígeno y suministros hospitalarios de todo tipo, recesión persistente, estanflación, etc., etc., etc., manteniendo, sin embargo, “el techo de gastos”, índice y resumen de todo el proceso, un consenso de “centro”, como “todos” se reconocen y se felicitan.

Así, cuando se instaló el actual gobierno, había tantas buenas almas escrutando sus posibles y probables elementos de moderación, los que lo llevarían “al centro” (estoy tentado de utilizar las infames “citas”, y tal vez, comillas por “comillas”, pero respeto la buena fe de aquellos analistas de la ocasión y de aquella ocasión en la que se llevaron todo trolló, lavándose las manos de la estafa, muy en serio). Allí estarían las marcas idiosincrásicas del centro nacional en ese famoso arreglo que iba desde el entonces Ministro de Justicia, pasando por los militares -“nuestros” profesionales de la experiencia-, por el cuerpo técnico, no sólo los recién llegados, también los heredados. del gobierno de Temer, incluido el artífice del techo de gasto, hoy cómodamente en el sector privado, donde soporta sin miedo los cólicos ajenos.

Después, los hechos desmintieron esas esperanzas, tal vez una, dos o tres veces, hubo las mismas inteligencias escudriñando los elementos de moderación en las instituciones nacionales (e incluso, en un llamamiento conmovedor, la moderación de las instituciones internacionales), los elementos de moderación en las acciones del parlamento, la fantasía veraniega que fue ese “parlamentarismo” blanco, ligero, disfrazado o lo que sea, los elementos de moderación en el Poder Judicial y llegamos, hoy, al colmo de la cumbre, en la reanudación de la insistente investigación de los elementos de moderación revividos por las Fuerzas Armadas, algo difícil de poner en perspectiva, digamos, desde el golpe de Estado y el autoritarismo endémico que son portadores, difusores y amplificadores, conocidos y conocidos.

Modestamente, aquí con mis botones en el más bajo clero, los fantasmas que veo son de otro orden (sueño y pesadillas con las damas de Santana, los bachilleres andrajosos de nuestra Facultad de Derecho, un desfile militar de criminales sonrientes, un anónimo casa en Niterói, los delitos contra la humedad están prescritos por aquí, y siempre me despierto empapado). Tal vez sea el caso que ajusto mis alucinaciones a las de nuestra opinión media publicada a escala industrial, y ya hago la reserva, para los que entiendan, a pesar de que esta misma opinión nazca, crezca y florezca según el escrutinio muy local, y familia, "gremio de un colegio privado", algo muy nuestro. No me desespero de recurrir posiblemente a alguna ayuda medica, confieso que estoy muy tentado, de no entender, seria demasiado, de simplemente tratar de apaciguar tantas pesadillas y quien sabe, sobrevivir a su furor. Desgraciadamente, no es un sueño que se sueña solo, la pesadilla en la que participamos, como predijo una vez un filósofo muy popular.

Antes del efecto de estas píldoras milagrosas, sin embargo, le voy a dar un guiño y otro a la pesadilla, porque al fin y al cabo, el oficio obliga.

No son pocos los que, aún hoy, después de 2018+2, hacen profesión de fe la investigación de los elementos de moderación disponibles para y en el gobierno y su entorno institucional e incluso, con llamamiento dramático, a dicha sociedad brasileña, civil y organizado Esto, en parte, se convirtió en la ideología de la convivencia con el actual gobierno, y tiene una función casi terapéutica. Tal llamamiento, sin embargo, no está exento de “historia”, por así decirlo: el golpe de 2016 se cubrió con una finísima capa de aparente moderación y “centrismo”, a pesar de la violencia y virulencia que movilizó, todo en adelante ya tan anunciado y revelado viejo. De ahí que para comprender la nueva reorganización de nuestro autoritarismo que hoy rige y sus corolarios (clasicismos, racismos, esclavitudes de todo tipo, en una nueva y efectiva reorganización de certo resentimiento, y en flamantes términos discursivos, actualizando la máxima del radicalismo de derecha, el medio es su propio fin, como ya apuntaba Adorno en el lejano año 1967[i]), capaz, por así decirlo, de cooptar a nuestro partido de orden, vale la pena comprender cuánto funciona y ha funcionado lo que llamamos el “centro” bajo ciertas condiciones muy específicas y su sustancia es no tener sustancia.

Algunos dirán: este es exactamente el centro, a lo que yo respondo, esto es solo el comienzo de la fábula. El caso es que la búsqueda del centro sublimada por el golpe de 2016 produjo ciertos fenómenos pintorescos: tanto una cierta crítica moral, cuando no moralista, en la que el repertorio “crítico” para describir los males de la política –no tener un “centro ” (trascendental, porque para el empirista basta con el “hub”)- requeriría versiones nuevas o renovadas de alguna versión nueva o renovada de subjetividades, diagonales, horizontales, trapezoidales o lo que sea, que van desde el “emprendimiento” de un pousada en Noronha al “emprendimiento” del repartidor de bicicletas.

¿Será tal bloqueo de entendimiento, es decir, por qué la “sociedad civil” se aparta de su propio texto, efecto del trópico? No sé, con mis botones aquí, pero a nadie le debe extrañar que pasemos de la “deconstrucción” y el “rizoma” a la “frenología” sin escala alguna, siendo este exceso de medidas, por cierto, el chiste es muy viejo, la medida de nuestra vida ideológica. En este esfuerzo se busca todo lo que pueda ser tomado más o menos como un correlato empírico y actual de un “centro”, cuya idea especulativo es fantasmático en la medida en que es tanto o más moral. Tal centro político buscado con urgencia, comprensible por otra parte y, evidentemente, nunca logrado, no deja de producir el fantasma del fantasma. Conocemos el final de la historia: Brás Cubas muere sin poner su cataplasma en los anaqueles. Anunciado, nunca realizado.

De ahí que, insisto, valga señalar en este caldo espesante que quienes hoy buscan y profetizan el “centro” son los mismos que creyeron firmemente que el golpe de Estado de 2016, con toda la pirotecnia y retórica ultraregresiva, en la mayoría de los casos, menos “retórica” en el sentido retórico y aún más retórica de lo literal, que era necesario movilizar y liberar, la falso frais esa "revolución". El golpe sería, ideológicamente realizado, una operación quirúrgica altamente calificada para extraer un elemento que resultaba (y se había vuelto) ajeno a la dinámica de nuestra quebrantada representación política. La extracción de ciertos elementos indeseables en ese punto del proceso, para simplificar con un adjetivo vacío, parecía la mejor opción desde muchos puntos de vista.

De hecho, se tenía la expectativa de que finalmente la izquierda sería extirpada del juego competitivo por el poder, de lo contrario no valdría la pena el esfuerzo, y es sabido lo poco amistosas que son las élites nacionales y todos sus acólitos con la esfuerzo, por lo tanto, el esfuerzo tiene que valer la pena, justo lo que necesitas, por favor. Tal prestidigitación equivaldría a reemplazar a todo el campo de izquierda, no sólo al Partido de los Trabajadores, cuarenta años antes de hoy y dar la bendición artificial de cuarenta años de ventaja para la necesaria reorganización de las grandes empresas y los intereses, junto con las fuerzas y los actores privilegiados de su entorno, la derecha llamada “centro”, y acto continuo, todo ello según sus rigurosos y actuales criterios de productividad, rentabilidad e interés, ya no o suficientemente contemplados al final, algo dramático, y este adjetivo , seamos sinceros, tiene contenido, del ciclo del PT en el gobierno de Dilma.

