Dos años de desgobierno – Thanatos-Bolsonaro y la raíz totalitaria

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por FERNÃO PESSOA RAMOS*

La muerte trivializada en los mecanismos burocráticos de implementación de las políticas públicas.

1.

La cuestión de la relevancia de los regímenes totalitarios del siglo XX surge en el Brasil contemporáneo. La mezcla de un jefe de Estado con personalidad autoritaria y una pandemia mortal ha creado un caldo en el que sale a flote el tema de la muerte a gran escala, el del genocidio.

Los regímenes totalitarios tienen esa característica de caminar de la mano de la muerte, como nos recuerda Hannah Arendt. Acercan la muerte y la elevan a la banalidad como modo operativo, a través de los mecanismos de implementación burocrática en las acciones sociales. Es el tipo que encarna, de forma sorprendentemente cristalina, nuestro general Eduardo Pazuello en su manera de trabajar con eficacia en matar repartiendo veneno a la población.

El totalitarismo, en su conformación típica de los regímenes autoritarios de las décadas de 1930 y 1940, trae este trato con la muerte a gran escala en el camino de la aterradora cotidianidad del mal. Permea diversos instrumentos burocráticos para su práctica (la práctica de la muerte), a través de los agentes encargados del funcionamiento efectivo del aparato estatal. El secretario ejecutivo del Ministerio de Salud, por ejemplo, Elcio Franco, empleado de un organismo estatal supuestamente dedicado a preservar la salud y prevenir la muerte de los ciudadanos, cree que es un lugar común llevar un broche en la solapa, en el día a día. banalidad de sus actividades institucionales, que representa una calavera atravesada por un cuchillo, símbolo de la muerte proveniente del imaginario nazi SS.

El concepto de totalitarismo, que algunos temen en sus connotaciones más directas, puede tener una validez estructural que va más allá de la demanda de singulares ilustraciones históricas. La relación con la muerte a gran escala, utilizando nuevas tecnologías que aumentan y optimizan los dispositivos genocidas, llega a la raíz de este tipo de estructura social tal como surge en la primera mitad del siglo XX. El tratamiento de los asuntos públicos en la administración estatal y sus resultados prácticos es sustituido por la omnipresencia (no épica, sino banal) de la muerte extensa y las exigencias logísticas de su eficacia.

Los dilemas éticos de la presencia cercana de la acción social hacia la muerte hacen que se exalte la gravedad ideológica. Para que el trato con la ética de la muerte sea absorbido positivamente, es necesario acelerar el giro de la centrifugación ideológica para ocultar la ignominia, renovándose constantemente en muebles y centrados en el imperio de la voluntad. El régimen pasa a girar en torno al eje oculto, sentido (como afirmación por la banalidad, o negación por el martirio) o compartido (por la vía de la crueldad).

La colectividad entonces debe estar unida y sin brechas. De ahí la pertinencia de una crítica que vaya más allá de la exigencia de comprender el totalitarismo en su restricción por condiciones históricamente particulares. En el fondo, la formación totalitaria es agresiva y vuelve con intensidad en las sociedades de masas contemporáneas, que tienen un grado activo de sociabilidad mediado por dispositivos digitales de comunicación.

Vimos hoy en Brasil la arrogancia de una personalidad de tipo tirano que afirma, sin remordimientos, en declaraciones cotidianas, la demanda genocida como banalidad, aunado a un discurso con tintes totalitarios. Son tentaciones que se configuran en un modelo político de sesgo autoritario de derecha, que busca el aterrizaje institucional. Este aterrizaje se estructura en un dúo de determinaciones interactuantes: por un lado, una estructura nepotista/corporativista que gira la política a favor. Por otro lado, una contracara fundamentalista/religiosa y miliciana/militar, que permite el ejercicio efectivo del poder.

Ambos se articulan a través de un fuerte apoyo mediático en las redes digitales, que quizás representen la principal innovación en su constelación. En esencia, prevén el dominio progresivo del estado brasileño por parte del bolsonarismo, apoyado por una capa administrativa burocrática que fomenta la absorción del estamento militar en diferentes niveles administrativos.

