por ELEUTÉRIO FS PRADO
La falta de dinamismo del capitalismo es lo que explica la furia golpista que se extendió por el país
No se puede hablar del desempeño económico del gobierno del Mesías sin recordar lo ocurrido en las últimas décadas. Hay que ver que las clases dominantes y las fuerzas políticas que las representan, ya en 1990, abandonaron todo proyecto de desarrollo. Abdicaron por completo de seguir un camino de expansión económica autodeterminado y autosuficiente.
En el período del desarrollismo asociado, en el que la economía se abrió al capital extranjero (1956-1980), la burguesía brasileña ya había perdido el mando y control del proceso de acumulación. Ahora carece de dominio de la mayoría de las grandes empresas, procesos tecnológicos e incluso procesos financieros. No tuvo más remedio que aceptar una trayectoria mediocre de expansión económica, de acuerdo con un patrón de desarrollo que fue catalogado como “liberal periférico”. Muchos empresarios capitalistas vendieron sus plantas a empresas extranjeras y empezaron a depender cada vez más del mercado financiero y del neoliberalismo.
Nada resume mejor el desarrollo del capitalismo en Brasil que la evolución histórica de la tasa media de ganancia allí observada desde la posguerra hasta casi la actualidad. Muestra por qué esta economía ha estado casi estancada desde la década de 1980, con pocas esperanzas de una recuperación prolongada y sólida. Cabe señalar, en particular, que la leve recuperación que se produjo entre 2002 y 2010 (gobierno de Lula) fue seguida por un retorno a la trayectoria descendente que se había manifestado en el período anterior (gobierno de FHC).
Como resultado, algunos economistas comenzaron a utilizar el término “vuelo del pollo” para referirse al patrón de crecimiento de la economía capitalista en Brasil a partir de la década de 1990. Sin embargo, entre 2002 y 2010 parecía que este patrón había cambiado ya que era posible tomar ciclo de expansión del comercio mundial, en particular, de crecimiento en la demanda de productos primarios. De hecho, el patrón de crecimiento anterior solo había cambiado temporalmente. Las tasas de crecimiento aumentaron porque la gallina pudo trepar a la percha y desde allí pudo volar un poco más lejos y más alto. Cuando terminó el ciclo, las aves domésticas volvieron a la normalidad en su patio económico, del que en realidad nunca habían salido.
El cuadro que ya se observaba en la última década del siglo pasado ha seguido agravándose en el presente siglo. He aquí, los sectores productivos más sofisticados estaban dominados por empresas multinacionales; los encadenamientos de la matriz industrial se han debilitado progresivamente debido a la desindustrialización; la agenda exportadora pasó por un proceso de reprimarización; el sector financiero se volvió cada vez más oligopólico a medida que se volvía cada vez más dependiente de los intereses pagados por el estado.
Si la tasa de crecimiento aumentó principalmente entre 2004 y 2010, es porque la tasa de acumulación de capital comenzó a crecer a partir de 2002, como consecuencia del aumento de la tasa de ganancia; este último aumenta a partir de 2002, alcanza su punto máximo en 2007 y luego cae. La tasa de acumulación comienza a aumentar en 2003, alcanza un máximo en 2011, para caer fuertemente en los años siguientes, acompañando la caída de la tasa de ganancia con cierto rezago.
Cabe señalar que la tasa de acumulación no disminuyó a partir de 2008 porque la demanda efectiva estuvo sostenida por una política económica insostenible en el mediano plazo. Por eso, el impulso al crecimiento a través de una política de subsidios y estímulos al sector privado en un período de caída de las tasas de ganancia no pudo funcionar. La tasa de ganancia, como se conoce o debería conocerse, es el principal acicate de la inversión capitalista. También cabe señalar que la recesión ya anunciada en 2011 se transformó en una depresión a partir de 2015 debido a la política de austeridad, la crisis política ligada al juicio político al presidente electo en 2014, así como por el impacto económico de la Juicio Lava Jato.Jet.