Por supuesto, la pérdida (no tan súbita) de funcionalidad del PT en el juego y mediación de los grandes empresarios e intereses, que representa cualquier gobierno que gobierna y quiere gobernar, es un juicio exclusivo de esos mismos grandes empresarios e intereses, y, añádase a esto a esto, la vocalización de que parte de la élite política, derrotada en tres elecciones presidenciales, hizo este juicio, ampliándolo y aliándolo a intereses más pequeños e inmediatos, los propios, espesando el caldo de ese caldo. En cuanto a esto, seamos realistas, es parte del juego jugado, y no hay razón para oponerse al golpe, que fue, un purismo ingenuo que el PT nunca tuvo, en un sentido práctico, a pesar de que a unos y a otros les gusta movilizar purismos para, normalmente, fines impuros, de derecha e izquierda.

Y con eso, no se quiere decir que el PT no supo en absoluto negociar con estos grandes intereses, y hacer con ellos sus consorcios, en general parciales y precarios, como lo hizo y lo hizo durante mucho tiempo. Y, una vez más, es un juego jugado. Como decía Nicolau: aquí, sólo, la verdad efectiva de la cosa. Por lo tanto: el “golpe”, término, proceso y significado tiene algo más allá del corte puntual que el término indica, golpe entre comillas, por tanto, y va, como fue, mucho más allá de la extemporaneidad de sus procedimientos legales, normativos e institucionales. : fue un retroceso, institucional y políticamente, en sentido amplio, en el reconocimiento y funcionalidad, en sentido específico, de la representación política en la absorción de lo que en el PT no fue (y quizás no puede ser) concesión y compromiso: el poder popular. carácter y contenido que el partido toma como marca y forma su identidad partidaria al darle una forma histórica, y que no se neutraliza ni se neutraliza en los compromisos que aceptó asumir por la gobernabilidad del país, que es lo que conocemos como ser.

El PT pensó, creo por mi parte, que era, y siempre ha sido, una exigencia del proceso de llegar al gobierno y a buena parte del poder institucionalizado aceptar ser cooptado en parte por el centro, en parte por el cierto, pero que el costo de esta cooptación sería menor que la ganancia social de esta nueva articulación de fuerzas que pasaban por un consorcio de gobernabilidad con otras fuerzas distintas a las que él, el PT, pretendía representar o representaba exclusivamente. Y no caigamos en la payasada de "correlación de fuerzas", por favor. En este momento, los dados han sido lanzados, dados la vuelta y aplastados.

Este reconocimiento y compromiso marcan la elección de 2002. Desde la “Carta al Pueblo Brasileño” hasta el compromiso con el control fiscal y presupuestario, pasando por la “autonomía” operativa del Banco Central, el “neoliberalismo más que comprometido” de más de dos tercios del ciclo del PT en el gobierno, todo fue una concesión aceptada con fines pragmáticos: poder gobernar y acumular poder en esta operación. Que hay oportunismo de todo tipo en medio de esto y en el proceso mismo es tan evidente para esto como para todo lo demás, lo que significa que no se puede ni se debe dar protagonismo analítico a este secreto a voces, bajo la fuerza de cualquier apelaciones morales, como le gusta al resentimiento de la clase media. El resultado es la verdad (y la verdad es el resultado), sin duda: pudiendo gobernar, el PT, dentro de esos estrechos e irrisorios límites, hizo un gobierno popular, como ya se dijo, y no tiene sentido para mí repetir el eslogan: como “nunca antes en la historia de este país”.

Quizás ese sería el punto crucial: cuánto de lo que el PT dio de sí al proceso sería una “verdadera rendición” y cuánto no quedaría “dogmáticamente” ligado a la “autenticidad” de sus orígenes, este convesco enigma de los ricos pueden haber estado marcados en la desconfianza permanente de los ricos en relación a las buenas intenciones (hacia ellos) del PT. La crítica supuestamente realista (y cínica) a cierta élite intelectual muy arraigada en nuestra querida Alma Mater de la Vieja República pasa de largo: la falta de sofisticación del PT, que vuelve de vez en cuando en la discusión de golpes y refutación sobre el “populismo” –entre paréntesis, de “izquierda”-, este otro El fantasma (o fantasma del otro) que a veces hace del miedo congénito al “haitianismo” que moduló nuestro siglo XIX sería, en definitiva, su falta de cinismo, ya que el cinismo es el destino moral más alto que corresponde a los modernos y mueve demasiado a nuestros pequeños modernos.

Jugar el juego y dejarlo jugar, la famosa ambivalencia entre tacto y cortesía que se había formalizado de esta manera a fines del siglo XIX, en el mundo alfabetizado francés, no encajaba en el disfraz “radical” de la masa más importante. y partido de izquierda, post 1988, o no encajaba en parte. El corolario de esta incapacidad conduciría a un realismo insuficiente, incapaz de emular y capturar el cinismo de los tiempos modernos, y todo el fetichismo que ello implica, según este juicio crítico de salón. Pocos dirían que este atraso del PT le beneficiaría, como parece ser: un partido de los trabajadores, en el sentido clásico, y también de los pobres, como siempre ha sido y sigue siendo, manteniendo los dos caminos abiertos, el trabajo socializado por el proceso productivo, en aparente crisis, el trabajo formal, y los sin trabajo “fijo” (formal y “protegido”) y condenados al trabajo, viviendo al margen del proceso que reemplaza y excluye a ellos.

El hecho es que nadie perdona los dogmatismos poskantianos, más aún después del nuevo bellaletrismo de los años treinta, tan propio de nosotros, reacondicionado por la pertinacia de los profesores franceses, ellos mismos efectos y partícipes de la construcción de un “neutro” y “ “centro neutralizador”, el “centro republicano” de la Tercera República Francesa, por ser el que, correspondiendo a las expectativas (incumplidas) de la Revolución de Julio (1830, Francia), “república” sin Terror, a pesar de ser, en letra, un proyecto de monarquía constitucional liberal, tiene lugar sólo en la Tercera República (1870, Francia después del II Imperio), hasta que la crisis de los años treinta (del siglo XX) rompió cuantos contratos hubo, y lo habitual los fantasmas, el fascismo, el chovinismo, el antisemitismo y, obviamente, la “lucha de clases”, entraron en escena, derribando todo.

Los presupuestos de esta crítica snob –que intercambia términos según corresponda, oscilando desde una discreta inclinación antipopular hasta el antiPTismo más explícito– quedaron algo oscurecidos durante los años de bonanza, en términos de PIB, alianzas políticas y promesas de amor, la construccion del centro por el PT, de 2002.

Sin embargo, estas críticas de salón surgieron y ganaron cada vez más amplificación y se convirtieron en síntomas, pues el gobierno de Dilma perdió, por así decirlo, el control del proceso, y menos querido, ya no fue capaz de coordinar y monitorear las diversas expectativas en juego: es dos para allá, dos para aquí. La pérdida de efectividad del arreglo inicial, en el gobierno de Dilma, es naturalmente efecto de muchas causas, concurrentes y contradictorias, que poco a poco se fueron presentando como la gran ventana de oportunidad para una oposición (y algunos elementos recesivos de izquierda) cuya El mejor cinismo se estaba volviendo ineficaz para recuperar el proceso político que se le había escapado de las manos en medio del sombrío segundo mandato del profesor Cardoso.

