por REMY J. FONTANA*
Del reinado de un filósofo de corazón puro a la ruina del país bajo un gobernante despreciable
Utilizo las alegorías más elocuentes para designar el buen gobierno, tal como lo formuló uno de los pensadores más fértiles y primigenios de la política, y la condición de ruina y condenación de tantos, como en el poema del florentino medieval.
Es algo decepcionante que en la historia de los pueblos y de su organización social, milenios de experimentación no se hayan acercado lo suficiente al ideal de un buen gobierno, no sólo en relación a las virtudes del gobernante, sino principalmente en lo que respecta a la máquina gobernante, su componentes, sus engranajes, sus funcionalidades, su rendimiento.
Es un hecho que el bajo desempeño de los aparatos organizativos que los pueblos instituyen para vivir y convivir, en términos mínimamente satisfactorios, no debe circunscribirse al ámbito de las relaciones de mando y obediencia, es decir, en torno al poder, la política misma; otra dimensión restrictiva del buen vivir en sociedad se encuentra en la economía política, es decir, en las relaciones entre propietarios y desposeídos, entre explotadores y explotados, entre poderosos y oprimidos.
En todas las latitudes existen hoy gobernantes obtusos, autoritarios o sanguinarios, y estructuras de gobierno desorganizadas, incongruentes y desafinadas con el pueblo, lo que demuestra que el proceso histórico no sigue una línea ascendente y continua en términos de mejoras, ni es tiene prisa por realizar posibles virtualidades virtuosas. La persistencia de las guerras, el racismo y las desigualdades indica que los poderes y las estructuras, las relaciones sociales y políticas están aún lejos de formar lo que podría designarse, en sentido propio y pleno, civilización, un estandarte de civismo, bondad, belleza y verdad.
Pero quedémonos en nuestra parroquia brasileña, en este período macabro y oscurantista, de estupidez gubernamental y de hipnotizante, de idiotez o de vulgar oportunismo de los muchos que la sostienen, señalando que la desgracia que envilece al país resulta de este encuentro desafortunado, de este magma tóxico. entre un gobierno fruto de una perversa casualidad y de contingentes que perdieron o nunca tuvieron dirección o responsabilidad, al establecerlo. Sin objeto porque no distinguen el conocimiento de las apariencias, la opinión razonada del prejuicio, la realidad de la ilusión; y sin responsabilidad, porque nada les interesa en el destino del país más que pretenderlo inmune a la modernidad de los derechos, la laicidad del Estado, la contemporaneidad de los valores civilizatorios.
Que este gobierno surgió por casualidad (sic) requiere cierta elaboración. Sólo una mirada tópica y superficial dejaría de identificar una línea de múltiples causalidades –entre las que destacan la desigualdad social, el desempleo, las diversas necesidades que afectan a la mayoría de la población, la violencia social y estatal, el desprestigio de los políticos, las instituciones, la pobreza cultural y los bajos niveles de conciencia cívica y política-, lo que podría explicar que un personaje tan mediocre, de tan aparente nulidad, de tan clamoroso farsante, pueda presentarse como el victorioso receptor de preferencias electorales para la presidencia de la república. Es más, siendo un político "gastado", del "bajo clero" parlamentario en varias legislaturas, sin talentos, sin mechas y sin escrúpulos, y aún así capitalizar el sentimiento generalizado antiestablecimiento proponiendo una “nueva política”.
El ex capitán, muy diferente y opuesto a lo que se sugiere en la obra del pensador griego antiguo, que somete todos los aspectos del Estado a la virtud del conocimiento, preconizando un despotismo ilustrado, es un enemigo acérrimo de la ciencia, la cultura, las universidades y las artes, de tal manera que, de la fórmula platónica, sólo le queda el despotismo, en su orgullosa ignorancia.