La primera estructura del dúo, la pata 'nepotista/corporativista', también se refiere a la superposición de la dimensión privada con instancias públicas, del nivel de familia extensa del clan. Un clan, en el sentido más amplio de la palabra, que trae un patrón que ya conocemos en el uso de los recursos públicos para el beneficio privado. El discurso religioso fundamentalista, por su parte, sirve de eje ideológico para los huérfanos de la modernidad que resisten, ahora completamente a sus anchas, la progresiva afirmación del entramado que se estableció en torno a la contracultura (derechos de las mujeres; derechos de las etnias (negras)). y minorías sexuales (LGBT); cuestiones de costumbres y libertad artística, ecología, etc.).

El bolsonarismo fundamentalista se opone radicalmente a este horizonte modernista al establecer designaciones abstractas que, a través de la repetición, reúnen contenido para oposiciones vacías que chocan produciendo energía. Fijan denominaciones sintéticas dilatando un hilo de significado original, como el nombre 'comunista', el 'kit gay', la 'botella erótica', la venta de la Amazonía, las acusaciones de pederastia, etc. De este modo, se consumen discursos inicialmente heterogéneos y sujetos a oposición (el hilo del sentido), pero que empiezan a absorberlo todo en una negación unida por el socavamiento a su alrededor, proporcionando una especie de explicación total del mundo.

Es un 'supersentido' que universaliza proposiciones que antes estaban cerradas con su propia gravedad y que mezclan, con gran agilidad, fantasía y comprensión. En este aliento, incorporan prejuicios de género (familia patriarcal) y raciales (negacionismo histórico), prácticas pedagógicas obsoletas (escuela apartidista), la defensa de la violencia en sus representaciones más inmediatas, como el culto a las armas de fuego, los grupos paramilitares de exterminio, torturas, linchamientos (virtuales o reales) y otras representaciones de la muerte (como el mencionado símbolo del cuchillo).

El rostro miliciano del bolsonarismo asume modos de acción basados ​​en el uso de la violencia y la elegía de los armamentos. La pata militarista del bolsonarismo tiene la característica de ser milicia, con grupos armados con estructura autónoma y jefes locales interactuando entre sí. La inserción en el cuerpo del ejército está al servicio de la institucionalidad, pero, en un principio, no parece ser orgánica. La visión de una articulación directa con las masas, apoyada en la acción de milicias, policías o paramilitares (propia de los regímenes totalitarios) es aterradora. Su expansión se da también a través de la infiltración de grupos milicianos independientes en la policía militar estatal, incorporándose posteriormente al entramado burocrático del Estado.

El lado corporativo, el lado nepotista de la moneda, tiene una dimensión dudosa. Bolsonaro opera con poca convicción en el libro liberal por temor a llegar a su base de apoyo en las corporaciones de derecha, particularmente policías y militares, así como camioneros. Transfiere la carga de la desregulación a entidades abstractas que ahora están dotadas de competencia, o carencia de valor, alternando.

Es el caso de las expresiones 'Posto Ipiranga' en las acciones económicas, o 'vieja política' en el Congreso. Se hace necesario mantener los cimientos empresariales y trasladar las demandas más crudas, las 'salvajes' por así decirlo, necesarias para hacer girar el capital en aceleración, a las fuerzas políticas partidarias, pero sin identificarse como marca en este registro (Bolsonaro, por tanto, no tiene fiesta). Moviéndose de esta manera, parece flotar sobre la articulación en busca de apoyo político y usa la agresión verbal libremente. Puede entonces brillar ligero y libre, como un niño irresponsable, ejerciendo la presidencia para atraer, en algún momento, la demanda más masoquista de la conciencia nacional.

2.

El bolsonarismo hereda de la tradición totalitaria el ejercicio de la persuasión ideológica a través de las nuevas tecnologías de la comunicación. El espectáculo audiovisual es cotidiano, en una especie de nueva y mejorada sociedad del espectáculo (como bien expone Guy Debord, en otra etapa). Sabe dominar los ciclos informativos, imprimiendo una velocidad sin precedentes, aún desconocida en las sociedades totalitarias del siglo pasado.

