por ANA CAROLINA SOLIVA SORIA*
Consideraciones sobre la necesidad de una continua movilización política de las universidades públicas
Por Luis FS Nascimento
Para introducir el tema de “luto a la lucha”,[ 1 ] Presento brevemente una distinción trabajada por Freud en un artículo publicado en 1917 titulado luto y melancolía. Los estados psíquicos que dan nombre al citado texto coinciden en muchos aspectos, pero difieren en muchos otros.
El duelo, como la melancolía, “es la reacción ante la pérdida de un ser amado o de una abstracción que está en su lugar, como la patria, la libertad, el ideal, etc. […] El duelo profundo, la reacción a la pérdida de un ser querido, contiene el mismo estado anímico doloroso, la pérdida de interés por el mundo exterior –en la medida en que no recuerda al difunto–, la pérdida del capacidad de elegir un nuevo objeto de amor – en sustitución del doliente – y la eliminación de todas y cada una de las actividades que no están relacionadas con la memoria del difunto” (Freud, 2011, p. 47).
La melancolía es similar en muchos aspectos al duelo, pero tiene características llamativas que no están presentes en este último: una extraordinaria rebaja del sentimiento de autoestima, un enorme empobrecimiento del yo, al que se dirige una feroz autocrítica y, el punto que me gustaría explorar, aunque sea brevemente: el hecho de que la pérdida no es claramente conocida por quien está en un estado melancólico. Mejor dicho, a diferencia de la melancolía, el duelo requiere que se tenga en la conciencia la claridad de la persona perdida o del objeto amado o de lo que se perdió en ellos.
En él, “nada de lo relacionado con la pérdida es inconsciente” (Freud, 2011, p. 51). La melancolía, en cambio, es consecuencia de la “pérdida desconocida”, es decir, de “una pérdida de objeto que le fue retirado de la conciencia” (Freud, 2011, p. 51), que impide al paciente saber qué objeto ha perdido o perdido lo perdido en el objeto. Esta pérdida, que escapa a la memoria, absorbe la melancolía de manera tan enigmática y completa, y no puede ser traída a la conciencia sino por un difícil y complejo trabajo de análisis.
En otro artículo publicado unos años antes luto y melancolíatitulado Recuerda, repite y elabora (1914), Freud expone las consecuencias de mantener un contenido anímico bloqueado en su acceso a la conciencia, es decir, impedido de ser recordado. Dicho brevemente, lo no recordado se refiere a impresiones, escenas, experiencias de algo esencial en nuestra vida, si no todo lo esencial, que está bloqueado para nuestro ser consciente. Este olvido puede recaer, en muchos casos, sobre el contenido de las impresiones, escenas, vivencias, o sobre las conexiones existentes entre ellas, y, en este caso, conduce al aislamiento de los contenidos de los recuerdos, que se vuelven fragmentarios, puntuales. .
Así, los hechos más esenciales de nuestras vivencias, cuando sucumben al olvido, pueden desaparecer por completo de la conciencia, o estar ahí, sin por ello establecer relaciones entre sí. En ambos casos se pierde la dimensión histórica de la vida: la historia en el sentido más banal, de poder distinguir pasado, presente y futuro, de situar los acontecimientos en los momentos a los que pertenecen y establecer vínculos entre ellos. Es sólo para y en la conciencia que pueden existir vínculos temporales y, si se quiere, causales.
Cuando, por condiciones psíquicas individuales o sociales que se nos imponen, perdemos la dimensión histórica de los hechos esenciales de la vida y nos volvemos incapaces de establecer conexiones entre los acontecimientos centrales que nos caracterizan de manera más íntima, somos retrotraídos, sin darnos cuenta, al pasado y conservarlo como manifestación de nuestra vida presente. Me refiero a lo que íntimamente nos caracteriza, porque recordar es ir a lo íntimo, a lo corazón, al corazón, a lo que guardamos dentro.
La imposibilidad de recordar nos impide conocer nuestra intimidad y saber quiénes somos. Y este desconocimiento nos lleva muchas veces a tomar hechos no esenciales o falaces como propios de nosotros mismos, simulacros de nuestra intimidad. La incapacidad de recordar se traduce en una repetición del pasado en el presente. Algo que debería haber sido superado permanece como nuestro ser manifiesto. Repita los que no recuerdan.