Para ser justos, los griegos de Atenas y los paulistas del valle de Ribeira, que ocupan el Palácio do Planalto, no aprecian mucho a los artistas; pero mientras el primero tenía mayores reservas con los poetas, básicamente por la pugna entre poesía y filosofía y su resentimiento hacia Homero; el segundo, además de éstos, es reprendido por escritores, cantantes, intelectuales, científicos, cineastas, periodistas y demás que se dan a crear o pensar, investigar, exponer, representar, pintar, por el solo hecho de su sinrazón e imbecilidad.
Sin embargo, si para Platón el verdadero estadista se distinguía del falso por el conocimiento, este no parece ser el caso de nuestro gobernante actual y sus seguidores, para quienes la mera opinión, por extraña o absurda que sea, debe tener plena validez, equivalencia, o incluso prioridad sobre declaraciones lógicas, argumentos consistentes, evidencia empírica.
Si de la estructura del lenguaje podemos extraer alguna evidencia de verdad, si del uso de la retórica se puede esperar esclarecimiento, orientación y bases para una respetable persuasión en torno a los asuntos públicos, que puede resultar del soez lenguaje de este gobernante, su repetido ofensas, su balbuceo inconexo, sus palabrotas compulsivas, sus implacables violaciones de la lógica y su mendacidad recalcitrante? ¿Y las crudas historias del bien contra el mal, frecuentes en los discursos del ex capitán, revelando su personalidad inmadura, y los efectos infantilizantes en quienes lo toman en serio?
Como observa G. Steiner, en Los que queman libros, hay una pornografía del teórico, así como hay una pornografía de la sugerencia sexual, a lo que podríamos agregar, hay una pornografía del político, del gobernante, que Bolsonaro expresa a la perfección. ¿O cómo calificaríamos el balbuceo exaltado de lo “imperceptible”, en sus reiteradas apelaciones a las banalidades escatológicas, la intolerancia obscena, la agresión social y el odio político? Hay, por tanto, en este personaje una adecuación entre su comprensión (insuficiente y primaria) y las formas de lenguaje que utiliza (groserías, mentiras, aberraciones).
Y es a este lenguaje, ya esta palabrería, que muchos asimilan la sinceridad; que desprevenidos o fanáticos lo toman por auténtico. Son estas mismas buenas personas, muy alejadas del buen hombre de Platón, las que sólo podían reclamar esta condición en la medida en que era un buen ciudadano, de un buen estado. Sería completamente ocioso discutir lo que sería bueno para un ciudadano sin considerar también lo que sería bueno para el estado. Como sabemos, nuestro buen pueblo actual es el más agresivo contra las instituciones del Estado, sus prácticas, las normas, la Constitución, los que más las irrespetan, los que más las amenazan.
Los problemas surgen, como ahora vemos generalizados en el país, cuando prevalece una conversación ordinaria, en el campo de la política, un discurso común que adquiere matices emotivos, que coagula percepciones, endurece posiciones y prohíbe cualquier diálogo. En estas condiciones, la disputa política se vacía de argumentos de persuasión, que son sustituidos por enunciados sentimentales, morales e incluso religiosos destinados a la conmoción.
Una estrategia de comunicación política así instruida resulta, lamentablemente, muy efectiva, dificultando opciones de programas de gobierno y elecciones electorales. Tales expedientes son los recursos preferidos de demagogos, autoritarios y mistificadores, especialmente del espectro político de la derecha, como lo demuestra entre nosotros el actual presidente y nuevo candidato, su séquito y simpatizantes.
Esta falta de discernimiento de la extrema derecha hace que los valores morales, aunque distorsionados, aparezcan como determinantes de lo que divide a las personas, oscureciendo que los conflictos políticos se deben a la desigualdad social, a cuestiones de clase, de poder o de prestigio; y luego, que sólo una democracia podría dar cabida a estos clivajes, o una transformación social, superarlos.
No se trata de cuestionar la legitimidad de la opinión de cada uno, su aporte a la construcción de decisiones políticas; la propia democracia favorece la estructuración sistemática de las opiniones en una “opinión pública”. Este tema se vuelve crítico, sin embargo, cuando la “libertad de opinión” se transmuta en “absolutización de la opinión”, cuando se transfigura en intolerancia política, cuando se cuestiona cualquier criterio para discernir “lo opinable de lo que es, por consenso, por institución”. , o por producción de prueba justa o verdadera”, y cuando se vacía o anula un sistema de referencias, dentro del cual las opiniones ganan plausibilidad, coherencia, pertinencia o validez.