En la etapa actual, la velocidad extrema coexiste con el ritmo más lento de los medios de comunicación tradicionales. Estos comienzan a reproducir, sin aliento, los factoides creados por el bolsonarismo a un ritmo que no es el típico de sus medios. El ciclo semanal ha quedado atrás por mucho tiempo, provocando la quiebra de los medios de revista que estaban vinculados a él. El ciclo diario también se ha pasado por alto, lo que ha dado lugar a formas mixtas. Permiten titulares matinales y la construcción de la primera página, una suerte de resumen del día anterior, con acompañamientos progresivos, más o menos ágiles, que siguen a la inmediatez. Como telón de fondo, y muchas veces como escenario principal, las propias redes sociales (Tweet, Facebook, Instagram, WhatsApp, etc.) reverberan a través de la repetición o inician el ciclo. Constituyen el espacio privilegiado de la acción ideológica del bolsonarismo, que cuenta con los instrumentos y la tecnología necesarios (robots disparadores, grupos de internet inflados o fantasmas, cancelaciones, etc.) para la manipulación.

La inmediatez del ciclo informativo lleva consigo un formato esencial para los nuevos medios, que es la repetición. Es a través de los mecanismos de repetición que la dilución de la objetividad se materializa en discursos fantasiosos o exóticos. La repetición acelerada se interrumpe en un punto aleatorio, que luego toma objetividad y cristaliza, al mismo tiempo que abre el formato para un nuevo ciclo, en el que se vuelve a constituir otra unidad falsa, y así sucesivamente. Se da densidad autónoma a declaraciones vacías que se superponen, componiendo la noticia por el simple hecho de que saltan y provocan el desmentido, conquistando así su lugar al sol en el denso bosque de las redes sociales. No hay escape de esta trampa falsa. Los breves ciclos creados desde el exterior hacia el interior del sistema, pero emergiendo como nativos de la objetividad, a intervalos cada vez más cortos, se denominan 'noticias falsas".

El nuevo autoritarismo de derecha respira de forma integrada en este entorno. El seguimiento de los datos de identidad biológica y los marcadores de opinión clave se estructuran en algoritmos de control que clasifican grupos de usuarios de dispositivos digitales en géneros y categorías. En la nueva sociedad de control, las expectativas para la realización del valor del capital también se mapean meticulosamente mediante el uso gratuito de los principales motores de búsqueda (Google para demandas de acción práctica) y las redes sociales (Facebook, Instagram, para hábitos y sensaciones más personales).

En general, identifican la individualidad en múltiples series, sintetizadas en enormes sistemas informáticos que definen la subjetividad como un espacio categórico de consumo. El gran algoritmo digital que asoma en el seno de la sociedad capitalista contemporánea se orienta hacia ese núcleo, en su base real. Sitios alternativos, incluidos los de izquierda, se incorporan sin falta sirviendo de cauce al algoritmo de consumo e identificación ya las grandes empresas que lo manipulan. Las perspectivas que abre el sistema digital para el control en un estado autoritario (políticamente centralizado o no) son hoy evidentes y presentes.

En la operatividad denoticias falsas', el ubicuo dispositivo digital rota un intervalo exógeno de fantasía que se mueve a voluntad en la objetividad, creando una capa de creencia que atrae y colapsa la comprensión. El campo de la voluntad como fe atraviesa e incorpora la totalidad, asumiéndose como la explicación total del mundo. Las nuevas formas de discurso que se producen en estas instancias mediáticas sorprenden por su capacidad de generar creencias como base para la comprensión, desafiando el sentido común.

Llegan incluso a paradigmas científicos absorbidos hace siglos, como el terraplanismo, las vacunas, el evolucionismo biológico, las eras geológicas, etc. Desde la primera negación de la fantasía, la objetividad se ve socavada en una serie que cae como fichas de dominó. Básicamente retórico, el azar sucede a partir de la 'fuerza irresistible de la lógica misma' (Arendt) de los regímenes totalitarios, encerrada en sí misma y retroalimentando la idea que sucumbe desplazada de los sentidos y el fenómeno mismo, corroído desde dentro.

Las redes sociales digitales son, por lo tanto, el medio tecnológico perfecto para la sucesión hiperacelerada necesaria para socavar la individualidad en el modo totalitario. En él, la rotación de argumentos adquiere fuerza por la velocidad de la rotación en una actualidad expandida y omnipresente (sólo regalos) que se repite vacía, pero vinculante por su velocidad.

