Del coronelismo al clientelismo

Imagen: Hamilton Grimaldi
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por RAQUEL MENEGUELLO & FRANCISCO FARIAS*

Lea el Prefacio y un extracto del libro recientemente publicado por Francisco Farias

prefacio [Raquel Menegüello]

La publicación de la investigación de Francisco Farias sobre la política en el noreste de Piauí agrega datos valiosos sobre los cambios en la política regional, constituidos a lo largo del proceso inicial de democratización brasileña.

El libro Del coronelismo al clientelismo: prácticas electorales en Piauí, Brasil indica cómo el clientelismo comienza a ocupar el terreno de la dinámica coronelista dominante en el estado y establece prácticas electorales transformadas. A partir de entrevistas cualitativas realizadas en los municipios seleccionados de Barras y Esperantina, con políticos, cuadros partidarios, miembros de la justicia electoral y de la administración de gobierno, y trabajadores rurales y urbanos, el autor busca mostrar cómo la dinámica de la voto libre, como llama el autor a la superación de las prácticas políticas del coronelismo.

Un análisis del período de transición inicial muestra que la política democrática trajo consigo un nuevo arreglo de fuerzas establecido con los nuevos partidos y las elecciones locales y estatales directas de 1982, fundamentales para redefinir, aún durante la dictadura militar, una nueva relación entre los estados del federación y poder central. Fue en este contexto que los partidos de oposición al régimen lograron importantes victorias en los gobiernos estatales, valiosas para la continuación del proceso de democratización, con el ingreso de nuevos actores a la política nacional.

Este contexto de transición y nuevos arreglos institucionales, en el que el autor ubica las transformaciones observadas, tuvo una traducción limitada en el estado de Piauí. Siendo el Estado un terreno marcado por el dominio de una organización política tradicional, de carácter oligárquico, históricamente definido por el dominio de las familias, notablemente dentro de él, pocos actores nuevos fueron protagonistas de los cambios del período, pero se generaron nuevas condiciones de relación. definida entre electorado y los políticos, dando nuevas condiciones de funcionamiento al sistema representativo. Es en este contexto que Francisco Farias encuentra nuevas prácticas y redimensiona la comprensión de la inserción política en el dominio del clientelismo estatal.

Al final de casi cuatro décadas de construcción democrática, la literatura sobre la transición brasileña, así como sobre el sistema nacional de partidos y sus implicaciones subnacionales, se ha vuelto voluminosa y diversa. Este libro dialoga con la literatura en el momento de su elaboración, las etapas aún tempranas de la década de 1990, bajo un enfoque teórico específico. Es un referente fundamental para comprender el papel de los sectores populares en la construcción de la participación en el ámbito democrático, su relación con la política y los políticos, y la definición de dinámicas clientelistas en un estado del Nordeste rural.

 

extracto del libro [Capítulo 1, ítem 2: clientelismo]

El clientelismo político –presente en las relaciones horizontales (Ejecutivo y Legislativo) y verticales (gobierno nacional y regional) del aparato estatal contemporáneo, así como en las campañas electorales y en la conducción de las políticas de gobierno– aparece como la negociación de recursos, cargos y equipamiento de grupos sociales para el apoyo político. Su comprensión es, por tanto, parte del análisis de la “política de apoyo” (expresión de Nicos Poulantzas).

La política de apoyo, es decir, la implementación de medidas gubernamentales para satisfacer las necesidades de la clase asalariada, surge con el fin de contener el apetito de la clase capitalista por saquear la fuerza de trabajo, garantizando la reproducción simple o normal del proletariado a nivel de la civilización alcanzada. . A través de los servicios estatales se refuerzan los lazos de subordinación política, en definitiva beneficiando los valores de la clase dominante, pues estos servicios presuponen la relación con el discurso de la representación del pueblo-nación, es decir, se presentan como una modalidad. de realizar la “voluntad nacional-popular” (aspiraciones de la burguesía).

Diferentemente, la política de alianza de clases, es decir, la implementación de políticas sociales que promuevan la reproducción ampliada de la fuerza de trabajo, nace del interés de las fracciones subordinadas de la clase dominante por conquistar la hegemonía política. En Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, las burguesías internas (representadas por partidos liberales y patronales) establecieron alianzas con las clases trabajadoras (bajo la dirección de partidos socialistas y fuerzas sindicales), con vistas a vencer el poder de los intereses estadounidenses. en sus países. Esto, en parte, resultó en el llamado estado de bienestar.