Da la casualidad de que el PT había ganado un cuerpo inédito a lo largo de los años del altiplano y no sería solo un juego de cuerpo el que lo sacaría de la racha ganadora así como así. Por lo tanto, ingrese castillos y chandons la tesis del impedimento aparece, drástica, y alimentada por los impasses políticos y económicos, en buena medida igualmente institucionales, que hereda y en parte incita la presidenta Dilma, mejor calculada después de aquellos días de junio de 2013, sobre los que no entraré en detalles, ya que están más allá del alcance de este artículo.

Dirijo la atención analítica a este punto: ser derrotado políticamente es un juego, la verdad efectiva de la cosa, como nos recuerda, una vez más, Nicolau. Subrayemos, sin embargo: el impedimento es una operación extraordinaria bajo cualquier aspecto, y más aún cuando se aplica a un partido integrado en el sistema de reglas del proceso político. Como no podía ser de otra manera, produjo efectos extraordinarios, en gran parte fuera del control de quienes creían tenerlo bajo control, aunque en el momento inmediato, en el tiempo de la política, con la detención del expresidente Lula, mil cabezas secas, la cuenta parecía cerrada y el asunto cerrado. (Después se supo, ahora se sabe: fue la estafa del billete ganador).

Verán, mi ligera reconstrucción de este proceso, en estos garabatos que pongo aquí y allá, no tiene otra pretensión que la siguiente: hubo una desorganización del proceso, que ganó cuerpo y escala en el paso del primero al segundo Gobierno Dilma, por causas endógenas y exógenas, y las que aparecieron, por causas necesarias y contingentes. Este desajuste no produjo necesariamente el impedimento/golpe, pero proporcionó suficientes razones para ello. Las fisuras con el centro político, aceleradas en el ciclo de Dilma, que se perfilan y comienzan a aislar al gobierno en su propio campo, y que tienen que ver con dinámicas electorales emergentes, la histeria de la opinión media con la espectacularización criminal, claramente dirigida , sobre todo porque anclado en el eslogan “la corrupción del PT”, un fraude de declaración exhaustivamente repetido, ya que no era “del PT”, como siempre fue, fue donde siempre estuvo, lo de siempre, el fin del súper ciclo de ., etc.

A esto se suman los conflictos entre el gobierno y el campo en el que se vio involucrado, que se agudizaron, para bien o para mal, en parte por los efectos de 2013, todo desembocando en el segundo mandato, con la importante caída del PIB y sus corolarios, renta, productividad, condiciones de acumulación, etc. En definitiva, aún no sería suficiente para neutralizar, como se dice, “entre paréntesis”, al PT y con él a casi toda la izquierda, que lo seguiría por fuerza de gravedad, quiérase o no. De otro modo: la desorganización del gobierno de Dilma (bombardeado por choques externos e “internos” de todo tipo, pero reiterémoslo, en política no hay “mala suerte”, sólo Fortuna) no fue motivo suficiente para el fuera de juego.

El impedimento fue una deliberación en parte vendida, en parte comprada por un consorcio entre la élite política, los derrotados de 2002 sumado a los nuevos invitados que llegaban, y los grandes empresarios e intereses y cuyas expectativas, luego frustradas, debían realinearse mutuamente, y quirúrgicamente, con el hechizo mágico de no pagar el costo político específico de tan tremenda maniobra excéntrica. Entonces, se decidió no ganar una elección del PT, se decidió sacarlo del juego. La operación, extraña en sí misma, solo encajaría si se acepta como válida alguna operación mágica. Hechicería típica de las élites locales cuya modernidad, anterior a la moderna ética del trabajo, es del orden del encantamiento y, por extensión, no es raro que crean firmemente en todo tipo de operaciones espirituales. Los ejemplos abundan. El retorno de lo teológico-político entre nosotros no es una regresión, sino una afirmación de nuestra específica modernidad, cabe señalar.

Eso sería lo más divertido de todo, si no fuera por la tragedia: hay un núcleo irracional increíble en la racionalidad que inició el impedimento, en términos políticos e institucionales. Y con este núcleo, al parecer, nadie contaba, ninguno de sus patrocinadores. Hay una disociación cognitiva importante en los líderes del impedimento: dada toda el agua que ya había pasado debajo del puente, no sería posible extirpar al PT sin extirpar juntos el “centro” que el PT homogeneizó y “centralizó” en la jerga de izquierda, en cierta medida, lo disciplinó y lo organizó en términos de representación e intereses, con cierto éxito, sobre todo después de mediados del primer mandato del Gobierno Lula, aun considerando la crisis de relación que había vivido el centro con el gobierno de Dilma, desde mediados del primer mandato hasta el final de su interrumpido segundo mandato.

Lo que el PT hizo a paso de tortuga, y que representaría una ganancia perenne en la política nacional, fue modernizar el centro desde la izquierda (olvidemos el “mensalão”, porque nadie que perdió los dientes de leche tiene licencia para suponer que el El PT, en el poder, no haría lo que era una práctica común de gobierno, “moral” o “inmoral”). En parte, aparte de este proyecto Tucano al principio, con Mario Covas, pero que resultó ser al revés, el centroizquierda del ex MDB fue disciplinado por la derecha “moderna” del fin de la dictadura, que , en términos de público y crítica , se puede ver en São Paulo, tomando como ejemplo la educación pública. Aquí, con todos los efectos deletéreos posibles e imaginables, la educación pública bajo la larga dinastía de los tucanes es un desastre dado y consumado, bajo el cual “todos” callan.

Y no hay mayor compromiso público tucán que rebajar lo más posible, y en este caso la imaginación llega lejos, en la misma medida que conserva, con desgana, el sistema de universidades estatales para egresados ​​del sistema de colegios privados de la clase alta de la zona oeste de São Paulo. Por supuesto, estamos mejorando y mejoraremos a medida que una parte creciente de esta élite, al “internacionalizarse” a sí misma “por fuera”, comienza a reasignar a sus herederos en “universidades” del “centro”, en particular las norteamericanas, y las hace más superfluo también el sistema universitario público local, desde el punto de vista de los caciques y sus inmediatos.

Volvamos, pues, poniendo en lo posible entre paréntesis estas miserables miserias.

Así, en parte la propia innovación del PT en la modernización de la representación política, dados los estrechos límites dentro de los cuales se dio, en parte la acumulación de un proceso que partió de los hitos de la Constitución de 1988, en definitiva, un proceso imperfecto y limitado. , pero proceso acumulativo y, en un sentido general, “progresivo”, ese era nuestro estado de cosas antes del salto de golpe que fue 2016. Estaríamos inscritos en un proceso a largo plazo, al menos en apariencia, muy lento, pero efectiva, lo que no quitaba que no fuera sanguinaria e injusta, según el código postal y el color de piel del ciudadano brasileño. Este proceso liderado por el PT ya formaba parte de la construcción “imaginaria” del centro.

Pero, también en apariencia, apariencia muy real, a pesar de todo, esto fue fatalmente abortado, lo que da un buen margen de desconfianza y mistificación para los últimos ratos de este que te escribe. Así que quizás la anécdota contada aquí sea en sí misma la de un fantasma, o mejor dicho, una anécdota de fantasmas para fantasmas: la fraseología política no puede marcar la diferencia. auge sin que la realidad de la violencia desnuda parezca enseñarnos a todos una lección.