El resultado de este proceso histórico se refleja en el gráfico de crecimiento del producto interno per cápita. Esta crece a una tasa de 4,5% anual en el período en que prevalece el desarrollismo asociado, se reduce a una tasa de 1,1% anual en el período en que domina el patrón neoliberal-periférico, y luego se vuelve negativa a partir de 2014. Este último período está dominado por dos regresiones del PIB, la crisis de 2015-16 producida por la austeridad y la crisis de 2020 producida por la pandemia del nuevo coronavirus; en los años de cierta recuperación (2017-2019), el crecimiento fue tímido y precario, por lo que no hay razón para suponer que este patrón cambiará en la próxima década.
Ni siquiera cabe esperar, por tanto, una nueva huida de pollos para los próximos años, incluidos esos dos que faltan para la conclusión del gobierno del Mesías. Lo que probablemente se observará es una fuga de pavos, es decir, una fuga frustrada desde el principio, que no podrá elevar el producto interno per cápita a los niveles anteriormente observados. ¿Por qué?
El futuro no está dado de antemano, está planteado por estructuras conservadas del pasado y por acciones emprendidas en el presente que las modifican poco a poco o las revolucionan, para mal o para bien. Tal vez se piense que el futuro de Brasil en el futuro cercano está siendo fuertemente comprometido por la nefasta gestión del actual gobierno en los planos económico, institucional y geopolítico. Sin embargo, lo contrario es aún más cierto. Es la situación de la economía capitalista en Brasil, estancada desde 2010 en adelante, hundida desde 2015 en adelante, con un futuro poco prometedor, la que creó las condiciones para el surgimiento de un gobernante que figura como un mito redentor, algo puramente imaginario y, por lo tanto, falso. .
La falta de dinamismo del capitalismo es lo que explica la furia golpista que se propagó por todo el país para destruir un gobierno de centroizquierda que nunca amenazó al sistema y se contentó con tratar de producir una mejor distribución del ingreso. Se juramentó Temer y se eligió al Mesías para profundizar las reformas neoliberales y desmontar los obstáculos a la acumulación de capital puestos en las últimas décadas por la lucha ecológica, social, de derechos humanos, etc. lo está haciendo Sin embargo, como ha quedado cada vez más claro, su gobierno, aun precarizando a las clases trabajadoras, no podrá revertir el rezago de la economía capitalista en Brasil frente al resto del mundo; por el contrario, debería aumentar.
La predicción de que habrá un estancamiento total de la economía capitalista en Brasil es consistente con la tesis de que la política de austeridad probablemente se mantendrá en el futuro. Para entenderlo, es necesario señalar que la conciencia burguesa reflejada en la teoría económica actual se basa en un mito, el de la economía como un sistema homeostático, autorregulado, que produce prosperidad siempre que no se vea obstaculizado por el explícito o enemigos tácitos del mercado.
Desde esta perspectiva, la austeridad es vista como una política que privatiza, recorta gastos, reduce presupuestos y recorta salarios para restablecer el orden espontáneo, la competitividad del sistema económico y, por tanto, su supuesto virtuosismo. Ahora bien, este mito ya se ha concretado en el argumento de la mano invisible que se encuentra en La riqueza de las naciones por Adam Smith (publicado en 1776) y que, desde entonces, se ha convertido en la base de casi toda la teoría económica posterior. Es uno de los fundadores del liberalismo económico y del neoliberalismo. Quizás sólo la teoría de Keynes, frente a la depresión de los años 1930, se desvió de este patrón.
Sin embargo, aunque esta crítica sea correcta, es necesario ver que esta política tiene una funcionalidad ya que busca transformar la economía real en el espejo de la economía idealizada, a través de reformas que nunca son suficientes. Por lo tanto, no se debe sacar la conclusión de que la austeridad es una idea peligrosa porque no es capaz de aumentar el crecimiento económico y, peor aún, solo transfiere ingresos de los pobres a los ricos, de los trabajadores a los capitalistas. Pues se mantiene a pesar de su aparente sinsentido precisamente por su papel en la distribución del ingreso y la riqueza entre las clases sociales, especialmente en la actual etapa de desarrollo del capitalismo.