La fe como cristalización proposicional encarna la razón enredada en la voluntad superpuesta, sirviendo para sustituir ese primer nivel común de objetividad consensuada que, desde el régimen de la Ilustración, se había establecido como referencia, incluso en la negación. El vigor del nuevo régimen de objetividad exógena, desligada de la experiencia y el sentido común, cristaliza a partir de mediados de la década de 2010, con la universalización de dispositivos tecnológicos móviles individualizados con gran atractivo popular e intensa capacidad de comunicación en forma oral, escrita y también audiovisual.

Podemos decir que la expansión horizontal de nuevos dispositivos tecnológicos portátiles se produce al mismo tiempo que el surgimiento de nuevas formaciones sociales de derecha con aspiraciones totalitarias. Nuestro punto es que, al componer el bolsonarismo con la capa fundamentalista integrada en los medios digitales, se agregan grupos burocráticos corporativistas/militares y un nepotismo descarado. Así, fieles seguidores (crachadinhas) se divierten en el espacio público, quienes también están armados para un eventual apoyo por la fuerza, en forma de milicias. Al mismo tiempo, la rotación de capitales se mantiene a su velocidad de crucero (aún más floja de los lazos sociales vinculados a los derechos laborales históricos), completando el marco de apoyo. Un entramado que se maneja a través de una agenda costumbrista sumamente conservadora, integrada al discurso alucinatorio de la objetividad fantasiosa secuestrada a la experiencia.

3.

En este contexto, se configura la división de dos polos ideológicos, ambos provenientes de la clase media, que determinan campos divergentes sin perspectiva hegemónica y en conflicto entre sí. A partir de ahí, se expanden hacia los estratos más miserables o excluidos de la sociedad, reflejando una primera división sobre otra: la primera, resultante de una distribución desigual del ingreso, incide de manera no uniforme en la ruptura entre fundamentalistas y modernos.

En el lado moderno, encontramos la parte de la sociedad sintonizada, en su práctica vida cotidiana, con valores derivados de la 'contracultura' tal como surgieron en la década de 1960. Este lado es intuido por el crítico conservador que se opone al hedonismo libertario. En la crítica conservadora, que también cruza la línea divisoria entre estratos ricos y miserables, se encuentra el polo tradicionalista que está constituido por referencias culturales retrógradas y autoritarias en cuanto a costumbres.

Bajo la cultura del bolsononarismo, convergió a la mezcla de integración entre el fundamentalismo religioso (popular pequeño burgués) con el militarismo miliciano. En el campo de las milicias, el bolsonarismo se impone mediante el ejercicio de la violencia directa; en el fundamentalista al desligar el pensamiento de la experiencia, cooptando, como queda expuesto, la voluntad en la gravedad de la fe. Como acción social, se instituye la política fundamentalista-miliciana, prescindiendo de una estructura orgánica de partidos. Conforma un 'movimiento' parainstitucional que adquiere peso gravitatorio respondiendo a coyunturas particulares.

En este panorama emerge al final el polo progresista con demandas sociales de una nueva individualidad, más claramente afirmado en su modo de evolución post-1968. Estas demandas se constelan en un planeta exógeno al que engendra la dilución del yo y su subjetividad en la rueda niveladora de la creencia fundamentalista. El campo progresista siempre tuvo dificultad para afirmarse como unidad, pero, progresivamente, en los últimos cincuenta años, viene arraigándose, en variadas síntesis, en la sociedad brasileña.

Recientemente se ha afirmado llegando a estratos sociales populares en los que antes no operaba. También tiene repercusiones en los principales medios no fundamentalistas y ampliamente en los nuevos medios en las plataformas sociales. Tiene su origen en las rupturas de carácter libertario con un contexto marginal, que en su expresión inicial se concentraron en extractos medios de la sociedad brasileña.

Lo estamos perfilando, en el caso del individualismo libertario, en una reivindicación de la valoración de la autonomía y la espontaneidad subjetiva, expresada en la afirmación de los derechos humanos como espacio inalienable entre sujetos. La particularidad de la identidad de cada individualidad se valora en su autonomía frente a las demandas sociales, más o menos coercitivas. La autonomía y la marginalidad logran así adquirir positividad.