Lo que sigue, sin poder decir cuánto provocó el bloqueo de este proceso, ni cuánto fue su causa última, el efecto decisivo del golpe sufrido por la Presidenta Dilma fue el siguiente: lo que parecía ser el “centro” fue destruido, que era y había sido siempre una especie de espejismo y ficción específica y operativa, pero más o menos eficaz, según las artes del hechicero. Los actores del centro, al final de este proceso, sin palabras, perdieron sus disfraces y corrieron hacia los extremos de la escena.

Los supuestos y nuevos protagonistas del centro de la escena se quedaron sin “escalera”; sin “permiso”, el texto se perdía: de ahí la violencia y la irrupción casi obscena del discurso privado –familia, religión, parientes, amigos de taberna, equipo de fútbol– con motivo de la nefasta votación del impedimento, y de ahí que, efectivo y abrumador, vino lo que sabemos: una degradación discursiva sin precedentes, una amplia licencia para la violencia verbal, diría casi sin precedentes, que es, paradójicamente, no sólo verbal. El medio es el mensaje, como dice el eslogan publicitario. Nuestra violencia ha adquirido una nueva figura de autoconciencia. Ya sea ganancia o pérdida, aquí está el hecho.

Esta fantasía del “centro” no es nueva en nuestra historia política y tiene sus diversas versiones. Un centro de “fantasía” era el sueño de Castellistas cuando al dar el golpe de 1964, también preparado y pensado durante mucho tiempo, con una capa extra de barniz barato que el golpe de 2016 -paradójicamente, por cierto- no dudaron en poner en marcha una reforma del partido , una reforma institucional de la política de representación (Actos Institucionales 2, 3 y purgas políticas y administrativas de todo tipo, bipartidismo, constitución otorgada) a fin de hacer inviable la resistencia a lo que vendría, resistencia en términos de la gramática política consagrada por la democracia anterior ciclo, 1945-1964.

En una palabra, se preocuparon diligentemente de vaciar la representación, entonces en funcionamiento, de contenido popular, para no perder a otro la reprezentção pretendían proteger. Esta operación funda el mito militar-autoritario de que el golpe tenía “apoyo” popular: lo que era popular y lo que estaba en contra, dejó de contar, pues ya no estaba representado. La reorganización de las formas gramaticales y sintácticas de la lucha depende de la gramática natural de la vida política, que en buena medida deriva de las “instituciones” (“la institucionalidad”, en sentido amplio, secreta este lenguaje, por así decirlo, del conflicto permisible). Vaciar y esterilizar el trabajo, prohibir el PCB, nuestro primer partido de masas y popular, fue la gran obra política de ese amplio espíritu de (terrible) prosa parnasiana de cuartel, Golbery do Couto e Silva, y que la llevó a cabo de manera torcida, hay llegar a un acuerdo.

La inauguración, que protagonizó el último presidente general, que hizo carrera a partir de asistente de Golbery, se dio también en el contexto del fin del ciclo de “mis tareas políticas”: se había construido un centro amplio, sin unidad de conjunto, fácilmente cooptados por los minoristas, en teoría, todo ello con vistas a evitar la intensificación ideológica propia de principios de los años 1964, en el punto álgido del fatal callejón sin salida del entonces ciclo populista, con sus reformas de base. El MDB, luego PMDB, actual MDB, que sería, como es, el heredero del golpe de 1964, y en eso no hay demérito, sólo se verifica como el efecto mejor previsto de la modernización política proyectada por los castelistas, poco a poco asumió ese rol de responsabilidad, es decir, a medida que los autostopistas primerizos del golpe de XNUMX fueron menguando en el camino, fragmentándose en los bordes de ese centro imaginario en construcción.

Hay que reconocer que al final del camino el propio MDB se vertebra, un tanto inesperadamente, de la arcilla de su arcilla emerge un Golem, que a sabiendas o no, se convirtió en heredero del auténtico (el “auténtico MDB”, al que rindo un modesto homenaje), y poner en práctica, en la medida de lo posible, el programa radical de 1972-1974, en la medida de lo posible, en el último tercio de la década de XNUMX: amplio, general y amnistía irrestricta –que no sucedió, vale subrayar por enésima vez, ni de derecho ni de hecho, pero movilizó un nuevo centro, materializado momentáneamente al final de la dictadura, especialmente en torno al tema revivido de la amnistía y la derechos – y la (re)constitucionalización del país, que fue más allá de lo esperado – es posible que Mario Covas, al frente de la Comisión de Sistematización, sacara a este viejo del centro, Ulisses Guimarães, para la izquierda – a pesar la tesis inicial, la de la auténtica, derrotada, siendo la de una (re)constitucionalización por vía de una Asamblea Nacional Constituyente excluyente.

En el arco de este proceso, desde el IBAD, con su célebre y célebre escritor y cineasta, hasta el “odio y asco de la dictadura” sólo quedaron fragmentos del laborismo histórico, y un vago recuerdo de los años de gloria del PCB, destruido y reconstruida pocas veces, y la masa amorfa de este centro, que, sin embargo, con la Constitución de 1988, y el proceso que la movilizó, trae y figura la memoria del momento de mejor materialización de este centro imaginario. Hay que pensar hasta qué punto el detalle del artículo 5o CF no incluye la lucha por una amnistía amplia, general y sin restricciones.

No obstante, podrían aparecer nuevos actores, como lo hicieron de ese atasco general que fue el proyecto inicial de los intelectuales del golpe de 1964: infantilizar para proteger el debate político y, por extensión, la representación política, a través de los fantasmas de la laboratorio cultural, en la antesala del SNI, que bajo la tutela del mismo Golbery, tomó forma a principios de los años sesenta y ahora reaparece con toda la letanía familiar: “anticomunismo”, “esfera de influencia de la civilización occidental”, “ paz social”, “poder moderador del ejército”, etc., etc., etc.

Esto no fue sin propósito, seamos realistas. A medida que se “moderniza”, el país seguiría “protegido” del debate eminentemente moderno sobre la disputa por las ganancias de la modernización, el clásico costo de los conflictos distributivos (basta ver cuántas ganancias de productividad no se revirtieron en salarios). en los años del milagro, contrariamente a la teoría de “los buenos”): lucha de clases, para los que son íntimos. Expliquémonos: la promesa era avanzar en los modos y procesos de explotación y acumulación, y protegernos del debate distributivo mediante la tutela y la bendición militar (cuyo costo es mucho menor, en términos contables, que el costo político y distributivo Strictu sensu).

Sencillamente: el uso perverso, extensivo y autorizado del arbitraje y de la violencia estatal como medio por excelencia de extinción y represión de los conflictos, que hizo de esta violencia, mediada y meditada, el obstáculo no-política de un debate cuyo trasfondo moderno, por excelencia, sería y es político. Evidentemente, esto no sucede con impunidad, es decir, sin costo histórico permanente, y sin contaminar una sociedad y sus formas de vida. Quizás la sociedad brasileña no era tan absurdamente violenta como lo es hoy antes de lo que le enseñó el golpe de 1964, uno de mis contrafactuales favoritos. Pero definitivamente se volvió violenta y viciosa, e incluso podríamos decir radicalmente violenta después de esa fecha y evento desafortunados. Hoy, al parecer, esa violencia que es nuestra violencia adquiere nueva conciencia de sí misma, junto con el propio país, más acomodado a su propia perversidad y violencia.