Así, el sueño de Platón, cuyo República tiene el subtítulo “Do Justo”, se convierte en la pesadilla de los brasileños, con su república miliciana, cuyo icono es un arma y, el infierno de Dante, abre entonces sus compuertas y profundiza sus zanjas para albergar a algunos de nuestros compatriotas.
Ni la prosperidad ni la paz están teniendo, sino sus opuestos: economía en ruinas, pueblo en la miseria, ricos más pudientes, violentos más agresivos, racismo más ostentoso, intolerantes más rabiosos, ignorantes más ignorantes, idiotas más estúpidos, necios más dementes.
Pero atribuirle al político altamente inhabilitado que ostenta la Presidencia tal poder, como un demiurgo al revés, un rufián, que podría instituir e inculcar masivamente tan deplorable conducta, sería hacerlo más capaz de lo que es, sería atribuirle las competencias que tiene. Ello no lo exime, sin embargo -del cargo que ocupa y deshonra, como principal representante del país- de agravar tales conductas, sembrar prejuicios, rebajar los estándares de civismo, insultar el sentido común, mentir compulsivamente y premiar a escala industrial la mediocridad. y consumo masivo. Desgraciadamente, por deplorables que sean sus decisiones, nocivas sus omisiones, equivocadas, obtusas o torpes sus disposiciones gubernamentales, afectan la suerte de la mayoría de la población.
Puesto que no es un estadista, en cualquier sentido que tomemos esta expresión, ¿cómo podríamos designarlo? ¿Fue solo un bufón de la corte, como epíteto de Lula en una entrevista con la principal cadena de televisión del país? La diatriba tiene ahí su pertinencia, pero lo convertiría en un ser inofensivo, aunque caricaturizado o grotesco. Sobrenombre, por tanto, impropio de quien, por acción nefasta u omisión criminal, por lenguaje burlón o escandaloso, gestos ofensivos, obscenos o agresivos, ha degradado la moral, burlado el decoro, dilapidado los derechos, degradado las instituciones, amenazado la democracia y hecho de la república un Lo que nuestro milicia.
Entre sus actividades más destacadas se encuentran los paseos en moto con simpatizantes, bajo la denominación inexistente y de mal gusto, motociatas; frecuentes vacaciones inmerecidas; marchas por Jesús promovidas por pastores políticos y negociadores, saturadas de demagogia y sentimentalismo descarado; la tertulia en el corralito de Alvorada, con media docena de fervientes devotos; y el bla, bla, bla de los jueves ambientado en la biblioteca del Planalto, para los hipnotizados por los medios digitales, a los que se les proporcionan declaraciones precarias, información distorsionada; instigados por falsas polémicas y suscitados contra los que consideran “enemigos de la patria y traidores de la patria”.
Tal es la agenda del excapitán al frente del país, pues las tareas que le hubieran correspondido fueron delegadas o acaparadas por generales en pijama y otros militares de diversos grados, pero igualmente obsesionados con un comunismo inexistente, por tecnócratas sin compasión o por la gente del “centrão”, una agregación fisiológica que se acuesta y rueda sobre las alfombras del parlamento.
¿Cómo un gobernante, salvo que haya abdicado de sus funciones y esté completamente ajeno a los problemas del país, puede deambular tan frecuentemente por sus regiones, sin agendas pertinentes, sin motivos y sin propósitos más que el de ejercitarse demagógicamente? ¿Sembrar el odio entre las masas, confrontar a las instituciones, difundir sus convicciones irreflexivas o perniciosas, sembrar prejuicios en los incautos o confirmarlos en quienes ya los tienen?
¿Qué prerrogativas gubernamentales pueden eximir a un representante de involucrarse en el análisis de los problemas del país, en el estudio y evaluación de proyectos, en la formulación de políticas públicas, en constante interacción con actores relevantes, sean de la esfera pública o de la sociedad civil, para cuenta de las tareas que le son inherentes?