Se trata de una reivindicación de los derechos de las mujeres, relativos no sólo a su voz autónoma en el trabajo, sino a su propio cuerpo y a la preservación de su derecho a disponer de todo su ser (derecho al aborto, penalización de la violencia intrafamiliar, etc.). Se reivindican cuestiones étnicas relacionadas con demandas históricas de los movimientos negros, reclamando reparaciones históricas que hacen referencia a la segregación y prácticas recurrentes de racismo.

Para ello se reclama la igualdad de oportunidades, también dentro de la propia clase media ilustrada, en tanto emergen en su especificidad en la exclusión racial de raíz, muchas veces atravesando tradicionales oposiciones de clase. En la misma línea, se incluyen cuestiones de género, involucrando la preservación de los derechos civiles de las minorías sexuales y la afirmación de sus opciones de conducta, como el movimiento LGBT y derivados.

También se plantea la cuestión de los pueblos indígenas en su derecho a la tierra ya la expresión cultural diferenciada. La racionalidad en el trato con las drogas y la liberación del consumo emerge como una forma de luchar contra el encarcelamiento masivo. El derecho a la expresión cultural de los diferentes grupos sociales minoritarios incorpora la libre creación artística y la prevención de cualquier forma de censura. La valoración de la cuestión ambiental y socioambiental aparece en este contexto en primer plano. Afecta directamente la supervivencia de la humanidad y el derecho a la vida, impidiendo la negación del sujeto e incluso atacando visiones más lineales del desarrollo de las fuerzas productivas.

El negacionismo ecológico cumple, en el nuevo marco surgido de la raíz totalitaria, una función similar a la de formaciones anteriores por marcos ideológicos que exaltan razas o clases elegidas, destinadas a conducir la historia. Si en el centro del agujero negro, en su huevo de serpiente, está la fe de tipo místico fundamentalista, su objeto privilegiado no es la catequesis misma, sino la afirmación del poder y la sumisión en el trance resultante. Es él quien sustenta la 'ley del movimiento constante' de las formaciones totalitarias, como la ve Ruy Fausto. El gran soplo ininterrumpido es un retorno recurrente, dirigido hacia el descubrimiento de un motivo en la acción colectiva.

Las grandes formaciones totalitarias exigen que el combustible renovado en la exaltación de las masas se traslade a blancos vacíos, congregadores de la voluntad, que adquieren gravedad por el espectro de la muerte en la proximidad (el judío, el comunista, la cloroquina). El poder que proviene del engaño sobre la objetividad ahora se convierte en una fuerza propia, exigiendo la autonegación del "yo" compartido. Cuando se dirige hacia la destrucción de la naturaleza y de la especie misma, la glorificación de la muerte llega, por ejemplo, a afirmarse mediante la glorificación de la destrucción por el fuego, erigida como símbolo positivo (aquí claramente a la manera de la exaltación totalitaria) sobre la exterminio de los ecosistemas, en la proximidad de la extinción de la propia especie humana.

Las fantasías de las conspiraciones globalistas para robar la Amazonía y sus bosques son el nuevo blanco privilegiado, el nuevo 'Protocolos de los Sabios de Sión' de la derecha brasileña que se consolidó en esta combustión totalitaria. Esto constituye el 'desprecio totalitario por la realidad' (un buen concepto) que en el futuro presentará su realización en el mundo real como una tragedia (sobre la naturaleza y sobre la historia) exigiendo, a su vez, nuevos reciclajes de muebles exógenos para mantener la vida social. la fuerza se congregó a la nueva voluntad exaltada, perpetuando así el constante movimiento de la demanda y la necesidad.

Hasta que el ciclo dialéctico se afirma con la explosión del cataclismo, que hoy significa la destrucción total de la naturaleza y la humanidad tal como la conocemos. Las estructuras de negatividad en la reproducción de mercancías con demanda genocida para la realización de su valor –producción nuclear, armas, pesticidas, tabaco, esteroides anabólicos animales, grandes productores de proteínas, productos farmacéuticos nocivos, contaminación química– se perfilan como una amenaza, principalmente porque surgen ligados a métodos de producción a gran escala y plantas industriales con tecnología avanzada que implican una destrucción global generalizada.