Volviendo a nuestro tiempo, sigamos. A todos los efectos, la intención en 2016 fue esta, grano de sal, sin embargo, con más limitaciones y por otros expedientes: en lugar de la reforma partidaria y el bloqueo de pura voluntad contra la política, que inauguró el golpe de Estado de 1964 –la violencia de Estado requiere un actor dispuesto a la violencia, para lo cual siempre hay fuerzas militares voluntarias– con la conocidos efectos cataclísmicos, y que precede y hace posible el plan Campos-Bulhões, este último posible gracias a la extirpación artificial y violenta (como es habitual en los militares) de los medios propiamente modernos para el debate distributivo: la política; en 2016 tuvimos la sofisticación del techo de gasto de Temer, acción ligada al golpe, el “puente a tal futuro”, que en ocasiones hace y resume todas estas pretensiones, votado y aprobado en un año de consentida importante expansión fiscal, con claro intención de hacer sucesor e influir en el proceso electoral antes de su efectividad.

En ese sentido, no hubo manipulación electoral más clara que este expediente, hecho a la medida para garantizar la continuidad de las restricciones impuestas por el golpe, otorgando lo que pronto sería negado radicalmente, siempre que, por supuesto, los mejores argumentos técnicos de los ideólogos del rentismo y sus partidarios se observaron acólitos, de “centro”. Lo que nadie previó fue que, después de tantos ajustes y violencias, hasta entonces nada muy nuevo entre nosotros, enmascarado por los discursos y textos más histriónicos, pero también por los menos histriónicos y los más “técnicos”, centro de la fantasía, y el supremo la fantasía de la élite nacional, que pretendía lograrlo en una película, en definitiva, de pronto se convirtió en cuento de viejas.

Y ese efecto colateral, la extinción del centro, que siendo tan importante enturbiaba el síntoma que pretendía tratar, la negativa de los contenidos populares a la representación política, apareció, definitivo e intempestivo, en 2018, incluso para quienes tienen el privilegio. de autoengaño sin costo ni incomodidad, beneficio que el comando permite y ofrece como bonificación, muy comprensiblemente: el impedimento destruyó el centro al que se pretendía entregar el poder y premió a la extrema derecha brasileña, más orgánica y organizada que cabría suponer, mejor preparados sobre todo para la anomia institucional construida deliberadamente por la establecimiento.

Esa misma extrema derecha que, en los años en que el PT traía a su órbita la materia ectoplasmática del centro, aparecía residual e impertinente, y cuando, entonces, se pensaba que se estaba creando con gran diligencia un cordón sanitario que lo aislaría. como mero residuo de todo posible autoritarismo y violencia de la que somos herederos, se ha convertido en síntoma de algo más grande, que en ese momento encontró sus mejores condiciones para expandirse desde el penúltimo golpe de Estado.

Dadas las características de nuestra representación política y la dificultad histórica de formar partidos políticos nacionales propiamente dichos, el centro brasileño es siempre subsidiario de un actor que le da sustancia en una típica operación de transfiguración. El PT no es de centro, pero es de su sustancia partidaria que deriva el centro que se impuso en el último bloque. El aprendizaje de esto fue la gran novedad y el gran activo que construyó el PT a lo largo de sus años de meseta, y el uso pragmático que hizo de él dio un inesperado salto de rumbo a su gobierno. El golpe contra el PT fue también y sobre todo el golpe de centro, que no se puede reconstruir sin esa magia típica de la representación política. Y sin este “centro”, dadas nuestras condiciones de gobernabilidad y ejercicio del poder, la representación política deprava y degenera. Ahí es donde parece que estamos ahora. En un centro depravado, en ninguna parte.

2018+2 trae esta verdad retrospectiva: no hay un centro político actual. No porque no haya, no porque no pueda haber: simplemente porque el centro, como un Golem que ya ha hecho su aparición en este texto, necesita un soplo divino permanente para existir, necesita una operación mágica - pongamos los términos cierto, finalmente- necesita una densa operación ideológica para prevalecer. Lo que hizo el golpe de Estado de 2016 fue romper ese hechizo, bajo el pretexto de ordenar las finanzas públicas, pero cuyo objetivo oculto, y no tanto, era extirpar y bloquear todo el contenido popular y de izquierda que pudiera haber en el orden de representación. .

Puede quedar sin ser popular, puede ser popular sin ser dejado. Esa fue la ultima condicion ad-hoc adheridos a nuestra paupérrima democracia por los que están en el poder. Pasaron dos años después de 2018 del gobierno más violento y regresivo para que esta verdad comenzara a surgir. Como la forma de operar de la extrema derecha es tomar los medios como fin, la "propaganda" como teoría, la verbosa virulencia es ya una acción, no es ni puede ser mero discurso. Añádase a esto lo ocurrido: bajo una vertiginosa pandemia que, paradójicamente, inmovilizó otro catalizador que aceleró y dramatizó aún más el proceso, se crearon las mejores condiciones de laboratorio para empezar a reconocer esta verdad, que, por cierto, reconoce el actual presidente: él, un político experimentado, sabe que este “centro” sólo existe si existe esta transmigración del alma, esta materialización ectoplasmática, que diligentemente bloquea, y mantiene, él y su bloque de poder, con raíces materiales evidentes, en lo “concreto”, lo que también llaman su “autenticidad”, con algo de razón y, más o menos, funciona como tal, para mantener la objetividad política bajo la órbita de sus obsesiones y perversiones, por así decirlo.

Lo que solía ser el centro, el “centrão”, es llevado al centro de este discurso de extrema derecha que es una agencia política stricto sensu. Con humor, por supuesto, al fin y al cabo somos brasileños y tropicalizamos la barbarie desde hace mucho tiempo. Y estas obsesiones, depravaciones y perversiones, vale decir, son muy objetivas y no un caso de análisis o incluso de psicología social, que antes era el centro, pero ahora es un mero “centro”, bajo contrato con la extrema derecha, eficaz con celo, porque sólo así se reconoce como real.

Aunque algunas personas recalcitrantes prefieren mantener la creencia de que las mesas se sostienen sobre sus propios pies, es necesario reconocer la claridad de esta dura verdad: no es así. Pero eso solo, a la vista de todo, no es suficiente, es claramente insuficiente desde un punto de vista crítico y analítico. Así que vayamos un poco más allá.

***

“Criticar la filosofía política clásica no significa simplemente profundizar en su problemática para demostrar la inadecuación de sus métodos. Se trata de cuestionar su propio objeto, retomando desde allí su campo real y la problemática que le debe corresponder. La crítica de la filosofía política tiene pues su fundamento en la constitución del objeto de la política”.[ii]

Vuelvo, como preámbulo a esta segunda parte, si no el concepto, al menos el espíritu, el clima político y teórico que hizo que la obra de Emir Sader fuera notable en varios aspectos,[iii] tesis de maestría defendida en 1968, un hito para cierta izquierda, pues atravesó las mejores referencias críticas de la época, dentro y fuera de los muros universitarios. En aquellos días, la obra de Sader formalizaba de manera ejemplar cierta crítica a la filosofía política clásica, si se me permite, en términos de vanguardia e izquierda, entonces, en la cresta de la ola, al intentar, de manera muy concisa , correlacionar, aproximadamente, como por una determinación recíproca, “modo de producción” y “representación y poder políticos”, el problema político moderno por excelencia, movilizando para ello elementos políticamente vivos o aún vivos, con nuevos hábitos mentales traídos por la universidad recién llegada –la misma correlación que buscaba con otros medios, para otros fines y con otra escala y paleta conceptual, por así decirlo, Ruy Fausto en su conjunto Marx: lógica y política, de quien Emir fue mentor, y José Arthur Giannotti en Trabajo y Reflexión.