Las prácticas clientelistas son efectos de la estructura jurídico-burocrática del Estado burgués. Sólo un aparato de Estado regido por las normas del derecho igualitario y el burocratismo universalista puede institucionalizar la reivindicación de la separación de lo “público” y lo “privado”, es decir, cuáles son los recursos del Estado y los recursos de la clase dominante. No sería factible establecer la regla del acceso formalmente igualitario y universal a los cargos político-administrativos y mantener un criterio de indistinción entre recursos “públicos” y “privados”, ya que no produciría el sentido de la burocracia estatal presentándose como representante de la comunidad política centralizada, el pueblo-nación. La confusión de “público” y “privado” es una forma de ejercer el papel de la burocracia estatal vinculada a las comunidades políticas descentralizadas, la gente de la ciudad o la gente de la región, ya que tales formas de comunidades son más receptivas a la influencia política de la propiedad de la tierra tradicional, con vocación localista y tendencia oligárquica.

La existencia de clientelismo político presupone, por tanto, la vigencia de la modernización capitalista, tanto nacional como local. Más que un obstáculo, el clientelismo es una alternativa a la gama de prácticas, guiadas por la ideología nacional-popular, de la burocracia del Estado moderno-burgués. A pesar de que la regla de separación entre lo público y lo privado prohibe las prácticas de distribución selectiva de recursos y servicios del Estado vistos como normales, la ideología nacional-popular contiene la posibilidad de interpretar el “interés común” de la colectividad como resultado de la búsqueda de satisfacer la mayor proporción de intereses particulares, comarcales o individuales, legitimando los rasgos de competencia con el Estado.

El clientelismo político sigue siendo una forma de reforzar las solidaridades políticas dentro de la clase dominante, ya que los beneficios distribuidos (puestos, fondos, equipos) son signos de concesiones económicas de la fracción hegemónica a los intereses de las fracciones subordinadas, a cambio de estabilidad política. En otras palabras, el intercambio de ventajas materiales inmediatas por legitimidad política es un aspecto manifiesto en las relaciones intergubernamentales, partidistas y electorales. Sin embargo, más profundamente, son los intereses de fracciones de la clase dominante los que, en buena medida, constituyen el contenido latente, la sustancia de la relación entre las ramas del aparato del Estado, la competencia de los partidos dominantes y las disputas electorales.[i].

relaciones intergubernamentales

Las prácticas clientelares tienden, por tanto, a estar presentes en las relaciones intergubernamentales, horizontales y verticales. En el plano horizontal, podemos señalar las relaciones entre, por un lado, los Ministerios y el líder del Ejecutivo y, por otro lado, el Parlamento. El patrón clientelista se vuelve plausible en la relación entre el líder del Ejecutivo y el área periférica de Ministerios, pues en esta área, en el caso de los regímenes democráticos y multipartidistas, se encuentran los partidos secundarios de la coalición gobernante. Un ministro de este círculo busca influir en las decisiones del Gobierno favorables a su cartera, en forma de regateo de los votos de su partido para la aprobación de los asuntos del Ejecutivo en el Parlamento. El lado menos visible de esta relación intergubernamental son las concesiones que hace el núcleo de la fracción hegemónica a los intereses de sus segmentos periféricos.

En términos de relaciones intergubernamentales verticales, las prácticas clientelistas son similares. Este es el caso del tema del empleo público. Los gobiernos y burguesías de las regiones periféricas se incorporan, en parte, al poder hegemónico nacional a través de la concentración del empleo público. Si en estas regiones existe una mayor presión de los egresados ​​del sistema educativo por acceder al aparato estatal, lo contrario se refiere a la desorganización de las actividades económicas tradicionales, producto de la expansión capitalista. Por un lado, el “patrocinio” de cargos públicos puede significar un elemento de “irracionalidad” de la organización estatal, pues reduciría su eficiencia técnica (relación costos y beneficios, en aquellos sectores en los que los resultados son cuantificables). Por otro lado, aunque parezca paradójico, hay un elemento de “racionalidad” del empleo en el aparato estatal, como política de hegemonía (“integración nacional”).

Podemos enumerar dos conjuntos de restricciones para la división vertical del aparato estatal burgués. Por un lado, la necesidad de una división de tareas entre los miembros de la burocracia estatal en la formulación e implementación de las políticas sociales, en la que el ámbito nacional del Estado tiende a retener los objetivos estratégicos y el control presupuestario de dichas políticas, mientras que el ámbito local se inclina especialmente por la gestión y ejecución de servicios. Esta división de tareas no sería estrictamente técnica, ya que la responsabilidad social del poder local cumple la función de desviar la lucha de las clases dominadas contra el poder central del Estado burgués.