Las formaciones totalitarias suelen estar ligadas a ellas y a su defensa, pues se adecuan bien a la irracionalidad del sinsentido en el que la idea vacía tiene el atractivo de poder recurrir por sí misma (justamente porque es la validez del sinsentido) , en la medida de su poder que es relativo, en circuito cerrado, a la irrazonable aceptación de su prevalencia. La exaltación sirve a este propósito al reducir la voluntad a la aceptación convencida y placentera de la sumisión correspondiente. La validación del genocidio por el negacionismo ambiental encaja en este mecanismo de realización ideológica.

De lo contrario, ¿cómo no replegarse a la crítica generando la supresión misma de la especie, en la que, paradójicamente, se produce la negación de quienes la concretan actuando? No hay contradicción en la paradoja, ya que es congruente, en su esencia, con la acción política suicida que la dialéctica totalitaria exige para su realización.

Vivimos, en este sentido, un nuevo ciclo con potencial totalitario. Si hasta ahora no ha florecido plenamente en el horror, tiene claras raíces en este suelo, cambiando las modalidades estructurales que lo sustentaban por los nuevos formatos del fundamentalismo digital. Son mecanismos que permiten que la afirmación irracional de la autodestrucción social y natural sea actual. Es ella, esta negación, la que reúne el sinsentido del pensamiento mágico. Es lo que vino a reemplazar a los antiguos objetivos a exterminar, como el enemigo racial o nacional.

Hay, en esta composición, la misma formación de un loco 'super-sentido' que atraviesa la totalidad con su propio aliento y que, una vez allí, nutre, como antaño, la 'locura de las sociedades totalitarias' en su mayor florecimiento. .

Las “pulsiones de egoísmo y agresividad” (Fausto), o el 'mal radical' de la 'individualidad muerta' (Arendt), propias del ejercicio del terror en la horizontalidad totalitaria, fondo violento del ser que está en sociedad, puede ser controlado a través de una normatividad que preserva los derechos, más allá de la exigencia de resultados sociales inmediatos. La gestión de mecanismos para la renovación efectiva del poder central dentro del Estado debe ser constante, siendo instrumentos de defensa esenciales para bloquear las deformaciones resultantes de la expansión burocrática autoritaria, de tipo militar o corporativista.

Mecanismos que protejan la individualidad como espacio de alteridad real y que impidan su destrucción. La diversidad del espacio del 'otro', punto que reúne la afirmación de la existencia del ser, sería así absoluta en su modo de oposición a la violencia totalitaria. No puede ser parte de un proceso finalista mayor, un proyecto de humanidad a realizar en la vía de la postergación y del futuro. Por el contrario, debe ser un valor ético, el propósito de transformación en el presente ejercicio, manteniendo intactas las oposiciones estructurales de una manera que ciertamente puede llamarse, en un sentido amplio (pero muy legible), 'democrática'.

Los "impulsos egoístas" de la agresividad humana que son liberados por la subjetividad valorada también gestionan la reproducción de la mercancía y, por lo tanto, no pueden dejarse libres. Es importante, sin embargo, que sus frenos no acaben alcanzando otras modalidades de realización del sujeto en la esfera pública. Los controles para sofocar, o reprimir, al 'hombre primate' del capitalismo 'salvaje', modalidad adjetiva concreta de un modo de producción, deben permitir que la individualidad respire la voluntad de su poder.

La subjetividad como espacio absoluto de la alteridad debe afirmarse en sus propias modalidades de libertad, aunque inescrutables en su núcleo de poder, pero que pasan por alto los significados triunfantes, homogeneizantes, de la naturaleza y la historia. Las estructuras sociales que asumen la negación de las formaciones sociales de raíz autoritaria deben traer, por tanto, como horizonte inherente, la negación de la violencia inhumana en cualquiera de sus demandas restrictivas.

Son normas éticas que deben afirmarse sin necesidad de reducir o negar la diversidad y tensión política de lo contradictorio, preservando el espacio de la espontaneidad como libertad 'existencial'. La afirmación pasa por el desmoronamiento de nuevas configuraciones totalitarias, que, en un principio, pueden parecer inocuas, pero que llevan, en la construcción de su identidad, el yugo de la historia con sus fallidos edificios cubiertos de muerte y tragedia.

*Fernão Pessoa Ramos, sociólogo, es profesor del Instituto de Artes de la UNICAMP. Autor, entre otros libros, de Pero al fin y al cabo… ¿qué es exactamente un documental? (Senac-SP).

 

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