Todo ello con el fin de establecer un corte analítico lo suficientemente preciso para separar los efectos de la fraseología política, su naturaleza esencialmente ideológica, que fácilmente produce encantamientos, de su fundamento. objetivo y reemplazar, en una nueva alineación de una instancia con la otra, la “política” en otra perspectiva de inteligibilidad.

No en vano esta obra recibió la siguiente mención: “Aquí está el punto controvertido que vale la pena resaltar, el destino de un discurso filosófico cuando su objeto pierde consistencia social. Este fue el caso de la Filosofía Política, género propio del Antiguo Régimen: con la subordinación del mecanismo del intercambio al de la producción, no sólo se quedó sin sujeto sino que, como pensamiento residual, pasó a centrarse en un manera inversa en el proceso real. Ello circunscribía un punto de vista original desde el que criticar la filosofía política (víctima de la sustantivación del capital comercial), que de hecho inauguraba con una breve lectura de Maquiavelo y Rousseau. Dos circunstancias, sin embargo, impidieron la prueba de la fecundidad de esta variante de la crítica materialista de la ideología. Unos años más tarde, como es bien sabido, se volvió lugar común señalar el déficit del marxismo en el campo de la ciencia política (por no hablar de la desastrosa práctica de los marxismos oficiales): el discurso estratégico de conquista del poder había descalificado de antemano cualquier concepción positiva-institucional, etc. Fue cuando la mala conciencia de la izquierda, en un momento de hegemonía liberal, redescubrió la Democracia, y con ella, la dimensión supuestamente original de lo llamado “político”. Un paso bastó para dotarla de una ontología propia, resucitando con la llamada ontología de la Filosofía Política, que dejó de ser un mero capítulo historiográfico para ser elevada a la condición de fuente original de nociones como la de evaluar el progreso de la filosofía contemporánea. sociedad capitalista”.[iv]

Sin nostalgias fuera de lugar, seamos sinceros, no hay mucho tiempo para esto, menciono ese programa y el problema de fondo que se deriva de ese programa, esbozado anteriormente: cuánto de la crítica y el análisis político actuales no son en sí mismos fraseologías políticas con un segundo capa ideológica, la de la ideología del rigor o la de la ideología de la ciencia. Sin ánimo de llevar la conversación a esos lados más serios, de hecho, al contrario, la llevo, como me conviene, a otro lado, sin perderla de vista, eso sí. Ni una ontología de la política, ni una ontología del ser social, ni un retorno stricto sensu a las determinaciones recíprocas por el “modo de producción”, sólo la crítica de la crítica de la fraseología fatal de la que somos víctimas, al menos los que estamos por aquí, en las inmediaciones del llano.

En algún momento de El sueño de los héroes., del mismo Bioy Casares que abre este texto, Clara, nuestra heroína, le pregunta a Ruivo sobre sus conocimientos sobre autos, ella que necesita el auto de Ruivo para llegar a tiempo a Emilio Gauna (cosa que no sucede), quien por cierto, es mecánico. Reproduzco el pasaje completo, con los mejores deseos de la oligarquía agraria argentina: “Clara le preguntó por qué no estudiaba ingeniería. – ¿Crees que entiendo de mecánica? Ni una palabra. Si se nos estropea el coche, no esperéis nada de mí, tenéis que dejarlo en la calle. Estoy en la literatura automotriz, no en la ciencia. Te aseguro que es una literatura terrible”.[V]

A ver, el finalmente este ejercicio voluntario de literatura comparada involuntaria de nuestra parte.

Lucha de clases en Francia y El 18 de Brumario de Luis Bonaparte y Recuerdos de 1848.

Comencemos con el díptico de Marx, La lucha de clases en Francia e El 18 Brumario de Luis Bonaparte.

El contexto en el que se inscribe este conjunto es notable, y hay que señalarlo porque eran, al fin y al cabo, tiempos extraordinarios, a pesar de que toda la bibliografía revisionista posterior a 1980 intentaba mostrar lo contrario, aunque sea con fines publicitarios.[VI] Tras la Revolución del 30 (1830) (esto ya estaba en Marx, pero reaparece cristalizado en Hobsbawm, doble lector, de los hechos y de los primeros intérpretes de los hechos), las ilusiones de orden de la restauración posteriores a 1815 se disuelven con la promesa de retoman las promesas de la Revolución (1789), las promesas anteriores a la Primera República.

Sucede que esto ya no es posible, las “energías” liberadas por la Primera República, y en buena medida por el Terror, que consagran, por así decirlo, la nueva gramática política, no permiten la ilusión, querida de aquellos. quiénes fueron los mejores cuadros del partido del orden: recuperando la promesa de una república sin revolución (y sin terror). El diagnóstico más o menos difuso de los jóvenes liberales, en parte derrotados por la restauración (la gironda en la antesala de la primera constitución y la monarquía liberal, que pierde el paso de la historia, principalmente por la traición del rey), en parte contemplada por el viejo orden que regresa, es que, a pesar del retorno, el viejo orden no tiene futuro, sólo un pasado.

Ahora, súmale a esto algo que tiene que ver con el “nuevo orden” que emerge y que complica aún más la relación entre lo viejo y lo nuevo: las revoluciones de 1848, socialistas, por tanto, en una línea de interpretación posible, pero no exclusiva. con la continuidad de los hechos de 1789 y 1793-1794, se subvierten en “revoluciones” de orden: comienzan progresivas, se vuelven reaccionarias, misterio ya conocido y cantado en verso y prosa.

Para Marx hay un gran camino a seguir en la investigación de este nuevo mecanismo infernal que es la política después de la revolución, ahora siempre bajo la sombra de la revolución misma: el desajuste fundamental, la contradicción a nivel de apariencia, otra definición de ideología, se da entre la revolución en los medios de acumulación/producción, las nuevas energías liberadas que proporcionan los nuevos saltos en la productividad y el “lugar” del poder que es representado por los discursos del poder y sobre el poder.

En otros aspectos, lo que hace aún más curiosa la comparación, Tocqueville en Recuerdos de 1848, ve el mismo desajuste fundamental entre el discurso político y lo real, “el” sustantivo político precisamente en este desajuste.

Resumiendo y para simplificar, centrémonos en el intersticio que se produce entre “República” y “modo de producción”. Esta superposición produce un torbellino sintáctico-semántico típicamente moderno, la fraseología de nuestro tiempo: lo que llamamos, de nuevo, ideología. Aquí la ideología tiene una complejidad inesperada. No se trata de mera falsedad o verdad, sino de cómo ciertas ilusiones (como las trascendentales, posiblemente mucho más diabólicas herederas del genio maligno cartesiano) funcionan objetivamente, tienen sentido y consecuencias prácticas. Son hechicerías que sustituyen al trabajo, porque no hay hechicería sin el trabajo del brujo.

La ideología es también una forma indirecta de entender cómo las ilusiones producen sus efectos sin que estos efectos sean comprensibles a través de alguna relación intuitiva común que el sujeto tendría con el mundo. En suma: funcionan en otro régimen epistemológico y semántico y sólo se revelan críticamente, en contra de la intuición. Por lo tanto, con toda razón, la mesa baila con sus propios pies. O 18 brumario se trata, sobre todo, de eso: de cómo la lucha de clases, es decir, cómo los conflictos básicos en la forma de reproducción material de la sociedad migran y se transfiguran en figuras de una figuración que nada tendría que ver con su inmediatez, con lo que denotar, eso no tendría nada de "representativo" en el sentido común.