Por otra parte, está la funcionalidad, en distintas ramas del aparato estatal, de acomodación de distintos intereses de la clase dominante, según la desigual distribución de las fuerzas productivas en el espacio territorial. En este caso, la sección regional de una fracción nacional (o alternativamente el conjunto de capitales de esa región) “controla” el aparato estatal central y, eventualmente, el aparato estatal subnacional en esa región, mientras que las otras secciones regionales de la fracción hegemónica (o bloques de capital regional) pueden “alojarse” en aparatos subnacionales en regiones periféricas. Tal funcionalidad de las ramas verticales del aparato estatal refuerza los lazos de solidaridad dentro de la fracción hegemónica (o en el conjunto de bloques de capital regional), al mismo tiempo que organiza la competencia entre las secciones regionales de la fracción hegemónica (o entre los bloques de capitales regionales).

La relación gobierno central/gobierno subnacional está, por tanto, condicionada por la relación burguesía de la región polo/burguesía periférica. La postura de la burguesía periférica puede asumir tres posiciones diferentes: subordinación (burguesía asociada); autonomía (burguesía regionalista); conflicto selectivo (burguesía interna). El capital comercial de la periferia tiende hacia una postura de burguesía asociada (subordinación al capital industrial de la región central). Los capitales productivos (agrario e industrial) en esta región tienden hacia la posición de una burguesía interna (conflictos selectivos, dada la base de la acumulación local, con la burguesía de la región central). El capital medio en la región periférica sería más receptivo a una campaña regionalista, en el sentido de evitar la fuga de capitales hacia la región central.

Una de las fracciones de la burguesía periférica, por tanto, tiende a ostentar la hegemonía en el ámbito local del gobierno. No se puede suponer que las subnacionalidades periféricas sean una esfera de poder del capital medio, mientras que el gran capital domina la esfera nacional. Un estudio de caso mostró que el capital medio también estaba marginado en la periferia.[ii] Pero lo contrario también es válido: no se puede generalizar que, en la fase del capitalismo monopolista, las esferas regionales estarán bajo la hegemonía del capital monopolista. Hay casos en los que la burguesía regional está dominada por el capital “competitivo”.[iii]

Pero aún nos faltan conceptos más específicos para el análisis de las relaciones intergubernamentales. No se trata de un “estado dual” (independencia de las esferas de gobierno), como propone Peter Saunders[iv], debido a la dependencia estructural del ámbito local de gobierno. Las relaciones intergubernamentales se correlacionan más específicamente con coaliciones dentro del bloque de poder (clases y fracciones de clases dominantes). En estas coaliciones (o “compromisos”) de clases y fracciones dominantes hay subordinación (u oposición selectiva), pero también concesiones.

El discurso de la “globalización” que estaría constituyendo hoy un espacio territorial homogéneo de acumulación de capital, asume un doble sentido: por un lado, minimiza el movimiento de polarización económica, desconociendo las tendencias a la concentración/centralización del capital y la desigualdad. del desarrollo de las fuerzas productivas en el espacio geográfico; y, por otro lado, subestima el papel de las políticas compensatorias para paliar las desigualdades regionales y, en consecuencia, para reducir las tensiones políticas separatistas.

Un efecto de este discurso fue la legitimación del fin de las políticas nacionales de desarrollo regional, con el surgimiento de gobiernos “neoliberales”. En el caso brasileño, para la década de 1990, es posible diagnosticar una reconcentración regional en el país. La política de desmantelamiento de los planes y organismos de desarrollo regional interesa a la hegemonía del capital financiero internacional y sus asociados, en el sentido de ser una forma de contener el gasto público y, por tanto, de contribuir a la resolución de la crisis fiscal del Estado. .

En la misma dirección, la tendencia a la centralización del presupuesto del Estado, propiciada por la política “neoliberal”, es un requisito del capital financiero, para evitar demandas particularistas y orientar el gasto estatal por el “interés general de la sociedad” (financiero). capital). . Esto encuentra resistencia en las capitales medianas, que tienen mayor influencia en los ámbitos regionales del Estado.

