Del partido único al estalinismo

Wassily Kandinsky, Sonido blanco, 1908.
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por ISABEL LOUREIRO*

Nota de lectura sobre el libro recientemente publicado de Angela Mendes de Almeida

“Cada crisis engendra no solo un nuevo futuro, sino un nuevo pasado” (Chris Marker, El fondo del aire es rojo.).

En esta pesadilla en la que la rueda de la historia ha retrocedido unas décadas, asistimos al regreso del fascismo y la Renacimiento de su hermano siamés, el estalinismo. La defensa de Rusia, Corea del Norte y China pulula en las redes sociales como países supuestamente socialistas. Y lo mismo ocurre con la ex URSS: se justifican los gulags y la violencia contra los opositores políticos -visto como un mal menor en la construcción de la “patria socialista” frente al imperialismo norteamericano-, prueba comprobada de que la idea de mejora continua de la Humanidad no es más que una ilusión.

Es cierto que el deseo de retorno a una mítica época dorada comunista que nunca existió, por parte de una parte de la juventud de izquierda que se autodenomina revolucionaria, nace de la desesperación ante la barbarie capitalista, acentuada por el Covid-19. XNUMX pandemia, y también el desencanto con la tibieza de la izquierda reformista y sus políticas de gestión del capitalismo. Al mismo tiempo, existen serios intentos de jóvenes militantes de organizaciones marxista-leninistas por actualizar la política de Lenin, reinterpretando las ideas de la vanguardia revolucionaria y del centralismo democrático, que, como sabemos, siempre ha sido más centralista que democrático. Este libro, al mostrar los callejones sin salida a los que condujo el autoritarismo comunista, es fundamental para todos ellos.

Quien busca refundar el comunismo -después de todo, a su debido tiempo el los comunes volvió al vocabulario de la izquierda: necesita revisar la tradición de la que es heredera y hacer un ajuste de cuentas honesto con la experiencia comunista en el siglo XX. No es casualidad que la novela de Leonardo Padura, El hombre que amaba a los perros, al puntuar la falta de libertad, la censura de los que piensan diferente, la manipulación de toda una generación que vivía con miedo a las represalias, tuvo tanto éxito entre nosotros. La experiencia de la generación cubana a la que pertenece Padura tuvo su colgante en Francia, donde los intelectuales sufrieron una ceguera deliberada ante los crímenes de Stalin, y no fue hasta la década de 1970, con la publicación de Archipiélago Gulag, reconoció que las denuncias de los disidentes no fueron obra del imperialismo yanqui. En Brasil, lo mismo, donde sólo pequeños círculos trotskistas y socialistas no connivenciaban con el estalinismo y cuestionaban lo que estaba pasando en la URSS.

La fuerza de este libro reside precisamente en la impulso moraleja que anima al autor, resumida perfectamente en el epígrafe del libro, tomado de una carta del militante comunista Pietro Tresso: “Es imposible soportar en silencio lo que hiere los sentimientos más profundos de los hombres. No podemos admitir como justos los actos que sentimos y sabemos que son injustos; no podemos decir que lo verdadero es falso y lo falso es verdadero, con el pretexto de que esto sirve a una u otra fuerza presente”.

Ángela se niega a guardar silencio sobre las mentiras, los abusos, los asesinatos de trotskistas y estalinistas, víctimas de un engranaje que ellos mismos ayudaron a crear. Cuando parecía que ya todo estaba dicho sobre el tema, el autor nos sorprende con esta minuciosa investigación histórica, enriquecida con accesos a documentación posterior al fin de la Unión Soviética, obras literarias, memorias, etc. dando a los materiales recopilados una impronta muy personal que atrapa al lector de principio a fin.

Para dar cuenta de la experiencia autofágica del estalinismo, traza en filigrana episodios como la “idiotez suicida” (Hobsbawm) de la táctica comunista del “socialfascismo”; las diferencias entre frente único y frente popular; el vergonzoso papel de los comunistas en la guerra civil española; los procesos de Moscú; el pacto entre Hitler y Stalin, entre muchos otros. Al igual que Padura en su thriller histórico-político, Ángela también reconstruye la historia de la derrota del comunismo en el siglo XX, de la que él mismo es en gran parte responsable.