Lo que este fundamento básico, la lucha de clases, representa siempre de manera diferente. La lucha de clases, que es también un sustrato más complejo de lo que se supone, resumamos, un conflicto y una disputa entre el ímpetu de la acumulación, el valor como nuevo infinito actual, y las condiciones materiales (finitas) dadas para este infinito y prosaico. se perfecciona, dando la “eficacia real” de la que se hablaba, en alemán, a mediados del siglo XIX, es la nueva cogito en la acción, la medida de las medidas de las inteligencias de los hechos. Subliminalmente, Marx nos está diciendo, y la tesis queda suspendida, por mi parte, que este nuevo ensamblaje material del mundo hace obsoletas las filosofías políticas del viejo régimen, sin negarlas en abstracto, como se dice en la jerga.

En el caso francés, posrevolucionario (después de 1789), las ganancias productivas de la reforma agraria llevada a cabo por la primera constitución (1791) chocaron con el modelo de propiedad de la tierra francés, entonces insuficientemente “productivo” para suplantar las condiciones “naturales”. (y oscilaciones) de la producción, debido, por ejemplo, al modelo de rotación por lotes, y la consiguiente incapacidad para aumentar la productividad por área cultivada, preservando el modelo establecido de pequeña propiedad, cuyo fundamento los intereses políticos es inamovible.

Lo que lleva a complicaciones económicas de todo tipo: tanto del lado de lo viejo como de lo nuevo: malas cosechas, por causas “naturales” –frío, calor, lluvia, sol, plagas–, cuando del lado de lo nuevo: lo nuevo parque industrial que limita su expansión a la cantidad de alimentos disponibles[Vii]. Como señala Braudel[Viii], hay una vieja crisis en 1947 -del orden de la producción agrícola, de la producción de alimentos- y una nueva, de la flamante ola “industrial” que se instaló en Francia treinta años después de 1815. Hay un desajuste productivo que implica un desarreglo discursivo, pero no en el sentido lineal que uno supondría, aquí hay otra variación de lo moderno: la ideología es, a la vez, un espacio no orientado por definición, digamos, una cinta de Moebius, su crítica es necesariamente posteriormente y no geométrico. Los callejones sin salida productivos producen una fantasía específica que difícilmente (es decir, no intuitivamente) le correspondería de manera denotativa, según cualquier categoría de comprensión sólida, e incluso cuando se apela a la razón, la respuesta no suele ser fácil.

De ahí la repetición como farsa (Marx estetiza más el problema, por exigencias críticas, que lo teatraliza –que fue el límite, por así decirlo, de la Ilustración para pensar lo político, tal como aparece en Rousseau). En cierto modo, la farsa precede a la repetición (tiene un antecedente lógico, por así decirlo) en el sentido de que sólo se repite porque uno se libera de “decir lo mismo” cuando dice “lo mismo”. He aquí una manera de hablar de repetición que no es repetición del orden del mero entendimiento, por tanto, tautología: no es la política como espectáculo, sino como espectro y espectral, el espacio especular que se reitera con el mismo aire familiar, pero diciendo otra cosa: lo esencialmente ideológicode hecho, en el mejor sentido del término.

Aquí está el viejo pasaje: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen voluntariamente, en circunstancias libremente elegidas, estos, por el contrario, encuentran todo ya hecho, dado, heredado del pasado. La tradición de todas las generaciones muertas pesa como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos. Y en el momento preciso en que parecen ocupados en transformarse y subvertir la realidad para crear lo absolutamente nuevo, es precisamente en estos tiempos de crisis revolucionaria que invocan con ansiedad y llaman en su ayuda el maná de los ancestros, de quienes toman prestados nombres, consignas, costumbres, para representar la nueva pieza histórica bajo la antigua y venerable, disfrazada y con estas líneas prestadas”.[Ex]

Bueno, tanto en el 18 de brumario, de Marx, como en Recuerdos de 1848, de Tocqueville, que ahora traemos mejor ajustado a la escena, hay una inusitada convergencia (además de la publicación tardía que marca la fortuna crítica de los dos libros): el dominio propio de la política se describe como el lugar por excelencia del desencuentro entre las palabras y las cosas, y a las imágenes clásicas de Marx -la primera como una farsa, la segunda como una tragedia- hay otras igualmente notables, en las que los actores centrales de esta escena, las clases, asumiendo el escenario de la política, bajo la escenografía de la historia, tomar una cosa por otra: la república burguesa por la república romana, el sobrino por el tío, la monarquía constitucional por la república burguesa.

Tocqueville dirá, en el mismo espíritu: “Todo lo que presencié ese día llevaba la marca visible de tales recuerdos; Siempre tuve la impresión de que había más esfuerzos por representar la Revolución Francesa que por continuarla”[X]. Este diagnóstico conjunto, de Marx y Tocqueville, de la vanguardia obrera radicalizada de París y sus alrededores, y de uno de los mejores representantes del partido del orden, algo así como los hermanos Gongourt de la crónica política, por su elegancia y estilo, que, por cierto, resultan muy seductoras, retraducen el hilo conductor de nuestras consideraciones: la experiencia del siglo XIX es un largo relato farsa en el que el espíritu, volátil, se sustrae a la letra y cuyo (correcto) diagnóstico de Comte produce una Insólito remedio, el positivismo, el más logrado intento ideológico de marcar el ritmo de las palabras y de las cosas, en el ansiado momento de la normalización de la república. En el mejor de los casos, este sería el mejor aprendizaje del “político”. En el peor de los casos, la mejor arqueología de la ideología de la Tercera República.

Así resumimos la verdad del siglo XIX, tanto francés como europeo, y su fantasmagoría: para Marx, el presente era fantasmagórico porque bloqueaba el futuro, la política como mistificación, la fraseología no valía necesariamente su valor nominal, y su eficacia derivada de este no valor; para Tocqueville, el pasado (el antiguo régimen) era fantasmático porque bloqueaba el presente, la política era insuficientemente real para acechar el fantasma del pasado y reordenar el tiempo del presente según el sentido moral de los acontecimientos: democracia y concertación de clases.

El lugar de la política, sustantiva en su insustancia, es quizás el lugar de la ficción, que es la forma más cómoda de criticar su apariencia. Pero una ficción retórica, es decir, una ficción necesariamente organizada de manera retórica. Tocqueville pretendía ocupar un lugar imposible, de ahí los límites ideológicos de sus análisis, generalmente geniales, que obligan a sustituir un tratado sobre las pasiones del alma: en gran parte la comedia de errores de 1848 deriva de hombres de alma pequeña, imaginación, carece del principio de realidad. Se narra la revolución de 1848, pero al trasladarse a ese lugar donde se cuenta, se la descubre sin contenido: el centro del que pretendía ser vocero, era más ficticio que el intento de la vanguardia obrera de hacer una crítica socialista. de la propiedad, que produce, como contragolpe, la unidad de los enemigos de las jornadas de junio, una nueva edición de la provincia contra París. “Revolución liberal”, tras el fiasco de la revolución de los años 30, primero como ideología, luego como ficción.

Marx asume que la ficción de este lugar donde se asienta la fraseología política, a pesar de narrar, no cuenta, que es esencialmente el embrollo ideológico. Lo que narra el modo de producción – contra la vieja literatura política de la filosofía política del antiguo régimen, “estado”, “soberanía”, “súbditos” – no cuenta. Este quid pro quo no estaba lejos de su fin cuando el último estupor retórico de la política de extrema izquierda articuló el bolchevismo con el sombrero rojo del jacobinismo.