¿Y a qué se debe el bloqueo de estos contenidos? Según Freud, se debe a resistencias que actúan en sentido contrario a la conciencia, que deshacen las conexiones entre los hechos vividos y los debilitan frente a ella. Frente a la memoria de estos hechos, surge la desvalorización de su contenido, tomado como algo sin sentido, sin valor, de menor importancia frente a las más urgentes exigencias de la vida, que pueden ser económicas, legales, morales, jurídicas, veraces y que se crean para desviar la atención de lo vital, que finalmente se pierde en el vacío del olvido.
Freud sabía muy bien que las fuerzas retrógradas no se manifiestan sólo en las sesiones de análisis. También se manifiestan en el juego político, económico y social contra la memoria de nuestro pasado y contra lo revolucionario. Recordemos las casi setecientas mil vidas que desaparecieron con la covid en Brasil, y por las que se intentó dar un argumento económico para justificar la falta de vacunas o la pronta reapertura de las actividades laborales.
Recordemos también los reiterados asesinatos de mujeres; los desaparecidos políticos, cuyos cuerpos no pudieron ser llorados y enterrados por sus familias; agresión a parejas homoafectivas; la población negra masacrada con insistencia en las afueras de nuestras ciudades y que hace tiempo que es desterrada de su lugar de origen; recordemos a las poblaciones indígenas, exterminadas en disputas territoriales y que se ven obligadas a vivir exiliadas dentro de su propio país; recordemos el analfabetismo funcional de nuestros hijos; hambre, miseria; el odio a la cultura, a la inteligencia ya todo lo que vive.
Un país que debería proteger la vida en su más amplio espectro, pero que se apropia, salvo raros momentos históricos, del derecho a matar; que mata al humano, y también a su fauna y flora; que aniquila su riqueza mineral; que propaga el oscurantismo y la idiotez, en lugar de promover el conocimiento científico y la vida pública. He aquí, en los últimos años de nuestra historia, estas fuerzas retrógradas que actúan contra la vida y la civilización mostraron su rostro desnudo, sin disfraz.
¿A quién le importa el olvido? En el contexto que acabo de enumerar, la ignorancia sólo beneficia a quienes históricamente la provocan, a quienes crean resistencias muy bien elaboradas para que los hechos esenciales de nuestra vida colectiva no lleguen a la conciencia, y que permanezcan desconectados, empañados en sus relaciones causales. y efecto, y que el pasado, que durante mucho tiempo se ha repetido bajo distintas figuraciones, no puede ser superado, y que se repite perpetuamente en beneficio de quienes manipulan una historia que es la nuestra.
Finalmente, traigo algunos elementos de otro texto de Freud: Consideraciones actuales sobre la guerra y la muerte, 1915. Ante la muerte de un ser querido, es natural en nuestro proceso de duelo sepultar con él nuestras esperanzas, ambiciones, alegrías, aunque sea por un tiempo determinado. La muerte empobrece la vida, nos paraliza. Y con eso, tendemos a excluir la muerte del cálculo de la vida. Una muerte en particular parece algo fuera de los designios de la vida, para lo cual buscamos justificaciones excepcionales: fue la vejez, la enfermedad, un accidente, y con eso nos ponemos a salvo y nos alejamos de la interrupción definitiva de la vida.
“Es inevitable”, escribe Freud, “que busquemos en el mundo de la ficción, en la literatura, en el teatro, un sustituto de las pérdidas de la vida” (p. 232). En la ficción nos reconciliamos con la muerte, como si “detrás de todas las vicisitudes de la vida aún quedara una vida intacta” (p. 233), que es la nuestra y nos da la ilusión de nuestra propia inmortalidad. Sin embargo, la guerra elimina cualquier tratamiento convencional que le demos a la muerte. La acumulación de cuerpos “pone fin a la impresión de azar” de la muerte (p. 233). Ahora bien, los números que se imprimen a diario en nuestros noticieros son ineludibles: estamos en medio de una guerra: guerra contra las mujeres, los negros, los indios, los niños, la diversidad, el conocimiento, la buena práctica científica, la política… La lista es larga y no Siéntase capaz de enumerar todas las guerras que suceden simultáneamente en nuestro país hoy.