En la afrenta a los protocolos de oficio, ritualísticos y ceremoniales propios de las altas autoridades y en las actitudes vulgares que le son inherentes, pretende demostrar, en un vano esfuerzo, que es una persona corriente, a la altura del perfil del pobre mayoría de la nación, pero lo que se revela en este intento caricaturesco de autenticidad y sencillez es sólo un cinismo consumado, recurso de un marketing de baja demagógica, que no respeta a la ciudadanía y se degrada a sí mismo.
Si no confías en las instituciones, más bien las hostilizas, ¿cómo vas a encarnarlas; si se enfrenta a la constitución, cómo puede obedecerla o someter sus actos a ella; si no reconoce la diversidad humano-social-étnica o de género, cómo puede legitimarse ante la nación; si ignora los asuntos del Estado y cómo pretende administrarlos; si profana el cargo por falta de decoro, cómo podrá ocuparlo; la vida y los negocios privados se confunden con la esfera pública, cómo puede ser un agente de la República; si no respetas a las personas ni sus derechos, insultando a unos y liquidando a otros, ¿cómo te atreves a gobernarlos? Si nos habla de libertad, engaña, pero lo que promueve es la amenaza de la verdadera servidumbre.
Si se desprecia la ciencia y se aborrece el arte, se vilipendia la cultura y se entroniza la muerte por negligencia, por apología de las armas y de la tortura; si degrada el medio ambiente y no atiende la crisis climática por ineptitud, complicidad con intereses depredadores u omisión criminal, qué podemos esperar como nación, qué nos depara el futuro como pueblo, qué solidaridad podemos recibir u ofrecer en el concierto de las naciones, ante las mismas urgencias dramáticas de nuestro tiempo?
Si tal es el perfil de esta oscura figura, y su actuación mediocre y dañina, es difícil entender cómo se sustenta; o más bien, quién y cómo, lo mantiene en el cargo. Entre estos podemos encontrar agentes estratégicos, grupos poderosos e instituciones débiles, a través de cálculos geopolíticos equivocados, intereses corporativos o de mercado, y complacencia y oportunismo, respectivamente.
Con el apoyo de empresarios ultraderechistas sin compromiso con el país, que no dudan en apoyarlo, incluso con sonrisas golpistas; militares de craso reaccionario; charlatanes y fundamentalistas religiosos; milicianos como aprendiz de todos los oficios; sectarios resentidos de diversa extracción social, en particular de las clases medias, aquí no sólo está la base social del “mito”, sino también un deplorable indicio de la composición y orientaciones político-ideológicas de una parte considerable del pueblo.
Gente, aquí merece una matización: desde un concepto genérico y de sentido común, se ha prestado a todos los discursos ya todas las invocaciones, desde las democráticas hasta las demagógicas y eventualmente tiránicas. El pueblo, socialmente, no es un todo homogéneo, y nunca estará completamente unido, ya sea en torno a intereses o ideas, valores o ideología. Sí, podemos, para simplificar, acercarlo a lo que entendemos por gente pobre, desposeída, explotada.
Siendo así, podríamos indagar sobre qué segmentos de los pobres, y qué clases o estratos sociales se han dado tal gobernante, que es, en gran medida, contrario a sus propios intereses; lo que nos llevaría a preguntarnos qué clase de gente es esta. Es conocida la eficacia mistificadora de la extrema derecha y su desenvolvimiento en la automistificación, que acaba por llevar a sus seguidores al sometimiento inconsciente oa la servidumbre voluntaria en la misma medida en que se promete la libertad. De ahí la contradicción, con reverberaciones masoquistas de los bolsonaristas que presumen conquistar la libertad invocando el autoritarismo.