A su vez, la descentralización administrativa, responsabilizando al ámbito local del Estado de la gestión de las políticas sociales y fomentando la participación política (“gobernabilidad local”), aparentemente busca mejorar la eficiencia y eficacia en la administración de los fondos sociales para compensar los recortes de sus montos. por gobiernos “neoliberales”. Sin embargo, más profundamente, este traspaso de atribuciones gubernamentales aporta mayor seguridad a la hegemonía de la burguesía financiera, ya que desvía las luchas de las clases trabajadoras hacia ámbitos regionales, controlados, muchas veces, por fracciones burguesas subordinadas, que tienden a transformar estos ámbitos. en “baluartes del conservadurismo”, es decir, de preservación de la hegemonía nacional.[V]

En este sentido, la noción de “gobernanza local” tiende a ocultar el dominio de la burguesía regional y su servicio político-ideológico en la construcción de la hegemonía nacional. La “gobernanza local”, en opinión de algunos analistas, apuntaría a las relaciones entre, por un lado, diferentes “grupos de interés”; y, por otra parte, “autoridades locales”, sin que exista un patrón previamente determinado en estas relaciones.[VI] Esto preservaría el principio de autonomía política: “[…] las agencias estatales deben ser estudiadas en su totalidad, no determinando a priori su subordinación a cualquier agente o proceso presente en la sociedad”.[Vii]

El resultado de este enfoque, que no parece distinguir la autonomía epistemológica de la ciencia política y la interdependencia de la política y la economía en el conjunto social, sería un enfoque descriptivo y no denso del proceso político, cuyo límite es el de no aprehender la dimensión estructural del hecho político, es decir, sus invariantes, captadas a través del método sistematizador y de descripción densa. Así, un análisis de prácticas e instituciones sin referencia a estructuras evaluativas sería tan deficiente como un tratamiento de estructuras sin referencia a prácticas institucionalizadas; para caracterizar localidades y situaciones urbanas, los factores estructurales proporcionarán los elementos importantes del “contexto”, aunque no todas las explicaciones, que precisamente presuponen que se examinen los “procesos políticos”.[Viii]

La validez analítica del concepto de gobernanza local ha sido cuestionada a partir de estudios sobre políticas urbanas en Brasil, marcadas por el clientelismo. Tal característica, a nuestro juicio, resultaría de la influencia de fracciones de la burguesía en las políticas urbanas, influencia expresada no sólo en los efectos de las políticas, sino también en los procesos de su formulación.

Análisis de voto de negociación

Alain Rouquie[Ex] señala las condiciones de pobreza de las clases trabajadoras como causa del clientelismo electoral o del voto de negociación. Considera que el voto halter (la relación político-electoral análoga a la dependencia de la tierra) y el voto clientelar (la relación político-electoral correspondiente a la independencia en el mercado) son, en esencia, “estructuras piramidales” vinculadas a “contextos de penuria”. ”.

Sin embargo, el trabajador de la gran propiedad rural precapitalista, aunque viva en condiciones quizás más precarias (sin acceso a agua tratada, electricidad, servicios médicos, etc.) su voto es un bien de cambio; por el contrario, por su lealtad personal al patrón, simplemente da su voto, como una especie de tributo u homenaje al terrateniente. Se puede concluir que el entramado social del latifundio precapitalista funciona como un impedimento a la escasez al inducir al trabajador a una actitud utilitaria a nivel político. El problema de considerar la pobreza como fundamento explicativo del clientelismo electoral consiste, por tanto, en abstraer el tipo de relaciones sociales bajo las cuales se reproduce la situación de miseria. Una explicación más consistente del voto de negociación resultaría de tomar en cuenta el contexto estructural social.

René Lemarchand[X] tiende a identificar como fundamento del clientelismo político no la estructura social capitalista, sino el legado de un pasado precapitalista. Para el autor, en los países del Tercer Mundo, la herencia colonial sería el factor determinante para la presencia del clientelismo en la democracia moderna. En sus palabras, “[…] es principalmente donde el cambio social se ha estancado sustancialmente detrás de la modernización política donde las formas de dependencia clientelar han sido más resistidas”.[Xi]

Pero la población “marginada” (sin empleo estable) y los pobres de las periferias urbanas –sin duda blanco de prácticas clientelistas– no es herencia del pasado colonial de estos países, ya que el subempleo urbano, como muestran estudios específicos[Xii], es, más bien, producto del tipo de capitalismo generado en estas sociedades, que, al implementar la industrialización dependiente, adopta un patrón tecnológico orientado al consumo de altos ingresos, restringiendo el alcance del empleo industrial, dada la mayor concentración de capital.