La pregunta que me gustaría plantear finalmente es cómo actuar de tal manera que, por un lado, no alimente la máquina de guerra que tanto interesa a los mensajeros de la muerte, y, por otro lado, no quedarme restringida al ámbito doméstico, de idiotez, a la espera de la noticia, con el alivio de que no es mía, de la muerte del otro. Frente a esta pregunta me aparece una sola respuesta: actuar dentro de la universidad pública, como científico y educador, que trabaja con lo humano, con las múltiples producciones de saberes y modos de vida.
Que de esta manera sea posible traer y conservar en la memoria los hechos esenciales de la vida colectiva, que están histórica e históricamente determinados. Que en esta actividad, vital para quien la ejerce, el otro no me es ajeno; que es posible hablar de nuestras pérdidas y duelo, evitar la parálisis y la melancolía, y proyectar un futuro que no valore la muerte, sino la vida. Como en el arte, la expectativa del futuro tiene su parte de ficción, una ficción que se construye con lo fáctico del presente, pero que no paraliza ni obstruye.
Para ello, es necesario actuar sin repetir el compromiso con el pasado. Al igual que Freud, entiendo que “la guerra no se puede eliminar […] mientras las condiciones de existencia […] sean tan diferentes” (p. 246) y estas diferencias seguirán existiendo mientras no se expongan sus raíces y se seguir viéndonos diferentes y más dignos de la vida que otros, extraños para nosotros. Que nos opongamos a la barbarie y al asesinato, y que, dentro de nuestras competencias, podamos actuar para valorar la vida, la vida vista en su verdadera naturaleza democrática y que resiste a la muerte.
*Ana Carolina Soliva Soria Profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad Federal de São Carlos (UFSCar).
referencia
FREUD, Sigmundo. luto y melancolía. Traducción, introducción y notas de Marilene Carone. São Paulo: Cosac Naify, 2011.
FREUD, Sigmundo. Recuerda, repite y elabora. En: Observaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia relatado en una autobiografía: (“El caso Schreber”): artículos sobre técnica y otros textos (1911-1913). Traducción y notas de Paulo César de Souza. São Paulo: Companhia das Letras, 2010, págs. 196 y ss.
FREUD, Sigmundo. Consideraciones actuales sobre la guerra y la muerte. En: Introducción al narcisismo: ensayos de metapsicología y otros textos (1914-1916). Traducción y notas de Paulo César de Souza. São Paulo: Companhia das Letras, 2010.
Notas
[1] Planteado por la recta final de las elecciones de 2022, este texto es el compartir de una experiencia contra la barbarie que con tanta fuerza hemos vivido en los últimos años. Después de más de dos años de trabajo a distancia, las actividades presenciales en la Universidad Federal de São Carlos se reanudaron a principios de junio de este año. La primera semana de clases estuvo marcada por la gran alegría del reencuentro de profesores, estudiantes y técnicos, y por la promoción de numerosos eventos de bienvenida a la comunidad universitaria.
Uno de estos eventos, organizado por el Centro de Educación y Ciencias Humanas, en el que tuve el privilegio de participar junto a los profesores Ana Cristina Juvenal da Cruz, Douglas Verrangia, Adélcio Machado y la estudiante Raísa Cortez, directora del DCE libre UFSCar, tuvo como su tema es el luto por las múltiples pérdidas que hemos enfrentado en los últimos años –de vidas, así como contratiempos políticos, económicos y sociales–, y la necesidad de luchar contra estas pérdidas. El evento fue lema Del Duelo a la Lucha: Encuentro de Arte, Política y Humanización.
Puedo decir que la conclusión general a la que llegamos -reforzada por sucesivos anuncios de recortes al Ministerio de Educación- fue que las instituciones educativas públicas necesitan movilizaciones políticas permanentes, con el objetivo de fortalecer su unidad y cohesión. Desde entonces, con la ayuda del Centro, comenzamos a organizar acciones prácticas periódicas para recordar la historia democrática de nuestra Universidad, los momentos antidemocráticos que se le impusieron y para sensibilizar sobre la importancia de las instituciones educativas públicas para la sociedad como un entero. Traigo aquí, en forma escrita, las reflexiones que presenté en esa ocasión.
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