La distopía como instrumento de contención

Imagen: Hervé Piglowski
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por GUSTAVO GABRIEL GARCÍA*

La industria cultural utiliza narrativas distópicas para promover el miedo y la parálisis crítica, sugiriendo que es mejor mantener el statu quo que arriesgarse al cambio. Por lo tanto, a pesar de la opresión global, aún no ha surgido un movimiento que cuestione el modelo de gestión de la vida basado en el capital.

1.

Es bien sabido hasta qué punto la industria cultural ha producido material distópico: películas, música, series, programas de televisión e incluso mensajes difundidos por algunas sectas y religiones, a menudo evocan el fin del mundo. Este discurso tiene claras intenciones: promover el miedo y la parálisis crítica, fomentar el consenso y, sobre todo, sugerir que, entre el mundo actual y el futuro, es mejor mantener las cosas como están.

Este proceso de contención busca evitar la crítica a la sociedad tecnológica capitalista. Ante las incertidumbres del futuro y los riesgos de experimentar con otros modelos de vida, se instaura una racionalidad conservadora. Esta lógica fue presentada con precisión por el filósofo Herbert Marcuse en su obra. el hombre unidimensional, publicado en 1964 y todavía hoy de gran relevancia para comprender los mecanismos de control del capitalismo contemporáneo.

Herbert Marcuse argumenta que el proceso de contención, cuyo objetivo es mantener todo igual, es tan central como el concepto de revolución en el análisis marxista. La sociedad capitalista, con su parafernalia tecnológica, dirige el desarrollo hacia un estado de estancamiento que impide la contestación y se presenta como la única forma posible de organización económica, política, cultural y subjetiva.

Según Herbert Marcuse: “Cuanto más racional, productiva, técnica y total se vuelve la administración represiva de la sociedad, más inimaginables se vuelven los medios y las formas por los cuales los individuos administrados podrían romper su servidumbre y tomar su liberación en sus propias manos” (MARCUSE, 2015, p. 45).

A pesar de esta fuerza represiva tecnocrática, que oprime a miles de millones de personas en todo el mundo, aún no ha surgido un movimiento global que desafíe el modelo capitalista de gestión de la vida. Este modelo cosifica y destruye vidas mediante jornadas laborales extenuantes, la producción y venta de armas, el hambre y la pobreza.

2.

Es en este contexto que actúa la contención. Incluso ante una realidad marcada por la miseria y la deshumanización, la revolución parece cada vez más lejana. Una explicación es la eficiente producción de falsas necesidades que impone el sistema capitalista. Se trata de una fabricación de deseos que actúa colectivamente, pero que se expresa individualmente en cada sujeto.

Este proceso, según Herbert Marcuse, produce una nivelación ideológica entre las clases sociales. Observa: «Si el trabajador y su jefe disfrutan del mismo programa de televisión y frecuentan los mismos lugares de ocio y esparcimiento, si la mecanógrafa se maquilla tan atractivamente como la hija del jefe, si el negro tiene un Cadillac, si todos leen el mismo periódico, esta asimilación no indica la desaparición de las clases, sino hasta qué punto las necesidades y satisfacciones que sirven para preservar el orden establecido son compartidas por toda la población subyacente» (MARCUSE, 2015, p. 47).

Herbert Marcuse anticipa así la estandarización de las necesidades y los deseos. El trabajador, al igual que el patrón, comienza a buscar el lucro, la riqueza y la comodidad, y ya no cuestiona el modelo al que está sometido. Esta subjetividad es apropiada por el discurso del "emprendedor del yo", por el trabajo de plataforma y por un capitalismo 24/7, en el que el trabajador se somete voluntariamente a una lógica de producción constante, la misma que perpetúa la miseria, la pobreza, la guerra y el genocidio.

De esta manera, Herbert Marcuse denuncia uno de los aspectos más irritantes de la civilización industrial avanzada: la naturaleza irracional de su racionalidad. Es un sistema que expande la comodidad a la vez que genera incomodidad, que transforma el desperdicio en necesidad y la destrucción en progreso. Todo esto se gestiona de forma sutil, y es en este contexto donde entran en juego las narrativas distópicas.

Las distopías, apropiadas por la industria cultural, operan como una crítica vacía y domesticada. Si bien generan miles de millones de dólares en ganancias a través de producciones audiovisuales, también funcionan como un mecanismo de contención simbólica, impidiendo un cambio real. Al presentar futuros catastróficos como posibles alternativas, estas narrativas refuerzan la idea de que el presente, a pesar de sus defectos, sigue siendo el menos malo.

Esta reflexión busca explicar con precisión por qué se producen tantas distopías. Cuanto más avanzada se vuelve la sociedad tecnológicamente, más profundas se vuelven sus contradicciones: la pobreza y la guerra aumentan, mientras que los millonarios se convierten en multimillonarios. Se trata de gestionar la contradicción.

He aquí la paradoja central de esta civilización: “la irracionalidad de su propia racionalidad” (MARCUSE, 2015).

La eliminación de la ganancia como acumulación de capital improductivo es esencial para esta transformación. Solo así será posible construir un modelo alternativo, que no sea una repetición del presente ni la catástrofe distópica que proyectan las narrativas culturales. En su lugar, se propone una realidad basada en la solidaridad, la colectividad y la justicia social.

Reconocer el potencial ideológico de las distopías es, por lo tanto, el primer paso para desactivar sus efectos paralizantes. En lugar de temer el colapso o resignarse a la comodidad alienante de la estabilidad, necesitamos imaginar lo nuevo. No lo nuevo como una mercancía tecnológica más o un simulacro de libertad, sino como otra forma de vida: posible, sensata y común.

La crítica, en este contexto, no es solo una denuncia: es un gesto creativo. Es en este gesto que se superan las contradicciones de la racionalidad capitalista.

*Gustavo Gabriel García Tiene un doctorado en geografía por la Universidad Estatal de Maringá..

referencia


MARCUS, Herbert. El hombre unidimensional: estudios sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada. Traducido por Robespierre de Oliveira, Deborah Christina Antunes y Rafael Cordeiro Silva. Nueva York: EDIPRO, 2015. [https://amzn.to/44dRUeC]


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