Sobre el carácter utilitario del arte

Imagen: Victor Burgin
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por FLÁVIO R. KOTHE*

Ni propaganda, ni concepto, ni devoción: el arte puro es un salto al vacío que sólo se completa cuando alguien se atreve a caer en él.

1.

La arquitectura y la retórica son géneros estratégicos para ver si el arte tiene una finalidad o no, pues la primera necesita cumplir un plan de necesidades, un conjunto de funciones, para que estas puedan realizarse, mientras que la retórica busca convencer a los oyentes, quiere que piensen como el hablante, su función es convencer.

La teoría arquitectónica fue creada por Vitruvio basándose en principios retóricos. Los arquitectos brasileños han perdido la noción de esto. Para la mayoría, la profesión ni siquiera es un ejercicio artístico, sino más bien la planificación de espacios construidos para el uso de sus espacios vacíos: se preocupan por resolver problemas prácticos, como obtener azulejos o cemento más baratos.

La arquitectura, sin embargo, termina siendo recordada por ser artística. Tiene funciones prácticas —como sede de gobierno, edificio educativo, biblioteca—, pero sirve de base para la proyección de la estética.

Los oradores no parecen preocuparse por practicar el arte, sino por sobresalir en su conversación. Hablar con belleza sirve para ocultar el deseo de convencer. El propósito no es buscar la verdad, sino manipular la voluntad. La oratoria es la verdad del arte sacro, del arte propagandístico, de la legitimación de la monarquía y la aristocracia. Decir que algo es «arte» sirve para ocultar estas funciones no estéticas.

En arquitectura, es posible distinguir obras que destacan por su grandeza, su gracia y su inolvidable configuración. Quizás no sea cristiano para apreciar templos como la Sagrada Familia de Barcelona, ​​la Catedral de Florencia, la Iglesia Ortodoxa de la Plaza Roja de Moscú o la Catedral de Brasilia. Estas son obras que trascienden el horizonte del estándar católico o de la iglesia ortodoxa rusa.

Oscar Niemeyer era comunista y ateo: su edificio más bello, sin embargo, es la Catedral (que debía ser un templo ecuménico, desde cuyo interior se tenían vistas a espacios infinitos, no cubiertos por la bóveda de los templos comunes).

Gaudí logró crear una atmósfera tan mística dentro de la Sagrada Familia que permite recorrer lo que generaciones y generaciones han soñado como el paraíso. No importa que nadie haya estado allí, no importa si existe o no, lo que se encuentra en el templo es algo único, irremplazable, no solo para el católico, sino también para su autor. Un no católico puede incluso apreciar mejor el aspecto artístico, porque no se reduce a la creencia.

Un arquitecto ateo, incluso con la ayuda de conocimientos técnicos, puede experimentar la obra como «sublime», más allá del umbral. El edificio puede incluso ser mal utilizado por el Opus Dei o por contribuir al mantenimiento de la monarquía en España e impedir la independencia de Cataluña, pero aun así trasciende tales usos. Está más allá de las creencias del autor. Lo que lo identifica como arte es algo que va más allá de este horizonte utilitario, incluso si se trata de una utilidad de tipo «espiritual».

2.

Para apreciar una obra “sagrada” como arte, lo mejor es no ser creyente de la religión que en ella se consagra, porque, de lo contrario, se verá en la obra sólo un testimonio y documento de fe, no una obra que presente algo verdadero con la primacía de la belleza.

Para apreciar con mayor imparcialidad una obra que consagra la realeza o la aristocracia, es mejor no ser monárquico ni aristócrata, porque de lo contrario, los intereses políticos se impondrán a la neutralidad necesaria para permitir que la grandeza de la obra se muestre como arte, no como pieza de propaganda.

Aquellos que aprecian las obras de su país porque son patriotas anteponen el valor político al valor artístico: para ellos, la calidad estética tiene poca relevancia, ya que promueven la obra por expectativas patrióticas.

Los grupos de opinión no aceptan que la gente cuestione lo que ni siquiera consideran una expresión de piedad, honestidad o decoro, por creer que es la "verdad pura". La obra refuerza un sentimiento previo y externo a ella. Lo mismo ocurre con el "arte comprometido" y el "arte conceptual": uno busca promover una concepción de lo que considera justo y correcto, el otro busca demostrar un concepto; ambos quedan fuera del alcance de lo que debería ser lo principal en el arte: su validación estética.

La percepción del gran arte es algo mágico, un resultado que va más allá de lo que se puede ver, un refuerzo de la comprensión combinado con intuiciones de la sensibilidad: es algo que constituye un horizonte más allá de lo cotidiano y de lo que cabe en las definiciones.

Es como si algo más allá de la linealidad del tiempo y el espacio se abriera, revelando verdades del ser más allá de lo convencional. Sin embargo, existen métodos bastante objetivos para comparar obras y distinguir aquellas que fueron más allá de lo que proponían y aquellas que se quedaron cortas en el horizonte alcanzado por otros.

Esto es lo que se desarrolló como literatura comparada, pero también puede ampliarse al ámbito del arte comparado.[i]

Diversas escuelas de estudios comparativos –francesa, eslava, rusa, estadounidense– han desarrollado metodologías que permiten comparar obras profundamente similares o que han desarrollado diferencias sintomáticas.

Estas son maneras de comprender mejor las obras, independientemente de la biografía de los autores, para que podamos saber con mayor objetividad qué tan lejos llegó cada una y qué camino no siguió. Así, podemos ver, mediante la comparación, lo que cada una logró. Todas nos ayudan a comprendernos mutuamente, y cada una nos ayuda a comprender a las demás.

Este procedimiento, que es básicamente analítico, también se vuelve sintetizador; es intelectual, pero va acompañado de intuiciones, proyecciones imaginativas y experiencias de sensibilidad. Moviliza a la persona en su totalidad, en su conocimiento, sus experiencias y percepciones inconscientes. No es solo óntico ni solo ontológico, sino la conjunción de ambos en una unidad significativa. Es la intuición de...Sein" en una entidad. La entidad es más que una entidad, y el ser no es meramente abstracto.

Si bien este proceso es como subirse a un andamio en las obras y ver cómo se construyen, no prescinde de una inmersión en la constitución interna, peculiar, de la obra más compleja, para poder adentrarse en ella y alcanzar un horizonte más amplio.

Una gran obra es irremplazable; llega un momento en que no puede compararse con ninguna otra, porque es distinta a todas las demás: esa es la peculiaridad de su mensaje. No puede ser reemplazada por un conjunto de juicios analíticos ni por la síntesis de un mensaje final que lo aclare todo.

* Flavio R. Kothe es profesora titular jubilada de estética en la Universidad de Brasilia (UnB). Autor, entre otros libros, de Alegoría, aura y fetiche (Editorial Cajuína). Elhttps://amzn.to/4bw2sGc].

Nota


[i] Kothe, Flavio R. Arte comparativo, Brasilia, Prensa de la Universidad de Brasilia, 896 páginas, 2016. Premio ABEU 2017.


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