Digamos que una parte importante de estos podría hacer un internado en el purgatorio para redimirse de su error político, teniendo la posibilidad de expiación siempre que se arrepientan y tomen mejores decisiones electorales. Los Bolsominions más recalcitrantes y fanáticos podrían estar destinados a la terrible condenación eterna, tal es su grado de confusión mental y acciones descabelladas o disparatadas; mientras que el ex capitán sería tragado por un río rojo, que lo precipitaría a la caverna central del infierno. Tales destinos abismales y perdición irrevocable estarían en correspondencia con la pulsión de (auto)aniquilación de este “pueblo lleno de lodo” (Dante, canto VII, 127).
Otros candidatos a descender a las profundidades del Círculo VII, repartidos entre las 10 fosas infernales, serían las instituciones y sus operadores encargados de contener los abusos de poder, incriminar, cuestionar, investigar y enjuiciar a los gobernantes, pero que por tibieza, cálculos políticos o condescendencia con flagrantes violaciones de la ley, no lo hacen. Por omitir actuar, cumplir los deberes de sus atribuciones, atenuar las infracciones de hoy por parte del gobernante, esperar reincidencias más graves, que a su vez serán sobreseídas en espera de otra más grave, y así hasta la consumación del desastre, es decir, hasta que todos nos encontremos en el infierno del arbitraje, la quema de derechos y la aniquilación de libertades.
De todos modos, eso es lo que tenemos en esta etapa regresiva como nación y civilización, en la que de "animales políticos" integrados en una "polis" muchos de nuestros (com)patriotas han pasado a ser "animales políticos" (pasemos la ofensa a estos otros seres vivos), adheridos a un proyecto de negación de la polis o una república, a favor de formas autoritarias de ejercicio del poder y degradación de las funciones públicas. Y cuya concepción de la patria se reduce a vagos y primitivos afectos, a una furiosa e intolerante devoción a los símbolos que no entiende, a los colores verde y amarillo, teniendo escalofríos por el verde olivo, y asociándolo a la familia (ámbito privado) y a la religión (campo de creencias, fe y, vamos, trascendencia).
Si esto no fuera una ensalada indigerible de civismo estrecho de miras y nacionalismo de mala retórica, podría ser una loca samba criolla que pone a bailar a los “buenos ciudadanos” del conservadurismo tupiniquim, sin liviandad ni gracia, al son del himno nacional y envuelto por el hermoso estandarte de la esperanza, ¡salve, salve!
Sea de una forma u otra, tal como lo presenta la versión bolsonarista, el patriotismo no es más que un señuelo, un subterfugio, una manipulación para encubrir su naturaleza de aberración cívica, su vocación de dañar al país, su pulsión autoritaria, su orden que es un desorden violento, fascista.
¿Qué tan lejos está usted de las características del liderazgo, según los criterios y recomendaciones de Platón para un buen gobernante, que son el conocimiento, el uso correcto de la palabra para establecer la primacía de la verdad, el discernimiento entre regímenes políticos, la templanza y la prudencia?
¿Cuál ha sido la figura de este gobernante, y qué está pasando con el país? ¿Contra qué espectros quiere advertirnos, si en sí mismo es la realidad enferma de la que pretende ser la cura? ¿Si es el resentimiento mismo el que envenena a sus seguidores, tensa a la nación, enfurece al pueblo y envenena el ambiente político, social y cultural?
Con la cínica propuesta electoral de renovación, de una engañosa “nueva política”, fue ungido por las urnas, en 2018. La institución de su gobierno consagraba la demora, la improvisación, la incompetencia, la mediocridad. En la batalla de las ideas, Bolsonaro y sus seguidores parecen tener un stock inagotable de excrecencias mesiánicas, que utilizan en una especie de guerra santa, librada bajo la inspiración de una religiosidad enferma y delirante, fuera de tiempo y lugar.
Lo que algunos llaman “yihad bolsonarista”, un intento de terrorismo religioso, constituye una amenaza a la laicidad del Estado y la diversidad de creencias, la libertad y la legitimidad de las diversas manifestaciones de fe, intrínsecas a la diversidad humana que constituye una nación. Aquí lo que está en peligro, como observa Muniz Sodré, “es la cordura de quienes son fieles a la democracia”. De tal forma que la primera dama “y su consorte parecen querer echar más leña de guayaba a la hoguera de la demencia, un acontecimiento cuya única perspectiva es la de la autocombustión mental (Folha de São Paulo, 28/08/2022).