La larga trayectoria de militancia de la autora desde la dictadura militar, primero en organizaciones trotskistas, luego en el campo de los derechos humanos en defensa de los pobres, negros y habitantes de las periferias, hace de esta una obra comprometida con responder a las preguntas que ella misma se planteó en su proceso de maduración política. Pero, al fin y al cabo, ¿cuál es la “tesis” de este libro de polémico título? En busca de los orígenes del autoritarismo estalinista, que nunca dudó en recurrir a los expedientes más sórdidos para eliminar a sus supuestos o reales opositores, Angela vuelve sobre la divergencia entre bolcheviques y luxemburgueses en cuanto a la concepción de un partido político: por un lado, centralizado y organización jerárquica de revolucionarios profesionales, separados de la masa obrera, cuya función es dirigirlos; por otro lado, un partido democrático de masas, cuya vida depende del flujo de sangre entre la base y la dirección.

Ángela reconstruye la tumultuosa trayectoria de estas organizaciones, y también de la socialdemocracia alemana, para concluir que el bolchevismo, al “adoptar el principio del partido único […] funcionó como un cierto tronco” del que surgieron las políticas represivas del estalinismo. Uniendo este hilo estructural y el advenimiento del fascismo, el nazismo y la Segunda Guerra Mundial, terminamos en la exacerbación de las tendencias autoritarias latentes en el bolchevismo.

En definitiva, a pesar del río de sangre que los separa –esta es la “tesis” que presenta Ángela– no es posible negar la continuidad entre el autoritarismo bolchevique y el estalinista. Es una idea controvertida, que Michael Löwy, autor del Prefacio, disponible en https://dpp.cce.myftpupload.com/do-partido-unico-ao-stalinismo/?doing_wp_cron=1628268867.7771430015563964843750. Según él, el endurecimiento de los bolcheviques habría sido “culpa” de los socialistas revolucionarios de izquierda, quienes, en desacuerdo con el acuerdo de Brest-Litovsk, iniciaron los ataques terroristas. La respuesta de los bolcheviques fue el sistema de partido único (julio de 1918) y el Terror Rojo (septiembre de 1918).

Aquí vale la pena recordar a Rosa Luxemburg. Ella, que conocía bien a los bolcheviques, rechazó el Terror Rojo al comienzo de la Revolución Rusa. Contrariando los métodos de Feliks Djerzinski (militante de la socialdemocracia del Reino de Polonia y Lituania, del mismo partido que Rosa), y el primero en encabezar la Cheka, escribe: “Me temo (…) que Jósef [Djerzinski ] persistirá [en creer] que rastreando las 'conspiraciones' y asesinando enérgicamente a los 'conspiradores', se pueden tapar los agujeros económicos y políticos. La idea de Radek, pág. por ejemplo, de 'masacrar a la burguesía', o simplemente una amenaza en ese sentido, es la mayor idiotez; solo sirve para comprometer el socialismo, nada más”. (30 de septiembre de 1918)

Por eso mismo, no me parece adecuado recurrir únicamente a causas circunstanciales o históricas para explicar los orígenes del autoritarismo bolchevique, dejando de lado la idea de un partido de vanguardia. Aunque Lenin “suavizó” la concepción autoritaria que aparece en ¿Qué hacer?  fue ella quien acabó echando raíces en el comunismo ruso. Esto no quiere decir que la historia no juegue un papel, y el libro de Angela Mendes de Almeida muestra muy bien cómo las circunstancias históricas han fortalecido las tendencias autoritarias existentes.

Recordemos a otro revolucionario que también cuestionó el concepto de partido leninista, Mario Pedrosa. Según él, un partido de revolucionarios profesionales como el bolchevique, basado en el principio de centralización, nunca se convertiría en un partido de masas. El ejemplo fue el Partido Comunista Alemán. Este osciló entre una mayor o menor militancia, pero nunca llegó a ser el partido obrero alemán, como lo fue el SPD. El partido centralizado y militarizado, diseñado por Lenin como instrumento de asalto al poder para el caso específico de Rusia, terminó convirtiéndose en el modelo a imitar por los PC de todo el mundo. Y también se convirtió en un modelo para los partidos fascistas. En resumen, el partido de vanguardia leninista fue el instrumento perfecto para los propósitos dictatoriales de Stalin. Me resulta difícil no estar de acuerdo con este diagnóstico.

En definitiva, el libro de Ángela Mendes de Almeida, al reconstruir la trágica historia del comunismo en el siglo XX, es un libelo a favor del credo socialista democrático de Rosa Luxemburgo que, ya en los albores de la Revolución Rusa, temía que la supresión de Las libertades democráticas, el pluralismo de ideas y organizaciones llevarían a la muerte de la revolución.

*isabel loureiro es profesor jubilado del Departamento de Filosofía de la Unesp y autor, entre otros libros, de La revolución alemana: 1918-1923 (Unesp).

referencia


Ángela Mendes de Almeida. Del partido único al estalinismo. São Paulo, Alameda, 2021, 516 páginas.

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