En la secuela de “revolución” y “revoluciones” que produjeron los treinta gloriosos años del capitalismo en el siglo pasado, después de la Segunda Guerra Mundial y ya en marcha la Pax Americana en Europa, se esterilizó definitivamente el jacobinismo en nombre de contener al bolchevismo, con la mejor de las intenciones y teorías, y el resultado fue una reedición de un “centro” anodino, tal como lo hizo el republicanismo de la Tercera República Francesa, siendo, de hecho, su gran obra, repetida (¿como una farsa?) en la Quinta República Francesa. Incapaces, recreativos y meramente reactivos al “mundo de la vida”, desde este lugar asistimos a la lenta degradación del estado del bienestar, más conjetural que esencial, parece. Desde ese mismo lugar vimos el surgimiento del neoliberalismo, hoy en proceso de entrega de armas a los nuevos radicalismos de derecha, al parecer. Nada es así, con impunidad: en ausencia del radicalismo de izquierda, se colmó el radicalismo de derecha: y la vieja xenofobia se convirtió en la neolengua de “nuestros” derechos sociales.

La vieja historia trascendental del centro, que tomo prestada del viejo mundo, como ejemplo de éxito, es esta: hay que creer en la ficción, y contar con el aumento relativo de la productividad de tal manera que se pueda crear las condiciones mínimas para narrar esta historia, la historia de los diversos intentos de falsa emancipación, un término increíblemente anacrónico hoy, haciéndolo “proposicional”, explicable, aunque no deseable... , contrarrestado con las más fantásticas esperanzas para el futuro, viajes espaciales, desmaterializaciones, magia tecnológica al alcance de un suspiro.

En la versión francesa que informo apresuradamente, en tono de farsa, como corresponde, tanto Marx como Tocqueville advierten el destino fraseológico del centro, sin un lugar real, estando allí su lugar real, fatalmente, bajo el riesgo permanente de no tener lugar... De ahí viene también el éxito de la longevidad del Segundo Imperio: el sobrino supo acomodarse poco a poco a un centro deseable e imaginable, el final feliz de toda ficción ocasional, un folleto en papel de periódico para leer en el transporte público. Si no fuera por la trampa de Bismarck y el fracaso de 1870, tal vez hubiera tenido una mejor apreciación, por tantos logros alcanzados. Pero siempre es el momento, después de todo el revisionismo de Furet[Xi] y sus amigos, llegará el momento de los elogios y alabanzas para su sobrino.

La pregunta vuelve a nuestros botones: ¿existirían condiciones para la construcción de un centro coherente entre nosotros? El exceso de violencia que nos caracteriza quizás complique demasiado la tarea, pues nos vuelve demasiado literales. Ciertamente nos falta espíritu literario, contra toda esta literalidad infame, aunque sea de mala literatura.

Mientras tanto, de fraseología en fraseología, llegamos al final de la fábula: de ti narratur de fábula.

“Entendí que lo que había dicho, horas antes, Morel era cierto (pero es posible que no sea lo que dije, por primera vez, horas antes, pero hace unos años, lo repetí porque era la semana, en el disco eterno).

Sentí repudio, incluso repugnancia, por estas personas y su incansable actividad repetida. Aparecieron muchas veces, arriba, en los bordes. Estar en una isla habitada por fantasmas artificiales era la más insoportable de las pesadillas; estar enamorado de una de estas imágenes era peor que estar enamorado de un fantasma (quizás siempre hemos querido que la persona amada tenga la existencia de un fantasma)”.[Xii]

*Alejandro de Oliveira Torres Carrasco Profesor de Filosofía de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp)

Referencias


ADORNO, T. Aspectos del nuevo radicalismo de derecha. Editorial Unesp, São Paulo, 2020.

TOCQUEVILLE, A. De. Recuerdos de 1848. Penguin&Companhia, São Paulo, 2011.

BIOY CASARES, A. Obras Completas I. EMECÉ, Buenos Aires, 2012.

MARX, K. Les Luttes de Classes en Francia. Gallimard, París, 1994.

MARX, K. Trabajos, Banda 8. Dietz Verlag, Berlín, 1960.

Notas


i] ADORNO, T., Aspectos del nuevo radicalismo de derecha. Editora Unesp, São Paulo, 2020. “Si los medios son sustituidos por los fines en medida creciente, entonces casi se puede decir que, en estos movimientos de derecha radical, la propaganda constituye, a su vez, la sustancia de la política”, p. 55.

[ii] SADER, E., Estado y política en Marx. Editora Cortez, São Paulo, 1983, p. 16. Extractos destacados por el autor.

[iii] ARANTES, PE, Un departamento francés de ultramar. Paz y Tierra, Rio de Janeiro, 1994. “Anexo: una critica de la filosofia politica”, págs. 252-254.

[iv] Ídem, ibídem, pág. 253.

[V] BIOY CASARES, A., El sueño de los héroes.. Emecê Editores & La Nación, Buenos Aires, 2004, p. 223.

[VI] HOBSBAWM, EJ, Ecos de la Marsellesa, Rutgers University Press, Nueva Jersey, 1990, págs. 85 y ss.

[Vii] TOCQUEVILLE, A. Recuerdos de 1848, Penguin Company, São Paulo, 2011. Tocqueville, que vive muy lúcidamente (para un partido del orden) el proceso que va desde 1848 hasta el golpe de Estado de 1852, huele el mismo núcleo real, por así decirlo, detrás de las muchas fraseologías cruzadas del período. La propiedad rústica y su estado. En momentos en que se radicalizaba la crítica al partido socialista, en las jornadas de junio, y se tocaba el estatuto de la propiedad, la masa de pequeños propietarios rurales, herederos de la Revolución de 1789, reaccionó “contra París”, en un movimiento que Nunca dejó de tener analogía con lo ocurrido al final de la Primera República, la República jacobina. Mientras Marx trata de demostrar, de manera muy ágil, hasta qué punto el desarrollo económico francés reemplaza al pequeño propietario como servidor de la deuda hipotecaria (cuando antes era servidor del dominio señorial), Tocqueville muestra que el apego al estatus de La propiedad es lo que hace que la Revolución del 48 cambie de rumbo desde la radicalización socialista. Destaco también la notable edición brasileña de Las memorias del 48, traducida por Modesto Florenzando, con introducción y notas de Renato Janine Ribeiro.

[Viii] BRAUDEL, F., “prefacio", in TOCQUEVILLE, A., Memorias del 48, op.cit.

[Ex] MARX, K., La lutte de classs en France, seguir de, Le 18 Brumaire de Louis Bonaparte. Trans. Maximilien Rubel, en colaboración con Luis Janover. París, Gallimard, 1994, pág. 176.

[X] TOCQUEVILLE, A. Recuerdos de 1848, Penguin Company, São Paulo, 2011, pág. 93. En el mismo espíritu, un pasaje anterior ilustra lo que pretendemos destacar: “Ciertamente no es una de las características menos extrañas de esta singular Revolución que el hecho que la originó fue dirigido y casi deseado por quienes serían derrocados por poder. , y que sólo fue previsto y temido por los hombres que iban a vencer”, p. 61.

[Xi] HOBSBAWM, EJ, Ecos de la Marsellesa, Rutgers University Press, Nueva Jersey, 1990, págs. 62 y ss.

[Xii] BIOY CASARES, A., Obra Completa I (1940-1958), EMECÉ, Buenos Aires, 2012, p. 62.

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