Tal formulación indica la dimensión del revés que nos afecta como nación, estado y país, del cual el bolsonarismo es la condensación, símbolo, expresión y representación. Una vez defenestrado el personaje, aún tendremos que lidiar con el público, hasta que cambiemos el guión, la escenografía, la iluminación y el sonido y la furia de la locura fascista, y abramos el telón para un nuevo espectáculo, para una nueva temporada. .
¿Qué raíces podría haber plantado en el suelo de la ciudadanía más que el odio, la amenaza, el miedo, la virulencia, el abandono, el prejuicio? ¿Qué memoria política, qué registros históricos quedarán de este período además del fanatismo, el cinismo, el abuso, la impunidad, el olvido y la indiferencia, y sí, la corrupción? ¿Qué resultará de este gobierno ruinoso? ¿De qué rincón de los escombros debe surgir una nueva energía social, iluminada por un ímpetu de reconstrucción, por una idea de nación, por un proyecto de país, por una utopía de libertades y equidad?
¿En qué momento estos impulsos y energías se condensarán en torno a un nuevo comienzo, a pesar de las amenazas y obstáculos que se interpondrán contra quienes apuestan por avances y transformaciones, o incluso a pesar de las vacilaciones que ellos mismos se planteen?
Si en consonancia con la agenda democrática y la reconstrucción del tejido social hay que prescindir del exceso de confianza y orgullo de estar “del lado correcto de la historia”, no podemos contemporizar con el retraso y las iniquidades reiteradas, condescender con los autoritarios. y golpistas, ni tolerar a los intolerantes. Pero para llevar a cabo estos propósitos no conviene, como protagonistas colectivos, perder de vista dónde se divorcia la voluntad de la fuerza política efectiva.
Transformar la realidad para transformar las conciencias, tal es el eje estratégico de quienes ya y siempre se comprometieron con un futuro de dignidad y paz. Pero estas empresas, la primera estructural, la segunda “superestructural”, no están exentas de problematicidad; ni lo primero sucede por mera voluntad o voluntarismo político, ni lo segundo se resuelve sólo porque un portador de luz pretenda iluminar la conciencia social.
El desafío, y más aún la principal tarea de quienes aún resisten los trazos de la barbarie fascista en curso, será no sólo destronar al vil gobernante por la fuerza de una voluntad política democrática, sino, con aún mayor ímpetu, enfrentar una realidad infectada de irracionalismo, de fanatismo, de mistificación; un compromiso de largo plazo que se impondrá a quienes aún no han renunciado a rescatar a la mayoría de nuestro pueblo de las garras de la miseria material y cultural.
Pero esta tarea de esclarecimiento no sólo, ni siquiera principalmente, se realizará extendiendo la luz de lo que saben a los ignorantes, a los ya liberados del engaño y escenificando a los aún sometidos a tinieblas y sombras cavernosas, en una supuesta pedagogía de voluntarismo libertario. La realidad develada, la inteligibilidad de las cosas y las relaciones sociales para que se hagan efectivas y formen una nueva conciencia, implican procesos complejos y experiencias concretas, en un proceso de conocimiento y aprendizaje que combina intelección y emoción, razón y voluntad, arte y ciencia, producción y cultura, interacción y reflexión, información y sabiduría, doxa y episteme, pathos y logos.
Esta noche de ciudadanía –que tantos vivimos en este período, cada uno a su manera, unos trágicamente, otros con el desánimo en el alma, otros aún desesperados por la patria–, sólo verá el amanecer de un nuevo día, cuando los muchos se reúnan y los pocos se dispersen, en términos de convivencia civil, según parámetros democráticos y valores rectores de libertad, derechos, responsabilidad y respeto de unos por todos y de todos por cada uno.