Porque, como se sabe desde Marx, la satisfacción de las necesidades humanas y sociales nunca fue el objetivo principal del capitalismo; ni siquiera el crecimiento económico, aunque necesariamente provenga de la acumulación de capital industrial. Su lógica es la del mito de Sísifo, es decir, sacar algo más de la repetición continua, buscar satisfacer un goce insaciable, hacer que una cantidad de dinero genere más dinero. En esta alegoría –es evidente– Sísifo solo representa al trabajador que produce plusvalía y que descansa solo para volver a cansarse. A la plusvalía objetiva y social corresponde, en cambio, una plusvalía subjetiva y personal del capitalista.
Ciertamente es posible pensar en políticas económicas que impulsen la acumulación de capital industrial, generen empleo, eleven la productividad laboral e incluso impacten positivamente en los salarios y la masa salarial. Aunque sean menos perversos, lo difícil será implementarlos en el contexto de estancamiento estructural en el que se encuentra la economía capitalista en Brasil. Esta última ya no tiene, objetiva y subjetivamente, autonomía en relación con la economía capitalista mundial para formular su propio proyecto de desarrollo. Se ha convertido en un apéndice de un proceso de globalización todavía centrado en un grupo de países (los llamados desarrollados) que actualmente se encuentran en un estado de depresión prolongada (o de estancamiento secular según los economistas del propio sistema).
Pero eso no es todo. La economía capitalista en Brasil, como en gran parte del resto del mundo, es una economía financiarizada. Y esto no debe entenderse como una anomalía producida por un “golpe de Estado” de los “rentistas”, una distorsión del buen capitalismo. La financiarización nació en la década de 1980 del siglo pasado debido a la existencia de una sobreacumulación de capital en los países centrales, que se venía manifestando en caída de la rentabilidad, estanflación, perturbaciones monetarias, fluctuaciones abruptas de los precios del petróleo, etc. Ante esta situación, había que romper el compromiso socialdemócrata y keynesiano; la fuerza de los sindicatos tuvo que ser destruida. Era necesario darle fuerza al capital financiero a través de la liberalización para que pudiera constreñir al capital industrial -y a los trabajadores- a adaptarse a las reformas que se dieron en llamar neoliberales.
El neoliberalismo tuvo éxito en los países centrales durante aproximadamente una década y media (aproximadamente entre 1982 y 1997). En Brasil, por el contrario, el estancamiento comenzó a principios de la década de 1980 con el estallido de la crisis inflacionaria que duró más de una década y el inicio de un proceso de desindustrialización que perdura desde hace cuarenta años. En 1997, la tasa de ganancia media volvió a caer en las economías centrales y luego también entraron en un proceso de depresión del que no han vuelto a salir. En este contexto, todo sucede como si Brasil estuviera atrapado en el círculo de fuego del neoliberalismo y la financiarización.
Después de 1997, el proceso de financiarización continuó, ya no como resultado de un esfuerzo por superar una barrera producida por la propia acumulación de capital industrial (de 1945 a 1980), sino por la persistencia y el recrudecimiento de la propia sobreacumulación; este último se intensificó en el ámbito del capital industrial y comenzó a manifestarse cada vez más en la esfera del propio capital financiero. Si en el período anterior la financiarización había desencadenado la caída de la tasa de ganancia en el ámbito del capital industrial, ahora comenzaba a destruir sus propias posibilidades de desarrollo.
La supervivencia de la enorme riqueza financiera acumulada requiere un drenaje constante de los ingresos generados en el ámbito del capital industrial. Y ahí es bienvenido porque no hay grandes oportunidades de inversión rentable en esa zona por la depresión de las tasas de ganancia. Como resultado, el propio crecimiento económico entró en contradicción con la evolución del apoyo y la acumulación de capital financiero. Así, la austeridad, que sin duda mata el crecimiento económico, se ha convertido en un imperativo en el capitalismo financiarizado. El peor error ahora es mantener la ilusión de que uno está solo a las puertas del infierno y no del todo dentro de él; que basta con quitar al diablo para que se apague el fuego de la deshonra.
* Eleutério FS Prado es profesor titular y titular del Departamento de Economía de la USP. Autor, entre otros libros, de Complejidad y praxis (Pléyade).