Finalmente, abordar el clientelismo electoral como “premoderno” ignoraría el hecho de que este patrón de política es una de las formas en que funciona la democracia (burguesa) moderna, y no una condición externa (“ambiental”). Esta crítica se vuelve más plausible cuando consideramos que el clientelismo persiste incluso en las sociedades burguesas más desarrolladas, aunque de manera más sofisticada.[Xiii]

La idea de una práctica electoral análoga a la práctica del mercado económico se desarrolla en Joseph Schumpeter: “[…] en la vida económica la competencia nunca está del todo ausente, pero difícilmente es perfecta. Del mismo modo, en la vida política siempre hay alguna competencia […].[Xiv] Para simplificar las cosas, restringimos el tipo de competencia por el liderazgo que debe definir la democracia a la libre competencia por el voto libre”; “[…] partido y maquinaria política […] constituyen un intento de regular la competencia política que es exactamente similar a las prácticas correspondientes de una asociación gremial”.[Xv] Una restricción que se le podría poner al enfoque schumpeteriano es que la lógica competitiva no se aplica al conjunto de prácticas político-electorales, sino sólo a un dominio particular.

Por el contrario, el partido de izquierda promueve una política de ruptura con el aislamiento de los individuos y la inmediatez de los intereses en el campo político. Apoyándose en experiencias de asociaciones de las clases trabajadoras, desarrolladas en el ámbito de luchas reivindicativas (organizaciones de base, sindicatos), configura una forma organizativa que favorece la creciente participación de los trabajadores en el proceso político, con el objetivo de garantizar la defensa de derechos más amplios. intereses. De esta forma, la política de izquierda convierte el voto en una expresión de solidaridad de clase.

* Raquel Menegüello Profesor de Ciencias Políticas de la Unicamp. Autor, entre otros libros, de ES: La formación de un partido (1979-1982) (Paz y Tierra).

*Francisco Pereira de Farías es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Federal de Piauí (UFPI).

referencia


Francisco Farías. Del coronelismo al clientelismo: prácticas electorales en Piauí, Brasil. Teresina: Edufpi, 2020.

Disponible en https://www.ufpi.br/arquivos_download/arquivos/edufpi/Ebook_Do_Coronelismo_ao_Clientelismo_revisto.pdf

Notas


[i] Para una visión diferente de los contenidos manifiesto-latente del proceso intergubernamental, ver P. Gremion. El pouvoirpériphérique. París: Seuil, 1976.

[ii] Jean Lojkine. El estado capitalista y la cuestión urbana. São Paulo: Martins Fontes, 1981.

[iii]D. Lorena. La montae en puissance des Villes. economia y humanismo, No. 305, pág. 6-18, 1989.

[iv]Pedro Saunders. Teoría social y cuestión urbana. Londres: Holmes & Meir Publisher, 1981.

[V]A. Granu. La burguesía financière au pouvoir. París: Maspero, 1977.

[VI]Patricio Le Gales. Du gouvernement des villes à la gouvernance. Revista francesa de ciencia política, v. 45, n. 1, pág. 57-95, 1995.

[Vii]Eduardo C. Marqués. Redes sociales, instituciones y actores políticos en el gobierno de la ciudad de São Paulo. São Paulo: Annablume, 2003, pág. 51.

[Viii]Edmond Preteceille. Inégalités urbanos, gouvernance, dominación. In: R. Balmé; A. Faure; A. Mabileau (Dir.). Las nuevas políticas locales. París: Presses de Sciences Politiques, 1999.

[Ex]A. Rouquié. L'analyse des non concorrentielleselections: control clientelista y situaciones autoritarias. In: G. Hermet (Org.). Des elecciones pas comme les autres. París: Fundación Nacional de Ciencias Políticas, 1978.

[X]R. Lemarchand. Clientelismo político comparado: estructura, proceso y óptica. In: S. Eisenstadt; R. Lemarchand (Orgs.). Clientelismo político, clientelismo y desarrollo. Beverly Hills: Publicaciones Sage, 1981.

[Xi]L. Roniger. Sociedad civil, clientelismo y democracia. revista internacional de sociología comparada, v. 35, núm. 3/4, pág. 207-20, 1994, pág. 215.

[Xii] Véase, por ejemplo, Oliveira (1972).

[Xiii] R. Teobaldo. El declive de las relaciones patrón-cliente en las sociedades desarrolladas. Archivos europeos de sociología, v. 24, núm. 1, pág. 136-147, 1983; R. Teobaldo. Sobre la supervivencia del clientelismo en las sociedades desarrolladas. Archivos europeos de sociología, v. 33, n. 1, pág. 183-191, 1992.

[Xiv]JA Schumpeter. Capitalismo, socialismo y democracia. Río de Janeiro: Zahar, 1984, pág. 338

[Xv] Schumpeter, 1984, pág. 353.

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