Jair Bolsonaro, nunca será demasiado insistir, en términos de personalidad política personifica el anti-ideal de gobernante, lo que indujo a parte de los brasileños a emularlo en la bajeza, a imitarlo en la agresividad, en el irrespeto a las instituciones y prácticas republicanas, en jactarse de la ignorancia y el prejuicio. Cabe señalar, sin embargo, que estas “anomalías” cívicas y estas tendencias regresivas preceden al surgimiento del excapitán como protagonista destacado en el (deteriorado) escenario político brasileño.
¿Cómo restablecer un patrón de relaciones entre unos y otros, regularizarlos con criterios de justicia, respeto y solidaridad, de tal forma que resulte en una mejor calidad del sistema político? ¿Cómo rescatar la política del pantano místico-charlatano-miliciano, policial-militar donde se lanzó en este período bolsonarista?
¿Cómo restituir la dignidad al más alto cargo del Estado, luego de esta devastación institucional, luego de esta apropiación familiar-patrimonialista y clientelista? ¿Cómo recuperar las funciones de la presidencia delegadas al fisiologismo del “centrão”? ¿Cómo restituir las prerrogativas del poder civil usurpado por los ávidos contingentes de los cuarteles, presuntuosos garantes de la salud de la república?
Y finalmente, cómo reafirmar el valor y la necesidad de la política, tan negada, y de los políticos, tan degradados, restituyéndolos en sus funciones esenciales de equiparar la multiplicidad de opiniones e intereses en torno al bien común, haciendo prevalecer la verdad y validar la conveniencia. y oportunidad en el marco de los asuntos públicos?
Es, pues, a partir de estos rescates y estas reinstituciones que la política puede volver a ser el campo de la acción social, en el que las cosas pueden volverse diferentes de lo que son, comenzando por la facultad de designar el mejor gobierno; en nuestro caso, un gobierno mejor que el del excapitán, que en un mal momento y por los reveses del destino, pero sobre todo por las consecuencias del capitalismo depredador y los males del neoliberalismo que data del fascismo, nos tocó aguantar. .
Este ser ignominioso, al término de su funesto mandato, no le quedará dignidad, dejándolo en una condición patética y caricaturesca, como lo evidenciaron una vez más las distorsionadas conmemoraciones de este 7 de septiembre. En lugar de una celebración de la patria en los 200 años de la independencia, una recurrencia en un patetismo constituido por propósitos cruzados, confusiones caprichosas, dolorosas frustraciones y resentimientos que no se disuelven, que no dan frutos ni resultados esperados.
No sin ironía, su responsabilidad por acciones y discursos que no son edificantes se debe menos a una elección consciente que a una debilidad inconsciente. Al final, siempre puedes culpar a los demás de tus defectos o impertinencias y, como último recurso, compadecerte de ti mismo.
La conciencia colectiva brasileña, con toda la ambigüedad que este concepto implica, cuando y si se desenvuelve de las pestilencias sulfurosas de este período, deberá preguntarse cómo pudo admitir como gobernante a una figura tan menor, tan escabrosa, tan innoble, destinada marchitarse hasta el punto de la muerte, muerte ignominiosa.
Si esta experiencia política resulta en algún aprendizaje, el país tendrá futuro y su gente podrá aspirar a días mejores; si nada se aprehende, las futuras generaciones serán las herederas de nuestro fracaso, debiendo volver al campo de lucha para rescatar la democracia del pantano donde quedó.
Que otros tiempos se apresuren, pues, a que la nueva configuración social instituya gobernantes orgullosos de una ciudadanía más ilustrada y más atenta a los fundamentos y prácticas sociopolíticas que nos permitan vivir con mayor justicia, democracia y solidaridad.
Que el recuerdo de esta época no se desvanezca, en el barullo de bufones, rufianes y descalificados, otras voces; voces de resistencia y gritos de lucha por la democracia, la dignidad y el civismo, y que estos sigan floreciendo por muchos soles.
*Remy J. Fontana, es profesor jubilado de sociología de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC). Autor, entre otros libros, de De la espléndida amargura a la esperanza militante – ensayos políticos, culturales y ocasionales (Insular).
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